Nuestro Dios es compasivo
El Dios revelado es compasivo, misericordioso, se apiada de los débiles y de los pobres, de los huérfanos y de las viudas, y nos indica que tengamos esta misma actitud, la que nos pertenece a quienes creemos en Él. Mas el argumento que nos da el mensaje es de agradecimiento: "No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto" (Ex 22, 21).
Antes, Dios ha sido compasivo con nuestros padres. Y por pura correspondencia, debiera salir de nosotros un comportamiento similar. El salmista describe la experiencia del creyente: "Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte" (Sal 17). Si se ha llegado a reconocer hasta qué extremo el Señor nos ha salvado, acoger el mandamiento no hace agravio.
La clave nos la ofrece san Pablo, cuando se dirige a los cristianos de Tesalónica y reconoce el camino que han recorrido: "Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero" (1Tes 1, 6). Este es el secreto, abandonar toda idolatría, hasta la que podemos tener de nosotros mismos, y seguir los preceptos del Señor, que no esclavizan, sino que alegran el corazón.
Ahora se comprende hasta qué extremo el amor nos une con Dios y con nosotros mismos, porque es el rebosamiento del amor recibido, por lo que nos convertimos en verdaderos testigos de la fe cristiana.