La vida se hace sorbo a sorbo,
paso a paso y día a día. Se hace saboreando a Dios, caminándolo a lo
ancho y a lo largo, mirándolo a través de sus colores oyéndolo a través
de sus sonidos, notando su perfección y profundizando en su luz.
La vida se hace trabajando en
su siembra, sembrando y cuidando su palabra, como jardineros de sus
flores como narradores de sus prodigios... como Él manda hacerla.
La vida se hace agitando el
mundo que llevamos dentro y descubriendo el mundo que llevan los demás.
Se hace respirando a Dios con la fuerza de la naturaleza con la
sabiduría de Su gracia y con el impulso de sus pisadas, que van tras de
nosotros para que no perdamos el camino ni se nos apague la luz.
La vida se hace sufriendo, pero sin apagar nunca esa vela encendida que es la fe. La vida se hace amando, porque el amor tiene tanto que hacer en el mundo, que no da tiempo para odios ni rencores.
La vida se hace en el espacio
de lo cotidiano, en pequeños trozos de cada día, en ratitos que
encendemos de pasión, en vuelos que se emprenden con besos y sueños. Velar y dormir, soñar y despertar, llorar y reír, creer y dudar, caer y levantarse: eso es hacer la vida.
La vida no se hace para
lucirla, ni para exhibirla, en un escaparate de vanidad, llena de focos
de colores. La vida se hace en el recinto íntimo, en ese taller de
abeja trabajadora que llevamos dentro, en ese aguijón que extrae y
regala, que profundiza y endulza.
La vida se hace en el trabajo
con esfuerzo silencioso, efectivo, constante, devoto y masivo. Un
esfuerzo que abre surco para que no deje de producir.
Hacer la vida no es diseñarla
a nuestro antojo, ni coserla a nuestro capricho: es estar siempre en
las puntadas de su tela y en el estambre de su tejido.
Hay que caminar la vida,
porque es la única manera de llegar. Ir resolviéndola con la lógica,
pero emocionándola con el espíritu y calentándola con el corazón.
La vida se hace cuando das la
mano y transmites una corriente, cuando das una sonrisa y cuelas la luz
cuando das un beso y cierras los ojos.
Se hace cuando te das a ti mismo y parece que concentras el universo en tu corazón. La
vida se hace en el espacio de tu mundo y donde se libran las batallas
de los demás. Se hace en el horizonte de ti mismo y donde vuelan los
sueños de los otros, en la siembra frondosa de tu tierra y en la raíz
raquítica del huerto ajeno.
La vida se hace de regalo, sin seleccionar, preguntar, ni escoger. Simplemente se da.
“Déjale a Dios el balance de lo que vas a recibir, pero recuerda que de generosidad, esfuerzo y entrega, se hace la vida”
D/A

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