EL TONAL Y EL NAHUAL SEGUN LOS MAYAS TZOTZILES
Tonalli ihuan Nahualli
El CH’ULEL Y EL WAYJEL
Para el Tzotzil, el ser humano posee dos «almas», una indestructible
llamada Ch’ulel, que continúa existiendo aún después de la muerte y
otra a la llama Wayjel asociada con un animal compañero.
El Chu’lel es la esencia impalpable del individuo, reside dentro del
cuerpo humano, de él toma forma. La mitad de la existencia del Ch’ulel
transcurre en Sha-halamil, la tierra, se inicia antes de su nacimiento
y acaba con la muerte del cuerpo, la otra mitad del tiempo la pasa en
el reino de los muertos, el Katibak, donde disminuye su edad hasta
volver a la infancia, para luego nacer en otro individuo de sexo
opuesto y sin consciencia alguna de sus existencias previas.
El Ch’ulel puede abandonar voluntaria o involuntariamente su
receptáculo material, pero inevitablemente crea una condición
peligrosa para el individuo. Es voluntaria cuando el Ch’ulel abandona
el cuerpo en ñas horas de sueño, por sí mismo regresa; en el segundo
caso, cuando es involuntario, el Ch’ulel es víctima de los deseos
hostiles de alguien que quiere provocar la muerte, entonces se recurre
al curandero para que mediante ceremonias curativas lo libere y lo
regrese al su dueño.
El Ch’ulel abandona el cuerpo durante el sueño, en los estados de
inconsciencia como la muerte aparente, el desmayo, la ebriedad y el
coito.
Por lo general el Ch’ulel no se da cuenta cuando ha cesado la vida
corporal donde hablita, el rezador lo convoca llamándolo con el nombre
verdadero del indígena y le advierte que su existencia terrena ha
terminado, que debe continuar su camino al Katibak.
El Ch’ulel de un muerto resulta peligroso para los familiares, porque
nunca quiere irse sin llevarse un acompañante. Los que murieron
enojados pueden regresar a arrebatar el Chúlel a su ofensor y
llevárselo al katibak para castigarlo.
Los Ch’uleletik de los difuntos pueden comunicarse con los de los
vivos a través de las «cajitas parlantes» (imágenes que hablan), son
intercesores ante Dios para que el hombre tenga una abundante cosecha
y salud.
Al nacer el hombre, su destino queda unido al de un animal silvestre,
los tzotziles para conocer cuál será el animal compañero de su hijo
recién nacido, rodean al jacal con una franja de ceniza del hogar, al
día siguiente buscan en la ceniza las huellas del animal que merodeó
la casa, puede ser desde una hormiga, un ratón, un armadillo, un
conejo o un jaguar; éste animal será el Waijel del niño, su
contraparte o alma animal, a la que debe proteger para conservar la
vida. Todos los daños que le ocurran al Waijel repercuten en la salud
y en la integridad de la vida del indígena tzotzil, la muerte de éste
y la de su Waijel son simultáneas.
El niño que nazca en miércoles o en un día «malo» (viernes santo),
tendrá un Waijel malo, sólo la Santa Tierra lo puede cambiar después
de haberle ofrecido un guajolote.
El individuo comparte las características de su Waijel, y éste
determina su personalidad y su temperamento. Existen dos tipos
extremos: el de pequeño corazón y el de gran corazón; el primero es
humilde, paciente, aguantador, comprensivo, de genio suave y
considerado; el segundo es voluntarioso, obstinado, violento,
testarudo, de carácter agrio, atolondrado.