Simbolismo : ZODIACO Y MASONERIA.
Algunas de las aspiraciones que rodearon el esbozo de este trabajo, lamentablemente han quedado al débito, considerando, por un lado, que no hay antecedentes bibliográficos sobre la materia, y por otro, porque se requiere de un proceso investigativo mas prolongado, que rebasa largamente los límites de la oportuna entrega de éste trabajo.
En esa perspectiva, no ha sido posible, dentro de los límites de tiempo de su desarrollo– el verano de 2001 -, poder determinar documental o bibliográficamente, cuando aparecen los signos zodiacales en la decoración del templo masónico. Tampoco ha sido posible encontrar elementos concluyentes que indiquen la relación de esta simbología en el Templo, con alguno de los grados simbólicos en particular.
En muchas oportunidades, he escuchado debates sobre la pertinencia de que los signos zodiacales integren la decoración del Templo del Aprendiz y/o del Compañero. Obviamente, el uso simbólico de los signos del Zodiaco, tiene que tener un origen, pero, ante la imposibilidad de tener antecedentes específicos al respecto, me permito esbozar una teoría, sobre la base del estudio de la propia evolución de la Masonería, desde sus raíces operativas hasta su consolidación especulativa. Como ya sabemos, en la segunda década del siglo XVIII, funcionaban en Londres cuatro logias: la del Ganso y de la Parilla, que se reunía en una cervecería cercana al cementerio de la Parroquia de San Pablo; la Logia de la Corona, cuyas reuniones se efectuaban en una cervecería ubicada en el Callejón de Parker, cerca del Callejón de Drury; la Logia del Manzano, que funcionaba en una taberna de la calle de Charles, en Convent-Garden; y la Logia del Rom y las Uvas, que tenía sus actividades en la taberna ubicada en Channel-Row, en Wéstmister.
Estas logias serían convocadas para la formación de la Gran Logia de Londres, considerada como el hito que da cuenta del nacimiento de la Masonería Moderna o Especulativa. Todo parece indicar, que, hasta entonces, las prácticas masónicas eran esencialmente de mesa, no existiendo las prácticas esotéricas como usos doctrinarios de la Fraternidad. Luis Umbert Santos sostiene la idea de que, solo a mediados del siglo XVIII, las actividades masónicas comenzaron a semejarse a las que conocemos ahora. La práctica de la iniciación esotérica, también parece adquirir importancia en ese periodo histórico. De hecho, en la medida que se robusteció el uso de la masonería de iniciación, se fue consolidando la riqueza simbólica. Ello se verá reflejado en la ornamentación del Templo, que debió cobijar todos aquellos componentes que dieran sentido a los contenidos propuestos. Previamente, los usos pudieron ser otros. Carlos Gayán esboza la teoría de lo que, seguramente, ocurrió durante la masonería operativa, donde se construía una logia, antes de comenzar la construcción, la cual, era "una pieza o barraca que tenía múltiples usos y también era un lugar de reunión para organizar los trabajos.
Pero, en un momento determinado, esta sala o pieza se convertía en un templo, en el que se confirmaba la socialización del oficio. Esta transformación se conseguía dibujando previamente en el piso los símbolos o herramientas idealizadas, transformadas en virtudes. Al término del trabajo ritualistico, se borraban estos dibujos y el templo también dejaba de ser tal". Esta costumbre de dibujar los símbolos en el piso, dice Gayán, sería reemplazada, posteriormente, por una tela que tenía los símbolos necesarios para ese efecto, y que se colocaba en el piso o se colgaba en la pared, costumbre que prevalece en el rito inglés, donde se cuelga una tela con los elementos simbólicos en la pared, o en el Rito de Schroeders, que utiliza una alfombra.
Tal pues, que, en la medida que, hacia mediados del siglo XVIII, la Masonería se consolida y adquiere una condición más institucional, con el uso de sedes definidas y templos estables la decoración permanente adquiere una importancia relevante. No debemos pasar por alto que, en la época a la cual nos referimos, se vive una etapa en que la ciencia aún no tomaba su camino segregado de las demás formas de conocimiento. En el siglo anterior, los grandes hombres de ciencia, aún basaban su bagaje en elementos que tenían otros componentes, mas allá de la razón científica, que imperaría en los siglos inmediatamente siguientes. Anteriormente indicamos, por ejemplo, la importancia del estudio zodiacal en Kepler. A fines del siglo XVII e inicios del XVIII, sin lugar a dudas, la figura de Newton llena un espacio singular.
El célebre matemático, que estableció a ley de gravitación universal y los principios fundamentales de la dinámica, prestó especial importancia a algunos estudios que son componentes masónicos de fundamental importancia, y que se explican en Newton, por su concepción de la realidad, que veía determinada por el Creador, y donde el hombre tenía por misión ir desentrañando las pistas que aquel manifestaba en su Creación. Por eso indagaba en la Biblia, que consideraba un compendio de sabiduría revelada, y en el estudio astrológico y alquímico, sosteniendo la teoría de que las grandes creaciones arquitectónicas del hombre, estaban asociadas a determinadas conjunciones astrales. De esa dedicación de Newton, surge su libro "El Templo de Salomón" , que escribiera en 1684, donde es posible percibir que sostenía la idea de que la Naturaleza es un Gran Templo del Gran Arquitecto del Universo, y que el propósito de la religión verdadera es proponer a la Humanidad, mediante la estructura de los antiguos templos, el estudio de la estructura del mundo como el verdadero Templo de Dios.
Considerando la condición contemporánea de Newton con aquellos que promovieron la fundación de la Gran Logia de Londres, y la perspectiva esotérica que comenzó a primar en su estructuración, después de las dos primeras décadas, no sería extraño que las tesis de éste científico, sobre el carácter de la creación, sobre la influencia astral y sobre el templo de Salomón, haya permeado fuertemente las concepciones de quienes dieron forma y contenido a la emergente masonería especulativa. Si analizamos los nombres de algunos de los primeros líderes de la emergente Gran Logia de Londres, no podemos ignorar lo que intelectualmente pesaban. George Payne, segundo Gran Maestro, por ejemplo, era un anticuario, profesión u oficio que, entonces, gozaba de gran reputación cultural, pues, se trataba de personas con un vasto conocimiento, producto de la propia naturaleza de su trabajo.
Teófilo Desagulliers, quien le reemplazará, era un hombre de formación científica en el campo de la física, además de ser un pastor hugonote. James Anderson, además de ser un pastor presbiteriano, era un doctor en filosofía. No estamos hablando de personas ignorantes, ni seguidores de sectas extrañas, sino, de hombres que estaban vinculados al conocimiento y la cultura de su tiempo, en el siglo que vio brillar, precisamente, las luces de la Ilustración.
¿Cuánto influyó Newton, y otros autores que trabajaron abundantemente, en esa época, en los masones que concibieron la masonería especulativa?
Esta es una interrogante que rebasa lo estrictamente relacionado con lo central de esta plancha, pero, que da pie, para sostener que en el periodo de fundación y asentamiento de la masonería moderna, el estudio zodiacal tenía una reputación y un valor, que lo hicieron necesario de incorporar en la simbología del Templo Masónico. Pero, también, hay otro aspecto que abordaremos en esta parte, y que dice relación con el hecho que no existe una disposición reglamentaria o decreto potencial, o algún texto oficial u oficioso de nuestro poder regulador – la Gran Logia de Chile -, que indique como debe decorarse un templo constructivamente.
Cuando digo "constructivamente" me refiero a aquella decoración permanente del Templo, que forma parte de su estructura física, considerando que existen componentes simbólicos que se incorporan para las necesidades rituales de cada grado. En ninguno de los textos propios de la Orden en Chile, se mencionan los usos simbólicos permanentes en el Templo, aquellos que corresponden a la universalidad simbólica de los grados, Lo actualmente en uso, no corresponde a normas establecidas, sino, esencialmente a la tradición no escrita y al más venerable uso consuetudinario.
Ello da pie, para que surjan interpretaciones que niegan pertinencia al estudio simbólico de los signos zodiacales en los grados menores. En el Libro del Aprendiz, de Wirth, que tiene circulación oficial en la Gran Logia de Chile, es posible tener una descripción de los elementos necesarios del templo para el trabajo de Primer Grado. En la parte final de éste texto, se hace una descripción de los componentes del Templo del Aprendiz, entre los cuales, está la cadena de unión, que puede ser hecha con un lazo, el que debe tener 12 nudos, seis en cada costado del templo, "para corresponder así a los signos del Zodiaco". No hay mas alusión ni un tratamiento más extensivo de este símbolo. En tanto, en el Manual del Aprendiz de Lavagnini (Magister), se citan los signos como componentes del Templo del Primer Grado, también de un modo discreto, al describir el cielo del templo, y la ubicación de la cadena de unión, que descansa sobre los capiteles de doce columnas "distribuidas así: seis en el lado Norte y seis en el lado Sur, simbolizando los seis signos ascendentes y los seis signos descendentes del zodiaco" En el Libro del Compañero, de Wirth se definen los elementos adicionales que deben incorporarse para los trabajos en Logia de Compañeros. En ninguno de los componentes se mencionan los signos. Lo propio ocurre con el texto de Lavagnini. En el Libro del Maestro, no se indica nada con relación a lo que debe contener el Templo del Maestro, sin embargo, existe una extensa interpretación sobre los signos zodiacales, a partir del estudio del duodenario.
En el alternativo Manual del Maestro (Magister), por el contrario, no se hace alusión a ellos. Aparte de lo que hemos señalado, en la bibliografía disponible en Chile, hay pocos antecedentes que nos permitan una definición específica respecto de la relevancia que pueda tener el Zodiaco respecto de cada uno de los grados simbólicos en particular. La información enciclopédica masónica, tampoco arroja luz para indicar, decisivamente, alguna idea respecto a la relación específica con alguno o con todos los grados simbólicos. Sin embargo, hay muchos usos que nos indican en un sentido claro, que los signos del Zodiaco son parte de aquella simbología que tiene alcance en todos los grados, a partir del Primer Grado. Tal pues, que, la tradición y el uso consuetudinario, nos indican que los 12 signos en las 12 columnas, son elementos permanentes del Templo, y por lo tanto, parte de su diseño constructivo y de su decoración básica. Ello porque el Templo es la simbólica representación del Universo, y todo aquello que decorativamente apunta a poner en evidencia esa condición, es un componente permanente y transgradual.
¿Cuales son los otros componentes permanentes y transgraduales, además de las 12 columnas con los 12 signos zodiacales?
Las dos columnas del pórtico, el pavimento mosaico, el ara, la bóveda celestial, la cadena de unión, el Sol y la Luna, el Delta Luminoso. Todo otro componente es parte de la circunstancialidad del o de los Grados.
VALORACION DEL SIMBOLISMO ZODIACAL.
Todos los símbolos que adornan el templo masónico, tienen un antiguo origen, algunos de los cuales exceden los ámbitos exclusivamente masónicos. A estos símbolos tangibles, se suman aquellos de carácter conceptual, que no están físicamente presentes en la ornamentación del templo, y que son parte de la docencia de cada grado: rituales, números, toques, palabras, signos, etc. Todos los símbolos, no por antiguos, no por su data inmemorial, dejan de tener un valor esencial para nuestras prácticas y doctrinas. No por su antiguo origen dejan de adquirir, cada día, una vital y nueva significación para el trabajo cotidiano del hacer masonería. Es que, la Francmasonería reconoce la sabiduría mas allá de su condición temporal, en los elementos que son necesarios para que el Hombre alcance una mayor comprensión de su condición fundamental. La contemporización es un factor necesario para que el hombre sepa vivir en al condición propia de su tiempo. El masón, por cierto, debe ser un hombre que vive su tiempo, lo que requiere un denodado esfuerzo de contemporanización, ergo, una expresión secular de su integración y comprensión del mundo en que se desenvuelve. Por ejemplo, si quisiéramos contemporizar, de acuerdo a los niveles de conocimiento que el hombre del 2.000 tiene a su disposición, resultaría absurdo que hablemos de los 4 elementos- agua, tierra, aire y fuego, doctrina sostenida por Empédocles, 250 años A. de C.-, cuando la ciencia actual considera que los elementos son mas de 100. Pero, ello no constituye una condición excluyente para saber acoger benéficamente, melioristamente, el sentido fundamental del relicto del ayer. ¿Y, acaso, una natural contemporización no iría en contra de la significación, que para nosotros puede tener, por ejemplo, la idea de dualidad representada por el Sol y la Luna en el Oriente? ¿Y, acaso, no resultan innecesarias, desde ese punto de vista, muchas de las costumbres, usos y contenidos masónicos, frente a la complejidad y sofisticación del mundo actual? Precisamente, el prurito de lo nuevo cuajó en la modernidad hasta un nivel paroxismático, al punto que, lo anterior, lo viejo, lo ancestral, lo vernáculo, quedó siempre cercano o equivalente a la obsolescencia. Si contemporizamos, si nos desarrollamos en la idea de la innovación, ¿qué categoría ocupa en nuestras preocupaciones el relicto vivo de las antiguas simbologías, de los antiguos ritos, de las antiguas prácticas y doctrinas? Debemos, pues, ser cautos y saber buscar el equilibrio necesario entre aquello que recibimos como herencia y lo que constituye lo fundamental de lo nuevo. Tengamos presente que, contemporizar nuestro conocimiento a ultranza, es una circunstancia que, muchas veces, en muchos aspectos de la vida, termina por erradicar muchas de nuestras acendradas visiones. ¿Acaso, como un reflejo de contemporización modernista, los signos zodiacales que adornan el templo, no provocan muchas veces una sutil irritación, que se esconde en la acidez de un comentario liviano, tenuemente ácido, planteado de modo de no ofender cierta idea sacra de los componentes masónicos? Desde luego, la tendencia de no abordar decididamente el estudio zodiacal, en nuestros talleres, tiene una explicación que podemos relacionar con la influencia cultural occidental cartesiana y modernista. Como ya hemos planteado, hasta hace poco, en el mundo intelectual occidental, bajo la influencia de las visiones empíricas y reduccionistas, se hizo anatema de la religión, de la astrología, de la sabiduría vernácula de los pueblos originarios, de la filosofía. Desde esa visión se aseveró que los únicos problemas genuinos eran los problemas científicos. Se afirmó que la metafísica carecía estrictamente de sentido, y que a la filosofía no le quedaba mas camino que la práctica del análisis dirigido hacia las teorías y conceptos que impone la ciencia. Desde la óptica modernista, la ciencia ha revelado las formas, los números y las leyes que instauran el Universo, que es una máquina perfecta, una armazón matemática, que se mueve perpetuamente, de manera autofundante y autosuficiente. Esta visión ha despreciado a aquellas que no tengan un asidero empírico, que no sean evidentes a través del método científico, minusvalorando las manifestaciones de búsqueda de la verdad sustentadas en premisas eminentemente espirituales.
Tal concepción, típicamente occidental y profana, permeó a la F M de los países europeos y americanos, y, en consecuencia, a la chilena, pues, la intelectualidad que ha nutrido las filas de la Orden, desde el siglo XIX, ha sido, de un modo muy significativo, influida por ella. La compresión de muchos masones, entonces, ha estado determinada por el culto a la verdad científica, donde todo sustento teórico ha descansado en las "evidencias científicas de la naturaleza y del progreso humano". En la consolidación de esa visión han influido también dos concepciones ideológicas, que han estado también presentes en los masones chilenos: la liberal y la socialista. Estos contenidos, sin duda, han generado una dicotomía fundamental en la F M , que ha estado presente desde los orígenes de la Orden en Chile: aquella que se manifiesta entre el verbo cientifiquista, de una parte de sus miembros, y la conminación esotérica – desde luego, acientífica, esencialmente subjetiva – de su simbología. El trabajo masónico, por excelencia, se basa en el estudio de símbolos, en el cual, se manifiesta la relación entre el simbolizante, es decir, la imagen del elemento perceptible, y lo simbolizado, lo no perceptible, lo que para cada individuo constituye el significado. Para Jung, el símbolo representa algo mas que su significado inmediato y obvio, "tiene un aspecto inconsciente más amplio que nunca está definido con precisión". Es más, cuando hay cosas más allá del entendimiento humano, dice Jung, "usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender completamente". A partir de elementos simbólicos, el masón construye alegorías y conceptos, que corresponden a interpretaciones singulares, que son coincidentes en los aspectos formales, con las que expresan los demás, pero, que, íntimamente, son una construcción personal, en la cual se conjugan las funciones afectivas y valorativas, es decir, su emocionalidad.
Y es, a partir de nuestras emociones, como construimos nuestras ideas del mundo, de la realidad, de lo que nos rodea. Ellas nos permiten hacer inteligible lo que percibimos, desde nuestra singularidad como personas. Las distintas opciones del conocimiento humano – la filosofía, la ciencia, la religión -, si bien ofrecen posibilidades para responder las grandes interrogantes del masón -
¿Qué somos?, ¿De donde venimos?, ¿Para donde vamos? -, no le permiten una respuesta mas allá del ámbito de sus propias creencias, de su recursividad, de su construcción autopoiética. Ergo, si el trabajo masónico se funda en la especulación - filosófica, axiológica, epistemológica, metafísica – sin duda, un conocimiento especulativo, como es la astrología, es compatible con lo que regularmente determina nuestras prácticas y doctrinas, pues, ésta se liga, en lo fundamental, con lo que constituye el ser y el hacer masónicos: conocer al hombre. De tal modo, que, la valoración del simbolismo zodiacal que planteo, descansa en la convicción de que, los signos del Zodiaco en el templo masónico, ponen en evidencia un conocimiento que busca relacionar al hombre de una manera más integral con el Cosmos del cual es parte, y que, como todos los seres vivos, estamos determinados por ese Cosmos de un modo definitivo. Pero, la Masonería también nos plantea que hay diversas lecturas que podemos hacer, para comprenderlo, porque el Cosmos, la Naturaleza, la realidad, son escrutables, desde la visión que cada cual tiene, porque cada observador, cada conciencia, es un observador singular, individual y único. Esto es muy importante, en la postura del empirismo, la relación entre el observador y lo observado nunca fue planteada como un problema radical, puesto que la realidad era considerada como una entidad en si misma, y el observador debía mirarla tal cual era, desde el ángulo de un simple testigo, de un modo neutral. Sin embargo, la visión que impone el pensamiento complejo y las visiones post-racionalistas, es que la realidad es multiprocesal y multidireccional. La observación de un observador depende de un orden que él introduce, y de la cual él es parte integrante. Al estudiar el simbolismo zodiacal, desde el punto de vista masónico, ambas alternativas - la empírica y la compleja - tienen un espacio en la especulación iniciática. Sin embargo, a mi modo de ver, el empirismo tiende inevitablemente al reduccionismo, y como dice Edgar Morin "la tendencia a la reducción es la que nos priva de la potencialidad de la comprensión". Como masones, debemos buscar respuestas más amplias, mas integrales que la sola asimilación de información. Debemos buscar una comprensión mayor del Universo del que somos parte, o del Multiverso, la complejidad que surge de muchos y distintos observadores. Somos buscadores de la Verdad, a partir de nuestra individual capacidad cognoscente, y, según una antigua máxima masónica, el mejor templo de la Verdad es el Universo. El estudio zodiacal, es una perspectiva de gran alcance en ese sentido.
CONCLUSION. Al concluir esta plancha, quisiera sintetizar algunas de las ideas expuestas, en términos de poner énfasis respecto de ciertos criterios vertidos en su desarrollo. En primer lugar, creo conveniente insistir en que el simbolismo zodiacal merece una preocupación mayor, que la posible de observar en los actuales planes docentes de las logias y del gobierno superior de la Orden. En cuanto exista una recurrencia mayor del estudio de este símbolo, sin duda, permitirá una perspectiva más amplia en las concepciones individuales, respecto de los orígenes de la F M , en relación a sus objetivos, así como una comprensión mayor respecto de las visiones del pensamiento que emergen frente a la crisis de la modernidad. Considero, frente a lo expuesto en el desarrollo de este trabajo, que la lectura del simbolismo que nos plantean las doce columnas, adornadas por los doce signos, nos propone que la Gran Obra es imposible de sostener sin una profundización en la búsqueda de respuestas frente al enigma de la vida, de tal modo que, de manera esencial, el Zodiaco simboliza la búsqueda del hombre - su esfuerzo cognoscente -, la búsqueda tras las claves de la vida, del Universo y del hombre mismo, por lo cual, se hace necesario su estudio desde el momento mismo en que la impronta del "Buscar y encontraréis" determina la conducta del Iniciado. Pero, también es importante tener presente que los signos zodiacales y las columnas, así como todos los símbolos que ornamentan el Templo, son una creación humana. La bóveda de la logia, que representa lo infinito, lo inconmensurable, descansa en las columnas. Ello nos dice que cualquier visión que tengamos del Universo, descansa en nuestros conceptos, en nuestras limitaciones, en nuestras fortalezas y debilidades. Por lo demás, no debemos olvidar que los conceptos de finitud e infinitud, han sido creados también por el hombre, en su propósito de interpretar la integridad cósmica. Otra idea expuesta es que, los signos zodiacales en el templo masónico, nos hacen notar que hay un conocimiento que está simbolizado de modo coherente, en consecuencia, con una percepción humanista del Cosmos. Este conocimiento implica una cosmovisión, una forma de ver la realidad, de ver el Universo centrado en el Hombre. Desde sus orígenes auténticos, la astrología es una manifestación del pensamiento humanista, porque su preocupación esencial es el Hombre, al dedicarse al estudio del eventual influjo de ciertos astros en las personas. Obviamente, también es una forma de conocimiento, una forma de desarrollo de las perspectivas cognitivas, que permite tener una comprensión del individuo, respecto de su rol en la vida y en la realidad.Esa forma de ver el Universo implica un reconocimiento, una valoración, una comprobación de la relación entre el Hombre y el Universo, que debemos entender de manera holística, en toda su complejidad. El conocimiento zodiacal se asocia con la filosofía, desde un punto de vista metafísico; se asocia con la ciencia, desde un punto de vista metodológico; con la religión, desde un punto de vista paradigmático. Pero, por sobre todo, se asocia con el complejo esfuerzo de tratar de entender el Universo y la Naturaleza, desde su particular método interpretativo de los fenómenos que pueden determinar la vida del hombre. Cuando observemos, entonces, los doce signos en las doce columnas, sosteniendo la cadena de unión, y sobre el friso, la bóveda celestial que se abre hacia la inmensidad cósmica, démonos el tiempo para pensar que la Gran Obra es inconmensurable en su proporciones y alcances, y que nos falta mucho que aprender de ella, por lo cual, nuestras concepciones y convicciones mas arraigadas, solo son un minúsculo esfuerzo por tratar de comprender el Universo. Démonos, pues, tiempo para indagar, con libertad, libre de prejuicios, en torno a lo que la sabiduría de los masones o los sabios de otros tiempos nos dejaron como herencia, porque solo en verdadera conciliación con el pasado, podemos darle un sentido real a lo nuevo, y a nuestra marcha entre columnas, bajo las constelaciones del firmamento.