Mateo 8:2-3
“Y he aquí
vino un leproso
y se postró ante
él, diciendo:
Señor, si
quieres,
puedes limpiarme.
Jesús extendió
la mano y le
tocó, diciendo:
Quiero; sé
limpio. Y al
instante su
lepra
desapareció.”
Si, imagine la
agitación cuando
muchos de la
multitud se
esparcían para
alejarse del
camino del
leproso. Algunos
deben haber
hechos llamados
de alerta, otros
haciendo severos
reproches. Pero
aún más
importante,
considere la fe
de ese leproso
mientras daba un
paso al frente.
Sabía que se
enfrentaría al
ridículo o burla,
pero él había
oído de Jesús y
su
fe lo impulsaba
a la acción.
Jesús miró
más alla de la
fealdad de la
condición del
hombre y vio
directamente a
su corazón. En
el corazón Jesús
vio un hermoso
hombre de
fe buscando ser
limpio – El vio
un corazón que
reflejaba el
corazón del
Rey David; “Lávame
más y más de mi
maldad, Y
límpiame de mi
pecado”
(Salmo
51:2).
Nuestros pecados
crean una
fealdad peor que
cualquier
enfermedad de la
piel. El pecado
causa que el
hombre sea
repulsivo ante
Dios y lo separa
totalmente de Su
presencia. Pero
cuando estábamos
en este estado
terminal, “Mas
Dios muestra su
amor para con
nosotros, en que
siendo aún
pecadores,
Cristo murió por
nosotros” (Romanos
5:8).
No importa que
tan mal creamos
que nos “vemos”
– No importa
cuanto
pecado nos esta
cubriendo y
haciendonos
impuros – Jesús
ve directo
dentro de
nuestro corazón.
Ninguna cantidad
de pecado puede
limitarlo a
El de rescatar
aquellos con un
corazón
arrepentido y el
deseo de ser
limpios.
Si hay algo
ahora
causándonos
estar separados
de la presencia
de nuestro
Señor –
cualquier pecado
del pasado,
cualquier
tentación
presente, o
cualquier falta
de obediencia –
debemos
arrodillarnos
ante El y buscar
Su perdón. Otros
podrían dar la
espalda y no
comprender, pero
Jesús
permanece listo
para tocarnos
amorosamente con
sus manos
extendidas y
decir, “Sé
Limpio!“