Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”
2 Corintios 4:17 y 18
La voz de Pablo es la voz de un hombre experimentado en las cosas de Dios. Es esa experiencia la que lo avala como maestro de las verdades espirituales. Fueron tantas y tan extremas las situaciones que vivió en su servicio al Evangelio que, ya asentado desde la madurez que dan los años, podía con toda autoridad enseñar a sus lectores. Prestemos atención a la sabia manera para definir a los problemas de la vida diaria. Emplea el término tribulación, una palabra latina cuyo significado es presión. Y la enmarca entre dos adjetivos. Leve, dándole una consideración de pequeñez e insignificancia, y momentánea, dando la idea de algo pasajero. ¡Cuánta sabiduría de Dios en este hombre de Dios! No cede a la tentación de agigantar los malos momentos con expresiones dramáticas y apocalípticas. No se deja llevar por el facilismo de la queja o la amargura. Muy lejos de eso, si bien no deja de reconocerlas como presiones del diario vivir, de inmediato las pone en su justo término. Leves,, nos dice, esto es, soportables y momentáneas, agrega, como diciendo, ya van a pasar. La óptica de Pablo no era la de un hombre común. Él ponía sus ojos, su mirada, su esperanza, en el cielo, en las cosas invisibles y gloriosas de Dios. En otras palabras, el apóstol nos enseña que nada, absolutamente nada en esta vida, le puede robar la alegría y las ganas de vivir a un hijo de Dios.
Amigo de las mejores palabras, este mensaje no busca minimizar tu preocupación, lo que pretende es minimizar al problema mismo. Poné tus ojos en Dios, entregale tu vida a Jesucristo. Poné tu mirada en las cosas del cielo, y ponto, muy pronto, te estarás riendo de tus problemas
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