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General: Diario de vida
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De: Laura Frias (Mensaje original) |
Enviado: 12/10/2015 22:32 |
Hace un tiempo, Vilma reclamó que no escribíamos, ni comentábamos y estaba aburrrida. Supongo que el sentimiento es compartida por los demás. Si se trata de escribir, nada más fácil que hacer algo parecido a un diario de vida, o sea, ir anotando los aconteceres diarios (aunque sean una lata).
Por mi parte, yo escribí una especie de memorias de la infancia, titulada "De memoria" y otro de la juventud hasta 1973, que se llamóp "Huellas en el aire". La primera se las di a leer a mi amiga más antigua y a la más reciente. La antigua, (de 80 años) me dió a leer unos poemas románticos que había escrito en la juventud y la reciente, de 30, apareció con una botella de vino y ¡8 diarios de vida! Le dimos el bajo a la botella mientras leíamos los diarios.
Me encantaron.
No siempre son tan inofensivos. Cuando le regalé el segundo tomo a mi media hermana, me quitó el saludo hasta el día de hoy. Y eso que me cuidé de ser en extremo objetiva, sin poner opiniones de mi cosecha.
Les propongo escribir asuntos personales, reflexiones, lo que sea, con tal de que sean palabras propias.
¿Que les parece?
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De: diana72 |
Enviado: 21/01/2016 15:29 |
Y tengo otro PLOP morrocotudo !
una de mis hijas compró otra casa como regalo para su pequeña quinceañera. No quería tenerla desocupada, tampoco quería arrendarla, eso le inspiraba temor ... cuando vendí mi casa, me fui a vivir allá. Es una agradable y cómoda casa. Todos los dias me esmeraba en mantener el jardin en condiciones, regando y limpiando sus hojas marchitas. Estuve un año y me vine de nuevo a la Calera. Mi hija le pasó la casa a un nieto mío para que la usara gratis, con su familia. Bueno, todo bien. Pero, un día, supe que su esposa, arrancó todas las plantas !! Hasta el día de hoy no entiendo cómo hizo eso, en una casa que no es suya ! No pensó en el gasto de jardinero, la compra de las plantas, la dedicación en cuidar del jardin, nada le importó ! y, lo peor es que no pidió parecer a la dueña. Mi hija no se sintió sorprendida, sino choqueada por esto. Pero, yo soy la que al pasar de los días sigo rumiando mi descontento ante la acción. Me siento como condorito.
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De: vilma1 |
Enviado: 21/01/2016 18:31 |
Ja ja ja, DIANA QUÉ ESPANTO!!!!!...ME DA UN PATATUN SI ME OCURRE ESO, . ESTA GENTE JOVEN SON TAN DESUBICADOS E IGNORANTES, NO SABEN EL COSTO DE HACER UN JARDÍN, NI TAMPOCO LOS AÑOS QUE HAY QUE CUIDARLO PARA VERLO CRECIDO,
DIANA LOGRASTE TENER NUEVamente JARDÍN? |
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¡Qué frustración! Y justo me recuerda a una de mis nietas. Cierta vez comentó que si pudiera elegir, pavimentaría totalmente el patio de la casa de su madre a fin de aprovecharlo para hacer fiestas, asados, jugar, etc. y no tener el trabajo de cuidar las plantas. Hay gustos para todo. |
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De: diana72 |
Enviado: 22/01/2016 15:01 |
VILMA. ahora tengo plantas en macetero, verlas crecer y el brillo de sus hojas, me alegra los días ...
Laura, cierto, a mi nieto y su esposa les encanta tener sus sábados con grandes asados y muchos amigos" . Igual me parece de patudez su acción ya que la dueña de la propiedad, no es su mamá ni abuela, sino su tía, quien les presta su casa confiando en que queda en buenas manos. En fin, se ven cosas peores !! |
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De: diana72 |
Enviado: 25/01/2016 14:29 |
Todavía no sé , pese a tantos años vividos, qué es mejor : dejarse llevar por impulsos, llevando por delante a lo que se interponga, o, medir las acciones respetando el derecho de los otros aunque duela?
Disfrutar" de la vida sin tropiezos y no perderse de innumerables situaciones gratificantes, pero con remordimientos? Viví muchas situaciones límites y no sé qué hubiera pasado si hubiera dejado que la locura ganara en mis decisiones. |
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El sábado fuimos invitadas al cumpleaños de una amiga y compañera, que estimo mucho. La conocí hace años, al llegar a esta lejana comuna.
Es una mujer pequeña, ágil, de una energía envidiable. Una de sus aficiones es la cocina: se ha dado maña para aprender y practicarlos estilos gastronómicos de varios países. Toda la tarde y hasta la noche estuvo ella moviéndose de un lado a otro, sirviendo sus exquisiteces, aceptando a medias la ayuda ofrecida. Todos los años, para Navidad nos regala a cada uno del grupo de teatro del que formamos parte, un objeto hecho por sus manos con la técnica aprendida en el año. Ha sido el motor del nuestro y otros grupos sociales.
Se dedica a toda nueva empresa con un entusiasmo que contagia. Cuesta imaginarse que una de sus rodillas se ha fracturado dos veces, y tiene una prótesis, a pesar de lo cual camina y camina en sus diarias actividades.
Nació y se educó en Valparaíso, hasta que se casó con su primer amor, un periodista. A sus numerosos hijos no les leía cuentos: se los inventaba. Más tarde, los escribió por afición. Su vida transcurrió dedicada a un ideal. Pero no fue precisamente tranquila y pacífica: llegó aquel 11 de septiembre, su marido periodista fue violentamente apresado y se vio de pronto, subida a un avión con lo puesto y llorando a mares porque sus hijos quedaban en Chile. Tuvo que enfrentar la vida en un país lejano, cuyo idioma no conocía, pero que la recibió con generosidad, como a tantos otros. Más tarde y para su tranquilidad, sus hijos pudieron reunirse con ella. Pero se mantenía la horrible incertidumbre por la suerte del padre. Al fin llegaron noticias: había sido liberado. Al igual que todos los detenidos de la época, fue torturado y violado, pero pudo reunirse la familia cuando les fue permitido regresar. Han pasado los años, pero la marcha no se detiene; él es un activo dirigente de su gremio y está preparando un libro sobre el movimiento estudiantil, ella preside su junta de vecinos y ha obtenido logros importantes para su gente a través de trabajo y perseverancia. La casa de ambos es una especie de refugio para todos, allí se encuentra siempre lo que se busca, una palabra amable, comprensión, compañía, impulso para seguir adelante.
La pintura que me regaló este año dice:
“Guarda siempre estas frases en tu mente:
Yo quiero
Yo puedo
y soy capaz”.
Cumplió activísimos 82 años.
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De: vilma1 |
Enviado: 26/01/2016 21:53 |
¡QUE LINDA Y DOLOROSA HISTORIA!!!!...LAMENTABLE TODO LO SUFRIDO, RAICES FUERTES DEJARON EN ELLA¡¡¡¡ ¡SU HERMOSO CRECIMIENTO COMO PERSONA!!.
¡¡¡DIOS LA BENDIGA!!!!! |
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Bullying
Todavía
conservo la marca del primer bullying a los 3 años: una cicatriz en el labio
superior, del mordisco que me dio el Bully, el bulterrier de mi tío. En su
defensa, aducen que lo tiré de la cola.
Pero
los adultos también lo hacen. En mi último trabajo, había un tipo insoportable.
Cuando salía “a terreno” en un vehículo de la empresa, solía sacer la cabeza
por la ventana para gritar piropos insultantes o simples garabatos a las mujeres
que veía. Le hacíamos ver que su
comportamiento estúpido podía actuar como boomerang: el vehículo llevaba el
logo de la empresa y las ofendidas podían denunciar el maltrato. Pero era
impermeable. Decía impertinencias a todos. Recuerdo que, delante de visitas en
la oficina, increpó a una compañera porque se le veían un poco las raíces
canosas de su pelo teñido. Gozaba revelando intimidades de otros. A su misma
jefa se hacía salir canas verdes. Si todavía lo soportaban, era porque, en sus
ratos buenos, podía ser simpático. Hastiada por su comportamiento, una mañana
lo agarré del brazo y recorrimos ida y vuelta la cuadra y media del camino
entre las dependencias de la fábrica, mientras le advertía que su proceder
había llegado al punto de lo inaceptable. Se deshizo en disculpas y pidió que
le advirtieran cuando se “portaba mal”, como si fuera un niño chico.
Pero
de nada sirvió. Comencé entonces a hacerle caricaturas y se las dejaba
afirmadas en su calendario de escritorio. Las miraba y de inmediato las
arrancaba para tirarlas al papelero. Seguí haciéndolo. (su cara era sumamente
apropiada: gorda, de redondos ojos azules sorprendidos y escaso pelo, labios
fláccidos). Los demás comenzaron a hacerle bromas un tanto pesadas.
Se
produjo un cambio. Al parecer, su
energía vital lo abandonó. El, que gozaba molestando a los demás, se vio de
pronto impedido de hacerlo y no lo soportó. Al cabo de unas semanas, enfermó y
murió. ¿Fue casualidad? Nunca lo sabremos-
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De la salud y sus oficiantes
Primera parte
Prefiero ser rico y sano que
pobre y enfermo. (Werner) Eso dijo, mirándose reflexivamente en un enorme y suntuoso espejo. La frase nos hizo reír a todos y lo sobrevivió.
Temprano en la vida comienzan las
tribulaciones causadas por las tropas de asalto de variadísimos orígenes que
intentan apoderarse de un cuerpo y un alma apenas defendidos por un ejército
regular de irregular eficacia.
Mi primer encuentro cercano y
recordable con los oficiantes de la salud ocurrió en el Hospital Militar, antes
de su remodelación. El único lugar apreciable en el conjunto lo constituía el
jardín que, a pesar de haber sido trazado en forma marcial y aburrida como
ocurre en todos los espacios vegetales creados por ese tipo de gente, tenía en
su centro un estanque de agua turbia, erizada de rígidos papiros y habitada y
recorrida por peces anaranjados. Cuando había que esperar turno, me sentaba en
el borde y seguía sus intrigantes movimientos ondulados. Especialmente me
asombraba la extraordinaria rapidez con que los peces infantes esquivaban los
obstáculos, sin estrellarse jamás con ellos. Otros se detenían de pronto y
parecían permanecer indecisos moviendo sus aletas, en busca del rumbo perdido.
Algunas veces les guardaba migas de pan y se las tiraba para que todos
aparecieran a disputarse el trofeo.
Llegaba el momento de comparecer ante
el pequeño doctor Kaplan, quien, después de revisarme, me hacía mostrar la
dolorida garganta. Finalmente fui
operada de las amígdalas, pero me advirtieron que no me las habían extraído,
sino “podado”, lo cual me pareció muy extraño, ya que si así fue, se supone que
crecerían de nuevo y me hizo concebir esperanzas que tal cosa ocurriera con
cualquier extremidad, como la cola de las lagartijas. Pero este médico hacía
poco caso de mi persona; en cambio se dedicaba a conversar largamente con mi
madre.
La segunda oportunidad fue en la calle
Marín, a pasos del Colegio Santa Úrsula,
y fue con un médico redondo como una bola, rosado y fresco de piel, de
optimismo inquebrantable, que se negaba a admitir la existencia de cualquier
enfermedad, pues lo habría considerado un ataque a su eficacia. Se apellidaba
apropiadamente Barriga. La única causa de inquietud que sentía en el tiempo de
mis 8 a 10 años, era que, invariablemente, las polleras dejaban ver mi rodilla
izquierda en mayor extensión que la derecha, siendo que la modista que las
creara juraba y rejuraba por la Torah, que la medición había sido perfecta.
Expuesto el problema a la probada sapiencia del galeno y rogándole que se
sirviera medirme las extremidades para comprobarlo, éste hizo temblar su amplia
circunferencia por las carcajadas que lo sacudieron. Se negó rotundamente a
admitir cualquier anomalía de longitudes, con la misma expresión que había
usado mi madre:
- ¡Pero cómo se le ocurre, mijita!
Fue solo 35 años más tarde, que ante
un fuerte ataque de lumbociática, un médico comprensivo, escuchó, midió y
comprobó una diferencia de 2.1/2 centímetros entre ambas extremidades, ya en
precaria condición a esas alturas del calendario. (Continuará)
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De: ANNY 42 |
Enviado: 08/04/2016 13:07 |
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Mi abuela
tenía un sobrino urólogo, especialidad que nunca calzó con sus variados males y
un sobrino político especialista en enfermedades pulmonares, las que tampoco
padeció. El primero era –bueno, es hasta la fecha – Raúl Dell’Oro Serra, un
tipo alto, delgado, enérgico, -casi hiperkinético- de voz fuerte, ademanes
amplios, pasos largos y opiniones definitivas. Nunca pude emitir una frase
completa en su presencia, porque era interrumpida de inmediato. Me gustaría
haber presenciado sus clases en la escuela de medicina de la Católica, para
comprobar si mantenía el personaje en acción ininterrumpida. El segundo se
llamaba Alberto Lucchini Albertalli y era cuñado de Raúl. No podían ser más
diferentes. Lucchini se mostraba siempre amable y correcto, lucía una figura
algo rellena, coronada por una cara sonriente,
sus gestos eran pausados y el oído paciente a la opinión ajena Era también profesor en la misma escuela. Cuando ya ambos se habían casado y obtenido su
primera descendencia, llegó el momento para que todo el Santiago que habitaba
los barrios de Alameda abajo, desde Ejército, Vergara y otros hasta los
alrededores de la Plaza Brasil, emprendieran la hégira de sus vetustas moradas
en pos del mejor aire y menor aglomeración del barrio alto. Primero se trasladó
el matrimonio Dell’Oro Lucchini, quienes llevaron consigo a doña Julia Serra –
madre y suegra -con su piano. La nueva casa tenía algunas características que
recordaban la antigua, un aire de reminiscencia en la pintura gris perla de los
muros, bordeados por molduras en marfil. Los dos niños de ese entonces, Mario
Alberto y María Graciela parecían la justa encarnación del estereotipo del niño
perfecto. Tranquilamente sentados, sin interrumpir ni menos pretender llamar la
atención de nadie, su presencia recordaba los ángeles de la guarda de los
libros infantiles. Puede que sólo se tratara del comportamiento presuntamente
destinado a las visitas, aunque la predilección mostrada por doña Bice al joven
Mario Alberto de años después, indicaba que la imagen primera se ajustaba a la
realidad.
Llegó el
turno de visitar la nueva casa del matrimonio Crespo-Dell’Oro.
Al ver a Raúl por primera vez fuera de la casa de su madre, me sorprendí al
notar que todo su autoritarismo quedaba olvidado en el ámbito doméstico ante dos o tres energúmenos de corta existencia que
gritaban, se golpeaban y trepaban por la extensa anatomía paterna, seguidos
por su mirada permisiva (¿o resignada?) El Raúl que conocía de tantos años no
tenía nada que ver con este padre orgulloso, que se dejaba usar como campo de
juego por sus descendientes y que nos mostraba fotografías de los nenes cuando
más pequeños, como lo haría cualquier hijo de vecino. Puede que el cambio fuera
inspirado por su mujer, Olga Crespo, de carácter decidido, acostumbrada a
manejar dinero e invertirlo en negocios de éxito, personaje poco apto para una
actitud pasiva. Lo cierto es que eché de menos al Raúl confrontacional y
agresivo de intercambios anteriores, tan parecido a los personajes algo
sobrados que interpretaba el actor Vittorio Gasman en sus años mozos.
Más tarde,
cuando llevé a mi abuela a su consultorio porque se sentía enferma, éste no le
hizo caso a sus dolencias.
-Usted tía, debería darse con una piedra en el pecho. Está
viva, lo que es mucho decir a sus años.
Éstas fueron sus consoladoras palabras. En ellas latía el
oculto rencor por la muerte de su madre, ocurrido dos décadas antes.
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De: diana72 |
Enviado: 16/04/2016 15:46 |
Claramente Laura, las palabras "reconfortantes" que nos dedican a veces algunos, sobre a como nos vemos, deberían quedar apenas en su pensamiento, ya que su escasa visión no les permite ver el trasfondo. A veces las dolencias corporales no son nada ante el punzante dolor que nos hace sentir la indolencia de los cercanos. Pero, nada que hacer, es la eterna distancia que separa las generaciones. La cercanía(de verdad) y la empatía, desaparecieron.
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De: ANNY 42 |
Enviado: 16/04/2016 18:36 |
Considero una aberración estas palabras, si es capaz de decirlas a una dama mayor, que puede esperar un varón con cáncer que llegue a sus manos, no me gustaría conocer su diagnóstico, le dirá de una que prepare su funeral
Por ser mayores no quiere decir que no tengamos sentimientos, y no tengamos la fuerza y la voz para exigir respeto.
Creo querida Diana que la cercanía y la empatía de los más cercanos, depende de nosotros no permitir que desaparezca.
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(Continuación saltada, porque había demasiado material con el tema)
El ejemplar
más pintoresco que conocí, era miembro del staff de un consultorio de Maipú y
era seguramente la base de un personaje que interpretaba Andres Rillon en un
programa de la televisión local. Fui a consultarlo, porque su nombre figuraba
en un convenio que tenía mi empleador para el personal. El médico seguramente
había conocido tiempos mejores, parecía abandonado de la memoria, amén de los
más precarios conocimientos de la profesión. Me auscultó y dijo escuchar unos
ruidos de algo así como un rodamiento suelto y me endilgó una orden para
electrocardiograma con diagnóstico de insuficiencia cardíaca. Estuve algunos
días pensando en redactar mi testamento y meditando cómo se nos va la vida, tan
callando, hasta que me hice el examen, vi el resultado y me preguntaron con
cierta curiosidad el nombre del galeno diagnosticante. Hubo una segunda
oportunidad en que lo consulté por dolencias digestivas. Me examinó y luego le
preguntó seriamente a la enfermera:
- Dígame
señorita, ¿qué tengo que recetar en estos casos?
- Pero
doctor, usted tiene que saber eso...
- Usted
tiene harta experiencia pues, si lleva tanto tiempo aquí.
- ¿Se está
riendo de mí, doctor? ¿Y qué va a pensar la paciente?
- ¡Ya pues,
no sea mala y dígame qué receto!
Y así siguieron hasta que la enfermera se decidió a nombrar
un medicamento supuestamente apropiado. A la salida, vi a dos señoras de edad
que venían a buscarlo y preguntaron por él con un aire a la vez preocupado y
protector, como si se tratara de un orate aparentemente inofensivo, pero capaz
de hacer alguna payasada, si venía al caso. Comenté el asunto con algunos
compañeros de trabajo y pude enterarme que el tal doctor W. ya se había hecho
famoso como peligro público.
Más adelante,
al continuar con arritmias que me molestaban, acudí a otro de los acostumbrados
productos de la U. Católica, cuyo nombre tenía un cierto barniz de prestigio.
Curiosamente, no me costó nada conseguir una cita, su disponibilidad era
inmediata. Tenía ya bastantes años y un aire vagamente distraído. Su recepción
fue extremadamente cortés, comenzó por hacerme algunas preguntas, algunas de
las cuales no tenían conexión alguna con la situación a tratar. De pronto, se
incorporó como si le hubieran pinchado el trasero y se dirigió de una carrerita
a la puerta de entrada al consultorio, se agachó y se puso a mirar por el ojo
de la cerradura. Ahí estuvo por un buen rato. Me permití recordarle mi
presencia con unas toses discretas, las que ignoró. Finalmente, terminó la
inspección y regresó a su escritorio con toda tranquilidad. Luego, mientras
estaba tendida en la camilla y me auscultaba, bruscamente dejó la tarea y
volvió a enfrascarse en el espionaje del exterior. El asunto terminó por fin y
pude retirarme provista de una receta de algunos medicamentos que me merecieron
serias dudas y que me obligaron a consultar a otro especialista de más reciente
hornada Éste, tras revisar mis exámenes anteriores y la receta del colega,
consultó con cierta curiosidad su nombre. Le conté mi experiencia y el médico
movió la cabeza como para espantar una idea inoportuna, exclamando:
-¡Y pensar que fue un profesional brillante en su tiempo!
Pero yo pienso jubilar antes de llegar a eso.
De ahí en
adelante, comencé por abrigar sospechas tenebrosas acerca de los médicos que
parecían sobrepasar el medio siglo. Un oftalmólogo que consulto por años y que
ya está en la edad peligrosa, se ha empeñado en operar mi miopía, desalentando
el uso de lentes de contacto. La última vez que lo vi, al hacer un comentario
sobre stress – los facultativos trabajan generalmente 12 horas diarias – me
confesó que últimamente se estaba sintiendo temeroso de las intervenciones
quirúrgicas porque las manos le están comenzando a temblar.
Hasta el
momento no he encontrado a ese médico sanador del cuerpo y del alma, ese que
logre generar la paz y el entendimiento con uno mismo. Algunos atisbos
fulguraron brevemente entre los ademanes de algún maestro de sincretismo, como
los oficiantes de la GFU, en las enseñanzas de Sai Baba, trasmitidas por
discípulos fervorosos, en las sesiones ofrecidas por un recién egresado del
grado 2 de reiki –el que siempre ha estado donde las papas queman, desde
vendedor de equipos Betamax, contador de cuentos con acompañamiento musical,
experto en terapia gestáltica, activo sufí y ahora exportador de nuevos vinos
chilenos – profesores de yoga que impartían verdades absolutas en materia de
alimentación e instructores de tai chi, expertos en filosofía china, pero nunca
pude obtener el resultado esplendente que ofrecían, lo que me ha convencido de
que carezco de fe.
Pero sigo buscando.
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Para hacer diligencias en los
alrededores, compras, reuniones, etc, uso ropa de casa: jeans de supermercado,
zapatillas corrientes, blusa, sweater o parka. La gente en la calle anda vestida igual,
se ve fea igual, descuidada, cómoda, igual. Creo que si todos vistiéramos con cierto
esmero, la geografía callejera no se vería tan aburrida. Pero ¿vale la pena? Estoy
consciente de que una viejecilla de 80 debiera disfrazarse de tal. Al menos,
respondo al prototipo en las blusas, tienen unos 30 años por lo menos.
A veces, como especial
concesión, me pongo unos aros de clip - que me molestan - y botines.
Pero, a pesar de mi guardarropa
de harapos, me siento de veras miserable si no ando con mi viejísima cartera
café de cuero. La que SIEMPRE he usado. No es la misma, por supuesto. Ha sido nueva alguna
vez, ha fallecido de muerte natural al cabo de los años y ha sido
convenientemente reemplazada por otra similar. Pero, una de cuero sintético me
haría sentir la autoestima a varios pisos por debajo del metro.
Por suerte, ahora las calles
lucen algo distinto, chicos y chicas haitianos, generalmente altos y esbeltos,
esos, que se pongan lo que se pongan, se ven bien.
Detrás de la mollera, flota
el vago recuerdo de las mujeres de mi
familia y de mis antiguas amigas, jamás vi a ninguna deambular por la calle con
una facha como la mía.¿
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