Encuentros con Saint-Germain ese fascinante
personaje
He conocido estos días a un famoso
francmasón. Es un caballero muy elegante y serio, de mediana estatura, pero de
apariencia esbelta y vestido con una refinada sencillez. No parece tener más de
cincuenta años. En los primeros momentos de la primera entrevista no se mostro
abierto y no hablaba más que lo más
necesario, sólo se limitó a decirme le había atraído algo de lo que hace tiempo
había escrito en la Internet, y pretendía le explicara mas del asunto, más bien me veía como analizándome, más que todo.
A la noche siguiente que me hallaba esperándole en el lobby del Hotel, apareció
sentado frente a mí de improviso como si de pronto hubiese aparecido mientras
yo distraído miraba hacia otro lado y me saludó, pero ahora sonriendo. Cuando
me hubo dicho su nombre cuando contacte con él por internet creí que se trataba
de un descendiente de aquel conde de Saint-Germain que llenó con sus misterios
y con la leyenda de su longevidad. Había leído hacía poco, en una Revista de
Año Cero, un artículo sobre el conde «inmortal» y no fui diría yo cogido por
fortuna desprevenido. El Hermano masón mostró satisfacción al darse cuenta de
que yo conocía bien de aquella historia y se decidió a hacerme la gran
confidencia. -No he tenido nunca hijos y no tengo descendientes, dijo
sonriente. Soy aquel mismo, si te dignas creerme, que fue conocido con el
nombre de conde de Saint-Germain, en el siglo XVII. Habrás leído que algunos
biógrafos me hacen morir en 1784, en el castillo de Eckendoerde, en el ducado
de Echleswig. Pero existen documentos que prueban que fui recibido en 1786 por
el mismo Zar de Rusia. La condesa de Adhemar me encontró en 1789 en París, en
la iglesia de los Recoletos. En 1821 tuve una larga conversación con el conde
de Chalons en la plaza de San Marcos de Venecia. Un inglés, Vandam, me conoció
en 1847. En 1869 comenzó mi relación con la masona Annie Besant. Oakley intentó
en vano encontrarme en 1900, pero, conociendo el carácter de esa buena señora,
conseguí evitarla, y sonería. Encontré algunos años después al Señor Leadbeater,
que hizo de mí una descripción un poco fantástica, pero en el fondo bastante
fiel, luego en Paris en 1922 contacte con Gurdjieff ese viejo embaucador yo le
ayude a conseguir vivir en Fontainebleau, si no de que otra manera se hubiera
hecho vivir en un Castillo tan costoso. –Ahí, fue que le pregunté sobre su adherencia
a la Orden Masónica- y me dijo: Asistí a la reunión de Wilhelmsbad a la que asisten
miles de masones, a la que asiste Saint Germain. La Estricta Observancia Templaría
que no abandona su idea de que es la heredera de los antiguos templarios. Ahí, otras corrientes masónicas reconocen sus
raíces en los templarios. A la reunión asistieron numerosos adeptos de los llamados neo
Iluminados de Baviera, una organización a que sería prohibida años después, provocando un gran
escándalo al saberse que ha infiltrado a la masonería, y que envía a notables
representantes a la reunión: el literato Christopher Bode y el Barón von Knigg.
La verdad no me pierdo ningún suceso
masónico que tenga gran relevancia. He querido contactar hoy
contigo, después de unos años de ausencia, del viejo México: ahora regreso voy
de regreso a la ciudad de Nueva York, donde se hallan algunos de mis mejores amigos. En la Europa de hoy,
desangrada por la crisis, no hay nada que hacer por ahora, como tampoco por
Venezuela, bueno por hoy, recuerdo
cuando conocí a Simón Bolívar Palacios, hoy estará enfurecido. –
Fue cuando le dije, mi hermano: Pero si las noticias que yo tengo son
exactas, usted era ya más que un centenario a finales del siglo XVIII, en la
época de su presunta muerte. El conde sonrió dulcemente. -Los hombres
-respondió- son demasiado desmemoriados o demasiado niños para orientarse en la
cronología. Un centenario, para ellos, es un prodigio, un portento. En la
antigüedad, e incluso en la Edad Media, se recordaba todavía algunas verdades
elementales que la orgullosa ignorancia científica ha hecho olvidar. Una de
estas verdades es que no todos los hombres son mortales. La mayoría mueren
realmente después de setenta o cien años; un pequeño número sigue viviendo
indefinidamente. Los hombres se dividen, desde este punto de vista, en dos
clases: la inmensa plebe de los extinguidos y la reducidísima aristocracia de
los desaparecidos». Yo pertenezco a esa pequeña élite y en 1784 había ya vivido
no un siglo, sino varios, muchos. -¿Es usted, inmortal mi Querido Hermano? – Le
pregunté -No he dicho esto. Es necesario
distinguir entre inmortalidad e inmortalidad. Las religiones saben desde hace
miles de años que los hombres son inmortales, es decir, que comienzan una
segunda vida después de la muerte. A un pequeño número de ésos está reservada
una vida terrestre tan sumamente larga que al vulgo de los efímeros le parece
inmortal. Pero así como hemos nacido en un momento dado del tiempo, es bastante
probable que debamos también nosotros, más pronto o más tarde, Morir. La única
diferencia es ésta: que nuestra existencia media en vez de por décadas se mide
por siglos. Morir a setenta años o morir a los cinco mil no es una diferencia
tan milagrosa para quien reflexiona sobre la realidad del tiempo. -Ha hecho
usted alusión a una aristocracia de inmortales. ¿No es usted, pues, el único
que goza de este privilegio?- Le pregunté - Recuerdas que mismo Cristo sobrevivió a la
muerte, luego Ascendió a los Cielos, más no murió. Si vuestros semejantes
conociesen mejor la Historia, no se extrañarían de ciertas afirmaciones. En
todos los países del mundo, antiquísimos y modernos, vive la firme creencia de
que algunos hombres no han muerto, sino que han sido arrebatados, esto es,
desaparecen sin que se pueda encontrar su cuerpo. Estos siguen viviendo
escondidos y de incógnito o tal vez se han adormecido y pueden despertarse y
volver de un momento a otro. Vaya a Alemania y le enseñarán el Unterberg cerca
de Salisburgo, donde espera desde hace siglos, en apariencia adormecido,
Carlomagno; el Kyffháuser, donde se ha refugiado, esperando, Federico
Barbarroja; y el Sudermerberg que hospeda todavía a Enrique el Asesino. En la
India le dirán que Nana Sahib, el jefe de la sublevación de 1857, desaparecido
sin dejar rastro en el Nepal, vive todavía escondido en el Himalaya. Los
antiguos hebreos sabían que al patriarca Enoch le fue evitada la muerte; y los
babilonios creían la misma cosa de Hasisadra, lo mismo el Melquisedec bíblico,
o bien Khydr el Musulmán ese eterno ser,
o que tal Shemash el hombre solar del
que habla Rumi. Recuerdas la película El hombre que sería Rey escrita por el hermano masón Rudyard
Kipling, ahí se explica se ha
esperado durante siglos que Alejandro Magno reapareciese en Asia, como Amílcar
o Sicander, desaparecido en la batalla de Panormo, fue esperado por los
cartagineses. Nerón desapareció sin someterse a la muerte, alguien injustamente
denunciado como criminal por los cristianos. Y todos saben que los británicos
no creyeron nunca en la muerte del rey Arturo , ni los godos en la de
Teodorico, ni los daneses en la de Holger Danske; ni los portugueses en la del
rey Sebastián, ni los suecos en la del rey Carlos XII, ni los servios en la de
Kraljevic Marco, incluso Adolfo Hitler nunca apareció su cuerpo. Todos estos
monarcas se hallan escondidos en un lugar en la profanidad del planeta, algunos
dormidos otros viviendo pacíficamente, pero deben volver. Aún hoy los mongoles
esperan el regreso de Gengis Kan. Una interpretación plausible de ciertos
versículos del Evangelio ha hecho creer a millones de cristianos que san Juan
Bautista no murió nunca, sino que vive
todavía entre nosotros, lo mismo que el judío errante. Asi, el famoso Víctor Hugo estaba seguro de haberle
encontrado en Copenhague. Pero bastaría el ejemplo clásico del Judío Errante,
que bajo el nombre de Ahas Verus o de Butadeo, ha sido reconocido en diversos
países y en diversos siglos y que cuenta actualmente más de dos mil años. Todas
estas tradiciones, independientes las unas de las otras, prueban que el género
humano tiene la seguridad o al menos el presentimiento de que hay
verdaderamente hombres que sobrepasan en gran medida el curso ordinario de la
vida. Y yo, que soy uno de éstos, puedo afirmar con autoridad que esta creencia
responde a la verdad. Si todos los hombres disfrutasen de esta longevidad
fabulosa, la vida se haría imposible. Pero es necesario que alguno, de cuando
en cuando, permanezca aquí para preservar la tradición mágica intacta: somos,
en cierto modo, los notarios estables de lo transitorio. – Fue cuando le dije
sospecho que eres tu Sanit Germain con varios apodos que apareces y desapareces
de escena a tu antojo, ahí el conde
soltó una carcajada y pregunté -¿Soy indiscreto si le pregunto cuáles son sus
impresiones de inmortal?- -No te imagines que nuestra suerte sea digna de
envidia. Nada de eso. En mi leyenda se dice que yo conocí a Pilatos y que
asistí a la Crucifixión. No he alardeado nunca de cosas que no son verdad, pero
conocí a Santa Ana la madre de María, la abuela de Jesús el Cristo. Sin
embargo, hace pocos meses algo en mí cambió. Nací en Mesopotamia, luego ya
joven alguien me dio una enseñanza, por
lo tanto, hable con Cristóbal Colón de
rutas nuevas, para llegar a América. Pero no puedo, ahora, contarte mi vida mi
vida toda, pero yo te pudo decir que soy la piedra de toque de todos cuantos
han sido famosos. El tiempo en que frecuenté más a los hombres fue, como tú sabes en la época de la revolución francesa,
y puedo lamentarlo. Pero ordinariamente vivo en la soledad y no me gusta hablar
de mí. He experimentado en estos tiempos
muchas satisfacciones, y a mi curiosidad, en modo especial, no le ha faltado
alimento. He visto al mundo cambiar de cara; he podido ver, en el curso de una
sola vida, a Cristo, a Moisés, a Lutero
y a Napoleón, a Sir Francis Bacon -Washington, Juárez, Luis
XIV y Bismarck, Hitler, Leonardo y
Beethoven, Miguel Ángel y Goethe. Y tal vez por eso me he librado de las
supersticiones de los grandes hombres. Pero estas ventajas son pagadas a duro
precio. Después de un par de milenos, un sentimiento incurable se apodera de
los venturados inmortales. El mundo es no es monótono, los hombres no enseñan
nada solo reinterpretan , y se cae en la recurrencia y el eterno retorno , en
cada generación, en los mismos errores y horrores; los acontecimientos no se
repiten, pero se parecen; lo que me quedaba por saber ya he tenido bastante
tiempo para aprenderlo bien. Terminan las novedades, las sorpresas, las
revelaciones. Se lo puedo confesar a usted, ahora que únicamente nos escucha el
mar Rojo: mi inmortalidad me causa aburrimiento. La tierra ni el cielo ya no tienen
secretos para mí, y no tengo ya confianza en mis semejantes sabiendo como son.
Y repito con gusto las palabras de Hamlet, que oí la primera vez en Londres en
1594: «El hombre no me causa ningún buen placer.»- Luego de esto El conde de Saint-Germain me pareció luminoso,
como si se fuese volviendo luz violeta por momentos. Permaneció en silencio más
de un cuarto de hora contemplando meditando hacia la lejanía, el cielo
estrellado. -Dispénseme -dijo finalmente- si mis discursos te han intrigado. Los viejos masones, cuando
comienzan a hablar, son digamos intrigantes. Así, el conde de Saint-Germain no
volvió a dirigirme la palabra esa noche, a pesar de que intenté varias veces
entablar conversación, era como si, me dijera medita en lo que te dije. La tercera noche de entrevista, fue aun más que intrigante e interesante para
mi, algo que hasta el momento me llena
de sobrecogimiento y de algo de arrogancia, debo confesar, ser amigo de tan
extraordinario masón. Nuestro Hermano
llego digamos que bastante jovial al lobby del Hotel. Almorzamos comida
mexicana, en un concurrido restaurante de tacos en Monterrey. Parecía disfrutar
tanto mi compañía como yo la de él, el hielo se había derretido, fluía la conversación de manera más que
amena. Mis tantos años de cuando era jovencito en una sociedad secreta, me hacia comprender
muy bien su intrínseca conversación, y claro los alcances de la misma. Así, de pronto me decía de ellos de mis
antiguos cofrades, y toda su trama, incluso parecía saber bien de mi vida en
aquel tiempo. Me dijo saber de mi por la Internet, y que otros más, amigos
suyos sabían de mi. Me dijo de mis actividades
en Logia, y de los últimos incidentes en la Misma. Finalizó diciéndome que el contacto entre los dos seguiría y que
pronto me invitaría para que conociera
de otras actividades muy importantes de
Masonería, Rosacrucismo, Martinismo
entre otras más líneas esotéricas. – Alcoseri https://groups.google.com/group/secreto-masonico