Con un ideal en tu vida serás más feliz y pisarás más fuerte mientras vivas. Un ideal noble y grande. Un ideal que polarice todos tus esfuerzos y tus pensamientos; un ideal que oriente todas tus acciones, un ideal que sea el palo mayor de la nave de tu vida. El ideal, aunque no llegues nunca a conseguirlo, siempre te hará bien. Al fin y al cabo, en eso consiste el ideal: en tender siempre hacia adelante. Un ideal que se consigue, ya deja de ser ideal, ya deja de ser tu motor siempre encendido, y entonces, debe ceder el puesto a otro verdadero ideal, aún no conseguido. El hombre sin ideal es un viajero sin brújula; unos hombres sin ideal, son un rebaño sin pastor y sin camino. Perder el ideal es perder el rumbo, y perder el rumbo es exponerse a desastres, a pérdida de tiempo y de esfuerzos, a encontrarse al final con la desilusión; es exponerse a que el cansancio de apodere de la vida, que ya no tiene sentido ni aliciente. Ya no se ve por qué seguir adelante, ni para qué. Nosotros podemos tener un ideal cristiano de apostolado fecundo, y también, un ideal vinculado a la familia por ejemplo que sea unida y feliz; al trabajo acceder a un buen puesto; al estudio, obtener un título profesional. Y llenar la vida con esas aspiraciones, mantenidas firmemente en aquello lleno de luz y promesas que es el ideal. Pero, amigos nuestros, no basta con querer una cosa: es indispensable poner los medios para alcanzarla. Porque querer una cosa y no poner los medios, una de dos: o es una simpleza o es una cobardía. En ambos casos no tiene sentido. Definiríamos la simpleza como pretender alcanzar las cosas sin esfuerzo, sin trabajo, sin emplearse a fondo; la cobardía, entendemos que no deja desarrollar las fuerzas del espíritu, las inhibe, afloja los resortes de la voluntad. Quien lucha, y al mismo tiempo confía en Dios, llegará a la victoria. El que se esfuerza y también tiene fe en sus propios esfuerzos, va por buen camino; el que se emplea a fondo con optimismo y no mira tanto al trabajo cuanto al éxito que coronará el esfuerzo, es digno de que Dios mismo esté de su parte y lo apoye. Y si Dios está de su parte, ya puede dar por descontada la victoria; victoria que no le llegará solamente por sus esfuerzos, sino por la ayuda de Dios. Pero esa ayuda divina exige que nosotros pongamos nuestros propios esfuerzos. Ayúdate que Dios te ayudará...
Y agregamos, que siempre será muy bueno rezar con fe y ahínco, con esperanza y perseverancia, por la importante conquista que nos hemos propuesto. Una vez obtenido nuestro logro, demos gracias a Dios.