Crepúsculo: un manual de uso
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Rafael Osío Cabrices osiocabrices@hotmail.com,idanarodriguez@cantv.net |
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Primero, hay que detenerse.
Hay que calmarse y buscar una buena ventana o terraza, un parque desde el cual los edificios o los árboles no impidan mirar hacia arriba o, a falta de algo mejor, un puesto tranquilo en una acera. Habrá que resignarse si un río de carros atraviesa el paisaje y si de él se levanta una humareda de cornetazos e insultos: en la ciudad, el sol cae sobre autopistas atestadas y ánimos que crepitan como brasas, pero igual mutarán los colores en el cielo,y las ciudades que mantienen los pájaros dentro de los árboles se sacudirán en el aire como una sábana que extiende una fuerte lavandera.
Segundo, es imprescindible disponerse a poner atención. Dar permiso a los sentidos para que trabajen a sus anchas. Puedes dejar que los oídos den cuenta de los graznidos del loro de varios pisos más arriba o de la sirena que tres cuadras más allá está atrapada por la cola, o cubrirlos con música para que no los contamine el violento soundtrack de la hora pico.
Respira hondo, que el crepúsculo tiene su propio aroma,como la nuca de una mujer bonita. Entrénate para beberte a grandes tragos la experiencia, que en el trópico anochece rápido.
Tercero, observa. Tal vez ya se vea la luna, mucho más grande que en las horas siguientes, un misterio que no han resuelto los astrónomos. Esas docenas de ventanas en que no te has fijado antes ahora reflejan unánimes el fantasmal violeta que tomó el cielo. Entre las rejas de un balcón, dispara la pistola de plástico de un cazarrecompensas espacial de dos años de edad. Cinco mecánicos de batas azules desgranan un racimo de cervezas. Los murciélagos dibujan veloces espirales en torno a los faroles.
Cuarto, escucha. El silbido con que el muchacho de la Vespa llama a una muchacha de la torre B no es el mismo con que saluda a un amigote en la torre A. La conserje ha encendido una radio de pilas, desde la que se arrastra un bolero de Felipe Pirela. En el piso de abajo, sisea una sartén donde arden tajadas, tequeños, sardinas. Detrás, muy detrás, hay un rumor grueso, indeterminado:
lo componen las actividades de miles de vidas que te tienen rodeado.
Quinto, recuerda. Tu memoria tiene una carpeta de atardeceres, de cuando eras tú el bebé que disparaba y sabía el sabor del metal de las barandas, de cuando te perfumabas con nervios para ir a encontrarte con alguien, de cuando vivías en otro lugar y te parecía que el cielo era distinto a éste (y lo era: cambia todos los días). Piensa cómo el crepúsculo te confronta cada 24 horas con la idea del cambio, la que tal vez sea la idea central de la existencia:
cada uno de ellos es único e irrepetible, y cada vez que ocurre, ocurre frente a nosotros, que en una jornada hemos acumulado nuevas voces y caras, y hemos olvidado algo más. Ellos cambian siempre, y nosotros no podemos dejar de hacerlo, aunque queramos. Así, el cambio es el tópico en el que siempre caen el crepúsculo y tú, cada vez que deciden conversar.
Seis, registra. Una de las personalidades del poeta portugués Fernando Pessoa decía que mejor vida es la vida que pasa sin medirse; mi humilde propuesta es que te aferres al instante, que sigas el camino de esos filósofos romanos o aztecas que cantaban a la fugacidad de las cosas. Intenta grabar el rostro individual de cada atardecer, el modo en que se diluye la oscuridad como tinta en el mar, el punto exacto en que te diste cuenta de que la luz ya había cruzado la esquina.
Ahora viene la noche, en la que no serás la misma persona, sino alguien más lento o más despierto, más sensible o más opaco. La inmensa maquinaria del azar prepara las minúsculas o enormes sorpresas que te lanzará mañana a la cara. En los calderos curados de tu mente, se guisan los sueños cuyo borroso recuerdo te desconcertará al despertarte.
Pero pase lo que pase, sea un día malo o bueno, trágico, venturoso o en apariencia insignificante, habrá otro crepúsculo.
En las horas siguientes, estallarán bombas, morirán selvas enteras, un hombre con poder humillará a un débil y alguien se dará por vencido, abrumado por la maldad del mundo. Pero habrá otro crepúsculo
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