y salida por la tangente
Por ahí opinaba un amigo que prefería la ternura a la dureza del lenguaje diario. Razón tiene porque la procacidad del habla termina por derribar esas barreras de buenas maneras que la gente levanta para defenderse del contagio de la bestialidad. Es saludable elegir las palabras , dosificarlas e irlas echando a correr con precaución para que lleguen como caricia en lugar de aplanadora. Pero todavía conservo algunos prejuicios acerca del uso de la lengua, aún se me eriza todo lo erizable al escuchar algunos términos como mi amor o mi reina o peor aún, mamita y hasta ¡abuelita! o el peor de todos “mi niña” que son dados a usar los vendedores, suplementeros u otros proveedores de servicios, aplicándosele también a las vendedoras de aquel país del norte que nos endilgan un honey como si tuvieran una papa caliente en la boca y que provoca los consabidos tiritones.
Es posible que la cortesía tenga entre sus características el decir lo mismo pero con mayor cantidad de palabras o gestos. Tuve un amigo llegado al país después de la segunda guerra. Me decía: A mujerres de aquí les encanta que les bese la mano al saludarrr.. Y lo hacía siempre, con un previo entrechocar de talones, aunque estoy casi segura que en su tierra saludaba apenas con un gruñido. Confieso que a mí también me agradaba.
El pobre uso del lenguaje que usamos viene quizá de la pereza, como también el uso de palabras tipo comodín que adquiere diferentes significados según dónde se las ponga. Prefiero no dar ejemplos.
Por años he tenido pegada una palabrita: perico y se me sale sola inevitablemente aunque la tengo por ahí amordazada en el fondo de la garganta. Recuerdo especialmente a cierto gerente contralor, llegado entre la horda de nuevos jefes después del golpe aquel. Se aplicaba con sin igual entusiasmo a descubrir entuertos y enmendarlos. Fui su asistente por un tiempo. Descubrí que también tenía su palabreja escondida: machucá y la usaba a destajo para referirse a cualquier fémina. Me sentí algo comprendida, porque entre pericos y machucás nos entendíamos.