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General: El Ocultismo Masónico
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 29/09/2010 12:58
El Ocultismo Masónico
En 1717, Londres asistió al nacimiento de la masonería especulativa. Muchos los artistas de la época pasaron a engrosar sus listas, y algunos dejaron constancia de ello en sus obras. Un buen ejemplo de esta relación lo constituye el caso del pintor Philippe de Louthebourg, iniciado en la Masonería egipcia del célebre y polémico Cagliostro. Su relación con este personaje fue tan estrecha que, en 1786, decidió acompañarle en su exilio a Inglaterra. Ya en el siglo XIX, Rosetti, uno de los fundadores de la Hermandad Prerrafaelista, quedó marcado por el artista y visionario William Blake, al tiempo que reivindicaba un retorno a la pintura de la Edad Media y a la del Quattrocento, y mostraba un especial interés por los ciclos del Grial y las leyendas artúricas. A partir de la segunda mitad del siglo XIX y casi hasta la actualidad, otras corrientes esotéricas y místicas vinieron a sumarse a la ya larga lista de creencias heterodoxas que han influido, y en ocasiones de forma determinante, en el devenir de las distintas corrientes artísticas. A finales del siglo XIX, fueron los Simbolistas quienes incorporaron a sus obras elementos heterodoxos. Algunos de ellos se vieron mezclados en el círculo de Sr Péladan y su Salón de la Rosa + Cruz. El pinto r holandés Jan Toorop fue uno de ellos. Durante un viaje realizado por Péladan a Holanda para «reclutar» artistas, Toorop quedó muy impresionado, y fruto de aquel encuentro surgió su cuadro La Esfinge y, un año más tarde, Las tres novias, un lienzo repleto de simbolismo católico, masónico y rosacruciano. Otro pintor, Carlos Schwabe, conoció a Péladan en 1890 y realizó el diseño del cartel para el primer Salón, y expuso algunas de sus obras en uno de ellos. Un papel más destacado jugó Jean Delville, todo un apasionado del ocultismo. También estuvo influido por el «Sr», e igualmente expuso en sus salones. Pero, además, Delville era un ferviente seguidor de la Cábala, la magia, el hermetismo y, más tarde, de la teosofía y de Khrishnamurti. Buenos ejemplos de sus creencias son las pinturas El amor de las almas (1900), una fusión del hombre y la mujer como símbolo del andrógino, así como Los tesoros de Satán (1895). Pero, si importante fue la influencia de Péladan, no lo fueron menos otras creencias y doctrinas esotéricas, aunque en este caso en las llamadas vanguardias. Wassily Kandinsky es considerado uno de los «padres» de la abstracción. Sus primeras obras son paisajes, aunque pronto añade otros temas, cargados de características simbolistas, escenas fantásticas sacadas del folklore y temas medievales. Sin embargo, su arte pronto comenzó a dirigirse hacia otros derroteros. Se interesó por prácticas «heterodoxas”, y especialment e por el espiritismo, interés que compartía con su esposa Gabriele. Sabemos que estaba muy interesado en lo que se conoce como fotografía espiritista. Así lo demuestran varios libros y revistas que guardaba en su biblioteca. Una de estas obras era Animismo y Espiritismo, de Aksakow. También se conserva un ejemplar de la revista El mundo sobrenatural, de 1908, en la que realizó numerosas anotaciones en los márgenes. Sin embargo, es otro trabajo el que más influyó en su obra: el libro Thought-forms (Pensamientos-formas), de los teósofos Annie Besant y Leadbeater. Y es que, aunque Kandinsky nunca llegó a formar parte de la Sociedad Teosófica, estuvo profundamente influido e interesado por las doctrinas de Blavatsky. En 1911 Kandinsky escribió De lo espiritual en el arte, en cuyas páginas es evidente la huella que dejaron en él estas creencias. En el libro defiende la inminente llegada de una Nueva Era espiritual, en la cual la pintura debe jugar un importante papel. En otro de los capítulos, Kandinsky explica cómo «la vida del espíritu puede ser representada gráficamente como un gran triángulo de ángulos agudos, dividido horizontalmente en partes desiguales, con el segmento más estrecho en lo alto». No sorprende esta vinculación del triángulo con el espíritu, si sabemos que en la obra de Besant y Leadbeater, las formas geométricas tienen una gran importancia. Kandinsky estaba convencido de que los colores podían ser utilizados como un lenguaje universal capaz de hablar directamente al alma. Así, el uso de unos colores determinados podía provocar en el espectador una respuesta emocional concreta. Sólo era necesario, según el artista, encontrar la clave necesaria para ‘desatar’ las cuerdas que oprimen el alma: «El color influye en el alma directamente. Los colores son las teclas, los ojos son los martillos, y el alma es el piano con sus numerosas cuerdas. El artista es la mano que toca, pulsando una tecla tras otra, para causar vibraciones en el alma». En las pinturas abstractas de Kandinsky influidas por la teosofía, las formas geométricas y los colores no representan objetos identificables del mundo físico, pero sí están reflejando «pensamientos, sentimientos y emociones definidas». Algunas de sus obras adquieren un profundo significado si intentamos «traducirlas» con el libro de Besant y Leadbeater. Así, el verde es «el divino poder de simpatía», el carmesí, «afecto», el rosa «amor altruista», y el azul «sentimi ento religioso genuino». Kandinsky proponía también la necesidad de unir las leyes del arte y la naturaleza, una idea defendida por varios teósofos, y en especial por Rudolf Steiner, quien más tarde creó la Sociedad Antroposófica. El holandés Piet Mondrian también es un buen ejemplo de la estrecha relación entre ocultismo y arte de vanguardia. Su interés por las doctrinas teosóficas se remonta a 1899. En esa fecha cayó en sus manos el libro Los grandes iniciados, de Édouard Schuré, una obra que ya había influido en algunos simbolistas de las postrimerías del siglo XIX, y que en Mondrian tuvo un efecto devastador. El artista había sido un devoto calvinista, e incluso se planteó ser predicador, pero tras la lectura del libro de Schuré desechó la idea. Más tarde se interesó por la teosofía, y llegó a formar parte de la Sociedad Teosófica holandesa en 1909. Fruto de este interés ocultista es, por ejemplo, su obra figurativa Evolución, una obra que simboliza la búsqueda espiritual del ser humano. El propio Mondrian llegó a declarar que «el arte, aunque un fin en sí mismo, como la religión, es el medio por el que podemos conocer lo universal, y contemplarlo de forma plástica». No menos importante fue su amistad con el teósofo Schoenmaekers y la lectura de sus trabajos, en los que defendía que todos los colores, excepto los primarios, eran superfluos, idea que hizo suya, y que hoy podemos apreciar en sus geniales pinturas de rectángulos de color, dipuestos en una «rejilla» de contornos negros. Menos conocida por el público es la obra del checo Frantisec Kupka. Como Kandinsky, el artista checo se interesó mucho por la obra de Besant y Leadbeater, pero su relación con lo sobrenatural estuvo mucho más vinculada al espiritismo. Kupka centró su relación con las doctrinas esotéricas, pero no como un mero interesado, sino como médium. Fruto de sus trances son algunas de sus obras más destacas. Kupka estaba convencido de que la realidad no se reducía a las tres dimensiones percibidas por los sentidos, y confiaba más en las sensaciones obtenidas durante sus «visiones interiores». Plasmaba en sus cuadros lo que «veía» durante las mismas, y practicó lo que hoy se conoce como «viaje astral», tal y como explican Pam Meechan y Julie Sheldon en Modern art: a critical introduction: «Kupka se creía capaz de dividir su conciencia durante las sesiones de espiritismo y ver el mundo desde fuera. Años antes de las primeras fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio, Kupka pintaba lo que creyó eran ‘visiones’ del Cosmos». El caso de Hilma af Klint es muy peculiar, pues la importancia que tuvo en su obra su interés por el esoterismo no se ha conocido hasta fechas recientes. De cara al público, Hilma era una pintora de paisajes y retratos. Sin embargo, a su muerte en 1944, había dejado una ingente cantidad de obras mucho más interesantes: casi 1.000 obras cuyo origen está en sus prácticas espiritistas y en la teosofía. Esta parte de su obra permaneció oculta hasta hace poco, ya que pidió antes de morir que no se diera a conocer hasta 20 años después. Cuando era una adolescente, Hilma ya había mostrado interés por la práctica del espiritismo. Pero, tras la muerte de su hermana en 1880, dicha afición se convirtió en una necesidad. Al mismo tiempo comenzó a leer textos teosóficos, y más tarde se hizo miembro de la Sociedad Teosófica. Mientras estudiaba en Estocolmo entró en contacto con un grupo que practicaba el espiritismo. Pero no fue hasta 1887 cuando decidió formar, junto a otras cuatro amigas, un grupo espirita con inquietudes artísticas. Se hicieron llamar «Las Cinco», y celebraban sesiones durantes las cuales, guiadas por las entidades espirituales a las que supuestamente contactaban, realizaban «dibujos automáticos», una derivación de la escritura automática, en la que el médium deja la mente en blanco y permite que sea la entidad contactada quien escriba o dibuje. El uso de esta técnica dio lugar a decenas de dibujos llegados del «más allá». Hoy sabemos, gracias a los documentos dejados por af Klint, el nombre de dos de las «entidades» con las que contactaron: Amiel y Ananda. En 1905 Hilma prometió a Amiel «que dedicaría un año a pintar un mensa je para la Humanidad». Fruto de aquella promesa son diez grandes paneles que representan las edades del hombre. La española Remedios Varo nació cuando los artistas citados ya habían dado sus pasos hacia la abstracción o se disponían a hacerlo, de la mano de sus peculiares lecturas y creencias. Aunque Varo se diferenció de ellos en el desarrollo de una pintura figurativa, coincide con todos ellos en que sus obras estuvieron marcadas por sus intereses ocultistas. A los 17 años Varo se trasladó a Madrid para hacer realidad su vocación artística. Allí conocería al escritor surrealista Bejamin Péret, con quien se casó en 1937. Péret era un simpatizante de la causa republicana y se vieron obligados a huir a Francia para escapar de la guerra. Una vez en París, Remedios entró en contacto con surrealistas como Breton, Ernst y la que sería su gran amiga, Leonora Carrington. Con la llegada de los nazis, Remedios y su marido decidieron huir a México en 1941. Allí contactaron con otros artistas también exiliados, como Luis Buñuel, y Remedios fortaleció su amistad con Carrington, aumentando su interés por el esoterismo. En algunos casos, como Éliphas Lévi o Papus, se trató de ocultistas que se identificaban con la cosmovisión masónica, aunque no tanto con su organización formal; en otros, como Reuss, Westcott, Waite, Olcott o Mathers, de masones que crearon movimientos destinados a profundizar en el ocultismo. Finalmente, no faltaron los masones q ue, como Annie Besant o Aleister Crowley, pensaron que habían superado en sus conocimientos lo que se enseñaba en las logias. Entre sus pinturas destacan las protagonizadas por personajes que emprenden «viajes metafísicos a otros mundos», como en Hacia Aquario (1961) o Trovador (1959). Estas obras sugieren, como explica Lois Parkingson, una influencia de la alquimia medieval. Entre las creencias que influyeron a Varo se encuentran las prácticas rituales de los indígenas mexicanos y la cultura sincrética del país, que la artista tuvo oportunidad de conocer mientras vivió allí. Más importantes que las anteriores, son las influencias ajenas a México. También hasta allí habían llegado las doctrinas espiritistas y ocultistas. Según Parkinson, Varo se mostró muy interesada por una larga lista de disciplinas y autores, como Jung, Blavatsky, Eckart, el sufismo, las leyendas sobre el Santo Grial, además de la geometría sagrada, la alquimia, el I-ching chino o Gurdjieff. ¿Se puede pedir más? En este sentido, resulta especialmente interesante la teoría de Gurdjieff sobre lo que él llamaba «arte objetivo», creaciones que pueden evocar en todo el mundo la misma reacción y capaces de llevar al espectador a un estado superior de conciencia. Los artistas que utilizan este método de creación, según Gurdjieff, dejarían su voluntad en manos de una fuerza superior. Entre los libros que pertenecían a la biblioteca de la artista, estudiosos como Parkinson encontraron la obra Relatos de Belcebú a su nieto, de Gurdjieff, así como un estudio sobre este personaje, titulado Gurjieff, el mesías del siglo XX, además de otros títulos de corte esotérico.
 


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De: Alcoseri Enviado: 25/02/2013 14:24


 
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