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General: Josué 14:11
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Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar” Josué 14:11
Estas son las palabras pronunciadas por Caleb, el heroico compañero de Josué en la conquista armada de la tierra de Canaán. De ellas deducimos un carácter valeroso y decidido. Nos pintan el retrato de un soldado dispuesto a dar pelea hasta la obtención de la victoria. Son la expresión de quien ha esperado durante largo tiempo el momento de recibir la recompensa a tantos años de lucha. Caleb habla a Josué para reclamar lo que décadas atrás Moisés mismo le había prometido. Y este hombre de guerra se presenta, no como un anciano vencido por el paso de los años. Nada de eso. A pesar de cargar sobre sus espaldas más de ocho décadas, las fuerzas de aquel hombre estaban intactas. Si es necesario, esto es lo que dice, si tengo que seguir desenvainando mi espada hasta obtener lo que es mío, lo haré, pues mis fuerzas son las mismas que las de mi juventud. ¡Tremendas palabras salidas de la boca de este “joven” de 85 años! ¿Cuál era el secreto de aquel guerrero? ¿Qué extraña fuerza lo sustentaba para conservar intactos los bríos juveniles? El secreto es que Caleb tenía un sueño por el cual pelear. En su bravío corazón ardía el fuego de una promesa hecha por Dios para él y sus hijos. Un premio más que merecido para tantos años de fiel servicio al pueblo del Dios viviente. El relato bíblico nos enseña que Josué accedió gustoso a entregar a aquel valiente la tierra que se le había prometido. Al fin, después de largos y trabajosos años de peregrinar por el desierto, y de luchar ferozmente contra sus enemigos, el guerrero recibía el cumplimiento de su promesa.
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