Salmos 51:7: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.”
Escuché de un misionero cuya esposa era muy fastidiosa. Se mudaron a una pequeña choza y ella pronto notó que el piso estaba sucio. Lo primero que la esposa quería hacer era limpiar el piso. Lo restregó una y otra vez en vano, pronto se dio cuenta que ese piso no se podía limpiar. Finalmente alguien le dijo cuál era el problema: ¡Era un piso de tierra! Entre más restregaba el piso, más tierra soltaba. Nunca podremos quitarnos nuestra naturaleza pecadora por más que restreguemos, ya que, al tratar de hacerlo sólo revelamos lo que yace adentro. Detestamos decírselo, mas estamos totalmente podridos por dentro. Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).