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General: Diario de vida
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Respuesta  Mensaje 1 de 91 en el tema 
De: Laura Frias  (Mensaje original) Enviado: 12/10/2015 22:32
 
Hace un tiempo, Vilma reclamó que no escribíamos, ni comentábamos y estaba aburrrida. Supongo que el sentimiento es compartida por los demás. Si se trata de escribir, nada más fácil que hacer algo parecido a un diario de vida, o sea, ir anotando los aconteceres diarios (aunque sean una lata).
Por mi parte, yo escribí una especie de memorias de la infancia, titulada "De memoria" y otro de la juventud hasta 1973, que se llamóp "Huellas en el aire". La primera se las di a leer a  mi amiga más antigua y a la más reciente. La antigua, (de 80 años) me dió a leer unos poemas románticos que había escrito en la juventud y la reciente, de 30, apareció con una botella de vino y ¡8 diarios de vida! Le dimos el bajo a la botella mientras leíamos los diarios.
Me encantaron.
No siempre son tan inofensivos. Cuando le regalé el segundo tomo a mi media hermana, me quitó el saludo hasta el día de hoy. Y eso que me cuidé de ser en extremo objetiva, sin poner opiniones de mi cosecha.
Les propongo escribir asuntos personales, reflexiones, lo que sea, con tal de que sean palabras propias.
¿Que les parece?
 
 


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Respuesta  Mensaje 77 de 91 en el tema 
De: diana72 Enviado: 21/01/2016 15:29
 Y tengo otro PLOP morrocotudo !
una de mis hijas compró otra casa como regalo para su pequeña quinceañera.  No quería tenerla desocupada, tampoco quería arrendarla, eso le inspiraba temor ... cuando vendí mi casa, me fui a vivir allá. Es una agradable y cómoda casa. Todos los dias me esmeraba en mantener el jardin en condiciones, regando y limpiando sus hojas marchitas. Estuve un año y me vine de nuevo a la Calera. Mi hija le pasó la casa a un nieto mío para que la usara gratis, con su familia. Bueno, todo bien. Pero, un día, supe que su esposa, arrancó todas las plantas !! Hasta el día de hoy no entiendo cómo hizo eso, en una casa que no es suya ! No pensó en el gasto de jardinero, la compra de las plantas, la dedicación en cuidar del jardin, nada le importó ! y, lo peor es que no pidió parecer a la dueña. Mi hija no se sintió sorprendida, sino choqueada por esto. Pero, yo soy la que al pasar de los días sigo rumiando mi descontento ante la acción.  Me siento como condorito. 



Respuesta  Mensaje 78 de 91 en el tema 
De: vilma1 Enviado: 21/01/2016 18:31
Ja ja ja,  DIANA QUÉ ESPANTO!!!!!...ME DA UN PATATUN SI ME OCURRE ESO, . ESTA GENTE JOVEN SON TAN DESUBICADOS E IGNORANTES,  NO SABEN EL COSTO DE HACER UN JARDÍN,  NI TAMPOCO LOS AÑOS QUE HAY QUE CUIDARLO PARA VERLO CRECIDO,  
DIANA LOGRASTE TENER NUEVamente JARDÍN? 

Respuesta  Mensaje 79 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 22/01/2016 00:56
¡Qué frustración! Y justo me recuerda a una de mis nietas. Cierta vez comentó que si pudiera elegir, pavimentaría totalmente el patio de la casa de su madre a fin de aprovecharlo para hacer fiestas, asados, jugar, etc. y no tener el trabajo de cuidar las plantas. Hay gustos para todo.

Respuesta  Mensaje 80 de 91 en el tema 
De: diana72 Enviado: 22/01/2016 15:01

VILMA. ahora tengo plantas en macetero, verlas crecer y el brillo de sus hojas, me alegra los días ...
Laura, cierto, a mi nieto y su esposa les encanta tener sus sábados con grandes asados y muchos amigos" . Igual me parece de patudez su acción ya que la dueña de la propiedad, no es su mamá ni abuela, sino su tía, quien les presta su casa confiando en que queda en buenas manos. En fin, se ven cosas peores !!

Respuesta  Mensaje 81 de 91 en el tema 
De: diana72 Enviado: 25/01/2016 14:29
Todavía no sé , pese a tantos años vividos, qué es mejor : dejarse llevar por impulsos, llevando por delante a lo que se interponga, o, medir las acciones respetando el derecho de los otros aunque duela? 
Disfrutar" de la vida sin tropiezos y no perderse de innumerables situaciones gratificantes,  pero con remordimientos?  Viví muchas situaciones límites y no sé qué hubiera pasado si hubiera dejado que la locura ganara en mis decisiones. 

Respuesta  Mensaje 82 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 26/01/2016 13:57

El sábado fuimos invitadas al cumpleaños de una amiga y compañera, que estimo mucho. La conocí hace años, al llegar a esta lejana comuna.

 Es una mujer pequeña, ágil, de una energía envidiable. Una de sus aficiones es la cocina: se ha dado maña para aprender y practicarlos estilos gastronómicos de varios países. Toda la tarde y hasta la noche estuvo ella moviéndose de un lado a otro, sirviendo sus exquisiteces, aceptando a medias la ayuda ofrecida. Todos los años, para Navidad nos regala a cada uno del grupo de teatro del que formamos parte, un objeto hecho por sus manos con la técnica aprendida en el año. Ha sido el motor del nuestro y otros grupos sociales.

Se dedica a toda nueva empresa con un entusiasmo que contagia. Cuesta imaginarse que una de sus rodillas se ha fracturado dos veces, y tiene una prótesis, a pesar de lo cual camina y camina en sus diarias actividades.

Nació y se educó en Valparaíso,  hasta que se casó con su primer amor, un periodista. A sus numerosos hijos no les leía cuentos: se los inventaba. Más tarde, los escribió por afición. Su vida transcurrió dedicada a un ideal. Pero no fue precisamente tranquila y pacífica: llegó aquel 11 de septiembre, su marido periodista fue violentamente apresado y se vio de pronto, subida a un avión con lo puesto y llorando a mares porque sus hijos quedaban en Chile. Tuvo que enfrentar la vida en un país lejano, cuyo idioma no conocía, pero que la recibió con generosidad, como a tantos otros. Más tarde y para su tranquilidad, sus hijos pudieron reunirse con ella. Pero se mantenía la horrible incertidumbre por la suerte del padre. Al fin llegaron noticias: había sido liberado. Al igual que todos los detenidos de la época, fue torturado y violado, pero pudo reunirse la familia cuando les fue permitido regresar. Han pasado los años, pero la marcha no se detiene; él es un activo dirigente de su gremio y está preparando un libro sobre el movimiento estudiantil, ella preside su junta de vecinos y ha obtenido logros importantes para su gente a través de trabajo y perseverancia. La casa de ambos es una especie de refugio para todos, allí se encuentra siempre lo que se busca, una palabra amable, comprensión, compañía, impulso para seguir adelante.

La pintura que me regaló este año dice:

“Guarda siempre estas frases en tu mente:

Yo quiero

Yo puedo

y soy capaz”.

Cumplió activísimos 82 años.

 


Respuesta  Mensaje 83 de 91 en el tema 
De: vilma1 Enviado: 26/01/2016 21:53
¡QUE LINDA Y DOLOROSA HISTORIA!!!!...LAMENTABLE TODO LO SUFRIDO, RAICES FUERTES DEJARON EN ELLA¡¡¡¡ ¡SU HERMOSO CRECIMIENTO COMO PERSONA!!.
¡¡¡DIOS LA BENDIGA!!!!!

Respuesta  Mensaje 84 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 13/03/2016 16:29

Bullying

Todavía conservo la marca del primer bullying a los 3 años: una cicatriz en el labio superior, del mordisco que me dio el Bully, el bulterrier de mi tío. En su defensa, aducen que lo tiré de la cola.

Pero los adultos también lo hacen. En mi último trabajo, había un tipo insoportable. Cuando salía “a terreno” en un vehículo de la empresa, solía sacer la cabeza por la ventana para gritar piropos insultantes o simples garabatos a las mujeres que veía.  Le hacíamos ver que su comportamiento estúpido podía actuar como boomerang: el vehículo llevaba el logo de la empresa y las ofendidas podían denunciar el maltrato. Pero era impermeable. Decía impertinencias a todos. Recuerdo que, delante de visitas en la oficina, increpó a una compañera porque se le veían un poco las raíces canosas de su pelo teñido. Gozaba revelando intimidades de otros. A su misma jefa se hacía salir canas verdes. Si todavía lo soportaban, era porque, en sus ratos buenos, podía ser simpático. Hastiada por su comportamiento, una mañana lo agarré del brazo y recorrimos ida y vuelta la cuadra y media del camino entre las dependencias de la fábrica, mientras le advertía que su proceder había llegado al punto de lo inaceptable. Se deshizo en disculpas y pidió que le advirtieran cuando se “portaba mal”, como si fuera un niño chico.

Pero de nada sirvió. Comencé entonces a hacerle caricaturas y se las dejaba afirmadas en su calendario de escritorio. Las miraba y de inmediato las arrancaba para tirarlas al papelero. Seguí haciéndolo. (su cara era sumamente apropiada: gorda, de redondos ojos azules sorprendidos y escaso pelo, labios fláccidos). Los demás comenzaron a hacerle bromas un tanto pesadas.

Se produjo un cambio.  Al parecer, su energía vital lo abandonó. El, que gozaba molestando a los demás, se vio de pronto impedido de hacerlo y no lo soportó. Al cabo de unas semanas, enfermó y murió. ¿Fue casualidad? Nunca lo sabremos-

 


Respuesta  Mensaje 85 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 23/03/2016 14:32

De la salud y sus oficiantes

Primera  parte                                                                                                                                                                                                                                           

Prefiero ser rico y sano que pobre y enfermo. (Werner) Eso dijo, mirándose reflexivamente en un enorme y suntuoso espejo. La frase nos hizo reír a todos y lo sobrevivió.

 

       Temprano en la vida comienzan las tribulaciones causadas por las tropas de asalto de variadísimos orígenes que intentan apoderarse de un cuerpo y un alma apenas defendidos por un ejército regular de irregular eficacia.

         Mi primer encuentro cercano y recordable con los oficiantes de la salud ocurrió en el Hospital Militar, antes de su remodelación. El único lugar apreciable en el conjunto lo constituía el jardín que, a pesar de haber sido trazado en forma marcial y aburrida como ocurre en todos los espacios vegetales creados por ese tipo de gente, tenía en su centro un estanque de agua turbia, erizada de rígidos papiros y habitada y recorrida por peces anaranjados. Cuando había que esperar turno, me sentaba en el borde y seguía sus intrigantes movimientos ondulados. Especialmente me asombraba la extraordinaria rapidez con que los peces infantes esquivaban los obstáculos, sin estrellarse jamás con ellos. Otros se detenían de pronto y parecían permanecer indecisos moviendo sus aletas, en busca del rumbo perdido. Algunas veces les guardaba migas de pan y se las tiraba para que todos aparecieran a disputarse el trofeo.

         Llegaba el momento de comparecer ante el pequeño doctor Kaplan, quien, después de revisarme, me hacía mostrar la dolorida garganta. Finalmente  fui operada de las amígdalas, pero me advirtieron que no me las habían extraído, sino “podado”, lo cual me pareció muy extraño, ya que si así fue, se supone que crecerían de nuevo y me hizo concebir esperanzas que tal cosa ocurriera con cualquier extremidad, como la cola de las lagartijas. Pero este médico hacía poco caso de mi persona; en cambio se dedicaba a conversar largamente con mi madre.

         La segunda oportunidad fue en la calle Marín, a pasos del Colegio  Santa Úrsula, y fue con un médico redondo como una bola, rosado y fresco de piel, de optimismo inquebrantable, que se negaba a admitir la existencia de cualquier enfermedad, pues lo habría considerado un ataque a su eficacia. Se apellidaba apropiadamente Barriga. La única causa de inquietud que sentía en el tiempo de mis 8 a 10 años, era que, invariablemente, las polleras dejaban ver mi rodilla izquierda en mayor extensión que la derecha, siendo que la modista que las creara juraba y rejuraba por la Torah, que la medición había sido perfecta. Expuesto el problema a la probada sapiencia del galeno y rogándole que se sirviera medirme las extremidades para comprobarlo, éste hizo temblar su amplia circunferencia por las carcajadas que lo sacudieron. Se negó rotundamente a admitir cualquier anomalía de longitudes, con la misma expresión que había usado mi madre:

-             ¡Pero cómo se le ocurre, mijita!

         Fue solo 35 años más tarde, que ante un fuerte ataque de lumbociática, un médico comprensivo, escuchó, midió y comprobó una diferencia de 2.1/2 centímetros entre ambas extremidades, ya en precaria condición a esas alturas del calendario. (Continuará) 


Respuesta  Mensaje 86 de 91 en el tema 
De: ANNY 42 Enviado: 08/04/2016 13:07

Respuesta  Mensaje 87 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 09/04/2016 00:44

         Mi abuela tenía un sobrino urólogo, especialidad que nunca calzó con sus variados males y un sobrino político especialista en enfermedades pulmonares, las que tampoco padeció. El primero era –bueno, es hasta la fecha – Raúl Dell’Oro Serra, un tipo alto, delgado, enérgico, -casi hiperkinético- de voz fuerte, ademanes amplios, pasos largos y opiniones definitivas. Nunca pude emitir una frase completa en su presencia, porque era interrumpida de inmediato. Me gustaría haber presenciado sus clases en la escuela de medicina de la Católica, para comprobar si mantenía el personaje en acción ininterrumpida. El segundo se llamaba Alberto Lucchini Albertalli y era cuñado de Raúl. No podían ser más diferentes. Lucchini se mostraba siempre amable y correcto, lucía una figura algo rellena, coronada por una cara sonriente,  sus gestos eran pausados y el oído paciente a la opinión ajena  Era también profesor en la misma escuela. Cuando ya ambos se habían casado y obtenido su primera descendencia, llegó el momento para que todo el Santiago que habitaba los barrios de Alameda abajo, desde Ejército, Vergara y otros hasta los alrededores de la Plaza Brasil, emprendieran la hégira de sus vetustas moradas en pos del mejor aire y menor aglomeración del barrio alto. Primero se trasladó el matrimonio Dell’Oro Lucchini, quienes llevaron consigo a doña Julia Serra – madre y suegra -con su piano. La nueva casa tenía algunas características que recordaban la antigua, un aire de reminiscencia en la pintura gris perla de los muros, bordeados por molduras en marfil. Los dos niños de ese entonces, Mario Alberto y María Graciela parecían la justa encarnación del estereotipo del niño perfecto. Tranquilamente sentados, sin interrumpir ni menos pretender llamar la atención de nadie, su presencia recordaba los ángeles de la guarda de los libros infantiles. Puede que sólo se tratara del comportamiento presuntamente destinado a las visitas, aunque la predilección mostrada por doña Bice al joven Mario Alberto de años después, indicaba que la imagen primera se ajustaba a la realidad.

         Llegó el turno de visitar la nueva casa del matrimonio Crespo-Dell’Oro.  Al ver a Raúl por primera vez fuera de la casa de su madre, me sorprendí al notar que todo su autoritarismo quedaba olvidado en el ámbito doméstico ante  dos o tres energúmenos de corta existencia que gritaban, se golpeaban y trepaban por la extensa anatomía paterna, seguidos por su mirada permisiva (¿o resignada?) El Raúl que conocía de tantos años no tenía nada que ver con este padre orgulloso, que se dejaba usar como campo de juego por sus descendientes y que nos mostraba fotografías de los nenes cuando más pequeños, como lo haría cualquier hijo de vecino. Puede que el cambio fuera inspirado por su mujer, Olga Crespo, de carácter decidido, acostumbrada a manejar dinero e invertirlo en negocios de éxito, personaje poco apto para una actitud pasiva. Lo cierto es que eché de menos al Raúl confrontacional y agresivo de intercambios anteriores, tan parecido a los personajes algo sobrados que interpretaba el actor Vittorio Gasman en sus años mozos.

         Más tarde, cuando llevé a mi abuela a su consultorio porque se sentía enferma, éste no le hizo caso a sus dolencias.

-Usted tía, debería darse con una piedra en el pecho. Está viva, lo que es mucho decir a sus años.

Éstas fueron sus consoladoras palabras. En ellas latía el oculto rencor por la muerte de su madre, ocurrido dos décadas antes.


Respuesta  Mensaje 88 de 91 en el tema 
De: diana72 Enviado: 16/04/2016 15:46
Claramente Laura, las palabras "reconfortantes" que nos dedican a veces algunos, sobre a como nos vemos, deberían quedar apenas en su pensamiento, ya que su escasa visión no les permite ver el trasfondo. A veces las dolencias corporales no son nada ante el punzante dolor que nos hace sentir la indolencia de los cercanos. Pero, nada que hacer, es la eterna distancia que separa las generaciones. La cercanía(de verdad) y la empatía, desaparecieron.

Respuesta  Mensaje 89 de 91 en el tema 
De: ANNY 42 Enviado: 16/04/2016 18:36
Considero una aberración estas palabras, si es capaz de decirlas a una dama mayor, que puede esperar un varón con cáncer que llegue a sus manos, no me gustaría conocer su diagnóstico, le dirá de una que prepare su funeral
Por ser mayores no quiere decir que no tengamos sentimientos, y no tengamos la fuerza y la voz para exigir respeto.
Creo querida Diana que la cercanía y la empatía de los más cercanos, depende de nosotros no permitir que desaparezca.  

Respuesta  Mensaje 90 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 24/04/2016 02:00

  (Continuación saltada, porque había demasiado material con el tema)      

   El ejemplar más pintoresco que conocí, era miembro del staff de un consultorio de Maipú y era seguramente la base de un personaje que interpretaba Andres Rillon en un programa de la televisión local. Fui a consultarlo, porque su nombre figuraba en un convenio que tenía mi empleador para el personal. El médico seguramente había conocido tiempos mejores, parecía abandonado de la memoria, amén de los más precarios conocimientos de la profesión. Me auscultó y dijo escuchar unos ruidos de algo así como un rodamiento suelto y me endilgó una orden para electrocardiograma con diagnóstico de insuficiencia cardíaca. Estuve algunos días pensando en redactar mi testamento y meditando cómo se nos va la vida, tan callando, hasta que me hice el examen, vi el resultado y me preguntaron con cierta curiosidad el nombre del galeno diagnosticante. Hubo una segunda oportunidad en que lo consulté por dolencias digestivas. Me examinó y luego le preguntó seriamente a la enfermera:

-             Dígame señorita, ¿qué tengo que recetar en estos casos?

-             Pero doctor, usted tiene que saber eso...

-             Usted tiene harta experiencia pues, si lleva tanto tiempo aquí.

-             ¿Se está riendo de mí, doctor? ¿Y qué va a pensar la paciente?

-             ¡Ya pues, no sea mala y dígame qué receto!

Y así siguieron hasta que la enfermera se decidió a nombrar un medicamento supuestamente apropiado. A la salida, vi a dos señoras de edad que venían a buscarlo y preguntaron por él con un aire a la vez preocupado y protector, como si se tratara de un orate aparentemente inofensivo, pero capaz de hacer alguna payasada, si venía al caso. Comenté el asunto con algunos compañeros de trabajo y pude enterarme que el tal doctor W. ya se había hecho famoso como peligro público.

         Más adelante, al continuar con arritmias que me molestaban, acudí a otro de los acostumbrados productos de la U. Católica, cuyo nombre tenía un cierto barniz de prestigio. Curiosamente, no me costó nada conseguir una cita, su disponibilidad era inmediata. Tenía ya bastantes años y un aire vagamente distraído. Su recepción fue extremadamente cortés, comenzó por hacerme algunas preguntas, algunas de las cuales no tenían conexión alguna con la situación a tratar. De pronto, se incorporó como si le hubieran pinchado el trasero y se dirigió de una carrerita a la puerta de entrada al consultorio, se agachó y se puso a mirar por el ojo de la cerradura. Ahí estuvo por un buen rato. Me permití recordarle mi presencia con unas toses discretas, las que ignoró. Finalmente, terminó la inspección y regresó a su escritorio con toda tranquilidad. Luego, mientras estaba tendida en la camilla y me auscultaba, bruscamente dejó la tarea y volvió a enfrascarse en el espionaje del exterior. El asunto terminó por fin y pude retirarme provista de una receta de algunos medicamentos que me merecieron serias dudas y que me obligaron a consultar a otro especialista de más reciente hornada Éste, tras revisar mis exámenes anteriores y la receta del colega, consultó con cierta curiosidad su nombre. Le conté mi experiencia y el médico movió la cabeza como para espantar una idea inoportuna, exclamando:

-¡Y pensar que fue un profesional brillante en su tiempo! Pero yo pienso jubilar antes de llegar a eso.

         De ahí en adelante, comencé por abrigar sospechas tenebrosas acerca de los médicos que parecían sobrepasar el medio siglo. Un oftalmólogo que consulto por años y que ya está en la edad peligrosa, se ha empeñado en operar mi miopía, desalentando el uso de lentes de contacto. La última vez que lo vi, al hacer un comentario sobre stress – los facultativos trabajan generalmente 12 horas diarias – me confesó que últimamente se estaba sintiendo temeroso de las intervenciones quirúrgicas porque las manos le están comenzando a temblar.

        Hasta el momento no he encontrado a ese médico sanador del cuerpo y del alma, ese que logre generar la paz y el entendimiento con uno mismo. Algunos atisbos fulguraron brevemente entre los ademanes de algún maestro de sincretismo, como los oficiantes de la GFU, en las enseñanzas de Sai Baba, trasmitidas por discípulos fervorosos, en las sesiones ofrecidas por un recién egresado del grado 2 de reiki –el que siempre ha estado donde las papas queman, desde vendedor de equipos Betamax, contador de cuentos con acompañamiento musical, experto en terapia gestáltica, activo sufí y ahora exportador de nuevos vinos chilenos – profesores de yoga que impartían verdades absolutas en materia de alimentación e instructores de tai chi, expertos en filosofía china, pero nunca pude obtener el resultado esplendente que ofrecían, lo que me ha convencido de que carezco de fe.

Pero sigo buscando.

 


Respuesta  Mensaje 91 de 91 en el tema 
De: Laura Frias Enviado: 15/05/2016 02:24

Para hacer diligencias en los alrededores, compras, reuniones, etc, uso  ropa de casa: jeans de supermercado, zapatillas corrientes, blusa, sweater o parka. La gente en la calle anda vestida igual, se ve fea igual, descuidada, cómoda, igual. Creo que si todos vistiéramos con cierto esmero, la geografía callejera no se vería tan aburrida. Pero ¿vale la pena? Estoy consciente de que una viejecilla de 80 debiera disfrazarse de tal. Al menos, respondo al prototipo en las blusas, tienen unos 30 años por lo menos.

A veces, como especial concesión, me pongo unos aros de clip - que me molestan - y botines.

Pero, a pesar de mi guardarropa de harapos, me siento de veras miserable si no ando con mi viejísima cartera café de cuero. La que SIEMPRE he usado. No es la  misma, por supuesto. Ha sido nueva alguna vez, ha fallecido de muerte natural al cabo de los años y ha sido convenientemente reemplazada por otra similar. Pero, una de cuero sintético me haría sentir la autoestima a varios pisos por debajo del metro.

Por suerte, ahora las calles lucen algo distinto, chicos y chicas haitianos, generalmente altos y esbeltos, esos, que se pongan lo que se pongan, se ven bien.

Detrás de la mollera, flota el vago recuerdo de las mujeres de  mi familia y de mis antiguas amigas, jamás vi a ninguna deambular por la calle con una facha como la mía.¿

 

 



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