Un día, un hombre entró sigiloso al confesionario de una iglesia.
“Perdona padre, he pecado…”
“¿Cuál ha sido tu pecado hijo mío?”, respondió el sacerdote.
“Bueno, hace como un mes, me quedé hasta tarde en la biblioteca y cuando estaba por salir, comenzó a llover torrencialmente. Espere un tiempo hasta que parara pero continúo lloviendo. Luego de un rato, la bibliotecaria y yo perdimos la paciencia y comenzamos la fiesta, si sabe a lo que me refiero…”
“Eso es malo pero no terrible, hijo mío”, respondió el sacerdote.
“Eso es solo una cosa”, continuó el hombre, “la semana pasada estaba ayudando a una vecina a reparar el refrigerador y cuando me estaba por ir, comenzó a llover torrencialmente. Y bueno… usted sabe, fiesta toda la noche.”
El sacerdote permaneció en silencio varios segundos…
El hombre, avergonzado, se cubre el rostro y le dice: “¿Qué debo hacer ahora padre?”
“¿Qué debes hacer?”, gritó el sacerdote, “AYUDAME A ORAR PARA QUE COMIENCE LUEGO LA LLUVIA.”