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General: El Secreto Poder de los cuentos
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 14/03/2017 14:50
El Secreto Poder de los cuentos Un cuento no tiene nunca un sólo significado, y en cada nivel de conciencia el significado del cuento es diferente, cada vez que progresamos en nuestro camino y recordamos o volvemos a oír o leer antiguos cuentos descubrimos nuevos significados que antes no habíamos visto. Como viajeros ansiosos de ver una luz a la vuelta del camino, a menudo andamos de puntillas por el sendero de las palabras, con la esperanza de reencontrarnos, en el recodo de un pensamiento. El impulso de contar cuentos parece ser tan viejo como la civilización y es mayoritariamente reconocida la importancia de la cultura, y en concreto el papel de la literatura, como forma de obtener modelos de vida útiles. Un relato puede comunicar profundas verdades acerca de la vida, ayudándonos a crear imágenes que perdurarán durante años en nuestra mente. Los cuentos de hadas, las historias bíblicas, las gestas heroicas de la historia, o los peripecias de nuestros familiares y antepasados, contados por un adulto en quien confiamos y por el que nos sentimos queridos, se convierten, cuando somos niños, en las primeras experiencias de orden significativo que obtenemos de la experiencia del pasado. En el ámbito familiar, se muestra de gran valor para la convivencia, que los mayores puedan expresar sus sentimientos a través de los relatos, y los más jóvenes tengan la posibilidad de encontrar respuestas que les ayudan a dibujar su identidad y definir sus valores. También en los últimos tiempos, la eficacia de los cuentos para presentar ideas de una manera dramática y esencial ha impulsado a un gran número de personas y empresas a utilizarlos, en un intento de mejorar sus niveles de comunicación. La antigüedad de esos relatos, se remonta a un tiempo más remoto porque nos han llegado cabalgando en la tradición oral, como los mitos y las leyendas. Y aún cuando después se van arropando con las circunstancias históricas y culturales del lugar en que hacen eco, algunos estudiosos del tema, consideran que están llenos de profunda simbología. Dice C. Young: "En el inconsciente colectivo del hombre anidan los arquetipos: estos son como un saber innato, intuición oscura acerca de las relaciones del hombre con el Cosmos, con los otros, consigo mismo y con Dios. Este saber o presentimiento es tan profundo que no logra expresarse sino en símbolos. El lenguaje racional no es capaz; hay que recurrir al lenguaje simbólico. Estos símbolos son básicamente los mismos siempre y en todas partes, aunque en cuanto a sus manifestaciones concretas dependen del entorno cultural concreto. Aparecen cuentos, mitos, sueños." Desde la antigüedad, el hombre se ha guiado por arquetipos extraídos de la Biblia y otros modelos míticos. Con la llegada del Racionalismo hubo un progresivo rechazo de estos modelos "irreales", sin tenerse en cuenta que éstos están llenos de soluciones para los conflictos psicológicos que se plantean en todos nosotros. Lo mismo ocurre con los cuentos de hadas: el niño, como todo ser humano, se pregunta, ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿cómo debo vivir mi vida?; los cuentos le proporcionan algunas respuestas. Los mitos, los cuentos y los arquetipos son elaboraciones del inconsciente colectivo que ayudan a conocernos mejor. Son el legado de la sabiduría adquirida por las generaciones pasadas sobre su psique, que entregan a las generaciones futuras. Por ello, deben merecer todo nuestro respeto y admiración." A un visitante que a sí mismo se definía como "buscador de la Verdad" le dijo el Maestro: "Si lo que buscas es la Verdad, hay algo que es preciso que tengas por encima de todo". "Ya lo sé: una irresistible pasión por ella". "No. Una incesante disposición a reconocer que puedes estar equivocado". Los cuentos han sido, en todas las grandes tradiciones de conocimiento, una de las fuentes de transmisión de enseñanzas más profundas y efectivas. Naturalmente, esta enseñanza nunca ha sido ni es concebida como un proceso de incremento de la información meramente intelectual, por lo que los cuentos cumplen de un modo más que excelente la función de permitirnos a los que los estudiamos la oportunidad de experimentar otro nivel mucho mayor de comprensión, al fin la masonería se basa en una historia parecida a un cuento, que es la construcción alegórica del Templo de Dios por Hiram Abiff. De todas las tradiciones místicas, la masonería ha sido la que ha utilizado la historia de la Construcción del Templo de Dios de un modo exquisito y magistral Un hombre se presentó ante Bahaudin Naqshband, y le dijo: "He viajado de un maestro a otro y he estudiado muchas Vías de Conocimiento, y todas ellas me han resultado de mucho provecho y me han producido beneficios de todo tipo. "Ahora deseo ser uno de tus discípulos, para poder beber del pozo del conocimiento y así avanzar cada vez más en la Tariqa, la Vía Mística." Bahaudin, en lugar de responder directamente a lo que había oído, mandó que sirvieran la cena. Cuando trajeron la fuente con el arroz y el estofado de carne, insistió en que su invitado se sirviera plato tras plato. Después le ofreció fruta y pasteles, y ordenó que se le trajera más pilau, y más y más platos de comida, verduras, ensaladas, y dulces. Al principio, el hombre se sintió halagado, y como Bahaudin daba muestras de placer a cada bocado que él daba, comió todo lo que pudo. Cuando disminuyó el ritmo con el que estaba comiendo, el sheik sufí pareció molesto, y para impedir su disgusto, el desgraciado se comió prácticamente otro almuerzo. Cuando fue incapaz de tragarse ni siquiera un grano de arroz más, y se recostó en un almohadón con un gran malestar, Bahaudin se diririgió a él con estas palabras: "Cuando viniste a verme, estabas tan lleno de enseñanzas indigestas como lo estás ahora de carne, arroz y fruta. Te sentías mal, y como no estabas acostumbrado al auténtico malestar espiritual, pensaste que se trataba de hambre de más conocimiento. Tu verdadera condición era la indigestión. "Puedo enseñarte si a partir de ahora sigues mis indicaciones y te quedas aquí conmigo haciendo la digestión. La harás mediante unas actividades que no te parecerán iniciáticas, pero que actuarán como si tomaras algo para digerir la comida y transformarla en alimento y no en peso." El hombre aceptó. Años más tarde contó su historia, cuando se hizo famoso, siendo conocido como el gran maestro sufí Khalil Ashrafzada. EL APEGO LLAMADO GRACIA Un estudioso y devoto buscador de la verdad llegó a la tekkia de Bahaudin Naqshband. Siguiendo la costumbre, asistió a las charlas y no planteó preguntas. Cuando Bahaudin al final le dijo: "Pregúntame algo", este hombre manifestó: "Shah, antes acudía a ti y estudiaba tal y cual filosofía bajo tal y cual aspecto. Atraído por tu reputación, viajé hasta tu tekkia. "Al oír tus enseñanzas he quedado impresionado por lo que dices y deseo continuar estudiando contigo. "Pero, como estoy tan agradecido y apegado a mis anteriores estudios y maestro, me gustaría que me explicaras su conexión con tu trabajo o que me hicieras olvidarlos, de manera que pudiera continuar sin una mente dividida." Bahaudin dijo: "No puedo hacer ninguna de las dos cosas. Lo que sí puedo hacer, no obstante, es informarte de que uno de los signos más seguros de la vanidad humana es estar apegado a una persona y a un credo, e imaginar que dicho apego proviene de una fuente superior. Si un hombre se obsesiona con los dulces, los llamaría divinos, si alguien se lo permitiera. "Con esta información puedes aprender sabiduría. Sin ella, sólo puedes aprender el apego y llamarlo gracia." "El hombre que necesita malumat (información), siempre supone que necesita maarofat (sabiduría). Si realmente es un hombre de información, verá que la próxima cosa que necesita es sabiduría. Si es un hombre de sabiduría, sólo entonces estará libre de la necesidad de información." . Vasos vacios El lama impartía enseñanzas a los monjes y novicios del monasterio. Siguiendo la doctrina del Buda, ponía especial énfasis en captar la transitoriedad de todos los fenómenos, así como de aquietarse, retirarse de los pensamientos y, en meditación profunda, percibir en el glorioso vacío interior la voz de la mente iluminada. Mostraba métodos muy antiguos a sus discípulos para que pudieran apartarse del pensamiento y vaciar la mente de inútiles contenidos. - Vaciaos, vaciaos - exhortaba incansablemente a los discípulos. Así un día y otro día, con la misma insistencia que las aguas fluyen en el seno del río o el ocaso sigue al amanecer. - Vaciaos, vaciaos. Tanto insistiera en ello, que algunos discípulos acudieron a visitar al maestro y le dijeron respetuosamente: - Venerable maestro, en absoluto ponemos en duda la validez de tus enseñanzas, pero . . . - ¿Pero?- preguntó el lama con una sonrisa en los labios. - ¿Por qué pones tanto énfasis en que nos vaciemos? ¿Acaso, respetado maestro, no acentúas demasiado ese aspecto de la enseñanza? - Me gusta que me cuestionéis - dijo el lama-. No quiero que aceptéis nada que no sea sometido al escrutinio de vuestra inteligencia primordial. Ahora debo llevar a cabo sin demora mi práctica meditacional, pero solicito que todos vosotros os reunáis al anochecer conmigo en el santuario. Eso sí, queridos míos, quiero que cada uno de vosotros traiga consigo un vaso lleno de agua. Los discípulos disimularon como pudieron su asombro e incluso alguno de ellos se vio obligado a sofocar la risa. ¿Será posible? O sea, que su maestro les pedía algo tan ridículo como que todos ellos fueran al santuario portando un vaso lleno de agua. ¿Se trataría de algún rito especial? ¿Sería una ofrenda que iban a hacer a alguna de las deidades? Fue transcurriendo el día con lenta seguridad. Los discípulos no dejaban de conjeturar sobre la extraña solicitud del maestro. Unos aventuraban si no se trataría de una ceremonia especial en honor de la misericordiosa Tara; otros pensaban que tal vez era que el lama les iba a hacer leer durante toda la noche las escrituras y que el agua era para evitar la excesiva sequedad de boca; otros confesaban no tener la menor idea del por qué de la insólita petición del lama. El sol, anaranjado-oro, se comenzaba a ocultar tras los inmensos picos que se divisaban a lo lejos. Los discípulos tomaron cada uno de ellos un vaso y lo llenaron de agua. Luego, ansiosos por desvelar el misterio, fueron hasta el santuario y se presentaron ante el maestro. - Bueno chicos - dijo el maestro riendo con su excelente humor-. Ahora vais a hacer algo muy simple. Golpead los vasos con cualquier objeto. Quiero escuchar el sonido, la música capaz de brotar de vuestros vasos. Los discípulos golpearon los vasos. De los mismos no brotó más que un feo sonido sordo, desde luego nada musical. Entonces el maestro ordenó: - Ahora, queridos míos, vaciad los vasos y repetid la operación. Así lo hicieron los monjes. Vaciados los vasos, golpearon en ellos y surgió un sonido vivo, intenso, musical. Los discípulos miraron al lama interrogantes. El lama esbozó una sonrisita amorosamente pícara y se limitó a decir: - Vaso lleno no suena; mente atiborrada no luce. Os deseo felices sueños. Los discípulos, un poco avergonzados, comprendieron al momento. Nunca habrían de olvidar aquello de "vaso lleno no suena". "Cuando eliminamos los densos nubarrones de ignorancia de la mente, en el vacío original de la misma surge el revelador sonido de la iluminación." Plena conciencia Luego de diez años de aprendizaje, Tenno obtuvo el rango de maestro Zen. Un día lluvioso, fue a visitar al famoso maestro Nan-in. Cuando entró, el maestro lo saludó con una pregunta: "¿Dejaste tus zuecos de madera y tu paraguas en la entrada?" "Sí," contestó Tenno "Dime," continuó el maestro, "¿colocaste tu paraguas a la izquierda de tus zapatos, o a la derecha? Tenno no supo la respuesta, y se dio cuenta que no había logrado el estado de plena conciencia. Así que se convirtió en el aprendiz de Nan- in y estudió con él por diez años más. . EL POBRE IGNORANTE Un hombre, muy sencillo y analfabeto, llamó a las puertas de un monasterio. Tenía deseos verdaderos de purificarse y hallar un sentido a la existencia. Pidió que le aceptasen como novicio, pero los monjes pensaron que el hombre era tan simple e iletrado que no podría ni entender las más básicas escrituras ni efectuar los más elementales estudios. Como le vieron muy interesado por permanecer en el monasterio, le proporcionaron una escoba y le dijeron que se ocupara diariamente de barrer el jardín. Así, durante años, el hombre barrió muy minuciosamente el jardín sin faltar ni un solo día a su deber. Paulatinamente, todos los monjes empezaron a ver cambios en la actitud del hombre. ¡Se le veía tan tranquilo, gozoso, equilibrado! Emanaba de todo él una atmósfera de paz sublime. Y tanto llamaba la atención su inspiradora presencia, que los monjes, al hablar con él, se dieron cuenta de que había obtenido un considerable grado de evolución espiritual y una excepcional pureza de corazón. Extrañados, le preguntaron si había seguido alguna práctica o método especiales, pero el hombre, muy sencillamente, repuso: --No, no he hecho nada, creedme. Me he dedicado diariamente, con amor, a limpiar el jardín, y, cada vez que barría la basura, pensaba que estaba también barriendo mi corazón y limpiándome de todo veneno. LAS PUERTAS DEL PARAÍSO El mulla Nasrudin llegó hasta las puertas del Paraíso, el ángel guardián le formularía dos preguntas de rutina, antes de dejarlo entrar al Paraíso. Nasrudin era un creyente reconocido y dijo: no responderé a nada antes de cuestionarte a ti ángel guardián – dijo Nasrudin – soy un Imam respetado, pero también implacable ante la Razón, y reconocido por mi Intelecto analítico, acostumbrado a decidir por mí mismo, y no a que la gente decida por mí. Por lo tanto, antes de cuestionarme tú a mí, te cuestionare yo a ti ángel guardián ¿cómo puedes probar que éste es el paraíso, y no una trampa y una artimaña del Demonio: piensa ángel guardián antes de responder? El ángel hizo sonar una campana y aparecieron más ángeles guardianes, incapaces de responder. A esto, la voz del profeta Mahoma se hizo oír ¿Podéis llevaros a este dentro? Ciertamente Nasrudin es uno de los nuestros. LA DISCUSIÓN CON LOS ACADÉMICOS Se cuenta que una vez le preguntaron a Bahaudin Naqshband “¿Por qué no discutes con los eruditos? Tal y tal sabio lo hacen con frecuencia. Ello causa la total confusión de los eruditos y la invariable admiración de sus propios discípulos. Él respondió: “Ve a preguntarles a quienes se acuerden de la época en que yo también discutía con los académicos. Solía refutar sus conjeturas y sus pruebas imaginarias con relativa facilidad. Te lo pueden decir los que presenciaron aquellas discusiones. Pero, un día, un hombre más sabio que yo me dijo: “Avergüenzas tan a menudo y de forma tan previsible a los hombres estudiosos, que acabas cayendo en la monotonía. Y eso sucede porque lo haces sin objetivo alguno, ya que los académicos no tienen capacidad de comprensión y siguen disputando mucho tiempo después de que sus opiniones han sido echadas por tierra.” Y añadió: “Tus alumnos están en continuo estado de admiración por tus victorias. Han aprendido a admirarte, y en vez de eso, deberían haber percibido la inutilidad y falta de consistencia de tus adversarios. Por tanto, esa victoria tuya no es completa; así que has fallado, pongamos, en una cuarta parte. “Además, tus discípulos gastan mucho tiempo en esa admiración, en vez de fijarse en algo más provechoso. Por lo que has fracasado quizá en otra cuarta parte. Dos cuartos son igual a una mitad. Te queda media oportunidad.” “Eso ocurrió hace veinte años. He ahí la razón por la que ni me preocupo de los eruditos, ni molesto a los demás a cuenta de éstos, sea para alcanzar la victoria o para ser derrotado. “De vez en cuando, uno puede asestar un golpe a los que se autodenominan eruditos, para demostrar su vaciedad a los estudiantes: es como si se golpeara una olla vacía. Hacer algo más es una pérdida de tiempo, y sería equivalente a darles a los intelectuales, prestándoles una atención gratuita, una importancia que sin duda no podrían alcanzar por su cuenta.” LAS ARMAS DEL MULLA Mulla Nasrudin inicio un viaje hacia tierras lejanas, motivo por el cual se consiguió una cimitarra y una lanza. En el camino, un bandido cuya única arma era un bastón, se le hecho encima y lo despojo de sus pertenencias. Cuando llego a la ciudad mas próxima, el Mulla contó su desgracia a sus amigos, quienes le preguntaron como había sucedido que el, estando armado con una cimitarra y una lanza, no hubiera podido dominar a un ladrón armado con un modesto bastón. El replico: El problema fue precisamente que yo tenia las dos manos ocupadas, una con la cimitarra y la otra con la lanza. ¿Como creen ustedes que hubiera podido salir airoso? Los pimientos rojos En el curso de un viaje, Mulla Nasrudin llega a un pueblo. En el mercado, se queda pasmado de un tenderete de frutas exoticas, desconocidas, que encuentra de lo mas apetitosas. Le dice al vendedor: -Estas frutas me parecen excelentes. ¡pongame un kilo! Se va la mar de contento con su compra. Un poco mas lejos, le hinca el diente a una de estas frutas rojas, pero al instante siente que la boca echa fuego. Se pone rojo. Sus ojos lloran y sin embargo continua comiendo. Un transeunte, que le esta mirando le aborda: -Pero ¿que hace usted? -Creia que estas frutas eran muy buenas. Pensando que no iba a tenr bastante con una sola, he comprado un kilo. -Comprendo, pero ¿por que se empeña usted en comerselas? Son pimientos rojos, y son terriblemente fuertes. -No son los pimientos lo que yo me como ahora -profiere Mulla-, sino mi dinero. Las uvas (Cuento Sufí) Un persa, un arabe, un turco y un griego, hambrientos, andaban erantes por le desierto. Soñador, el persa evoca el sabor de los "angûrs" y le entran ganas de comer en ese mismo momento unos cuantos. El arabe observa que seria mucho mas agradable comer "inabs". El turco le replica afirmando que unos "uzums" serian mas indicados en su situación. El griego promete un placer aun mayor ponderando las virtudes de los "iztafils". Queriendo tener todos la ultima palabra, los cuatro hombres se ponen a pelearse. Cuando estan a punto de llegar a las manos, un sabio, acertando a pasar por su camino, comprende la razon de su disputa y les calma enseguida diciendoles: -¡Dejad ya de pelearos! Pues hablaais de lo mismo. Lo que vosotros quereisno es sino comer uva. Esta se llama "angûr" en persa, "inbab" en arabe, "uzum" en turco y "iztafil" en griego. - https://groups.google.com/forum/#!topic/secreto-masonico/DbBOAIcuOmg


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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 16/03/2017 01:25

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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 16/03/2017 18:05

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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 16/03/2017 18:55

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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/03/2017 04:23

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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/03/2017 17:36

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De: Francmasón Ovidio Enviado: 04/08/2021 02:10
Shakespeare decía que el amor es demasiado joven para tener conciencia, y así debe ser la lengua literaria: una lengua arrebatada a los sueños, demasiado joven para saber lo que dice. Todos los cuentos tienen que ver con el amor, que es encantamiento, atención, desvelo... Y, sobre todo, alegría. Hacer posible lo que no lo parece, reestablecer el reino de la posibilidad, eso es lo que entiendo por alegría. Y esa alegría está en todos los grandes cuentos, y es lógico por ello que queramos que los niños los lean. Y lo mejor para lograrlo es predicar con el ejemplo. Es decir, hacer que la lectura y los libros pasen a ser algo tan natural y gozoso para ellos como ver a su madre haciendo un bizcocho. Creo que no hay escena más maravillosa, más misteriosa, para un niño, pues inevitablemente cuando ve a esa persona querida ensimismada en las páginas de un libro no puede dejar de preguntarse qué es lo que hace en realidad y en qué ocupa sus pensamientos. Adentrarnos en los pensamientos secretos de los seres que amamos, eso es lo que nos permiten los cuentos. Y lo maravilloso es poder leerlos, o escucharlos, como si fuera la primera vez que se hace en el mundo, sin saber nada de ellos: ni siquiera la época en que fueron escritos, ni siquiera el idioma, si están traducidos o no. Poder leerlos, como se escucha una historia en la oscuridad, confiando que nos traiga noticias de lo que amamos, que nos consuele de esa oscuridad, que nos ofrezca motivos para seguir viviendo...

Los escritores recurren con frecuencia a historias desoladoras para narrar el amor a la vida Los verdaderos cuentos son los que guardan la memoria de las andanzas del alma
Y es curioso que la mayoría de las veces para transmitirnos este amor a la vida los escritores tengan que recurrir a historias desoladoras. Cervantes nos dice que debemos amar los sueños, pero su libro termina con la derrota del caballero que sueña. Y Andersen, ¿qué decir de él? Su gran tema es la tristeza. Es cierto que la tristeza forma parte del hombre, y que por eso, como decía Monterroso, todas las grandes historias son tristes. Pero en Andersen hay un grado más, y su obra se propone como una exploración de ese continente inmenso, tan terrible como dulce, que es la tristeza humana. Y sin embargo pocos autores han sido capaces de escribir historias más conmovedoras y consoladoras que las suyas. Pensemos en La sirenita, por ejemplo. Su gran tema es el amor. El amor como aventura, como entrega, como sacrificio. Su personaje abandona todo cuando tiene y es -su identidad, su vida, su territorio-, para partir en busca de ese otro que ama. En un mundo que hace de la identidad, personal, nacional, lingüística, la cuestión esencial, no puede haber una historia más necesaria que ésta. No creo que exista posibilidad de vivir sin aventurarse más allá de lo que conocemos y lo que creemos ser, y en eso La Sirenita es un personaje ejemplar. Quiere tener además un alma inmortal. ¿Fracasó en su intento? Yo creo que no, porque logra tener una historia por la que siempre será recordada. Y ese mundo de los cuentos es el que elige el alma para aparecer en el mundo.

Me acuerdo de la parábola de las vírgenes prudentes y necias. Las primeras guardaban su aceite esperando la llegada del novio que habría de llevarlas a la boda; las segundas, se entretenían en la noche llevando su lamparita encendida, de forma que cuando llegaba el novio habían gastado su provisión de aceite y no podían seguirle. ¿Con cuál de ellas nos quedamos? Si lo hacemos con las prudentes, nos perdemos el gozo de ese deambular en la noche; si lo hacemos con las necias, nos quedamos sin boda... Creo que las grandes historias son las que aciertan a combinar ambos mundos. El personaje de Peter Pan pertenece al mundo de las vírgenes necias, pero Wendy es una virgencita prudente; y lo mismo pasa con Don Quijote y Sancho. Una vez se me ocurrió decir un poco en broma que el narrador era un perverso con corazón candoroso, pero es lo que creo de verdad.

La razón última por la que contamos a un niño una historia es buscando su felicidad. No creo que haya una razón de más peso para contársela. Hay otras: que les enseñen a ser generosos, a amar la naturaleza y a los animales, a confiar en los que quieren, a no tener miedo. Pero lo esencial es que les haga felices escucharla. Si no, ¿para qué se la contaríamos? Es como cocinar ciertos platos para ellos. Lo hacemos porque necesitan alimentarse, pero ese mundo de bizcochos, tartas de chocolate, natillas y leche frita, pertenece a lo que antes llamé el mundo del alma. Y el alma es la parte menos doctrinal y previsible del hombre, porque ama vivir sin porqués. Borges decía que quien escribe para niños puede quedar contaminado de puerilidad, y es cierto. Pero no lo es menos que el problema no está en los riesgos que se corren sino en cómo se logran salvar. Además, ¿qué es ser pueril? Somos pueriles cuando jugamos con un niño pequeño o cuando paseamos con un perro. Somos pueriles cuando amamos a alguien, cuando nos arreglamos para ir a una fiesta o cuando bailamos, y lo seremos definitivamente cuando nos hagamos ancianos. Don Quijote es pueril, y muchos personajes de Kafka también lo son. Incluso me atrevería a decir que la lectura es un acto pueril, ya que nos instala en el mundo de la irrealidad. En ese caso, ¿por qué habría de ser mala? La puerilidad no se confunde con la niñería. Tenemos vidas reales pero nos enamoramos de vidas irreales.

En cierta forma el anhelo de belleza también es pueril. No nos basta, por ejemplo, con que los libros merezcan la pena, nos gusta también que sean hermosos, que alegren nuestra vista. Y esto lo saben bien los editores de libros. Es importante que el niño los vea como lo que son, objetos semejantes a un cofre maravilloso, una lámpara que oculta un genio o una alfombra voladora... Todos esos objetos, como les pasa a los libros, tienen una doble naturaleza. Son a la vez objetos comunes, que forman parte de nuestra vida cotidiana, una lámpara, una alfombra, un baúl; pero, a la vez, son puertas, lugares de tránsito, que nos comunican con otros mundos. Pero las puertas siempre han sido lugares sagrados. El escritor japonés Haruki Murakami nos cuenta en uno de sus libros que los chinos enterraban en el umbral de las puertas de sus ciudades huesos de antiguos guerreros y sacrificaban perros para que su sangre los vivificara y así pudieran defender mejor sus accesos. Las puertas comunican los distintos mundos, y ésa es la función de la literatura. En cierta forma, todos los grandes libros tienen algo de sagrado. Y ese carácter viene precisamente de su poder para vincular mundos que estaban separados: el mundo de los vivos y el de los muertos, el de los adultos y los niños, el de los hombres y el de los animales, el del hombre y la mujer... Y es el alma, nuestra alma, quien realiza esos viajes. Podríamos decir que los verdaderos cuentos son los que guardan la memoria de esas andanzas del alma. El emperador Adriano dijo que era un huésped caprichoso. Contamos historias para que esa "pequeña alma vagabunda y dulce" siga a nuestro lado en el mundo. O mejor dicho, los cuentos son la prueba de que sigue aquí, con nosotros. Cuando el mundo deja de contarnos cosas es porque nuestro huésped se ha ido...

Gustavo Martín Garzo es escritor.


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