CARTA A UN JUARISTA ESCRITA POR EL V.:H:.ROBERTO AUGUSTO FLORES GARZA. VEN:. AD-VITAM DE LA CENTENARIA Y RESP.:LOG:. SIMB:.CONSTANCIA N°2 DEL OT:. DE MONTERREY, NUEVO LEÓN- MÉXICO.
ARIEL:
Desde mi cada vez más lejana juventud, tuve conocimiento de muy diversas agresiones en contra de Juárez. Incluso, en la historia de la familia hay un evento que no olvido. Sin que mi padre tuviera credo y mi madre nos instruía de que sólo nos arrodilláramos frente a las imágenes de Jesús y del niño-dios, sorprendentemente inscribieron a la menor de los ocho hermanos, en un colegio religioso.
El colegio, de nombre “Concepción”, está situado en mi tierra natal que es Concepción del Oro, Zacatecas. Para ese entonces yo estudiaba en Monterrey y, en una de mis vacaciones escolares, al llegar a la casa paterna me hicieron saber que Magda, mi hermana, había llegado muy asustada del colegio. Era una niña, estaba empezando la primaria.
¿Cuál era el motivo de su espanto? Una de las religiosas les contó a las alumnas el caso de una persona poseída por tres demonios. El sacerdote que la exorcisó logró expulsar a los demonios del cuerpo mortal, no sin preguntarles sus nombres. Uno de ellos, dijo la religiosa, era Benito Juárez.
Hubo un tiempo en que las estatuas del Benemérito eran arrancadas de sus pedestales, escupidas, pintarrajeadas. La conmemoración del 21 de marzo, incluso, se debió a un acto bochornoso cuando jóvenes fanáticos insultaron, escupieron y encapucharon la efigie de Juárez en el hemiciclo que se levanta en su memoria en la alameda central de la ciudad de México.
¿Por qué, a 140 años de que el oaxaqueño desapareció de la faz de la tierra, su nombre, su obra, su memoria, sigue concitando el odio de algunos mexicanos? Probablemente, de los personajes de nuestra historia, sea el más vilipendiado. Y, como caso paradoja brutal, bestial, los que predican el amor y el perdón, son los que más lo insultan. “..Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores..”
En principio, hay un argumento contundente, tajante: Juárez rompió esquemas. Así de simple. Así de complejo. Hasta antes de él, el gobierno de los países de América Latina había estado en manos de criollos. Eran tiempos de glorificar la figura del indio en la poesía, en el discurso, en la palabra, y menospreciarlo en la realidad. Esos tiempos siguen siendo los mismos. Los indígenas sólo sirven para montar la escenografía de los poderosos. O para mencionarlos como referencias de adorno en su retórica hueca.
Me tocó atestiguar una enorme incongruencia que me sirve para ilustrar lo anterior: Estábamos en el despacho del Gran Maestro esperando dar inicio a un acto en homenaje de Juárez, el 21 de marzo de un año que me quedó en el olvido.
De pronto, dentro de la plática, uno de los presentes expresó, con imprudencia, lo siguiente: “Si pudiera, me arrancaría de las venas la parte de sangre india que tengo”. Yo estaba sentado enseguida de Humberto Ramos Lozano. Ya al final de la jornada, me diría que había estado a punto de levantarse para abofetear a quien había hecho comentario tan racista. Ello, nos da el retrato fiel de una gran parte de la sociedad mexicana. Por un lado homenajeando al más grande de los indígenas nacido en nuestro suelo. Por el otro, renegando de la sangre que en aquel hombre fluía incontenible y pura. Es decir, sin mezcla.
Entonces, ¿Cómo era posible que un indio, paupérrimo como todos los de su raza, originario de una región extremadamente difícil y apartada, huérfano siendo niño, sin haber poblado nunca un aula escolar, haya surgido desde debajo de lo más abajo para portar un título, para gobernar su estado y para dirigir hasta las horizontes de la excelsitud al más selecto grupo de hombres públicos que haya conocido esta nación.
Aunque Morelos haya asentado en su proclama que no hubiera más diferencia entre los habitantes del país que empezaba a surgir, lo cierto es que durante mucho tiempo continuó la clasificación en castas. Primero, de forma abierta. Después, de manera soterrada.
Y así, ante la incredulidad de la gente blanca, de las familias bien, de los de abolengo, de los dueños de la riqueza y del poder espiritual, Juárez tuvo la tremenda, inconcebible audacia de llevar a cabo lo que nadie se atrevía a hacer: decretar la separación del estado y de la iglesia, no en términos de igualdad sino para que la iglesia estuviera regulada por el gobierno.
¿Un indio pretendiendo sujetar la estructura eclesiástica a las leyes civiles? ¡Qué gran desacierto! ¿Pues no apenas comenzada la conquista se discutía, en el seno de la iglesia, si los naturales de América tenían alma?¿No se les llegó a considerar una especie infra-humana equiparable a los animales de carga?
Y uno de ellos, UNO DE ELLOS, de esos hombrecillos de piel color de tierra y rostros como esculpidos a hachazos, se atrevía a desafiar a la más grande, milenaria y universal de las instituciones. Qué soberbia. Qué absurdo.
Y pese a que contaba con la ayuda divina, la jerarquía eclesiástica vio triunfar a los impíos. Y le dolió ver que la autoridad civil se encargó a partir de entonces de administrar los cementerios, de administrar el registro de nacimiento, boda, muerte…de la población. Y vio mermadas las fuentes de sus descomunales ingresos. Y eso le ha dolido por toda una eternidad.
La libertad de cultos era una de las ideas en boga. Nadie tiene por qué imponer a otro una creencia o un dios determinado. Los triunfos de los franceses y de los norteamericanos, reforzaron este principio. Además, Francia en 1789 al guillotinar las testas de la realeza cerró el capítulo del “poder divino” que imperó durante la edad oscura y terrible del Medioevo. Oscura y terrible porque todo giraba en torno de una religión que se declaraba a sí misma como única y verdadera y que establecía vínculos de complicidad con los tronos europeos.
Cuando los reformistas impulsan la libertad de creencia, los señores del monopolio espiritual ponen el grito en “el cielo”. ¡No es posible! Nosotros somos el único camino. “Nadie viene al padre si no es por aquí”.
Es de imaginarse la lucha entre el David representante de una patria desangrada por luchas fratricidas y la ambición de sus gobernantes ante el Goliat que tiene su sede en Roma , desde donde impone su soberana voluntad, con recursos económicos inacabables pues que le llegan de todas partes del mundo.
Y a pesar de ello, el David triunfó. Desde entonces, para la iglesia católica, Juárez es sinónimo de sacrilegio, de maldad, de estulticia, de ateísmo a pesar de que sus proclamas iniciaban con “En el nombre de Dios…” De los reformistas, que yo sepa, el único no creyente y, además, ufano de su ateísmo, fue ese genio del pensamiento que se llamó Ignacio Ramírez “El Nigromante”.
Como Juárez se inició en el rito nacional mexicano y como él, la mayoría de sus colaboradores. Y como la masonería también ha tenido en contra suya el odio secular de la iglesia (“El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”), entre los insultos con que se le trata de denigrar, se encuentra el de masón.
Hace tiempo, Ariel, que las leyes de reforma van en retirada por culpa de aquellos gobernantes que han traicionado nuestras raíces históricas. Y tal parece que estamos a punto de convertirnos, nuevamente, en un estado confesional.
¿Quién que sea no recuerda la imagen de Fox desalojando de la oficina presidencial el cuadro de Juárez?¿Quién que sea no recuerda a Fox, dizque representante de todos nosotros los ciudadanos, inclinándose en señal de sumisión ante el papa anterior? Ese guanajuatense desgarbado hasta en sus ideas, echó por el caño todo concepto de laicismo.
Mañana, Ariel, esperemos una embestida mayor con la llegada del papa actual y la parafernalia que se le está preparando en Guanajuato. Viene a ultimar detalles para darle la puntilla al laicismo y así mandar al infierno de los derrotados a nuestro indio de Guelatao.
Añade, a tantas agresiones, la expresión que escuchaste en labios de una conductora de noticias de un canal de la localidad cuyo nombre no vale la pena repetir. Estoy seguro que, en defensa de esa noticiera, dirán que somos “jacobinos trasnochados” porque es el cliché que aplican a los que defendemos los principios de libertad que nos legaron hombres de la talla de Juárez.
No fuimos nosotros quienes le nombramos Benemérito del continente. Fueron congresos del sur continental. Y en todas partes del mundo hay referencias de admiración y respeto al hombre que tomó en sus manos las banderas de la república para salvarlas de los invasores franceses.
Si en otras partes de la humanidad hay un homenaje permanente para el héroe fundamental de nuestra historia, ¿cómo vamos a permitir que en nuestra propia casa, es decir, en la ciudad en que vivimos, se haga un comentario por televisión que denigra, no al héroe, sino a la persona que lo externó?
Yo espero, Ariel, que en nombre de tu padre y de toda esa generación de nuevoleoneses que mencionas en tu correo, que en nombre de quienes seguimos siendo fieles a nuestras tradiciones liberales, le hagas saber a las autoridades masónicas que hay que protestar, sin exabruptos pero con firmeza, por el agravio inferido al INDIO que consolidó nuestra nacionalidad.
Dejar pasar otra ofensa, sería traicionar a Juárez ,y dejarlo solo ante los vientos de ira que arrasan hasta estatuas y pedestales.