Arqueometro - 23 mayo 1911 - Carta de LOS AMIGOS DE SAINT-YVES
Hace dos años apenas que nuestro venerado Maestro, abandonando el
mundo visible, ha franqueado la Puerta de las Almas, para unirse por
siempre en el Verbo divino al Alma angélica, que fue siempre, aun
invisible, su sostén y su vida aquí abajo.
La desaparición de este luminoso genio le ha hecho surgir de todas
partes una cantidad de discípulos, y no podríamos sino estar dichosos
por ello, si ciertos de estos convencidos de ayer, exagerando un poco
su celo de neófitos, no intentasen persuadirse a sí mismos, y
persuadir a otros, de que son verdaderamente los depositarios de las
confidencias supremas del Maestro, y de sus más íntimos pensamientos.
Es inútil añadir que todos conocen a fondo el Arqueómetro, cuya
descripción exacta, que nosotros tenemos de la mano misma de su
Inventor, es sin embargo enteramente inédita todavía.
Algunos no vacilan en dar interpretaciones cabalísticas de este
Instrumento de interpretación. Otros, que no se sonrojan de afirmar
conocer los últimos secretos de la Ciencia arqueométrica, prometen
iniciaciones grandiosas y fantasmagorías que no existirán jamás, a
Dios gracias, más que en su imaginación exaltada. Otros, en fin,
apelando a Saint-Yves, libran por todo pasto, a sus lectores,
elucubraciones de un anticlericalismo y de un antipapismo
verdaderamente demasiado rudimentarios e infantiles, dignos a lo sumo
de un subcomité electoral de pueblo o de una Logia de décimo orden
del G.'. O.'., y que hubiesen valido a sus autores, en vida del
Maestro, para ser clavados en la picota por una de estas fustigantes
palabras de las que él tenía el secreto.
Entre los espíritus que leyeron y apreciaron sinceramente a Saínt-
Yves, algunos han podido preguntarse por qué sus Amigos parecían poner
tan poco empeño en defender su memoria. La razón de ello es simple. Un
ser como el que no echaremos nunca lo bastante de menos, no tiene
necesidad de ser defendido; aún cuando muerto en la Tierra, es lo
bastante poderoso para defenderse solo, habiendo dejado tras de sí
suficientes obras inéditas para cerrar la boca a todos los impostores.
La que publicamos hoy es una magnífica prueba de ello. Ella llega en
su momento, en el momento querido y escogido por el Maestro, y
responde como un trueno a todas las demencias propaladas desde hace
dos años bajo el abrigo de su nombre.
Complemento y sello final de las "Misiones", este libro es la
verdadera Introducción al Estudio del Arqueómetro. Nunca, en ninguna
de sus obras anteriores, ha desvelado Saint-Yves, como aquí, el fondo
de su pensamiento intimo; nunca, en ninguna, han sido los Misterios
tan audazmente escrutados por él; nunca, como aquí, se ha revelado él
tan completamente.
No es solamente el genio cristiano, el Renovador inspirado de la
Sinarquía el que reconoceremos; es el verdadero sucesor de los Nabis
antiguos, el último Profeta. Una Dama terrible corre en su obra de
Isaías moderno, tan severa para los Fariseos y los Escribas
contemporáneos como el hijo de Amós lo fue para los Letrados y los
sacerdotes de Judá. Tan aterradoras son sus visiones tocantes al
porvenir de Francia y de Europa, recaídas hoy en la peor Anarquía
pagana; muchas, ¡ay!, se han realizado ya, otras están en vías de
cumplimiento, y, si nosotros no hubiésemos escuchado, de la boca misma
del Maestro la lectura de estas profecías hace más de siete años, ante
el infinito de la Mar, que les daba, si es posible, aún más amplitud y
majestad, podríamos creer que fueron escritas después.
Mas, al mismo tiempo que muestra las catástrofes inminentes para los
Pueblos sometidos a las Leyes implacables de los Ciclos históricos, su
corazón se desangra ante esta Fatalidad que parece inevitable y que
podría sin embargo no serio. Y exhorta a sus hermanos los humanos a
abandonar la falsa vía para seguir la Vía verdadera, aquella que les
ha indicado, desde hace ya veinte años, aquella que todavía les
indica. Les suplica, en fin, que quieran hacer el ensayo leal de los
únicos medios que pueden todavía oponerse al Destino y salvar a la
Humanidad. Y en esto es verdaderamente hombre, hombre a quien "nada de
lo que es humano le es extraño", y ése no es el menor de sus títulos
en nuestra veneración y en nuestro afecto profundos.
Es hacia 1903, tal como lo indican ciertas alusiones a los
acontecimientos de entonces, que fue compuesta la Obra que libramos
hoy en día al público. Notas dispersas y partes completas, las
recolectamos piadosamente, y no quisimos ser de ellas, estrictamente,
más que los simples ordenadores. Advertimos de ello al lector, que
comprenderá así por qué hemos tenido que rechazar en apéndice, un
fragmento escrito sobre un modo y en un estilo del todo diferentes al
conjunto de la obra. Y si hemos conservado y publicado este fragmento
inacabado, es en la convicción de que será leído con placer por todos
aquellos que han conocido al Maestro y que le han frecuentado un poco;
pues lo reconocerán ahí por entero con esta fina ironía, este espíritu
chispeante y esta exquisita mezcla de sales atica y gala que ponían
tanto encanto, originalidad, y a veces lo imprevisto, en sus
conversaciones más elevadas y más serias.
En cuanto a la forma y a la división de la obra, no hablaremos de
ella; es lo bastante clara, sobre todo ahora que ciertas planchas del
Arqueómetro han sido difundidas y reproducidas un poco por todas
partes.
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