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General: Encuentros con Saint-Germain ese fascinante personaje
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 20/04/2013 00:58

Encuentros con Saint-Germain ese fascinante personaje

He conocido estos días a un famoso francmasón. Es un caballero muy elegante y serio, de mediana estatura, pero de apariencia esbelta y vestido con una refinada sencillez. No parece tener más de cincuenta años. En los primeros momentos de la primera entrevista no se mostro abierto y no hablaba  más que lo más necesario, sólo se limitó a decirme le había atraído algo de lo que hace tiempo había escrito en la Internet, y pretendía le explicara mas del asunto, más  bien me veía como analizándome, más que todo. A la noche siguiente que me hallaba esperándole en el lobby del Hotel, apareció sentado frente a mí de improviso como si de pronto hubiese aparecido mientras yo distraído miraba hacia otro lado y me saludó, pero ahora sonriendo. Cuando me hubo dicho su nombre cuando contacte con él por internet creí que se trataba de un descendiente de aquel conde de Saint-Germain que llenó con sus misterios y con la leyenda de su longevidad. Había leído hacía poco, en una Revista de Año Cero, un artículo sobre el conde «inmortal» y no fui diría yo cogido por fortuna desprevenido. El Hermano masón mostró satisfacción al darse cuenta de que yo conocía bien de aquella historia y se decidió a hacerme la gran confidencia. -No he tenido nunca hijos y no tengo descendientes, dijo sonriente. Soy aquel mismo, si te dignas creerme, que fue conocido con el nombre de conde de Saint-Germain, en el siglo XVII. Habrás leído que algunos biógrafos me hacen morir en 1784, en el castillo de Eckendoerde, en el ducado de Echleswig. Pero existen documentos que prueban que fui recibido en 1786 por el mismo Zar de Rusia. La condesa de Adhemar me encontró en 1789 en París, en la iglesia de los Recoletos. En 1821 tuve una larga conversación con el conde de Chalons en la plaza de San Marcos de Venecia. Un inglés, Vandam, me conoció en 1847. En 1869 comenzó mi relación con la masona Annie Besant. Oakley intentó en vano encontrarme en 1900, pero, conociendo el carácter de esa buena señora, conseguí evitarla, y sonería. Encontré algunos años después al Señor Leadbeater, que hizo de mí una descripción un poco fantástica, pero en el fondo bastante fiel, luego en Paris en 1922 contacte con Gurdjieff ese viejo embaucador yo le ayude a conseguir vivir en Fontainebleau, si no de que otra manera se hubiera hecho vivir en un Castillo tan costoso. –Ahí, fue que le pregunté sobre su adherencia a la Orden Masónica-  y me dijo: Asistí a  la reunión de Wilhelmsbad a la que asisten miles de masones, a la que asiste Saint Germain. La Estricta Observancia Templaría que no abandona su idea de que es la heredera de los antiguos templarios. Ahí,  otras corrientes masónicas reconocen sus raíces en los templarios. A la reunión asistieron  numerosos adeptos de los llamados neo Iluminados de Baviera, una organización a que sería  prohibida años después, provocando un gran escándalo al saberse que ha infiltrado a la masonería, y que envía a notables representantes a la reunión: el literato Christopher Bode y el Barón von Knigg. La verdad  no me pierdo ningún suceso masónico que tenga gran relevancia.   He querido  contactar hoy contigo, después de unos años de ausencia, del viejo México: ahora regreso voy de regreso a la ciudad de Nueva York, donde se hallan algunos de  mis mejores amigos. En la Europa de hoy, desangrada por la crisis, no hay nada que hacer por ahora, como tampoco por Venezuela,  bueno por hoy, recuerdo cuando conocí a Simón Bolívar Palacios, hoy estará  enfurecido. –  Fue cuando le dije, mi hermano: Pero si las noticias que yo tengo son exactas, usted era ya más que un centenario a finales del siglo XVIII, en la época de su presunta muerte. El conde sonrió dulcemente. -Los hombres -respondió- son demasiado desmemoriados o demasiado niños para orientarse en la cronología. Un centenario, para ellos, es un prodigio, un portento. En la antigüedad, e incluso en la Edad Media, se recordaba todavía algunas verdades elementales que la orgullosa ignorancia científica ha hecho olvidar. Una de estas verdades es que no todos los hombres son mortales. La mayoría mueren realmente después de setenta o cien años; un pequeño número sigue viviendo indefinidamente. Los hombres se dividen, desde este punto de vista, en dos clases: la inmensa plebe de los extinguidos y la reducidísima aristocracia de los desaparecidos». Yo pertenezco a esa pequeña élite y en 1784 había ya vivido no un siglo, sino varios, muchos. -¿Es usted, inmortal mi Querido Hermano? – Le pregunté  -No he dicho esto. Es necesario distinguir entre inmortalidad e inmortalidad. Las religiones saben desde hace miles de años que los hombres son inmortales, es decir, que comienzan una segunda vida después de la muerte. A un pequeño número de ésos está reservada una vida terrestre tan sumamente larga que al vulgo de los efímeros le parece inmortal. Pero así como hemos nacido en un momento dado del tiempo, es bastante probable que debamos también nosotros, más pronto o más tarde, Morir. La única diferencia es ésta: que nuestra existencia media en vez de por décadas se mide por siglos. Morir a setenta años o morir a los cinco mil no es una diferencia tan milagrosa para quien reflexiona sobre la realidad del tiempo. -Ha hecho usted alusión a una aristocracia de inmortales. ¿No es usted, pues, el único que goza de este privilegio?- Le pregunté  - Recuerdas que mismo Cristo sobrevivió a la muerte, luego Ascendió a los Cielos, más no murió. Si vuestros semejantes conociesen mejor la Historia, no se extrañarían de ciertas afirmaciones. En todos los países del mundo, antiquísimos y modernos, vive la firme creencia de que algunos hombres no han muerto, sino que han sido arrebatados, esto es, desaparecen sin que se pueda encontrar su cuerpo. Estos siguen viviendo escondidos y de incógnito o tal vez se han adormecido y pueden despertarse y volver de un momento a otro. Vaya a Alemania y le enseñarán el Unterberg cerca de Salisburgo, donde espera desde hace siglos, en apariencia adormecido, Carlomagno; el Kyffháuser, donde se ha refugiado, esperando, Federico Barbarroja; y el Sudermerberg que hospeda todavía a Enrique el Asesino. En la India le dirán que Nana Sahib, el jefe de la sublevación de 1857, desaparecido sin dejar rastro en el Nepal, vive todavía escondido en el Himalaya. Los antiguos hebreos sabían que al patriarca Enoch le fue evitada la muerte; y los babilonios creían la misma cosa de Hasisadra, lo mismo el Melquisedec bíblico, o bien Khydr  el Musulmán ese eterno ser, o que tal Shemash  el hombre solar del que habla Rumi.  Recuerdas la película El hombre que sería Rey escrita por el hermano masón  Rudyard Kipling, ahí se explica  se ha esperado durante siglos que Alejandro Magno reapareciese en Asia, como Amílcar o Sicander, desaparecido en la batalla de Panormo, fue esperado por los cartagineses. Nerón desapareció sin someterse a la muerte, alguien injustamente denunciado como criminal por los cristianos. Y todos saben que los británicos no creyeron nunca en la muerte del rey Arturo , ni los godos en la de Teodorico, ni los daneses en la de Holger Danske; ni los portugueses en la del rey Sebastián, ni los suecos en la del rey Carlos XII, ni los servios en la de Kraljevic Marco, incluso Adolfo Hitler nunca apareció su cuerpo. Todos estos monarcas se hallan escondidos en un lugar en la profanidad del planeta, algunos dormidos otros viviendo pacíficamente, pero deben volver. Aún hoy los mongoles esperan el regreso de Gengis Kan. Una interpretación plausible de ciertos versículos del Evangelio ha hecho creer a millones de cristianos que san Juan Bautista  no murió nunca, sino que vive todavía entre nosotros, lo mismo que el judío errante. Asi, el famoso  Víctor Hugo estaba seguro de haberle encontrado en Copenhague. Pero bastaría el ejemplo clásico del Judío Errante, que bajo el nombre de Ahas Verus o de Butadeo, ha sido reconocido en diversos países y en diversos siglos y que cuenta actualmente más de dos mil años. Todas estas tradiciones, independientes las unas de las otras, prueban que el género humano tiene la seguridad o al menos el presentimiento de que hay verdaderamente hombres que sobrepasan en gran medida el curso ordinario de la vida. Y yo, que soy uno de éstos, puedo afirmar con autoridad que esta creencia responde a la verdad. Si todos los hombres disfrutasen de esta longevidad fabulosa, la vida se haría imposible. Pero es necesario que alguno, de cuando en cuando, permanezca aquí para preservar la tradición mágica intacta: somos, en cierto modo, los notarios estables de lo transitorio. – Fue cuando le dije sospecho que eres tu Sanit Germain con varios apodos que apareces y desapareces de escena a tu antojo,  ahí el conde soltó una carcajada y  pregunté  -¿Soy indiscreto si le pregunto cuáles son sus impresiones de inmortal?- -No te imagines que nuestra suerte sea digna de envidia. Nada de eso. En mi leyenda se dice que yo conocí a Pilatos y que asistí a la Crucifixión. No he alardeado nunca de cosas que no son verdad, pero conocí a Santa Ana la madre de María, la abuela de Jesús el Cristo. Sin embargo, hace pocos meses algo en mí cambió. Nací en Mesopotamia, luego ya joven  alguien me dio una enseñanza, por lo tanto,  hable con Cristóbal Colón de rutas nuevas, para llegar a América. Pero no puedo, ahora, contarte mi vida mi vida toda, pero yo te pudo decir que soy la piedra de toque de todos cuantos han sido famosos. El tiempo en que frecuenté más a los hombres fue, como  tú sabes en la época de la revolución francesa, y puedo lamentarlo. Pero ordinariamente vivo en la soledad y no me gusta hablar de mí. He experimentado en estos  tiempos muchas satisfacciones, y a mi curiosidad, en modo especial, no le ha faltado alimento. He visto al mundo cambiar de cara; he podido ver, en el curso de una sola vida, a Cristo, a Moisés,  a Lutero y a Napoleón, a Sir Francis Bacon -Washington, Juárez,   Luis XIV y Bismarck, Hitler,  Leonardo y Beethoven, Miguel Ángel y Goethe. Y tal vez por eso me he librado de las supersticiones de los grandes hombres. Pero estas ventajas son pagadas a duro precio. Después de un par de milenos, un sentimiento incurable se apodera de los venturados inmortales. El mundo es no es monótono, los hombres no enseñan nada solo reinterpretan , y se cae en la recurrencia y el eterno retorno , en cada generación, en los mismos errores y horrores; los acontecimientos no se repiten, pero se parecen; lo que me quedaba por saber ya he tenido bastante tiempo para aprenderlo bien. Terminan las novedades, las sorpresas, las revelaciones. Se lo puedo confesar a usted, ahora que únicamente nos escucha el mar Rojo: mi inmortalidad me causa aburrimiento. La tierra ni el cielo ya no tienen secretos para mí, y no tengo ya confianza en mis semejantes sabiendo como son. Y repito con gusto las palabras de Hamlet, que oí la primera vez en Londres en 1594: «El hombre no me causa ningún buen placer.»- Luego de esto  El conde de Saint-Germain me pareció luminoso, como si se fuese volviendo luz violeta por momentos. Permaneció en silencio más de un cuarto de hora contemplando meditando hacia la lejanía, el cielo estrellado. -Dispénseme -dijo finalmente- si mis discursos te han  intrigado. Los viejos masones, cuando comienzan a hablar, son digamos intrigantes. Así, el conde de Saint-Germain no volvió a dirigirme la palabra esa noche, a pesar de que intenté varias veces entablar conversación, era como si, me dijera medita en lo que te dije.  La tercera noche de entrevista,  fue aun más que intrigante e interesante para mi,  algo que hasta el momento me llena de sobrecogimiento y de algo de arrogancia, debo confesar, ser amigo de tan extraordinario masón.  Nuestro Hermano llego digamos que bastante jovial al lobby del Hotel. Almorzamos comida mexicana, en un concurrido restaurante de tacos en Monterrey. Parecía disfrutar tanto mi compañía como yo la de él, el hielo se había derretido,  fluía la conversación de manera más que amena. Mis tantos años de cuando era jovencito  en una sociedad secreta, me hacia comprender muy bien su intrínseca conversación, y claro los alcances de la misma.  Así, de pronto me decía de ellos de mis antiguos cofrades, y toda su trama, incluso parecía saber bien de mi vida en aquel tiempo. Me dijo saber de mi por la Internet, y que otros más, amigos suyos sabían de mi.  Me dijo de mis actividades en Logia, y de los últimos incidentes en la Misma. Finalizó  diciéndome  que el contacto entre los dos seguiría y que pronto  me invitaría para que conociera de otras actividades muy importantes  de Masonería, Rosacrucismo, Martinismo  entre otras más líneas esotéricas. – Alcoseri https://groups.google.com/group/secreto-masonico



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