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General: Una iglesia infiltrada
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De: Alcoseri (Mensaje original) |
Enviado: 01/09/2017 18:49 |
Una iglesia infiltrada por la ideología de género, infectada por el ecumenismo mundialista y entregada al multiculturalismo sin control: Los tarancones de la Segunda Transición http://www.alertadigital.com/2017/08/02/los-tarancones-de-la-segunda-transicion/ Pedro de Sotomayor.- La progresía del pensamiento NOM ha acrisolado una posideología construida a través de un escandaloso sistema de ingeniería social, que ha parido monstruos como la posmodernidad, la posverdad, los posvalores, el possexo, la posdemocracia… y ahora ya está pariendo la posEspaña, que no otra cosa que ese Alien plurinacional con el que la magia bilderbergiana quiere llevar a nuestra Patria a los vertederos de la poshistoria. Pero no estaban todos los «pos» que son, ya que nos faltaba uno, precisamente de los más importantes: la posIglesia. Todo comenzó a mediados de los años 60, cuando la Iglesia española pasó del espíritu de «cruzada por Dios y por España» a una actitud levantisca y contestataria contra el régimen franquista, que llevó a los cristianos progresistas a abrazarse con comunistas, extraño fenómeno que se podía haber llamado el «contubernio cristomarxista», cuya joya de la corona fueron las hermandades católicas de acción obrera, y los curas obreros ―por cierto, desde aquí una mención merecida al artista José Bergamín, el cristiano progresista de la República que no dijo ni pío sobre las horribles masacres de los católicos. Para más inri, colaboró con Herri Batasuna, y quiso ser enterrado en Fuenterrabía «para no dar mis huesos a tierra española: ¡Qué crueldad, y cuánto nos afectó!―. El Concilio Vaticano bendecía e impulsaba ese cambio, que iba encaminado a separar a la Iglesia del estado franquista, pues el clero español no deseaba que la próxima finalización de la dictadura les pillara con el pie cambiado, bajo la acusación de haber sido uno de los poderes fácticos de la dictadura de Franco, lo cual ―huelga decirlo― les habría convertido en anatema, en víctima de más persecuciones, de las que ya había tenido un verdadero apocalipsis durante la República masónica. Este miedo produjo, en consecuencia, el desmarque de la Iglesia del régimen franquista, pero también hay que ver en este proceso ―por el que la Iglesia se decantó claramente por el aperturismo, la reforma y la democratización― una asimilación por parte de la doctrina de la Iglesia de la teología progre del concilio Vaticano II, que constituyó el hontanar ideológico de esa Iglesia reformista. Fue así como surgió la figura de Tarancón, el plan timonel de ese proceso de cambio que fue visto por el régimen como una verdadera traición, ya que el Alzamiento y la dictadura habían sido los salvadores de una Iglesia que, sin el triunfo de Franco, habría llegado a su completa desaparición en nuestro país. No sólo la España victoriosa hizo de mesías de la tradición católica española, sino que, además, la colmó de beneficios, prebendas y privilegios en toda su vida posterior. Y ahora, engolfados como estamos en lo que se sigue llamando Segunda Transición, es lógico que surjan ―de aquella veta tardofranquista― «los nuevos tarancones», es decir, un cenáculo de miembros del clero que, a imitación de los primeros, pretenden conducir a la Iglesia a una nueva transformación, con el fin, no ya de defender reformas democráticas que les den un lugar cómodo en un nuevo régimen, que calme las ansias anticlericales de las progresías rupturistas, sino de metamorfosear la Iglesia democrática en una institución progre que no desentone en el Nuevo Orden Mundial al que nos quiere encaminar la Segunda Transición, basada ya sin tapujos en una ruptura total con los casi inexistentes residuos del franquismo: familia tradicional, unidad de España, valores cristianos… En eso consiste la posIglesia, en una iglesia infiltrada ya por la ideología de género y el econaturismo del globalismo; entregada al multiculturalismo sin control que islamizará Europa, voceadora buenista del apoyo a una inmigración sin límite; infectada por el ecumenismo mundialista que se abraza con luteranos y judíos; una Iglesia que calla u otorga antes las esteladas; que guarda ominosos y escandalosos silencios ante blasfemias, sacrilegios y persecuciones, limitándose a balbucir un feroz #respetamife… Y es que ya lo dijo el Papa Francisco, que se lleva al Vaticano a refugiados musulmanes, cuando en los campamentos de refugiados se hacinan multitudes de cristianos ferozmente perseguidos en Oriente Medio ―refugiados, por cierto, en campamentos donde son objeto de agresiones por parte de los muslimes―: dijo que el principal problema del siglo XXI es la tragedia de los refugiados, cuando cualquier católico consciente podría haberle dicho que eso no es cierto, ya que el gran drama del mundo actual es la descristianización del mundo, el apocalíptico hecatombe de las persecuciones a los católicos. A pesar de las voces que ya se han alzado en su Curia diciéndole que una acogida ilimitada de refugiados es una quimera irrealizable, Bergoglio hace caso omiso, y en esta obstinación coincide precisamente con un tal George Soros, reconocido planificador de la invasión islámica que sufre Europa. El presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Ricardo Blázquez, muestra un ejemplar de la encíclica "Laudato si" del papa Francisco. El presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Ricardo Blázquez, muestra un ejemplar de la encíclica “Laudato si” del papa Francisco. También parece que para el actual Pontífice el segundo gran problema es el de la ecología, como explicó en su encíclica «Laudato si», donde trata el tema del cambio climático, otro de los pilares de la ideología mundialista, cuando cada vez es más del dominio público que es una pura farsa creada por el globalismo para amedrentar a las poblaciones ―y usar ese miedo para un mayor control, objetivo esencial para el Gobierno Mundial ― pues el calentamiento global no se debe a las emisiones de los gases, sino a la actividad solar, que no tiene nada que ver con la contaminación ambiental por dióxido de carbono. Lo que realmente pretende realmente es engañar a las poblaciones aborregadas para que éstas les financien, a través del recibo de la luz, la reconversión de las energías fósiles en energías alternativas, proceso de tecnología muy cara, que ellos no están dispuestos a costear. La palabra clave de la posIglesia es el«diálogo», otra de esas palabras que me producen verdadera urticaria puesta en boca de algunos personajes de cuyo nombre no quiero acordarme. ¿De qué tiene que hablar la única Religión verdadera con otras confesiones y filosofías que han sido elaboradas por mentes humanas, con chamanes y gurús, con pachamamas y obispas? ¿De qué va a dialogar la Iglesia católica con una Iglesia luterana que tiene en su seno a obispas que dan premios al mejor adolescente gay del año? ¿Qué hace Bergoglio encendiendo los candelabros de la «Hannunkah» judía, rodeado de rabinos, cuando éstos jamás serán capaces de asistir a una Eucaristía? ¿Cómo es posible que Bergoglio haya sido nombrado miembro de honor del masónico «Rotary Club», siendo felicitado además por la masonería argentina cuando accedió al trono de San Pedro? ¿De qué va la invitación que Francisco hizo a 9000 rotarios de 80 países asistir a una audiencia del Jubileo, ocupando un área reservada? ¿Cómo es posible que el cardenal Ravasi afirme impunemente que hay que «dialogar» con la Masonería, condenada sin paliativos por toda la doctrina de la Iglesia? Así se forja la posIglesia… por los pasillos vaticanos y los salones episcopales se pueden ver a los tarancones, tan modernos, tan dialogantes, pero que son incapaces de dejar sus templos para los actos de los católicos integristas; pero que no denuncian públicamente las agresiones a las ideas, los valores y las tradiciones de los católicos. Osoro (d) junto a Carmena y el llamado Padre Ángel, el polémico cura que distribuye revistas de contenido gay en su parroquia de San Antón (Madrid). Osoro (d) junto a Carmena y el llamado Padre Ángel, el polémico cura que distribuye revistas de contenido gay en su parroquia de San Antón (Madrid). Aquí tenemos a Carlos Osoro, el obispo de Madrid, el nuevo Tarancón, que se negó a opinar directamente sobre el bus de «Hazte Oír», pero que en sus manifestaciones sobre el tema dejó perlas de «progresía» taranconiana: «La convivencia se construye en el respeto, no en la difamación, ni en el insulto, ni en el reírse de los otros. Eso no tiene nada que ver con el Evangelio […] Ninguna circunstancia justifica una actividad que no respete al otro, le elimine o se ría de él. Por eso, la infamia, a quien la realiza, siempre es reprobable, y cuando uno se apoya en la religión…. No es la religión que Jesucristo nos enseñó […] Es terrible estar en este mundo teniendo como arma el odio. Eso ultraja a Dios». ¿A qué odio se refería: al odio de decir que los niños tienen pene, o a los acosos violentos que recibió el autobús en su andadura por España? Y, ¿quiere insinuar que el autobús de «Hazte Oír» se reía de los transexuales, o, peor aún, eliminarles? Xavier Novell, prelado separatista de Solsona, prototipo de obispo taranconiano. Xavier Novell, prelado separatista de Solsona, prototipo de obispo taranconiano. «Debemos crear la cultura del encuentro, no la del descarte». Pero, ¿a quién dice que se está descartando?: ¿a los que dan su opinión según el derecho a la libertad de expresión, para que no se adoctrine a los niños en las escuelas según la ideología LGTBI ―contraria a los principios católicos―? ¿O quizás a los transexuales que se sienten descartados y discriminados al no tener los atributos biológicos del sexo que desean elegir? Vete a saber. El caso es que nuestra nulo apoyo a las campañas de valientes y esforzados laicos que cargan sobre sus espaldas la labor de denuncia que obispos como él deberían encabezar. Con estos mimbres, no es de extrañar que Osoro se haya negado a firmar un comunicado en el cual los obispos de Alcalá de Henares y Getafe advierten sobre los peligros de la ley LGTBI de 14/07/1916 de Cifuentes, que impone la obligatoriedad de adoctrinar en los centros de enseñanza sobre la ideología de género. También manifestó Osoro que las distintas opciones sexuales merecen todo respeto, lo cual es un hecho evidente incontestable, pues ninguna ideología puede justificar ―y mucho menos la cristiana― que se ataque al colectivo LGTBI. Pero junto a la indiscutible verdad de esa opinión, Osoro debería haber recordado que la ideología LGTBI tiene un activismo curricular importante en cuanto a blasfemias, ataques a la Iglesia, profanaciones, sacrilegios… anticlericalismo y anticatolicismo que es preciso denunciar con firmeza y decisión. ¿O es que la Iglesia es el único colectivo que no se da cuenta de que durante las fiestas del «Orgullo Gay» se desarrollan lamentables escenas de blasfemia a plena luz, sin que nadie haga nada, sin que ninguna jerarquía eclesiástica parezca oponerse decididamente a estas bacanales anticatólicas? Cuando el «affaire» de Rita Maestre, la exculpó diciendo que «no sabía quién estaba en el Sagrario», cosa difícil de creer, puesto que, si no lo hubiera sabido, no había cometido el asalto blasfemo, que iba orientado precisamente a profanar su sacralidad. «Chiquilladas de juventud», vino a insinuar, perdonando paternalmente la ofensa, de la que la blasfema salió completamente impune judicialmente. Estas progresías taranconianas abundan desafortunadamente en la actual Iglesia española―y mundial―, pues encuentran su caldo de cultivo en la misma cúspide vaticana. Así, no existe en la Conferencia Episcopal Española ningún Comité jurídico ni organismo mediático que denuncie oficialmente tanta blasfemia, tanto sacrilegio, tanta persecución, y que defienda a los escasísismos prelados que valientemente dan testimonio evangélico y se enfrentan a las perniciosas ideología del pensamiento único. Teresa Forcades y Ada Colau, en un acto de campaña electoral. Teresa Forcades y Ada Colau, en un acto de campaña electoral. ¿Cuáles son las causas profundas de esta Segunda Transición que está teniendo lugar en la Iglesia? Como ya he insinuado más arriba, es muy posible que responda a la necesidad de la Iglesia de cubrirse las espaldas ante el radicalismo anticlerical impuesto por el NOM en el que ya estamos viviendo, como epifenómeno de la Segunda Transición política: en suma, se trata de contemporizar con las ideologías globalistas con el fin de evitar represalias y persecuciones a la Iglesia por parte de la violencia de los radicales antisistema, tanto a nivel de estructuras e ideas, como a nivel de fieles, de manera parecida a como Pío XII se impuso el silencio ante el nazismo, con el fin de salvaguardar la vida de sus fieles de cualquier victimación por parte de aquella violenta dictadura. Sin embargo, cabe preguntarse si esta táctica es realmente eficaz, pues ninguna de las persecuciones y holocaustos que han masacrado a los católicos tuvieron nunca como argumento la denuncia de la Iglesia de la violencia inherente a los regímenes políticos izquierdistas, que desencadenaron sus apocalipsis por el simple hecho de que las ideologías que los animaban eran furibundamente anticatólicas, consustanciales a su práctica, no meramente coyunturales o accidentales. Eso sucedió con la II República, donde el despiadado ataque a la Iglesia de mayo del 31 jamás pudo utilizar como excusa un supuesto fascismo integrista y reaccionario del clero español, que hizo un llamamiento claro a la lealtad al nuevo régimen ―excepción hecha del cardenal Segura y el obispo Múgica, postura crítica tan minoritaria, que no se puede esgrimir como ninguna provocación global al régimen republicano―. El obispo Sánchez Sorondo, durante una cita privada con Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. El obispo Sánchez Sorondo, durante una cita privada con Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. En segundo lugar, cabe también la posibilidad de concluir que amplios sectores de la Iglesia han sido infiltrados por el pensamiento mundialista, que con esta asimilación pretende adaptarse a los nuevos tiempos, practicando una especie de «aggiornamento» como el que realizó el Concilio Vaticano. Según esta interpretación, junto al miedo a nuevos progroms, hay que poner una presunta querencia de la posIglesia por estos nuevos modos de pensar, que compartirían, si no del todo, sí en sus planteamientos principales. La burocratización funcionarial de la Iglesia completa este cuadro, al que añade una catatónica indiferencia que incrementa la realidad de la posIglesia en la Transición que viene, dirigida por un peligroso mundialismo ― «ecumenismo» es la palabra tabú que utiliza el pensamiento «eclesiásticamente correcto»― cuyo objetivo es alinear a la Iglesia en su proyecto desintegrador de España. En el capítulo VII. II de su magna obra «La Ciudad de Dios», San Agustín nos trae una reveladora cita de Séneca: «Esta gente perversísima ha llegado a extender sus costumbres en el mundo entero; vencidos, han dado leyes a los vencedores». ¿Qué queda cuando Roma perece?: Cuando Roma cae, cae el mundo. (Virgilio. Byron) |
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