Docenario Guadalupano
Miércoles, 7 de diciembre de 2016
Padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Después de haber contemplado ayer a nuestra madre acogedora, hoy seguimos con el relato en el punto en que nos quedamos. La Virgen prosigue su comunicación con Juan Diego de una manera tan cariñosa y especial que por eso la consideramos como madre excesivamente bondadosa. Fijémonos en el diálogo y sintamos lo que Juan Diego habrá sentido con esa actitud y esas palabras de nuestra madre.
Oración Inicial. Lectura – Nican Mopohua.
La Virgen María le dice a Juan Diego: 119. “¿No estoy aqui yo, que soy tu madre? (a) ¿no estás bajo mi sombra y resguardo? (b) ¿no soy yo la fuente de tu alegría? (c) ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? (d) ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?”
Primera consideración. María le dice a Juan Diego ante su temor y dolor por la situación de su tío: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” (119-a).
¡Qué realidad tan dulce y qué manera de decirlo de María! Ella es plenamente madre bondadosa, cariñosa. Gocemos con Juan Diego esta dicha, esta palabra que hoy nos dice nuestra Morenita, nuestra madre del Tepeyac. Sintamos que ella está aquí y nos dice esas palabras…
Segunda consideración. María le dice a Juan Diego: “¿No estás bajo mi sombra y resguardo?” (119-b).
Cualquier madre ampara y protege a sus hijos… ¡Cuanto más María! Sintamos que estamos bajo ella como árbol frondoso… Con toda su ternura nos cobija, protege y acompaña.
En la cultura indígena se acostumbraba que el tlatoani protegiera a los más débiles, a los acusados. Para esto se refugiaban, se ponían bajo el manto protector del poderoso o poderosa. Así aparece María en la imagen que Dios nos dejó: del lado derecho de ella, en su imagen, su manto es más largo abajo, al estilo de los tlatoanis de ese tiempo que aceptaban bajo su manto a los más débiles, desprotegidos, viudas, huérfanos que se agarraban de la punta del manto del jefe para sentir y pedir su protección. Así, ella protege a su ángel, a su caballero, a su mensajero, a Juan Diego, como lo interpretaron los indígenas contemporáneos suyos. Aprendamos a ponernos bajo su mirada que nos acaricia; su dulce y piadosa mirada compasiva. Pongámosle todo este mundo nuestro, a nuestro país, bajo su mirada y su manto protector…
Tercera consideración. María le dice a Juan Diego: “¿No soy yo la fuente de tu alegría; tu salud?” (119-c).
¿Qué habrá sentido Juan Diego ante estas palabras de María tan dulces y consoladoras? En verdad ella es fuente de alegría en todas partes. Es salud, vida y esperanza nuestra. Ella nos enseña a cantar la alegría de vivir, ella nos enseña a agradecerle a Dios y a contarle a otros las maravillas que él ha hecho por nosotros; nos educa y enseña a usar nuestras cualidades y capacidades para que otros sientan tanta misericordia, tantos beneficios recibidos. ¿Vivimos este agradecimiento continuo al Dios de la vida? Que ella nos enseñe a poner nuestras alegrías en Dios, en los valores del Reino… Pidámoselo mientras rezamos.
Cuarta consideración. María le dice a Juan Diego: “¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?” (119-d)
¡Qué imagen más bella de cercanía! María habla así porque los indígenas así expresaban cómo las mamás tenían cerquita a sus hijos. María se adapta a esta hermosa cultura y nos deja extasiados con esas frases cálidas, tiernas, acogedoras. Ella es como un nido caliente en donde nos tiene a todos, consolados y protegidos, para que crezcamos en el amor y glorifiquemos a Dios en nuestras obras. Sintámonos en este momento en ese hueco de Su manto, en el cruce de Sus brazos… y guardémonos allí…
Quinta consideración. María termina esta parte de su diálogo con Juan Diego y le dice: “¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?” (119-e)
Estas frases de María culminan de una manera muy fuerte: Ella quiere atendernos en lo que necesitemos pero nos dice que nos fiemos de su amor, que nos arrojemos en su corazón, que confiemos en su protección, porque ella cubre satisfactoriamente nuestras necesidades… Presentémosle las inquietudes y deseos que tenemos de ser felices, de querer seguir a Jesús, de poder servir, de hacer crecer el Reino del Padre entre nosotros… Y nuestras necesidades de amar y ser amados…
Lecturas Bíblicas. Jn.2, 1-12 y Lc 1, 68-79 a manera de salmo.