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General: Secretos de la Cábala y los nombres de Dios
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De: Alcoseri (Mensaje original) |
Enviado: 29/03/2011 00:13 |
Secretos de la Cábala y los nombres de Dios en El Libro de la Ley “La Torá” .
En la Torá, aparece Dios “El Gran Arquitecto del Universo” con los más variados nombres. Elijé, Ya, YHVH, Adonai, Él, Elohá, Elohim, Shadai y Tsebaot- Y se indica que algo sobre la forma en que estos iban siendo modificados en el transcurso del proceso creativo. El primero, con el que se le denomina, es el de Elohim, que es un plural masculinizado de un singular femenino. Lo cual produce la impresión de androginismo múltiple. La traducción literal del primer versículo del Génesis, sería: “En el principio, los dioses crearon los cielos y la tierra”. Esto nos indica, de acuerdo al sentido de la letra, que no fue el Ser Supremo el creador directo, sino sus intermediarios, esta es la idea un principio que diseño arquitectónicamente el Universo, y que encargo la obra a unos subalternos artífices o albañiles para llevar a cabo su obra. Por supuesto, que la Cábala tiene mucho terreno para profundizar aquí; tan es así, que hubo y hay cabalistas aseverandos que todo el conocimiento de la Torá está encerrado en este versículo. Pero, no es el objetivo de este tipo de análisis, sino simplemente el de servir de guía básica a los buscadores masones o no del verdadero conocimiento. Este nombre de Elohim אָבִיר no aparece solamente en los pasajes de la creación, sino que se mantiene, conjuntamente con otros varios, a través de la Torá o “El Libro de la Ley” para nosotros los Masones. Indicaremos, como ejemplo, tres de las distintas denominaciones que son utilizadas para referirse al Ser Supremo. El Elión, lo llama Melquisedec en Génesis, XIV: 19. Este, combina uno de los nombres más habituales que se le da a Dios, El, con un atributo, altísimo; Dios altísimo. Otra combinación de El con un calificativo es el de El Shadai, Dios Todopoderoso, que, entre otros, aparece en Génesis, XVII: 1 y Génesis, XXXV: 11. Un nombre símbolo, que resume la esencia divina, es el que se da Dios mismo al dirigirse a Moisés en el Sinaí: Yo soy el que soy. En fin, aparecen diversos nombres más a lo largo de la Torá, pero todos, excepto uno, no son sino referencias para tratar de hacer contacto con alguna de las potencialidades divinas. Como indica José Gikatilla, cabalista castellano del Siglo XIII, en el prefacio a su libro Puertas de la Luz –Saaré orá–: “... el hombre que quiera lograr sus deseos en cuanto a los nombres del Santo, bendito sea, que se dedique con todas sus energías a la Torá, para alcanzar el significado de los nombres de santidad que se mencionan en la Torá, como Elijé, Ya, YHVH, Adonai, Él, Elohá, Elohim, Shadai y Tsebaot. Entonces sabrá y comprenderá el hombre que cada uno de estos nombres son como las claves para todo lo que él necesita en cualquier circunstancia relacionada con el mundo”. Y más adelante: “Para cualquiera de estos atributos existen otros que dependen de cada uno de estos atributos y son el resto de las palabras de la Torá. De tal manera que encontramos que toda la Torá está compuesta de atributos y los atributos por nombres. Y todos los nombres santos dependen del Nombre YHVH, todos se unen con Él. Con lo que tenemos que toda la Torá depende del Nombre YHVH”. Y en el primer capítulo de Puertas de Luz Gikatilla insiste en la importancia absoluta del Tetragrama: “Toda la Torá es un tejido de kinuyim (sobrenombres, apelativos) y estos so- brenombres son a su vez un tejido de los diferentes nombres de Dios. Por su parte, todos estos nombres sagrados dependen del Tetragrama YHVH, con el que están relacionados. Por esto toda la Torá es, en último término, un tejido hecho con material sacado del Tetragrama”. El Cabalista Maimónides, en la Guía de los Perplejos, comenta: “Todos los nombres de Dios que se encuentran en la Torá derivan de acciones, lo cual está claro, excepto uno el de Yod He Vav He que Le designa; no derivado, y que por eso se le llama meforash”. El Nombre es uno sólo el Shem hameforash (Nombre claro, explícito). Es נר En Éxodo III: 15 le dice a Moisés: “...Así les dirás a los hijos de Israel: YHVH, Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob me envió a vosotros. Este es mi nombre para la eternidad y esta es mi memoria de generación en generación”. En Isaías XLII: 8, dice: “Yo soy YHVH- יהוה , este es mi nombre”. Estas al menos son las consonantes que componen el Tetragrama, si están en el orden correcto o no es otra cosa. Y la pronunciación del Nombre, en sí, es un secreto. Aquí cabría una pregunta. ¿De qué sirve ‘conocer’ el Nombre si no se puede pronunciar?. Esto, desde el punto de vista de la lógica común parece razonable, pero tratamos con metafísica esotérica y en este campo se trastocan los enfoques habituales. Estamos hablando del máximo poder energético manejable en este plano. Si los físicos, para manipular niveles de energía notablemente inferiores, utilizan complejos equipos de laboratorio, ¿qué sería necesario para manejar este enorme poder? Pero, vamos por partes. ¿De dónde colegimos qué se trata de un inmenso caudal energético?. En la imagen del Árbol Sefirótico vemos, en la parte derecha, las letras del Tetragrama Yod (י), he (ה), vau (ו), he (ה). La Yod a nivel de Kether; la He a nivel de Chokmah-Binah; la Vav que corresponde a las seis Sephiroth siguientes, de Chesed a Yesod; la última He a nivel de Malkuth. Cada una de las letras es consubstancial con el nivel correspondiente; posee la energía vibratoria de ese nivel. Pero, están vibrando individualmente entre ellas, sin puente de contacto. Si se unen, a través de las vocales adecuadas (y con la cadencia rítmica apropiada) se forma un canal energético que comienza en el nivel más elevado de la inmanencia creativa divina y finaliza a nuestro nivel de manifestación. Lo cual produciría, como se indica arriba, el máximo poder energético manejable en este piano. Y digo manejable porque es de presumir que la persona en capacidad de abrir ese canal debe de poseer un bagaje de conocimientos que permitan la atenuación, dirección y manejo del mismo. En caso contrario el desastre sería mayúsculo. En la masonería en cada tenida se nombra el Tetragrama Yod (י), he (ה), vau (ו), he (ה), a leer el salmo 133, menciona YHVH envía bendiciones y vida Eterna. Un par de citas bíblicas enfatizan lo antedicho; su adecuada lectura, viene a confirmarlo. En Éxodo, IXX: 24 dice: “... no traspasen (los israelitas) para subir a YHVH para que no haga estragos en ellos”. En Deuteronomio, IV: 24 dice: “Pues YHWH tu Dios es un fuego devorador”. Así mismo, es suficientemente explícito lo que indica el Salmo, CXI: 9: “...Sagrado y terrible es Su Nombre”. Hubo un tiempo en que el Nombre era ‘conocido’ por grupos relativamente selectos. Hiram Abiff lo conocía y los malvados compañeros querían obtenerlo para emplearlo en fines egoístas, sabían de su gran Poder, como decíamos existió un tiempo en que el Nombre del Gran Arquitecto del Universo no solamente era conocido, sino que se sabía cómo pronunciarlo y emplearlo. Pero, como seres humanos, abusaron de ese conocimiento para causas no acordes con lo implícitamente establecido y, generalmente, con fines egoístas. Luego de la muerte de Hiram Abiff se hizo que fuera limitando su transmisión, hasta concluir por ser únicamente el Sumo Sacerdote su conservador. Incluso se pronunciaba una sola vez al año, el Yom Kipur (Día del Perdón), en la soledad del Sancta Sanctórum, para atraer la gracia del Altísimo en favor del pueblo de Israel. Luego de la destrucción del último Templo, el nombre o se perdió, le llamaron “La Palabra Perdida” pero fue recuperado y hoy sólo es conocido por un pequeño grupo de Francmasones, que lo protegen celosamente y lo transmiten sigilosamente a otros selectos Francmasones. Fue tal la preocupación, en el seno de las autoridades judías del pasado, por el peligro que significaba el ‘volver a las andadas’ que prohibieron específicamente cualquier otro tipo de pronunciación, para el Tetragrama, que no fuese la de Adonai, אֲדֹנָ . Adonai es un plural (-i) con posesivo de primera persona singular (-a-), de Adon אָדוֹן que significa "señor", "amo" o "gobernante".Y esto en las oraciones o en la sinagoga, pues fuera de eso deben de referirse a Él como haShem (el Nombre) o Adoshem (una combinación de las primeras letras de Adonai y Nombre). Éxodo, XIV: 19–21 19º Y partió el ángel de Dios, el que andaba delante del campamento de Israel, y fue detrás de ellos; y partió la columna de la nube delante de ellos, y se puso tras ellos. 20º Y vino entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel, y fue la nube y la obscuridad y alumbró la noche, y no se acercó uno a otro en toda la noche. 21º Y tendió Moisés su mano sobre el mar, y retiró el Eterno el mar con fuerte viento del Este toda la noche y puso en mar en lo seco y fueron divididas las aguas. Debemos de mencionar aquí que la forma en la que se denomina generalmente al Shem hameforash, usualmente por autores cristianos, como Jehová o Yehová, es totalmente incorrecta. Esto viene de entender erróneamente el significado de la puntuación masorética con la que aparece el Nombre en la Torá. Hay Biblias hebreas, como la Koren por ejemplo, que no puntúan el Tetragrama, pero otras si lo hacen. Estas, como es norma en el judaísmo, colocan las vocales de Adonai –– sobre el Nombre שם המפורש Shem ha- Mephorash –– para indicar como debe de ser dicho. Las vocales son las mismas pese a que hay una variación, por razones gramaticales, lo cual puede generar alguna confusión; deberían de ser a, o, a, pero se cambian en e, o, a, es decir la primera ‘a’ se transforma en ‘e’ . Esto es porque la primera vocal en Adonai es jataf pataj , que es una vocal compuesta y se pronuncia como a. Estos sonidos compuestos sólo los admiten las consonantes guturales (aleph, ain, jod y he). Al ser colocada bajo la Yod pierde el pequeño guión –pataj–, que es el que indica el sonido a, y quedan solamente los dos puntos (?), que se denominan shvá y se pronuncia como e muy corta. Claro, allí la lectura sería Jehová, pero, por lo antepuesto se ve que esa no es, en forma alguna, su dicción. A raíz de la prohibición de pronunciar el Tetragrama, se instituyeron otros ‘nombres de poder’ para substituir al Shem hameforash. Maimónides los alude en Guía de los perplejos, : “También tenían un nombre de doce letras, inferior en santidad al Tetragrama, que sospecho no era, probablemente, uno sólo, sino dos o tres, cuya aglutinación completaba las doce letras. Era usado siempre que el Tetragrama aparecía en la lectura, como nosotros empleamos hoy en los mismos casos el que empieza por aleph, dalet (Adonai). Dicho nombre ‘Dodecagrama’ encerraba sin duda un sentido más particular que el de Adonai; no estaba prohibido ni reservado a ninguno de los hombres de ciencia, sino que se enseñaba a quien quiera deseaba aprenderlo... Pero cuando hombres relajados, que habían aprendido este ‘Dodecagrama’ corrompieron sus creencias... se ocultó también este nombre y solamente se enseñaba a los ‘discretos entre los sacerdotes’ para emplearlo en la bendición al pueblo dentro del santuario, porque, a causa de la corrupción general, ya había caído en desuso el Shemhameforash hasta en el santuario”. Más adelante expone: “También empleaban un nombre de cuarenta y dos letras. Ahora bien, cualquier hombre sensato sabe que es absolutamente inviable un vocablo de tan elevado número; serían, por tanto, varias palabras conjuntadas en esas cuarenta y dos letras. Indudablemente esas dicciones designaban por fuerza determinadas ideas tendentes al acercamiento de la verdadera concepción de la esencia divina, por el procedimiento que hemos dicho. A buen seguro que esas palabras poli literas se designaban como un solo nombre porque expresaban una noción única, al igual de los nombres primarios”. En cuanto al nombre de doce letras, dice el Bahir, capítulo ciento siete: “Y qué quiere decir los versículos de Números, VI: 24–26?: ‘Te bendiga YHVH y te guarde. Haga resplandecer YHVH su rostro hacia ti y te agracie. Vuelva YHVH su rostro hacia ti y ponga en ti la paz’. Se refiere al nombre de doce letras, ya que en estos pasajes el Tetragrama se repite tres veces. Eso nos indica que los nombres del Santo, bendito sea, forman tres escuadras, y que cada una de ellas es igual a su vecina y están todas selladas por las letras yod, he, vau, he”. Más adelante, en el ciento once, expone: “Rabí Ahilai se interrogaba sobre el significado del versículo ‘YHVH reina, YHVH reinó, YHVH reinará siempre’. Se trata del Shemhameforash, que puede permutarse, aliterarse y pronunciarse, como está escrito en Números, VI: 27: ‘Y pondrán mi Nombre sobre los hijos de Israel y Yo los bendeciré’. Se trata del nombre divino formado por doce letras, como el nombre divino de la bendición sacerdotal que figura en Números, VI: 24–26. Hay tres nombres y doce consonantes. Su vocalización es: yipaal, yepoel, yipol. Aquel que laspronuncie en santidad y devoción puede estar seguro de que no sólo sus ruegos serán escuchados, sino que aquello que ame abajo será amado arriba, lo agradable abajo será agradable arriba, que siempre encontrará respuesta y ayuda”. Estos nombres, tanto el de doce como el de cuarenta y dos letras, son de gran importancia porque substituyen directamente al Tetragrama. Es posible lograr su dicción, pese a que permanece velada. Pero, aquí entra mucho en juego la evolución espiritual del individuo, para poder obtener por esfuerzo y mérito propios la correcta pronunciación de los mismos. Para lo cual bien vale la pena cualquier sacrificio, pues como dice el Salmo, XCI, en sus versículos catorce y quince: “Lo colocaré bien alto, porque ha conocido Mi Nombre. Me llamará y Yo le responderé”. Como se dijo arriba no sólo la pronunciación del Nombre es un secreto, sino que el orden de las consonantes que lo componen también es desconocido. Estas, admiten veinticuatro permutaciones, ignorándose cuál o cuáles son las correctas. De las veinticuatro, doce se hacen corresponder con las tribus de Israel y también con los signos del zodíaco, esto se verá en el capítulo correspondiente. Algunos libros cabalísticos, el Zohar y Bahir entre ellos, hablan de los setenta y dos nombres de Dios. Pero, no se están refiriendo a nombres divinos, propiamente dichos, sino a energías que provienen directamente del Gran Poder. Veamos como lo expone el Bahir: “Rabí Amorai se preguntaba que significado tenía el versículo de I Reyes, VIII: 27: ‘He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener’. Y llegaba a la conclusión de que el Santo, bendito sea, tenía setenta y dos nombres que puso entre las tribus de Israel, puesto que está escrito en Éxodo, XXVIII: 10: ‘Seis de sus nombres en una piedra, seis en la segunda piedra, según su orden de nacimiento’, y en otro lado: ‘Por su parte, Josué erigió doce piedras’, Josué, IV: 9. Y así como las primeras piedras fueron todas recordatorios, así también las segundas. Y hay en total setenta y dos nombres grabados sobre doce piedras que por su parte corresponden a los setenta y dos nombres del Santo, bendito sea” Estos setenta y dos nombres son tomados de tres versículos de la Torá, en el que cada uno de ellos tiene setenta y dos letras. Se trata de Éxodo, XIV: 19–21, . Se forman grupos trilíteros, tomando el primero de los versículos en el sentido de la lectura, el segundo en orden inverso y el tercero, nuevamente, en sentido normal. Es decir, la primera letra del primer versículo con la última del segundo y la primera del tercero; la segunda del primero con la penúltima del segundo y la segunda del tercero; etc.. Estos grupos son los que forman los setenta y dos nombres. Aparecen los nombres dispuestos en tres columnas, de veinticuatro divisiones cada una, como indica el Bahir en el capítulo 110: “... los setenta y dos nombres, número que se divide en tres partes, a veinticuatro letras (grupos) por fracción. Sobre cada una se eleva un príncipe y a cada fracción le corresponde velar por las cuatro direcciones del mundo: Este, Oeste, Norte y Sur. De forma que se reparten entre si grupos de seis sobre cada una de las direcciones”. Esta explicación del Bahir nos lleva a efectuar subdivisiones de las columnas de acuerdo a los cuatro elementos, pero no en correspondencia con los yuntos cardinales indicados, pues es solamente un señalamiento de ‘qué debe de hacerse’ mas no del ‘cómo’. La secuencia correcta sería: Norte, Oeste, Este, Sur. Es decir que el primer grupo corresponde al elemento fuego, el segundo a tierra, el tercero al aire y el cuarto al agua, tal como se indica en la tabla. Por tanto, dieciocho nombres er cada elemento, subdividido en tres grupos. Este fraccionamiento elemental genera diversas hipótesis. Una, sería la siguiente. Si dividimos a la circunferencia en setenta y dos partes, a cada una de ellas le corresponderían cinco grados y a cada grupo treinta, lo cual es coincidente con el fragmento que se le adjudica a cada signo en la faja zodiacal. Dado que cada signo del zodíaco concuerda con uno de los cuatro elementos, podríamos tener una correspondencia de los setenta y dos nombres con la astrología. Esto, de todas formas, será ampliado en el capítulo que trata sobre el tema. Un minucioso análisis, aunado a períodos de concentración sobre los nombres, puede llevar al lector a una comprensión profunda del significado de los setenta y dos nombres. Otra hipótesis es la de que el cuerpo humano posee setenta y dos puntos de energía, que son la base y motor del mismo. Algunos autores los han denominado neutronios, indicando que son la unión de un neutrón y un neutrino. Aquí preferimos llamarlos ternarios energéticos, pues se fundamentan en grupos trilíteros equilibrados, que son cada uno de los nombres. La armonía o inarmonía de estos ternarios energéticos, entre si, es lo que produce el buen o mal funcionamiento del organismo. Se puede escribir un tratado completo de como las acciones humanas generan desequilibrio en los ternarios energéticos, produciendo las enfermedades y la muerte, pero nos limitaremos a respaldar la idea citando a la Torá y la correspondiente explicación del Zohar. En II Reyes, IV: 32–35, se expone como Eliseo revivió al hijo de la sunamita. Dice textualmente: “Y cuando Eliseo vino a la casa, el niño estaba muerto y acostado en la cama. Entró pues y cerró la puerta tras ellos y oró al Eterno. Y subió y se acostó sobre el niño, y puso su boca en la boca de él, y sus ojos en los ojos de él, y sus manos sobre las manos de él. Y se acostó sobre él y la carne del niño se calentó. Luego volvió y caminó de un lado a otro de la casa y subió y se tendió sobre él y el niño estornudó siete veces y abrió los ojos”. He aquí el análisis zohárico, al respecto: “Él (Eliseo) trazó sobre le niño el llamado místico, consistente de setenta y dos nombres. Pues las letras alfabéticas que su padre había primero grabado en él habían desaparecido cuando el niño murió; pero cuando Eliseo lo abrazó, grabo en él de nuevo todas esas letras de los setenta y dos nombres. Ahora el número de esas letras llega a doscientas dieciséis y todas fueron grabadas por el aliento de Eliseo sobre el niño como para poner de nuevo en él el aliento de vida a través del poder de las letras de los setenta y dos nombres. Y Eliseo lo llamó Habacuc, un nombre de doble significación que en su sonido se refiere al doble abrazo y en su valor numérico equivalente a doscientos dieciséis, el número de las letras del Nombre Sagrado. Por las palabras le fue restituido su espíritu y por las letras fueron reconstituí dos sus órganos corporales”. Doscientas dieciséis, a que hace referencia el Zohar, es el total de letras que componen los setenta y dos nombres. Este, también es el valor guemátrico de – Habacuc (חֲבַקּוּק de jabaq abrazar) – . Las doscientas dieciséis letras, subdivididas en setenta y dos nombres, son los soportes de la vida humana. Estos ternarios energéticos salen de la esencia misma del Ser Supremo y eso, precisamente, es lo que significa que fuimos creados a imagen de Dios. Expresión esta que no ha sido entendida en absoluto, como tantas otras cosas, fuera de la Cábala. Lo indica el Génesis, I: 26: “...hagamos al hombre en nuestra imagen...”. ‘Nuestra imagen’, tsalménu – בצלמנו כדמותנוbe- Tsalmenu = en nuestra imagen kidmutenu = conforme a nuestra semejanza– cuyo valor numérico es doscientos dieciséis lo que, por supuesto, es muy explícito.
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La Gran Luz debe ser hallada.
Esta verdad concerniente a la Búsqueda de la Divina Luz ha sido expresada en los términos de una conocida alegoría, que reza así: Hubo un tiempo en la historia de la raza humana en que los dioses robaron por celos al hombre su Divinidad y, reunidos en alto cónclave, buscaron decidir dónde ocultar lo que habían robado.
Un dios sugirió esconderla en otro lejano planeta, pues allí el hombre no podría encontrarla, pero otro dios se levantó y dijo que el hombre era innatamente un gran viajero y que ellos no tenían garantía que él eventualmente no pudiera encontrarla allí, «veamos» dijo, «escondámosla en las profundidades del mar, en el lecho del océano, donde estará a salvo». Pero nuevamente se oyó una voz que disentía, y señalaba que el hombre era por naturaleza un gran investigador y que algún día podría lograr penetrar en las mayores profundidades, así como en las mayores alturas. Entonces continuó la discusión, hasta que un brillante dios se levantó y dijo: «Ocultemos la joya robada de la Divinidad del hombre dentro de él mismo, pues allí él nunca la buscará».
Momento en el cual el cónclave terminó felizmente, pues los dioses advirtieron que el lugar verdaderamente inaccesible habla sido indicado, y que por eones parecería que la luz oculta en el hombre estaría perdida para siempre. Sin embargo, poco a poco, algunos descubrieron el secreto, y el conocimiento que lograron de cómo la luz podía ser encontrada, llegó a ser propiedad de ciertos grandes grupos de pensadores, que a través de la de la Masonería las leyes que gobiernan la revelación de la luz pueden ser descubiertas. A través de lo que a él no se le permite saber, de los rituales y trabajo del grado en el cual es rechazado participar, comienza a calibrar su ignorancia, y trabajando como lo hace en el Atrio Exterior del Templo del Rey Salomón se hace consciente de un misterio interno en el cual aún no puede penetrar. Aprende a usar las herramientas del Aprendiz, y mediante la comprensión de su significado simbólico trabaja en la construcción del carácter.
La luz que ha recibido le alcanza para revelarle su necesidad de sabiduría, y entonces espera su destitución.
Así pasa al Segundo Grado y comienza la gran Búsqueda de la Sabiduría; aprende que la vida es una escuela, y que por medio de la fidelidad a su tarea y a sus compañeros de la Obra, él puede comprender un poco de la sabiduría, fuerza y belleza que el G.:A.:D.:U.: se esta empeñando en demostrar en Su Templo. Trabajando como Compañero aprende muchas cosas, y no sólo se mueve libremente en el Atrio Exterior del Templo del Rey Salomón, sino que también tiene acceso al Lugar Sagrado, donde aprende que hay aún otra etapa de desenvolvimiento y otro paso que dar dentro del Corazón de los Misterios de la Masonería-
Alcoseri |
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