Para poder siquiera los dos acercarnos necesitaríamos siglos de instantes como este instante. Para que pudieran morir las aguas más sucias, para que pudieran brotar las aguas más claras.
Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo que cantaba ayer tarde y te ponía triste. Aquel candor feroz de tus ojos de esponja en el momento cumbre, al desplegar los párpados.
El viento, el mar, las más bellas palabras que pronuncia un hombre a la hora de morir. El verte y el no verte. El deslizar los dedos por las venas muertas de tus manos vivas.
Todo es vana poesía. Todo se ha convertido en inútil deseo de un deseo de amor.
Para poder siquiera los dos acercarnos necesitaríamos siglos de ternura como esta ternura.