Mensaje sincero y muy válido, Vilma. Pero, ¿qué mundo fue ése? ¿Dónde se podía abrir puertas y ventanas por la noche? ¿Dónde vivir sin rejas ni alarmas? ¿Cuándo podían los niños confiar en los adultos? Por supuesto, me encantaría encontrar ese mundo ideal en alguna parte. O intentar armar un mundo de justicia y equidad con un grupo de personas afines… Hasta ahora no ha resultado. Desde el comienzo registrado de los tiempos, los humanos han creado sus propios mundos utópicos, al menos en la literatura, y hemos leído sus creaciones, motivadas, por cierto, por la inequidad e injusticia de sus propios tiempos. En el siglo pasado se crearon los koljós en la ex Unión Soviética, los kibutz en Israel. Pero nada de eso perduró.

Nací en Santiago hace 77 años, cuando parte de mis antepasados, el pueblo que dio vida a Bach, Beethoven y Goethe, liquidaba a millones de sus compatriotas judíos en cámaras de gas, cuando otra parte de mis ancestros, se aliaba al país destructor, cuando mi padre luchaba en España contra del dictador que ganó su guerra, cuando la gente se moría de hambre y vendía la vida de otros por comida, cuando en los colegios religiosos se abusaba de los pequeños alumnos... ¿Confiar en los adultos?

Todos añoramos un mundo mejor. Las religiones prometen que existirá después de la muerte, (“BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA, PORQUE SERÁN SACIADOS”) como lo promete el cristianismo.

¿Qué nos queda a nosotros? Unirnos a quienes aún conservamos los valores morales que nos permiten sobrevivir entre las modas, usos y costumbres que no queremos compartir y guardar para nuestra vida lo que nos hace libres y dignos.