El demonio Belcebú o Beelzebub, por ejemplo, surgió del término Baal
Zebub (Ba'al Z'vûv, Señor de las Moscas) que era usado por los hebreos
para burlarse de los adoradores del importante dios semítico solar
Baal (Señor), debido a que la carne de los sacrificios a Baal se
dejaba pudrir, por lo que sus templos se infestaban de moscas.
Astaroth, "el gran duque del infierno", proviene de la diosa fenicia
del amor y la belleza, Astarté.
Lucifer, identificado a veces con Satanás, era en realidad un dios
grecorromano hijo de la diosa de la mañana Eos/Aurora y asociado a
Venus. Su demonización se debe a san Jerónimo.
Esta práctica, que hacía que todos los dioses paganos tales como Zeus,
Odín, Horus, Amón, Marduk o Quetzalcóatl fuesen demonios, resultó muy
efectiva como medio para desprestigiar y, consecuentemente, hacer
desaparecer religiones ajenas, y dieron inicio, entre otros factores,
a la supremacía de las principales religiones monoteístas: judaísmo,
cristianismo e islam. La demonización no es un fenómeno exclusivo del
ámbito mitológico y religioso, sino también del histórico y político.