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General: Amadis-
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من: Alcoseri (الرسالة الأصلية) |
مبعوث: 16/04/2013 21:26 |
AMADIS
Amadis volvió a reir y Plinio al mirarla comprendió que había llegado, por fín, el tiempo de la verdad. Había rehuído mil veces este instante pero ahora la verdad se abría camino y ella ansiaba... necesitaba conocer. Los porqués de ella a sus veintipocos años, los sentía como fuego ardiente que vivía en los recuerdos. Su porte y su figura eran los mismos, tan bien los sentía, que él había amado en secreto hacía ya mucho tiempo. Y esa inteligencia rápida y fría, herencia de su madre, revelaba a las claras su origen. Su valor desesperado y su tristeza así como esos ojos mostraban, a quien supiera ver, de quien era hija... quien había sido su padre. Ahora ella había, una vez mas, desarmado fintando a la gola de sire Luth Pisans, su instructor y reía mientras él, azorado intentaba retomar sus armas. Ella arrojó su espada junto con el yelmo y riendo otra vez corrió a abrazarle. ¿Y bien? ¿Ves como puedo luchar como un hombre? –preguntó- Si dedicaras tantas energías –respondió Plinio- a los griegos y a la astronomía que te enseña Abú, podrías tambien educarte como una dama... Ella rió y le abrazó entre risas. Tio Plinio –dijo cuando terminó de reir-, háblame de mi madre por favor. Plinio miró el cielo azul de Acre, el cielo que había contemplado tantas victorias esteriles y las dolorosas derrotas. La brisa mediterránea traía perfumes dulces de frutas y promesas de tierras lejanas. Suspiró y dijo al maestro armero: Muchas gracias sire, su trabajo ya ha concluído aquí... mañana partirá de vuelta a Inglaterra. Tambien dispondré que le sea entregado el precio estipulado mas un suplemento. Gracias Excelencia –contestó éste- sois muy generoso, en verdad... Ven conmigo Amadis –cortó Plinio- tenemos que hablar. Ella sintió que el momento había llegado. Sus orígenes, su familia... ¿Quién era ella? ¿Por qué no había conocido nunca a sus padres? Tantas preguntas sin respuesta... En el palacio de San Juan de Acre el desmesurado calor mediterráneo invadía estancias y salas con sus sofocantes dedos. En el salón privado todo era organizado para mitigar, dentro de lo posible, el viento abrasador del sureste. Unos sirvientes trajeron yogur y pasas, vino y zumo de frutas, luego se marcharon con reverencias. Ella cerró los ojos y Plinio comenzó a hablar: Dentro de unas horas partirás hacia Jerusalem, allí serás conocida, ya lo sabes, como Yolanda, la hija del rey Juan de Brienne. Él te espera con impaciencia pues te quiere como a una hija, aunque no sea tu padre. El lo conoció, y fueron buenos amigos... Tu madre murió cuando tu naciste, ella era cristiana, del Imperio Germánico, pariente de Federico I. Había venido con las tropas del rey Inglés Ricardo y participó en las negociaciones con el sultán de Egipto Saladino. Ella, aún la veo..., vestía armadura y se hacía llamar como tú ahora, Amadís. Vino buscando a su amado; Un caballero Templario a quien sus padres habían obligado a profesar la orden del Temple. Nadie quiso ayudarla en su país, no hubo caballero que viniera a luchar por encontrarle, así que ella misma cambió su nombre de Yolanda por el de Amadís. Sus joyas y suaves encajes por coraza y armas de caballero. No hubo guerrero mas veloz y diestro que ella, educada en la escuela de esgrima castellana. Amadís escuchaba con los ojos cerrados, ahogando las lágrimas dijo: ¿Encontró por fín a mi padre tio Plinio? ¿Se salvó algún Templario? Plinio suspirando, asintió con la cabeza. Encontró su tumba. El caballero del Temple había muerto un año antes en la matanza de la toma de Jerusalem Amadis. Ninguno se salvó entonces, todos fueron degollados cuando Gui de Lusignan los abandonó a su suerte. ¿Entonces quien es mi padre? –preguntó perpleja- Escucha; tu madre entonces quiso hacerse matar en los desafíos del cerco de Jerusalem. Uno a uno venció a quince caballeros de Saladino. El nombre de Amadis era temido entre sus tropas, y sus hazañas inspiraron a los poetas y juglares. Entre los cristianos tampoco se la quería, pues su aire misterioso y sus hazañas despertaban la envidia de los nobles. Solo su fiel escudero Plinio –ahora sonrió- conocía su identidad junto con... ¿El rey Ricardo? Si, eso me han contado –interrumpió- ¿es él mi padre? No, mejor escucha si quieres saber, impaciente – dijo Plinio- Tu madre como te decía participó en las negociaciones. A ella por orden del rey Ricardo le darían la regencia del Reino Latino, esto levantó las envidias de los nobles franceses que prepararon su trampa. Primero, y conociendo la habilidad con las armas de Saladino, aceptaron gustosos que ella los gobernase, pero advirtieron que mientras el sultán viviera, nadie estaría seguro allí. Ella debía, decían hipócritamente, desafiarlo y vencerlo en duelo. Luego el camino hacia el reino lo tendrían libre... mientras tanto enviaron emisarios a sus contactos en el grupo del sultán, que traidores hay por todas partes, para que preparasen todo y librarse a un tiempo de Amadis y de Salah al-Din Yusuf. Los franceses se harian con la ciudad y luego se desharían de Ricardo. Plinio cerró ahora los ojos reviviendo aquellos días de luchas e intrigas, de valor y desafíos... así habría estado toda la tarde si ella no le apremiase: ¿Saladino? ¡pero el murió un año despues, de una enfermedad desconocida! Aquella mañana –continuó Plinio- el sol brillaba en los hierros de ambos campamentos. La magia se alcanzaba a sentir por todos los rincones. Tu madre y yo salimos a caballo del campamento de Ricardo. Ella montaba un corcel blanco llamado Brisa, por la suavidad de sus movimientos. El sultán había aceptado el desafío y acompañado de cuarenta guerreros de su guardia salía saludado de gran ruido de trompas. Llegados al lugar convenido, solo el escudero del sultán y yo les acompañamos... Tu madre venció tras una lucha terrible. Cuatro veces desarmó al sultán y cuatro veces le consintió recoger sus armas. Ella quería morir y él estaba impresionado por su nobleza. Él de un golpe la derribó del caballo y ella cayó al suelo. En lugar de matarla allí mismo, Saladino descabalgó y echando pié a tierra continuaron la lucha. Él era mucho mas fuerte pero tu madre no tenía rival en el manejo de las armas. Hirió al sultán en el pecho y éste cayó de rodillas. Justo en ese instante, de entre su guardia una flecha hirió a tu madre en la espalda... en el campamento de Ricardo no vieron, o no quisieron ver, nada. Y así habrían terminado los dos, muertos... de no ser porque el sultán era, según contaban, un mago poderoso y terrible. Levantando del suelo reconoció enseguida al traidor y le atravesó allí mismo. Luego ordenó al capitan de la guardia que recogieran el cuerpo de tu madre y lo subieran a su caballo. Yo me interpuse dispuesto a morir por ocultar el secreto, pero al acercarnos a ella descubrimos que aún respiraba y Saladino retiró el peto para curarla pues él era muy versado en medicina. Entonces descubrió que tu madre no era el Caballero Amadis, sino una mujer rubia y de ojos verdes y tristes como el mar. Por un motivo desconocido, impidió que nadie se acercase y la llevó a su palacio. Allí recurriendo a una ciencia secreta, curaron sus heridas y el curó no solo su cuerpo sino tambien su alma. Y ella amó al sultán y le dio una hija. Tu, Amadís. Pero cuando viniste al mundo, tu madre murió y el sultán me encomendó tu cuidado y educación... y poco despues murió para el mundo el gran principe Saladino. En este punto Plinio bajó la cabeza y guardó silencio. Amadís le besó y se alejó para cabalgar hacia Jerusalem, allí la esperaba el rey y ella deseaba reunirse con él. Plinio se levantó, por fín todo había sido revelado. Todo salvo una cosa...: El era en realidad Salah al-Din Yusuf, sultán de Egipto y de Siria... había renunciado a todo por su hija Amadis, por vivir junto con ella esos años felices de su infancia... y ahora él debía reunirse con su amada y reposar junto a ella para siempre. |
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