Vigilar y orar.
Los católicos estamos inmersos en una batalla de proporciones gigantescas, y por eso debemos estar siempre en combate, no descuidándonos ni por un momento, puesto que el enemigo de nuestras almas espía el momento oportuno para hacernos caer en pecado y así poder influenciar en nuestras vidas.
No debemos dejar nunca y por ningún motivo la oración, porque quien no reza, no se encontrará preparado a la hora de la prueba, que a todos llega, y como los apóstoles en el Huerto de los Olivos, seremos vencidos por el demonio y arrastrados hacia el mal.
Si Jesús, que era Dios, quiso rezar constantemente, siendo que Él no lo necesitaba, es porque con su ejemplo nos quiso inducir a la oración, puesto que nosotros sí la necesitamos imperiosamente.
Ya lo ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva y el que no reza se condena”. Y estas palabras son muy verdaderas, puesto que la oración es como el alimento del alma, y el alma que no se alimenta con la oración, está destinada a morir.
En estos tiempos en que la tecnología ha acaparado nuestra atención, y con el sólo apretar un botón parece que las cosas se hacen mágicamente, es necesario abrir los ojos y volver a tomar el Rosario en nuestras manos. Porque estos avances técnicos sólo son una artimaña de Satanás para alejarnos cada vez más de la oración y de la vida interior, que todo cristiano necesita para vivir bien esta vida, que es tiempo de prueba, y pasar felizmente a la eternidad, nuestro verdadero destino.
Un fuego que no se alimenta está destinado a apagarse. La vida espiritual que no se alimenta con la oración, está destinada a morir. Estemos atentos porque el demonio nos quiere adormecer y hacernos inofensivos. Despertemos que llega Cristo.