
LAS SEMILLAS DE LA DISCORDIA
Hace tiempo vivía un campesino alegre y emprendedor. En su aldea era conocido por ser un gran optimista, un hombre "positivo". De esos que no se dejan quebrar por la adversidad y le dan al mal tiempo buena cara.
Una tarde se quedó admirando su campo recién sembrado, seguía las líneas de los surcos y soñaba despierto con la cosecha. De pronto vio cómo la Discordia salía de las malezas y comenzaba a llenar de semillas su hermoso campo. Permaneció escondido en silencio y esperó. Cuando la Discordia terminó su labor, fue y recogió, una a una, todas las semillas de la Discordia, las guardó en una bolsa y se las llevó a su casa. En la cama, antes de dormirse, pasó varias horas pensando cómo deshacerse de aquellas semillas.
A la mañana siguiente fue al gallinero y le echó un puñado a las gallinas, pero apenas las gallinas probaron las semillas, comenzaron a pelearse entre ellas, a arrancarse los ojos a picotazos, y a matarse las unas a las otras. El campesino las separó como pudo, pero terminó con las manos y los brazos sangrando por los feroces picotazos de sus gallinas.
Buscando otra forma de deshacerse de las semillas tiró un puñado al río, pero los peces empezaron a desplazarse a gran velocidad creando olas tan enormes en ese río habitualmente calmo, que una parte de la llanura quedó inundada. Esa noche tampoco durmió pensando qué hacer con las semillas.
Por la mañana se le ocurrió quemar un puñado, para probar. Encendió un fuego, echó las semillas y en un santiamén se levantaron llamas enormes que alcanzaron el techo de su casa y la incendiaron. El humo comenzó a arremolinarse y oscureció el cielo. Tuvieron que venir todos los campesinos de los alrededores para apagar el incendio. Esa misma tarde el campesino de nuestra historia y toda su familia se dieron a la penosa tarea de construir una nueva casa.
Cuando terminaron los trabajos, el campesino tuvo la idea de triturar una parte de las semillas, y sin decirle de qué se trataba, le pidió a su esposa que le preparara una torta, pero apenas tragó el primer bocado, la encontró mal cocida, demasiado salada y empezó a reprocharle a su mujer. Ella que también acababa de terminar su primer bocado, le replicó gritando que si la encontraba mal preparada simplemente significaba que él era un imbécil, un incapaz, un pobre infeliz, cosa que ella siempre había sospechado, y antes de que ella prosiguiera, el campesino le tiró un plato a la cara. Ella respondió rompiéndole una jarra en la cabeza y todo eso delante de lo hijos, que aterrados, comenzaron a llorar. Se desató tal ira entre ellos, que tuvieron que venir los vecinos a separarlos.
Pasaron unas semanas, y el campesino y su mujer hicieron las paces. La calma regresó al hogar, pero el campesino, que había perdido la sonrisa y la tranquilidad, pasaba las noches en vela pensando qué hacer con aquellas peligrosas semillas de la Discordia. Pensó en hacer un viaje a algún país lejano. Sin embargo, como era un buen hombre, se decía que los países lejanos estaban sembrados de suficientes semillas de la Discordia. Las buenas razones le hicieron renunciar a aquella idea.
Unas semanas más tarde se levantó muy temprano, se despidió de su mujer, de sus hijos y se fue hasta los acantilados donde terminaba su isla y empezaba el mar. Se acercó al borde y dejó caer al vacío unas cuantas semillas de la Discordia; entonces, vio cómo los peces, enfurecidos, se atacaban unos a otros y, enseguida las olas del mar se levantaban embravecidas y hundían los barcos que había en el puerto.
Muy preocupado, regresó a su casa y se sorprendió mucho cuando fue recibido por su mujer y sus hijos con una gran alegría. Lo llevaron hasta el campo y le mostraron cómo su maíz se alzaba por encima de los otros maizales. Mientras que en los campos vecinos la gente trabajaba arrancando las malas hierbas, su maizal estaba limpio y vigoroso. La cosecha crecía espléndida y sana.
Todas las mañanas veía crecer su prosperidad, y se dejó ganar por la ociosidad. Incluso aprovechó para visitar a unos primos que vivían a tres días de camino. A su regreso, las lamentaciones de su mujer y sus hijos le dieron las bienvenidas: en pocas horas una bandada de aves habían devastado su campo. No dejaron ni una sola mazorca. Los sabios del pueblo encontraron la razón de aquella desgracia. En los otros campos (que no habían sido devastados) dijeron, siempre había habido un hombre trabajando y haciendo ruido con sus herramientas. Por eso los pájaros se habían dirigido al único campo en el que no había nadie.
El campesino esperó la llegada de la noche, se levantó sin hacer ruido y sacó del escondite las últimas semillas de la Discordia que le quedaban. Fue hasta su campo y allí echó las semillas, una a una. Al volver al pueblo, vio a lo lejos que la Discordia plantaba semillas en un pequeño bosque que pertenecía a uno de sus amigos. Un amigo al que quería mucho, y al que se guardó de avisar.
"Si alguno de ustedes tiene un pleito con otro, ¿cómo se atreve a presentar demanda ante los inconversos, en vez de acudir a los creyentes? ¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al mundo? Y si ustedes han de juzgar al mundo, ¿cómo no van a ser capaces de juzgar casos insignificantes? ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos? ¡Cuánto más los asuntos de esta vida! Por tanto, si tienen pleitos sobre tales asuntos, ¿cómo es que nombran como jueces a los que no cuentan para nada ante la iglesia? Digo esto para que les dé vergüenza. ¿Acaso no hay entre ustedes nadie lo bastante sabio como para juzgar un pleito entre creyentes? Al contrario, un hermano demanda a otro, ¡y esto ante los incrédulos! En realidad, ya es una grave falla el solo hecho de que haya pleitos entre ustedes. ¿No sería mejor soportar la injusticia? ¿No sería mejor dejar que los defrauden? Lejos de eso, son ustedes los que defraudan y cometen injusticias, ¡y conste quese trata de sus hermanos! ¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" 1 Corintios 6:1-11.
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