Al caer la tarde el calor se hacía insoportable en aquel pueblo de casas grandes, de madera y zinc, propias de la costa. Solamente una suave brisa, con olor a sal y nostalgia, bañaba de frescura el día, cuando el sol moría en el horizonte, en aquella línea delgada y difícil de determinar cuando las aguas del mar se funden con un panorama de nubes azules. Pero no era la incandescencia del final del día lo que le preocupaba. Era un rumor que pesaba sobre él y las siete personas que le acompañaban en el despacho de la Alcaldía.
--Dicen que andan investigando un robo continuado.—comentó el pagador de la caja--: Las autoridades dicen que tienen pistas muy serias--.
--No es nada nuevo—comentó él--. Todos sabemos que alguien aquí es deshonesto--. Volvió a la tarea de escribir en la máquina. Golpeaba las teclas muy duro, como si quisiera pasar del otro lado del rodillo.—Dios permita que cojan al ladrón--.
El comentario invariablemente era el mismo. Unas veces con mayor intensidad que otras, pero invariablemente el mismo comentario.
Un sábado en la mañana --día de mercado en el pueblo-- no soportó la incertidumbre y apenas llegó su jefe, fue directamente a la oficina, tras él. Sus compañeros en la inmensa estancia, solo atinaron mirarle, sin comprender lo que ocurría.
--Deseo aclarar de una vez por todas esta situación—le dijo.
--¿A qué te refieres?—les respondió el ejecutivo, compartiendo su atención entre el empleado y los documentos que debía firmar.
--Que nos investigan. Yo no soy un ladrón. Y deseo que se aclare--, dijo y comprendió, muy tarde, estaba obrando con imprudencia.
--El problema no es con usted. Vaya a su espacio y siéntese. No debe temer nada. Quien debe temer es aquél que obra mal. No dudo que usted es un hombre honrado--, aseguró.
Mientras cruzaba el umbral de la oficina, sintió paz en su corazón. No en vano había obrado con rectitud siempre...
¿Los hechos hablan por usted?
Nuestras palabras y hechos dicen mucho de quiénes somos. Puede que no andemos pregonando por todas partes: "Miren, soy alguien honrado, en quien se puede confiar". Lo que en realidad dentro de nosotros, salta a la vista. Hasta en cosas muy insignificantes que –razonamos—nadie tomará en cuenta.
En nuestra condición de cristianos debemos observar transparencia en absolutamente todo cuanto hacemos. El apóstol Pablo escribió: "Pónganse el cinturón de la verdad y protéjanse con la coraza de una vida recta." (Efesios 6:14, La Palabra de Dios para todos).
La honradez debe hablar por nosotros. Debe constituirse en una impronta, el signo de identificación de quienes profesamos ser discípulos del Señor Jesús.
Si algo ha causado daño al evangelio de Cristo ha sido el mal testimonio de muchos creyentes. Usted y yo, sin embargo, estamos llamados a marcar la diferencia al obrar y pensar de manera tal que honremos al Señor.