Docenario Guadalupano
Padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Vamos a continuar las reflexiones a propósito del Año de la Misericordia y cómo esa misericordia divina y de la Virgen, bajo advocación guadalupana, floreció de manera extraordinaria en el Tepeyac y se sigue conservando hasta ahora.
Un aspecto esencial e insuperable de esa misericordia la vemos en el hecho de que estuviera mediada, primero, por el mismo Mesías-Dios-Salvador, nuestro Señor Jesucristo, y en cómo Él fundó la Iglesia con el poder del Espíritu Santo para que, por medio de los Apóstoles y sus sucesores, el pueblo, familia de Dios en la Tierra, pudiera gozar de la presencia trinitaria para ayudar a los obispos a llevar la tarea de la Iglesia a todo el mundo.
Dispogámonos a contemplar cómo los obispos guían a la Iglesia y cómo en México Dios quiso que el encargado supervisor de la diócesis que iba a nacer fuera fray Juan de Zumárraga. Que nuestra Madre nos acompañe para que aprendamos de Ella y San Juan Diego a obedecer a los que el Padre puso al frente de la Iglesia. Y pidamos por la situación actual del país llena de muertes, violencia e incapacidad de dialogar como hermanos del Señor e hijos de María.
Primera consideración: El obispo, pastor, promotor y realizador del Plan de Dios en la diócesis que Él le encomienda. El servicio que hacen los obispos en cada diócesis es por la iniciativa de Dios que así ha querido conducir a su pueblo a través de los siglos. Él delega en ellos su autoridad para que guíe, acompañe y promueva localmente a cada diócesis para realizar el plan de salvación que tiene para nosotros.
Dios le pide a cada obispo que sea quien promueva en su diócesis su voluntad para que la gran familia humana sea bien y solidariamente guiada y así llegue la salvación a su pueblo. Esta salvación llega, de maneras muy concretas, al pueblo redimido por el Señor gracias a la acción eficaz de cada obispo en su propia diócesis. Oremos por ellos.
Segunda consideración: El obispo y su capacidad para oír a Dios y a su pueblo.
El obispo es quien debe orar y escuchar lo que Dios le dice en la historia de su diócesis para que pueda responder a los retos que el mismo pueblo le presenta. En cada lugar será más eficiente el diálogo en cuanto más se oigan obispo y pueblo. En la relación entre san Juan Diego y fray Juan de Zumárraga existió el diálogo que los llevó a ser amigos hasta sus respectivas muertes. Pidamos para que en cada diócesis pueblo y pastor se puedan y se quieran escuchar como lo hicieron estos verdaderos prohombres de México.
Tercera consideración: El obispo, convocador de una vida plena para el pueblo que Dios le ha encomendado, vigila a su grey para que tenga plenitud de vida en un ambiente de justicia y misericordia.
Dios le confía a cada obispo el pueblo concreto que el Papa le ha asignado para que, a través del diálogo, estudios, conferencias, retiros, asambleas, signos de amor, reconciliación, justicia, misericordia y otros medios pertinentes puedan comunicarse de una manera amistosa y creyente para que trabajen juntos por la edificación de una comunidad más perfecta que pueda responder a las necesidades del pueblo, creyente o no. Para desarrollar esta labor el obispo cuenta con su presbiterio en cada diócesis para que le ayude a conducir a todos los hermanos en Cristo hacia la plenitud deseada. Oremos por nuestros obispos y presbíteros.
Cuarta consideración: El obispo, digno de ser escuchado por su pueblo. Como representante de Dios, el obispo debe ser escuchado por su pueblo. Vemos en el Acontecimiento Guadalupano cómo San Juan Diego fue muy obediente con el obispo y la Virgen. Gracias a eso Dios le confió plenamente lo que ya tenía pensado para que su alianza llegara a todo su pueblo, recién engendrado a la fe. Oremos por nuestros obispos, para que sepan mandar como Jesús, y por el pueblo, para que lo haga como Juan Diego.
Quinta consideración: En 1531 el obispo Zumárraga y Juan Diego establecieron una relación ejemplar y de mutua colaboración para el bien del pueblo cristiano naciente.
En el Acontecimiento Guadalupano nuestros protagonistas principales en esta tierra bendita se mostraron comprensivos entre sí sin dejar de pedir cada quien lo que quería para el bien del pueblo: el obispo pidió la señal y Juan Diego le pidió que lo escuchara porque era embajador de la Reina Celestial la que pedía el templo para atender a su familia. Como sabemos, el obispo accedió y la Virgen lo complació, con lo que todos salimos ganando. En las obras de Dios nunca hay perdedores (Nican Mopohua, números 147-193).
Agradezcamos a Dios tanta bondad y a ellos, que hayan sabido estar a la altura de las circunstancias.
Pidamos también por quienes gobiernan en nuestro país en los ámbitos civiles y eclesiales para que avancemos como miembros de un mismo país forjado en especial por Dios, María y cantidad de gente de mucha calidad.
Citas bíblicas: Lc 22, 7-20; Jn 17; Heb 1, 1-4; 7, 20-28; Salmos 72(71) y 145(144).
Cita de la “Misericordiae Vultus (El rostro de la misericordia)”, bula para convocar al Jubileo Extraordinario de la Misericordia del papa Francisco: “Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, perdidas y sin guía, sintió, desde lo profundo del Corazón, una intensa compasión por ellas. A causa de este amor compasivo curó enfermos… y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes multitudes… Después de haber sanado al endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: ‘Anuncia todo lo que el Señor ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo (Mc 5, 19). También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de Misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre, y venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce…” (8, b).