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General: El significado oculto del Anillo Masónico.
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De: Alcoseri (Mensaje original) |
Enviado: 05/01/2011 02:58 |
El significado oculto del Anillo Masónico.
En principio, como expresión del simbolismo del circulo, el anillo representaría a la unidad de la Creación como un todo, la eternidad del tiempo cíclico y la plenitud; y también como el Ouroboros, la serpiente o dragón que se devora a sí mismo, evoca una iluminación. La forma circular del anillo, ya con el símbolo de la escuadra y el compás, significan un compromiso para quien lo porta, una forma de decirle al mundo, yo soy masón y debo comportarme como tal. En todos lo relatos griáliticos y de Anillos Mágicos se observa un constante mensaje: cuando cualquiera de ellos cae en manos equivocadas, conduce al desastre de él que lo porta y de su entorno. En este caso estamos ante una situación surgida de una tradición iniciática común en muchas escuelas, la de poseer una anillo, autodestructivo cuando quien lo posee no es un legitimo masón. Esto ocurre, por ejemplo, con el mítico anillo mágico de Salomón, que según el Talmud permitía al rey sabio el control de los elementos y por cuyo poder invocó a Asmodeo, el demonio patrón del cálculo arquitectónico y las matemáticas, esto para construir el Templo de Jehová. El anillo masónico aludiría precisamente a la alianza entre todos los masones de la tierra, alianza sobre la cual se funda el poder unitivo de la Masonería, unión tan real, como también legitima entre los herederos de los Augustos misterios.
En muchísimos relatos místicos , hemos notado la presencia de un anillo, un símbolo realmente importante en el esoterismo, un elemento necesario para la “magia”. De alguna forma, todos los relatos ocultistas hacen alusión al anillo. El masón ha tratado por todos los medios, causar un efecto en el mundo que lo rodea. De ahí la creación de símbolos que nos representen. Pero a los masones no nos basta con hacer acto de presencia. Además, tenemos que portar un objeto que lo dotara, de hecho el único objeto que nos revela como masones ante el mundo profano, y así es que hablamos del anillo masónico. Pero el anillo masónico no sólo es un distintivo , además tiene connotaciones de recordarnos nuestros juramentos, deberes y honorabilidad.
El anillo en la Biblia “Libro de la Ley” habla de transmisión de poder, de una persona con poder a otra. Génesis 41:42 Entonces Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José Ester 3:10 Entonces el rey quitó el anillo de su mano, y lo dio a Amán hijo de Hamedata Lucas 15:22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano
La tradición de los anillos nació incluso antes de que se construyeran las pirámides de Egipto o de que se levantaran los zigurates en Mesopotamia . el anillo como emblema mágico perduró a la civilización griega y al Imperio Romano. Sobrevivió a la caída de los dioses falsos, y a la persecución religiosa: Buda, Cristo y Mahoma. Mientras la historia se abría paso y se iba tejiendo, las historias de los anillos continuaban, tras el telón. Las primeras historias de anillos aparecieron por vez primera entre los pueblos cavernícolas, mucho antes de que comenzara a usarse la escritura, pues aparece una pintura rupestre con un hombre portando con anillo en mano. Podemos asegurar que han pasado miles y miles de años entre el primer chamán del mundo que aseguraba tener un anillo mágico y el anillo que el Francmasón Obama usa hoy en su dedo, y así Casi sin advertirlo, el anillo juega un papel en los mitos y ritos modernos. Y la masonería no es la excepción a la Regla.
El mismo Papa Benedicto XVI porta un anillo que lo representa como Vicario de Cristo, dicho anillo será destruido a su muerte, y fabricado otro para el siguiente Papa. Gran parte de la mitología masónica se basa en la búsqueda del Secreto, eso se entiende de forma tácita, y aunque las liturgias masónicas no hablan en ningún lado del anillo, todos de alguna manera los tomamos como parte importante en la alhajaría de arreos masónicos .
Así, un anillo masónico representa una concentración de fuerzas Cósmicas que converger en un pedazo de superficie que se puede abarcar con un solo dedo. Es semejante a una lente o a un láser, que intensifican la calidad de la luz pero, en cambio, reducen el área de la misma proporcionalmente. O a un transformador eléctrico que aumenta el voltaje a expensas de la corriente. En general se asemejan a todo aquello que altera un factor a costa de otro por cumplir una finalidad determinada. Ciertamente, uno podría considerarlo parecido al arte de concentrar el máximo poder tras la punta de un dedo de forma que si éste se dirige al lugar preciso, los resultados son evidentes. El dedo anular simboliza los conocimientos espirituales. A la mayoría de nosotros nos resulta familiar la vieja expresión: "Si pudiera poner el dedo en la llaga", referente a la necesidad de controlar determinada cuestión. El anillo de las ceremonias masónicas representa precisamente esa habilidad, a nivel espiritual. No garantiza la posesión automática de esa facultad tan pronto como uno se ponga el anillo, pero cuando menos es un signo evidente de que se espera llegar a poseer esa habilidad y de que se trabaja para lograrlo. El anillo es un signo de autoridad.
El que se pone el Papa sigue llamándose el Anillo del Pescador y es destruido al morir éste porque es de carácter exclusivamente personal y no puede llevarlo otra persona. En realidad, la citada costumbre tiene su origen en una convención más bien civil que religiosa. Los potentados de la antigüedad consideraban que los anillos eran una señal de poder y los confiaban a sus enviados especiales, que actuaban en nombre de ellos, en lugares muy distantes. La presencia de un anillo real equivalía a la presencia del propio monarca en la ceremonia y, por tanto, las órdenes dadas en su nombre habían de ser obedecidas. Ninguna orden real presentada en un documento que careciera del sello del Estado era considerada auténtica y, aunque el sello del Estado era el más importante, los asuntos privados eran marcados con el sello del anillo privado del monarca.
El gesto de tocar el anillo con los labios era señal de total entrega y fidelidad por parte del súbdito. Por último, besar la mano se convirtió en una costumbre generalizada entre los hombres, con relación a aquellas mujeres a las que deseaban honrar y que mandaran en su corazón, aunque sólo fuera momentáneamente.
En quiromancia la línea que a veces aparece en la base del índice de la mano derecha se denomina el Anillo de Salomón. Se considera una marca de alguien que ha sentido una dedicación natural hacia las ciencias ocultas durante más de una encarnación.
En el antiguo ritual Templario encontramos: La segunda oración es la del hijo de María llamado Jesús: "Pater aeterne, glorificamos..." (San Juan CXVII) seguida de "Facta est vox de coelo meus dilectus...". El receptor coloca enseguida el anillo en el índice derecho del hermano diciendo: "Hijo de Dios, toma este anillo como signo de unión eterna con Dios, con la Verdad y con nosotros." La tercera oración, llamada de Baphomet, es la que sirve de apertura al Corán y que lleva el nombre de Fatiha.
(LOS ESTATUTOS SECRETOS DE RONCELINUS) Firmado por el copista Robert de Samfort, Procurador de la Orden del Temple en Inglaterra en 1240.
Alcoseri |
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La razon de la circunferencia y el diametro es obvio que es el numero PI.
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22/7=DIA DE MARIA LA MAGDALENA=3.14 =PI
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SABIDURIA=SABADO=LETRA S=$
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y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
16. Apocalipsis 1:11 que decía: Yo soy el ALFA y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
17. Apocalipsis 2:27 y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de ALFArero; como yo también la he recibido de mi Padre;
18. Apocalipsis 21:6 Y me dijo: Hecho está. Yo soy el ALFA y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
19. Apocalipsis 22:13 Yo soy el ALFA y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último
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#3 Ley De Vibración
Nada está inmóvil: todo se mueve, todo vibra.
Este principio encierra la verdad de que todo el universo está en movimiento, de que nada permanece inmóvil, cosas ambas que confirma por su parte la ciencia moderna, y cada nuevo descubrimiento lo verifica y comprueba. Y, a pesar de todo, este principio hermético fue enunciado cientos de años por los Maestros Herméticos del antiguo Egipto. Este principio explica las diferencias entre las diversas manifestaciones de la materia, de la fuerza y de la mente, las que no son sino el resultado de los varios estados vibratorios.
Entonces, si el universo es mental #1, por que lo podemos sentir físicamente? ... La respuesta es: #3 La vibración, ya que por mínimo que sea el espacio de un átomo, su alta o baja vibración genera que el átomo ocupe todo el espacio vacío, y de esta manera está compuesta la materia física.
Ejemplo de vibración: Las aspas de un abanico, Apagado, solo ocupa un pequeño espacio y poca masa, Pero Encendido (Vibrando) a gran velocidad, la masa toma la mayoría del espacio, o de igual manera una rueda que gira rapidísimamente parece que está sin movimiento.
Pero por ley #2 de correspondencia en el otro extremo de la escala, hay formas de materia densísima, cuya vibración es tan débil que parece también estar en reposo. Entre ambos polos hay millones de millones de grados de intensidad vibratoria. Los Maestros también emplean este principio para conquistar los fenómenos naturales.
"El que comprenda el principio vibratorio ha alcanzado el cetro del poder", ha dicho uno de los más antiguos escritores.
Ejemplo de una persona que media la naturaleza del universo en vibraciones y ondas, en lugar de masa, espacio y tiempo... http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/19070559/Kybalion-Leyes-Universales-entregadas-por-Extraterrestres.html
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#4 Ley De Polaridad (Dualidad)
"Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse".
Este principio explica que en cada cosa hay dos polos, dos aspectos, y que los "opuestos" no son, en realidad, sino los dos extremos de la misma cosa, consistiendo la diferencia, simplemente, en diversos grados entre ambos. El calor y el frío, aunque opuestos, son realmente la misma cosa, consistiendo la diferencia, simplemente, en diversos grados de aquella.
El mismo principio se manifiesta en la "luz" y la "oscuridad", las que, en resumen, no son sino la misma cosa, siendo ocasionada la diferencia por la diversidad de grado entre los dos polos del fenómeno. El mismo principio opera de idéntica manera en el plano mental. Tomemos, por ejemplo, el amor y el odio, dos estados mentales completamente distintos aparentemente, y notaremos que hay muchos grados entre ambos; tantos, que las palabras que nosotros usamos para designarlos, "agradable" y "desagradable", se esfuman una en la otra, hasta tal punto que muchas veces somos incapaces de afirmar si una cosa nos causa placer o disgusto. Todas no son más que gradaciones de una misma cosa, como lo ves claramente por poco que piensen sobre ello. Y aun más que esto, es posible cambiar o transmutar las vibraciones de odio por vibraciones de amor, en la propia mente y en la mente de los demás lo que es considerado como lo más importante por los hermetistas.
La perfecta comprensión de este principio capacita para cambiar la propia polaridad, así como la de los demás, si uno se toma el tiempo y estudia lo necesario para dominar este arte.
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Vamos a hablar de los dueños invisibles de este mundo, creo será oportuno hablar antes de sus dueños visibles, que en un aspecto no son más que marionetas de los invisibles. Sería un infantil error creer que todo lo que pasa en nuestro mundo está dirigido desde el «más allá», por «divinas providencias» según cree el cristianismo o por algún tipo de espíritus entrometidos a los que por razones desconocidas les gusta entremezclarse con las vidas y las actividades de los humanos. El quehacer diario de los hombres y de las naciones lo forjan una serie de personajes de los que nos ocuparemos en este capítulo. Esto no quiere decir que en determinadas ocasiones tal o cuál suceso, que aparentemente se debe a causas humanas perfectamente conocidas, no tenga otras completamente distintas de las aparentes. Pero, hablando en general, podemos decir que las cosas de cada día suceden por causas humanas, en las que el hombre actúa libremente pudiendo haber actuado de una manera completamente diferente. Algo por el estilo se puede decir de la marcha de la historia. Sin embargo, en este particular ya no podemos ser tan tajantes, pues cuando los acontecimientos se magnifican o a medida que éstos son considerados durante un período mayor de tiempo, el hombre pierde dominio sobre ellos y la marcha de la historia se hace errática. El hombre parece tener dominio sobre un acontecimiento o varios concatenados; pero, a la larga, la marcha de la historia parece obedecer a leyes que se escapan a su voluntad. Ésa es competencia de los dioses, que lejos de darle protagonismo al hombre lo convierten en animal de granja; o, mejor, en soldado de filas: le dan una espada o un fusil y lo ponen a matar por una causa sagrada a sus hermanos o a los animales o a todo lo que se ponga por delante. Esa ha sido la larga, estúpida y triste historia de la Humanidad. Pero volvamos a los forjadores de la historia diaria; a los dueños visibles de este mundo; a los causantes de las infantilidades y los horrores que los periódicos del mundo entero recogen con prontitud y nos presentan con alborozo todas las mañanas en sus primeras planas. Podríamos dividirlos en cuatro clases: políticos, militares, maníacos del dinero y fanáticos religiosos. Examinémoslos uno por uno. Los políticos son unos maníacos del poder puro. No gustan de las armas ni de la violencia física, pero les gusta mandar. Les encanta ser vistos, ser tenidos en algo, ser consultados. Por eso se derriten de gusto ante las cámaras de televisión o ante un micrófono. Tienen por lo general personalidades psicopáticas; sienten que les falta algo dentro de sí y por eso quieren vivir en olor de multitudes. Temen y aman a los periodistas porque éstos tienen el poder de destruirlos o de convertirlos en ídolos de la sociedad. Y a su vez los periodistas —inclui-dos los directores de los diarios— tienen debilidad por los políticos, porque son como los bufones nacionales que les proporcionan gratis todos los días noticias frescas con las que llenar las páginas que serán devoradas con avidez por la masa de papanatas seguidores de partidos. Algún día alguien tendrá que hacer un estudio psicoanalítico de la curiosa simbiosis periodismo-política y más concretamente periodista-político. Se aman y se odian; se necesitan y se detestan; se construyen y se destruyen mutuamente. Ahí están los recientes casos «gate»: los políticos engañando a los periodistas y éstos destruyendo a los políticos. Pero a la larga no pueden vivir los unos sin los otros. Son los amantes de Teruel. Se ha dicho que el poder corrompe especialmente a los políticos. Pero esta corrupción no se refiere precisamente al mal uso o a la apropiación de fondos ajenos, sino al cambio total de mentalidad y costumbres que en ellos se opera una vez instalados en los puestos en los que se hacen invulnerables. Se corrompen porque dicen sí a cosas a las que antes habían dicho de entrada que no; se corrompen porque no cumplen lo que habían prometido y porque usan la demagogia igual que sus predecesores; y los más encumbrados se corrompen porque pierden por completo el contacto con el pueblo y ya no defienden tanto los intereses de éste cuanto los propios y los del partido, y su gran meta se convierte en mantenerse en el poder. Por eso, viendo la frecuencia con que esta metamorfosis se da en los políticos una vez que cogen el mando, uno llega a pensar que no es que el poder los deforme, sino que ya llegan a él deformados. Pero —buenos o malos— la verdad es que los políticos tienen un enorme poder para torcer o enderezar los rumbos de la sociedad y aun para hacer feliz o desgraciada la vida de los individuos. En las alturas, el político profesional pierde la perspectiva de la sociedad y la ve de una manera completamente diferente. Le sucede lo que a los que van en avión: desde arriba ven las cosas de una manera distinta; en cierta manera mejor y en cierta manera peor. No reconocen los lugares que desde abajo conocen muy bien, porque desde arriba no se ven las fachadas de las casas; sólo se ven los tejados. Desde las alturas del poder no se ven las caras de la gente y sus necesidades diarias y concretas; se ven sólo los déficits de los presupuestos. No se ve al individuo; se ve la sociedad, la nación, el Estado. El hombre concreto se difumina, se pierde, y el político se olvida de él, flotando como está en nubes de coaliciones, alianzas, pactos y de luchas para mantenerse en el puesto. Los políticos que llegan a las grandes alturas organizan con frecuencia viajes rituales de visitas mutuas, con gran pompa y acompañamiento, ofreciéndose ramos de flores, solemnes recepciones con pases de revista a filas de pobres esclavos enfusilados, discursos en estrados alfombrados, y grandes banquetes. En esto nunca fallan. La parte más importante de estas visitas de Estado y las serísimas reuniones de trabajo de los grandes estadistas radica en un gran banquete en el que no se repara en gastos. Ya no se acuerdan de que los que pagan esos banquetes son sus convecinos; pero ellos hace tiempo que no tienen convecinos, porque se aislaron del pueblo común y viven en casas apartadas y muy bien custodiadas. Lo único que tienen es compañeros de partido o de candidatura electoral. Ellos creen que quien paga esos banquetes es «Hacienda», que es sólo una palabra; y además ya han tenido la precaución de incluirlos en el «Presupuesto General del Estado» que son otras tres palabras impersonales. Los políticos, desde las alturas del poder, se olvidan que lo que los hombres y mujeres de su nación y los del mundo entero quieren ante todo es paz, pero ellos gastan millonadas en comprar armas para tener tranquilos a los militares. No se acuerdan de que lo que los hombres y mujeres piden, después de la paz, es un puesto de trabajo y los políticos destinan miles de millones a obras suntuarias, a palacios de ópera —para que se deleiten unos pocos que no trabajan—, a conmemoraciones de descubrimientos, a préstamos a sus amigos políticos de otros países, mientras millones de hombres concretos, conciudadanos suyos en otro tiempo y para los que los aniversarios de descubrimientos y las óperas suenan a música celestial, siguen padeciendo su incultura, arrastrando su desesperanza por las calles de nuestras ciudades y mendigando mensualmente la limosna estatal. Pero la gente normal no quiere limosnas; quiere un puesto de trabajo para ganarse su pan. Los políticos desde sus alturas megalomaníacas no caen en la cuenta de que es un tremendo error que en una familia se le compre un piano a uno de los hermanos cuando hay otro que no come lo suficiente. Hace años hice un terrible descubrimiento, una tarde gris, a la puerta de las Naciones Unidas en Nueva York, después de una gran recepción de gala: salían los embajadores de las diversas naciones, y cuanto más miserable era el país que representaban, más elegante era el «Cadillac» de su embajador. Es cierto que los políticos no son los dueños totales de este mundo y tienen que compartir el poder con los otros miembros de la «fraternidad negra» —como dicen los esotéricos—, pero ¡cuánto mejor irían las cosas si llegados al poder no se deshumanizasen tanto! Analicemos ahora a los militares, los segundos dueños visibles de este mundo. Los militares son los sucesores de los hombres de las cavernas, pero uniformados. Al contrario que a los políticos, les encanta la violencia. Creen que todo se puede arreglar a golpes. Les fascinan las armas, su juguete favorito, y se pasan la vida pidiéndoles a los políticos que les den más. Y éstos dedican una enorme cantidad de dinero del pueblo a comprarles armas de las que lo mejor que se puede esperar es que no sirvan para nada, porque si sirven será para hacer la guerra o para matar al propio pueblo que las pagó. Los políticos se las dan a regañadientes, pero piensan que así estarán tranquilos en sus cuarteles, jugando con ellas, olvidados de alzamientos y rebeliones, y los dejarán a ellos jugar a sus escondites políticos. En un principio, los militares profesionales aparecieron en las sociedades para defenderlas de sus enemigos externos. Pero como hoy ya casi no hay enemigos externos que amenacen con invadirnos, y como ellos siguen conservando el mismo instinto primario de violencia y pelea, vuelven sus energías hacia dentro y cada cierto tiempo caen en la tentación de apalear a sus conciudadanos. En vez de ser los defensores de la paz son una amenaza constante contra ella. En una democracia moderna la gente tiene más miedo a los militares de dentro que a los enemigos de fuera. Y en caso de que surgiese alguno, los militares llamarán a los universitarios, a los obreros y a los campesinos, les pondrán un fusil en las manos y los mandarán a pelear. Y seguirá siendo verdad la vieja copla: La bala que a mí me hirió también rozó al capitán. A él lo hicieron comandante y a mí... para el hospital. Los militares tienen de ordinario una visión simplista de la patria, de la moral y de la vida toda, y tienden a aplicar los estilos y el talante del cuartel a la vida familiar y social, sin caer en la cuenta de que el espíritu castrense tiene la imaginación castrada y anda a contrapelo de la fraternidad humana. El estilo castrense es sólo bueno para el cuartel, pero es funesto para la sociedad. Acaba con la creatividad y hasta con la cultura, y termina engordando sólo a unos cuantos vivales con galones o sin ellos. Cuando los abusos y errores de los generales-ministros, el descontento ciudadano y las enormes deudas externas hacen tambalear el régimen castrense, los militares, patrióticamente, entregan el poder y se refugian en los cuarteles. Pero ni aun así dejan de amenazar con volver a coger el garrote. Ése ha sido el triste espectáculo de casi todas las naciones sudamericanas en los últimos cincuenta años. El poder de los militares no es sutil como el de los políticos. El poder de los militares es fuerza bruta. Son las balas que perforan la blanda carne humana y son los cañones que destruyen hogares o las bombas que borran ciudades del mapa. Los políticos tratan de convencer, aunque lo traten mintiendo, pero los militares no. Los militares ordenan, porque ellos se sienten el orden y la ley, y el que no piense como ellos está equivocado, es comunista y por lo tanto hay que silenciarlo como sea. Por eso, cuando ellos tienen el poder está prohibido pensar libremente. Se puede pensar, pero siempre dentro de los parámetros castrenses. Con el dinero que los militares del mundo entero gastan cada año en comprar y mantener armamentos, y con el dinero que los Gobiernos de todo el mundo gastan en pagar a los militares (que lo mejor que pueden hacer es no hacer nada) se podría acabar con la pobreza que padecen tantos millones de personas en el mundo y se podría elevar enormemente el nivel de vida de los ciudadanos de todos los países. Pero en este particular la Humanidad no ha superado la época de las cavernas y tiene una mentalidad troglodítica en la que el garrote y la violencia son una necesidad y una manera habitual de convivencia. Sobre este atribulado planeta pesan como una losa los grandes y pequeños «Pentágonos», dirigidos por auténticos maníacos de la violencia, que ya no sólo amenazan la paz de sus propios países, sino la del mundo entero con sus bombas de neutrinos y sus guerras de las galaxias. Su paranoia bélica ha llegado a tal punto que, alentada por la imbecilidad de los Reagans y de los Gorbachovs de turno, se ha atrevido a poner sobre las cabezas de todos los habitantes del planeta verdaderos monstruos apocalípticos, que vagan silenciosos por el espacio y que en cualquier momento pueden caer del cielo sembrando la muerte sobre millones de inocentes. La esquizofrenia de unos pocos dementes ha revivido el viejísimo mito del maná divino, convirtiéndolo en una lluvia infernal. La enfermedad que padecen estos maníacos de la violencia es actualmente la principal amenaza de la Humanidad. Mientras existan individuos que creen que la mejor manera de arreglar las cosas es a golpes y matando, la Humanidad seguirá enferma de angustia. Pasemos a otros «señores del mundo»: los maníacos del dinero. Son de dos clases: los legales y los ilegales. Los ilegales tienen menos poder en cuanto a gobernar el mundo; más bien contribuyen de una manera indirecta a aumentar el caos reinante. Son los chulos de gran estilo que quieren vivir a costa de la sociedad y se organizan en mafias financieras y en grupos secretos que chantajean y estafan a la sociedad de mil maneras diferentes, con el solo fin de conseguir dinero y vivir bien. A veces lo hacen a lo grande y profesionalmente, y a veces por la libre y en pequeña escala. Por culpa de unos y de otros vivimos entre rejas, la sociedad tiene que gastar millones en policías y guardias, se arruinan empresas y hay atracos en todas las esquinas de las grandes ciudades. Si estos gángsters disfrazados de personas honorables llegan en alguna parte a conseguir el poder político —tal como ha sucedido en algún gran país latinoamericano—, entonces el asesinato, la extorsión, el peculado y toda suerte de crímenes se convierten en el pan nuestro de cada día, practicado por las dignísimas autoridades, y en todo el país comienza a sentirse una profunda angustia y un olor a podrido. Pero de ordinario estos chulos de la sociedad no suelen ambicionar el poder político y en cuanto consiguen el dinero lo mandan a Suiza —el país-cloaca que vive de encubrir a todos los grandes ladrones del mundo— y se van a calentar sus barrigas al sol de Miami. Algún día habrá que instituir la pena de muerte para es-tas sanguijuelas que viven voluntaria y conscientemente de exprimir la sangre a sus conciudadanos. Pasemos a los maníacos del dinero legales, que en buena parte son tan perniciosos como los ilegales. Suelen estar parapetados en los grandes Bancos, grupos, trusts, holdings, financieras, etc., y desde sus lujosos despachos acristalados, en lo alto de los rascacielos, manejan con unos hilos sutilísimos pero muy eficaces el gran «guiñol» de la política nacional e internacional. Los políticos, muy serios, gesticularán, harán declaraciones o bailarán, según estos mefistófeles financieros les tiren de los hilos. A veces, cuando quieren ayudar a uno de ellos porque lo ven más útil para sus intereses, lo empinan desde abajo con préstamos abundantes, para que sea más visto y tenga ocasión de gritar más y convencer a un mayor número de borregos electores. Y si no gana en las elecciones, los buenos y generosos banqueros son capaces de no cobrarle intereses por el préstamo. Porque los hombres de la Banca, a pesar de ]o mucho que los critican, también tienen su poquito de corazón. La relación entre la política y la Banca es, a pesar de las apariencias, mucho mayor de lo que parece. Los políticos tratan de no hostigar demasiado a la Banca para que ésta pueda hacer sus negocitos con paz de espíritu (y en los lugares donde las cosas están más corruptas, para que ésta les devuelva en metálico sus «permisos» y su laissez faire). Y a su vez la Banca financia con intereses tolerables —los normales son intolerables— las campañas de los políticos, y sobre todo los acoge en su seno cuando un golpe infausto de la suerte los desbanca del poder y tienen que abandonar lo que irónicamente se llama el «servicio público». Los despachos de los grandes Bancos suelen ser el puerto seguro en el que finalmente han recalado muchas veces naves políticas rotas. Las buenas acciones de los políticos, el Señor las suele recompensar con buenas acciones bancarias. Para los maníacos organizados del dinero lo más importante en el mundo es acrecentarlo. Que a causa de sus exigencias una nación vaya al caos o una empresa o individuo se arruinen, eso les tiene sin cuidado a los grandes mogoles de las finanzas. Lo único que cuenta para ellos son los dividendos y por eso están muy atentos a los buenos negocios. La docena de guerras que hay en la actualidad en este loco planeta son una auténtica mina de oro para los traficantes de armas, y la Banca, aconsejada por políticos y militares, financia a todos los bandos para que no se termine el negocio aunque la gente siga muriendo. Y si se terminase están dispuestos a prestarles dinero para que entierren decentemente y según los ritos sagrados a sus muertos. Desgraciadamente para ellos, se les acabó el pingüe negocio de décadas pasadas, que consistía en prestar dinero en condiciones abusivas a naciones subdesarrolladas en las que gobernaban políticos rapaces. Los banqueros prestaban aun a sabiendas de que aquel dinero endeudaba aún más a la nación porque iba a parar a las cuentas privadas de los presidentes, ministros y generales ladrones que tanto han abundado en la historia reciente de los países en desarrollo. Los gobernantes patriotas y decentes que han heredado esas deudas de ignominia harán muy bien en no pagar un dinero que unos políticos ladrones le robaron a unos banqueros estafadores. Los grandes Bancos se parecen a los buitres carroñeros: cuanto más carne podrida hay, más gordos están. Engordan a costa de las empresas «ejecutadas», de la esclavitud de los acreedores acogotados por sus intereses desmedidos y de no se sabe qué turbios manejos financieros que producen la inexplicable paradoja de que cuando la economía nacional está por los suelos las ganancias de los grandes Bancos están boyantes. Y ahí están los periódicos y las estadísticas para probarlo. Los pequeños Bancos que se arruinaron fue porque se pasaron de listos y cayeron en las propias trampas que ellos les habían puesto a sus clientes. Y por fin enjuiciemos al último miembro de la «fraternidad negra»: los fanáticos religiosos. No hay en el mundo cosa que haya separado más a los humanos y que los haya hecho pelear y odiarse tanto como las religiones. Aunque los líderes de las diversas religiones se jactan de que lo que todas ellas predican en el fondo es el amor y la justicia, y por lo tanto contribuyen a la unidad del género humano, los hechos a lo largo de los siglos nos dicen todo lo contrario: la historia está tejida de guerras ocasionadas pura y simplemente por la religión. Además predican el amor y la justicia cada uno a su manera; los predican rodeados de una serie de circunstancias diferentes que impiden que ese amor y esa justicia se extiendan a todos los hombres. Las religiones son creencias y ritos ideados por ciertos individuos que oyeron o creyeron que oían voces del más allá, que les dictaban lo que los hombres tenían que hacer para «salvarse». Todas las religiones sin excepción provienen de apariciones de entidades celestiales de las que alguien fue testigo. Es decir, las religiones no provienen del hombre, sino de fuera del hombre, de algo o de alguien que se la impuso al hombre haciéndole creer cosas y practicar ritos que en muchas ocasiones van contra un elemental sentido común. Y el vidente-fundador, como un niño, creyó las tonterías que le dictaron y organizó toda su vida y la de sus seguidores en función de estos «mandamientos» venidos de un «más allá» nebuloso. Las religiones juntan a grupos de hombres al hacerles creer las mismas cosas y al propio tiempo los separan de otros que creen en «dogmas» diferentes. Y como cada uno de los fieles de una religión cree poseer toda la verdad y ser el fiel seguidor de la voluntad de Dios, mira a los otros que no creen igual como a sospechosos y enemigos de Dios, v en otros tiempos se sentía con el derecho y la obligación de perseguirlos v hasta de matarlos. Porque Dios —el Dios que él tiene en su cabeza— es el dueño de toda vida. Las religiones engendran un «odio santo» al pecado y como consecuencia a los pecadores que lo cometen. En tiempos pasados los reinos e imperios eran con frecuencia teocráticos; el rey era al mismo tiempo sacerdote o estaba investido de algún poder sagrado. Dios lo bendecía especialmente y él se sentía como su representante, lo cual lo facultaba para hacer lo que le diese la gana. Hoy día, si bien esta situación sigue dándose en los países menos desarrollados, en Occidente ya pasó a la historia y los jefes religiosos son una casta aparte de los líderes civiles. Éstos siguen todavía mostrando cierto respeto farisaico hacia los jerarcas religiosos, pero en el fondo lo único que les interesa es que no inciten a sus fieles contra las medidas de gobierno. Los líderes religiosos de Occidente va no pretenden directamente «gobernar» a sus feligreses, pero dictándoles pautas para «vivir conforme a los mandamientos de Dios» les gobiernan las vidas de una manera más profunda de lo que lo hacen los gobernantes civiles. Éstos se quedan en lo externo de las costumbres, mientras que aquéllos van al fondo de las conciencias. En los países subdesarrollados, la fuerza que tienen los líderes religiosos es enorme y funesta. Sin armas y sin dinero, basándose únicamente en amenazas y promesas referentes a la otra vida, tienen un poder total sobre las vidas de las pobres gentes. En gran parte el subdesarrollo de esos países y su falta de progreso se debe precisamente a los mandamientos de sus respectivas religiones que no les dejan usar su mente con libertad. Y en muchas ocasiones las religiones «predicadoras de la paz» son precisamente las causantes de que no la haya. El infierno que es en la actualidad el Oriente Medio es la mejor prueba de lo que estoy diciendo. «Irán e Irak se destrozan mutuamente con una santa ferocidad inspirada por Alá, superando ya la espantosa cifra de medio millón de muertos. Irak por vengar viejas ofensas patrias de los iraníes y éstos por la extensión de una santa revolución islámica. Drusos y cristianos se matan animados por un heredado rencor religioso. Los palestinos se aniquilan entre sí por razones patrióticas entremezcladas con razones religiosas. Siria y Libia colaboran en la guerra santa contra el Gobierno cristiano del Líbano. Norteamericanos y franceses vuelan por los aires a impulsos de una dinamita empapada de odio racial y religioso. Y en la base de todo este caos, y como origen de él, el ciego fanatismo religioso de Israel que un buen día y contra todo derecho (inspirados por las palabras de Yahvé, ¡pronunciadas hace ya 4.000 años!) despojaron de su patria a los palestinos, convirtiéndolos en un pueblo errante y desesperado. De víctimas del salvajismo nazi, los israelíes se han convertido en los nazis del Oriente Medio. »¿Por qué todo este horrendo infierno del Líbano? Por ideas "sagradas" fomentadas por líderes religiosos, y defendidas con furor por fanáticos descerebrados, que en vez de usar su cabeza se dejan llevar por sus sentimientos.» (Defendámonos de los dioses, cap. 9.) Éstos son los «visibles señores del mundo». Con tales señores ¿se puede extrañar alguien que la historia humana haya sido el conjunto de horrores que ha sido, y que en la actualidad, cuando ya nos consideramos poseedores de una tecnología avanzadísima, tengamos a medio mundo convertido en un volcán de guerras, con millones de personas pasando hambre, con docenas de especies de animales extinguiéndose cada año, con lagos, mares y ríos envenenados, y con la mayor parte de los bosques enfermos por la atmósfera contaminada? El hombre verdaderamente racional y con sentimientos llora ante tal panorama. Pero «los visibles señores del mundo», tan tranquilos, siguen adelante con sus «guerras de las galaxias» o jugando a las «reuniones cumbre» sin que sean capaces de llegar a ningún acuerdo, inflando artificialmente los intereses y los precios del oro, y hasta emitiendo nuevas Encíclicas sobre dogmas olvidados, con las que intentan seguir teniendo atontadas las mentes de los fieles o alentando a los que detonan coches-bomba para defender la gloria de Alá. ¿Quién nos librará de semejantes señores? Y puesto que no han venido de fuera sino que son de nuestra propia carne y sangre, será lógico que nos preguntemos: ¿por qué, en cuanto el ser humano se encumbra, se vuelve un verdugo para sus hermanos y se deshumaniza tanto? ¿Por qué, aunque entre estos señores los haya rectos y con buena voluntad, las maquinarias rectoras del mundo, las reglas sociales por las que se gobierna el planeta, las grandes instituciones internacionales, los mayores centros del saber donde se trazan los nuevos rumbos de la Humanidad, se han hecho tan egoístas e inhumanos a pesar de sus pronunciamientos contrarios, y se han olvidado tanto de la paz, la justicia y el amor, que son los valores fundamentales a los que todo ser humano aspira? Creo que la solución a tan importante pregunta —aunque la ciencia oficial no lo quiera admitir— está en lo que diremos en el resto de este libro. Está en los «señores invisibles» de los que los «visibles» no son más que meros servidores, que lo único que hacen es obedecer las órdenes que aquéllos les dictan, aunque lo hagan inconscientemente las más de las veces. LA GRANJA HUMANA SALVADOR FREIXEDO |
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