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General: Los gritos incesantes de ¡Viva la Independencia Mexicana!
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 16/09/2010 00:46
Los gritos incesantes de ¡Viva la Independencia Mexicana!
Pero á medida que avanzaba sus filas se engrosaban con innumerables voluntarios. Los gritos incesantes de ¡viva la independencia! ¡viva la América! ¡mueran los gachupines! arrojados por la tropa que salió de Dolores, atronaban los montes y los valles y sorprendían á los trabajadores de los campos vecinos, que suspendían sus faenas para ver pasar aquella multitud desordenada y ruidosa; á poco, cuadrillas enteras de peones, de uno y otro lado del camino, corrían á unirse á la columna y no tardaban en unir sus gritos á los de la tropa de Hidalgo. De las haciendas y ranchos vecinos al camino salían hombres á caballo que se incorporaban también, formándose así rápidamente una fuerza de caballería, armada de machetes, lanzas y espadas, pues muy pocos llevaban carabinas y pistolas; las gentes de á pié, por un instinto de disciplina, se juntaban en grupos que precedían los capitanes de cuadrillas y ataban en carrizos pañuelos de diversos colores que desplegados al viento servían de enseña á cada una de aquellas pequeñas secciones. Esta era la infantería del improvisado ejército, cuyas armas consistían en palos, flechas, hondas, lanzas, y los mismos instrumentos de labranza que momentos antes servían á los peones en los pacíficos trabajos del campo. Muchos llevaban consigo sus mujeres é hijos ; los que quedaban en los caseríos y esparcidos por los campos se aprestaban á reunirse poco después con sus hermanos y parientes; las mujeres y los niños pugnaban por seguir á los jefes de familia; quedaban los perezosos bueyes uncidos á su coyunda y abandonados por sus guardianes en medio de las tierras á medio labrar; las chozas se cerraban, porque sus moradores, llevando á cuestas su pequeño haber, corrían á unirse al ejército de los independientes, y así, engrosado á cada momento, en medio de nubes de polvo y ensordeciendo los contornos con sus gritos y sus vivas, llegó en las últimas horas de la tarde al santuario de Atotonilco. Este entusiasmo patriótico, irreflexivo si se quiere, pero espontáneo, súbito, inmenso, fué reconocido y confesado por las mismas autoridades realistas. El intendente Riaño, algunos días más tarde, escribía al virey Venegas lo siguiente: uLos pueblos se entregan voluntariamente á los insurgentes: hiciéronlo ya en Dolores, San Miguel, Celaya, Salamanca, Irapuato; Silao (alcoseri)está pronto á verificarlo. Aquí (Guanajuato), cunde la seducción, falta la seguridad, falta la confianza. Yo me he fortificado en el paraje de la ciudad más idóneo, y pelearé hasta morir si me dejan con los quinientos hombres que tengo á mi lado... ^n El alcalde Ochoa, con fecha 22 de setiembre, escribía desde Querétaro al virey: Por los principales individuos de Celaya que buscando asilo se han venido aquí, se ha sabido lo acaecido en aquella ciudad, y que los mismos excesos cometen en los pueblos y haciendas, en los que por la persuasión y el dinero que ofrecen de lo robado, procuran seducir y hacer de su partido d la gente incauta, sencilla é inocente, cual es la del campo, pueblos y aldeas. n Y el mismo funcionario tres días después decía lo siguiente : « De día en día se les van aumentando muchas gentes, unas por temor y otras de grado ^.h Faltaba hasta allí una bandera al naciente ejército. Hidalgo había meditado seguramente sobre esto, pues que antes de salir de Atotonilco tomó de la sacristía del santuario un cuadro de la Virgen de Guadalupe, y haciendo que un soldado la llevase pendiente de una asta, al frente de la tropa ^, excitó grande entusiasmo en todos los que le seguían, y desde entonces unieron á sus gritos de guerra el de ¡viva la Virgen de Guadalupe! Esa invocación fué una feliz idea del caudillo de la independencia, pues que esa imagen, que la habilidad de los primeros sacerdotes de la colonia había dado por aparecida en las colinas de Tepeyac, representaba en cierto modo la nacionalidad mexicana; «era una Virgen indígena, dice un biógrafo del Padre de la independencia, era un enviado directo de Dios á los descendientes de los vencidos, y que no recordaba ninguna escena de sangre y de martirio como los dioses importados de Ultramar. Hidalgo comprendió, y con razón, que convertir á la Virgen de Guadalupe en símbolo de su causa, era tanto como oponer al poder español de tres siglos, tres siglos también de lágrimas, de preces, de esperanzas; equivalía á convertir toda la población indígena en un solo combatiente •." El cuadro de la Virgen de Guadalupe tomado del santuario de Atotonilco, fué desde entonces el lábaro del ejército independiente. Entretanto en la inmediata villa de San Miguel el Grande cundía la zozobra entre los muchos españoles en ella avecindados y también en gran parte de sus pobladores, asombrados de la nueva del levantamiento, llevada primero por un mozo que envió á toda prisa el administrador de la hacienda de Santa Catarina, y luego confirmada por el español Peniche, á quien Allende ordenó en la hacienda de la Frre que se presentase en la villa al jefe Camúñez y le recomendara que no hiciese estéril resistencia á los independientes. Por un momento los españoles de San Miguel, en número de cuarenta, pensaron en defenderse á mano armada, pero consultando sobre el particular con el coronel don Nicolás Loreto de la Canal, que mandaba el regimiento de la Reina, éste les manifestó con rudeza militar que no podía contar con sus soldados, sometidos como estaban á la influencia de Allende; que era de suponerse que apenas se presentase éste todos volarían á ponerse de su lado, y que lo único que estaba á su alcance era interponer con Allende á su favor toda su amistad, y no su autoridad, la que creía haber cesado desde el momento en que se dio la voz de independencia. Esto no obstante , los españoles se reunieron en las Casas Consistoriales decididos á sufrir juntos la misma suerte. Era ya de noche cuando los cinco mil hombres que componían el ejército entraron en San Miguel en medio de las entusiastas aclamaciones de los vecinos de la villa, á las que respondían los soldados de Hidalgo con los vivas que desde la mañana de aquel día habían atronado los aires y con el que acababan de adoptar en Atotonilco: ¡viva la Virgen de Guadalupe! Allende hizo conducir á los españoles aprehendidos en Dolores al colegio de San Francisco de Sales como edificio á propósito para resguardarlos de todo atentado de la excitada muchedumbre, y acto continuo se dirigió á las Casas Consistoriales con el objeto de aprehender á los que allí se habían congregado. En la puerta del edificio halló al cura don Francisco Uraga, al presbítero Elguera y á otros eclesiásticos que le suplicaron, en el concepto de ser indispensable la aprehensión, que ésta se efectuase en el mejor orden posible, sin que fuera preciso el derramamiento de sangre. Así lo prometió el caudillo, y forzando la entrada del edificio y obligando á los que estaban en la sala de cabildos á que abriesen la puerta, les dijo lo siguiente: "Ni yo ni mis compañeros en la empresa tratamos de vengar agravio alguno personal, sino de sustraernos de la dominación extranjera, para lo que es absolutamente necesario aprehender á ustedes sin que nadie sea capaz de hacerme variar de esta firme resolución; pero al mismo tiempo les aseguro que mientras yo viva no sufrirán otras molestias que las del mero arresto; pues en cuanto á sus personas, familias é intereses , yo me encargo de su seguridad y conservación. n Presente el coronel La Canal, manifestó á su vez que desde la mañana de ese día había entregado el mando de su regimiento al teniente coronel Camúñez y que por lo mismo carecía de toda autoridad, pero que dados los antecedentes de Allende debíase confiar en sus promesas, después de lo cual los españoles entregaron las armas que tenían en sus manos y se dieron, prisioneros , siendo llevados al colegio de San Francisco de Sales, donde estaban ya los de Dolores, quedando unos y otros á las órdenes y bajo la vigilancia del capitán Aldama. Apenas terminada la traslación de los españoles de las casas del cabildo al colegio, un hombre de los que habían entrado en la casa de don Francisco Landeta con el propósito de saquearla, apareció en uno de los balcones gritando: ¡viva la America y mueran los gachufinest! y al decir esto arrojaba monedas de plata á la multitud agrupada en la parte exterior. El historiador Alamán afirma que aquel hombre era el mismo cura de Dolores: u Hidalgo desde el balcón de la casa de Landeta tiraba al pueblo las talegas de pesos gritando : — ¡Cojan, hijos, que todo esto es suyo! Los criminales que estaban en la cárcel fueron puestos en libertad, y como lo que se hizo en San Miguel con éstos y con los europeos fué lo mismo que se practicó en cuantas poblaciones entraron Hidalgo y los suyos, omitiré repetirlo, dándolo por supuesto.^ Pero este cargo, que con su mala fe y su inquina características hace al jefe de la revolución el oráculo del partido conservador, queda desvanecido por Liceaga, quien asienta terminantemente que en esos momentos, cuando el individuo que apareció en los balcones de Landeta arrojaba dinero á la muchedumbre , el cura de Dolores y Allende, de vuelta del colegio de San Francisco de Sales, presenciaron desde la calle aquel desorden, y que el segundo arremetió espada en mano á los que entraban y salían ocupados en robar dicha casa.
 


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