Se quedó esperando una carta que nunca llegó. No como en el argumento de "El coronel no tiene quien le escriba", del Nóbel colombiano Gabriel García Márquez. Él no esperaba una pensión sino la misiva del abogado defensor, quien le había prometido antes de partir: "Pronto estaré de regreso. Oportunamente le informaré en un oficio sobre cuándo volveré para ponerme al frente de su caso".
Era su única esperanza aunque era un jurista de oficio, pagado por el estado. Aunque lo habían acusado sin fundamento por un crimen que no cometió, no tenía ni familiares ni los recursos que le permitieran contratar una oficina de abogados para que hicieran un buen litigio, reclamando evidencias de su culpabilidad las que sin duda jamás encontrarían porque era totalmente ajeno a aquél hecho.
Jamás supo si aquél hombre volvió al país, lo que sí descubrió es que la esperanza jamás decae. Lo comprobó cuando veía llegar al hombre que repartía el correo en la prisión, y esperaba que uno de aquellos sobres fuera para él. Pero nunca llegó recado para él. Era como si no existiera.
Cuatro años después, con sinnúmero de noches trascurridas sin que pudiera conciliar el sueño; después de contar una y otra vez el número de barrotes –primero de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha; tras ocupar hasta el último espacio libre que tenían las paredes en las que consignó—en letra menuda y delgada—todas sus expectativas, le llamaron para notificarle que revisarían su caso.
Está libre. Comenzando una nueva vida. Le agradece a Dios—de quien nunca se olvidó—que alguien se acordara de él y decidiera revisar su caso. Por eso cada vez que ve pasar al hombre del correo por una avenida, recuerda los días que pasó en espera de una encomienda.
¿A quién acudir?
Cuando atravesamos una situación de crisis, la primera idea que atraviesa por nuestra mente es: ¿A quién acudir? Revisamos en silencio la lista de posibilidades y los nombres de quienes creemos, podrían extendernos la mano.
Lo doloroso y triste a la vez es cuando comprobamos que la mayoría eran amigos en tanto teníamos poder, posición económica, estatus social, político o religioso. Cuando no hay nada que puedan asociar como "valioso", nos abandonan. ¿Le ha ocurrido? Sin duda que sí.
En circunstancias así es cuando debemos meditar en Dios. Él siempre ha estado con nosotros. Nunca nos abandonó. Quizá nosotros nos olvidamos de Él, pero Él no lo hizo con nosotros. En todo momento estuvimos en su pensamiento.
El salmista expresó al Padre su gratitud por ese apoyo permanente: "SEÑOR, me regocijaré y me alegraré por tu fiel amor porque fuiste bueno conmigo cuando veías que yo sufría. Tu le diste importancia a las dificultades por las que yo estaba pasando." (Salmo 31:7, La Palabra de Dios para Todos).
Probablemente atraviesa un momento difícil. Considera que está solo. Nadie le comprende. Sus amigos se fueron. Se siente abandonado a su suerte. Hoy es el día de que vuelva su mirada a Dios. Él obrará poderosamente para sacarle de ese estado de desasosiego. Vaya a Él en oración, con fe, sin dudar. No quedará defraudado.