Todo comenzó con la elección de una obra para ensayar en nuestro grupo teatral. En principio, se eligió una pieza de Rolando Salas, que se situaba en una casa de reposo. Me parecía adecuado el poder interpretar ¡por fin! personajes de nuestra propia edad. A todos les gustó, pero, a la hora del reparto, comenzaron los problemas. Como es normal, hay personajes principales y secundarios. Todos quieren ser principales. Había que agrandar la historia y poner rellenitos por aquí y por allá.
Exasperado, el director cortó por lo sano. Pidió a cada integrante elegir su propio personaje, pero siempre, dentro de la casa de reposo. Así se hizo. Luego, había que fabricar la historia con personajes dados. Nada fácil. Uno de los integrantes, el que eligió el más complicado, renunció por estar "desmotivado". Al fin, todo se fue encaminando de manera mas o menos normal. Pero, nos topamos con dos gatos porfiados y ambos tienen el mismo argumento: Se niegan a decir e interpretar un personaje que es distinto y dice cosas diferentes a lo que piensan los actores. O sea, son incapaces de participar en una historia, quieren torcerla a su manera. Aparentan por fin estar de acuerdo, pero, por experiencia, sé bien que en la presentación de la obra, dirán lo que quieren, echando a perder el trabajo de todos. El más tozudo de ellos es periodista jubilado y tiene una magnífica voz y buena presencia escénica, pero su rigidez cognitiva no le permite representar a alguien diferente a su propia persona, que esta vez, no calza para nada en la historia.
Ocurre como cuando aquí escribimos un cuento, cada uno quiere contar su .propia historia y para lograrlo enreda el hilo de Ariadna que podría guiarlo y hace que todos se pierdan en ese laberinto. Ojalá, esta vez, todos tengan la misma idea.