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General: EL DESCENSO Dentro De Sí Mismos
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De: Kadyr (Mensaje original) |
Enviado: 20/07/2024 00:26 |
EL DESCENSO Dentro De Sí Mismos
Al despojarse el candidato de sus metales, separa su atención del aspecto externo de las cosas y se esfuerza en olvidar las revelaciones de los sentidos para concentrarse en sí mismo. Una venda se pone sobre sus ojos y le envuelve la total oscuridad, todo para hacerle entender que en el mundo de afuera del Templo ha vivido así, en total oscuridad. Empieza a bajar unas escaleras rodeado de tinieblas y por innumerables peldaños llega por fin al mismo corazón de la gran Pirámide, o al centro de la Tierra, al Infierno, pero la verdad es que desciende en sí mismo, no es ira dentro de sí para conocer su lado luminoso, sino a su psique oscura . Entonces cae la venda y el neófito se ve aprisionado en un sepulcro, la cámara de las reflexiones. Comprende que ha llegado la hora de la muerte y se conforma; pero antes de renunciar a la vida redacta el testamento que concreta sus últimas voluntades.
Paradójicamente, la Masonería comienza desde el final , desde el supuesto final de nuestra existencia, que es la Muerte Física. Y es que los mejores cuentos se comienzan contando desde el final, luego con los años, en Masonería , nos damos por entender está razón.
Y así, el Candidato a la Iniciación , el solicitante a ser miembro de la orden masónica, se encuentra dentro de una catacumba oscura, un sepulcro lúgubre, dentro de un ataúd hay un esqueleto y este esqueleto representa a el iniciado dentro, de esta sarcófago.
No se trata el Testamento Masónico de disponer de unos bienes que ya no posee, puesto que ha sido preciso renunciar a todo cuanto tenía para poder sufrir las pruebas. Despojado de todo lo que no constituye su verdadero ser, puede disponer únicamente de lo que le queda, haciendo donación de su energía radical. Concentrado en sí mismo y después de hacer abstracción de todo lo ajeno a su naturaleza primordial, el individuo se encuentra frente a frente con su propio espíritu, con el foco inmaterial de sus pensamientos, de sus sentimientos y de su voluntad. Tiene conciencia de ser, en último término, una fuerza, una energía cuya libre disposición le pertenece.
¿Cómo entiende aplicar esta energía? He aquí el problema que debe resolver al redactar su testamento. Si procura entonces indagar cuál es el mejor camino, podrá ver claramente que la voluntad individual no sabría aplicarse a más alto ideal que a la realización del supremo bien. Esta constatación le incita a consagrarse a la Magna Obra y toma la resolución de trabajar, de acuerdo con los principios de los Iniciados, al mejoramiento de la suerte de la humanidad.
Puede ya morir a la existencia profana una vez tomada esta resolución. En efecto. el hombre ordinario no se inspira más que en el egoísmo. Se imagina ser él mismo su propia finalidad y con gusto se considera como centro del mundo. En esto difiere el Iniciado: al volverse hacia sí mismo ha reconocido su propia insignificancia. Su conciencia le dice que no es nada por sí mismo, pero que forma parte de un inmenso todo. Es tan sólo humilde átomo de este conjunto, pero esta célula individual, fragmento de un organismo mucho mayor, tiene su razón de ser en la misma función que le toca desempeñar. Así es cómo la ciencia iniciática toda, tiene por base el reconocimiento de nuestra relación ontológica con el Gran Cristo o Mesías de los Kabalistas, o sea la Humanidad considerada como el ser viviente en el seno del cual vivimos y del que emana nuestra misma vida.
Siendo así, ¿qué va a significar para nos otros la palabra vivir? ¿Deberemos acaso apetecer las satisfacciones individuales? Sí, pero dentro de ciertos límites. Todo germen en vía de desarrollo debe al principio acaparar y atraer hacia él la substancia circundante, dando muestra de fiera avidez. El instinto vital procede de un egoísmo inherente a la misma naturaleza de las cosas y que tiene un carácter sagrado mientras tiene por finalidad la construcción indispensable del individuo. La caridad bien ordenada empieza por nosotros mismos y es preciso adquirir, antes que poder dar. Pero los hábitos de adquisición tienden a perdurar más allá del término normal. Llegado a su pleno desarrollo el individuo queda expuesto a seguir ignorando su destino superior, a no pensar más que en él mismo, dejando a sus solos apetitos la dirección de su vida.
Con tal que, obedeciendo a sus naturales impulsos, el individuo sepa acordarse de sus
semejantes, portándose con ellos equitativa mente, podrá conducirse en leal unidad del humano rebaño. Será acreedor a la estima de los Iniciados si ha sabido llevar a cabo fielmente la tarea que le habrá correspondido; el inmenso organismo humanitario requiere múltiples funciones de infinita variedad: Loor a quien sabe responder lealmente a las le janas llamadas de su vocación.
Todo lo dicho se refiere al mundo profano que los Iniciados tienen buen cuidado en no menospreciar. La honradez consiste en no perjudicar al prójimo ni hacer daño a nadie, conservando nuestra libertad para buscar satisfacciones lícitas. Es poner en práctica el "cada uno para sí" mantenido en sus justos límites para que sea posible la vida en común entre individuos civilizados.
Desde luego el estado de civilización que resulta de la aplicación de estos principios constituye un inmenso progreso sobre las costumbres salvajes de las primeras edades, cuando no se reconocía otra ley que la de los apetitos desencadenados. Pero la Humanidad tiene aspiraciones mucho más elevadas. Cuando comprenda el hombre que no es nada de por sí, buscará más estrecho contacto con la fuente de su vida y de su existencia. Tendrá la convicción de que su vida verdadera no es esta mísera vida de la personalidad, sino la gran Vida que anima a todos los seres. Entonces sabrá morir para las mezquindades de su esfera individual, para nacer al instante a una vida superior mucho más amplia, que es la de la especie humana vista en conjunto. En otras palabras, es cuestión de dejar el personalismo para llegar a humanizarse en el más amplio sentido de la palabra.
Lo que caracteriza al profano, es precisa mente este personalismo. Tiene fe en sí mismo, en este yo que cree imperecedero y quiere asegurar su salvación eterna. Un cándido egoísmo constituye el móvil de todas sus acciones, incluso de las más generosas.
Al contrario, el Iniciado no conserva la menor ilusión tocante a su personalidad. No ve en ella más que un efímero conglomerado con destino a disolverse más tarde y por cuyo medio se manifiestan transitoriamente ciertas energías permanentes de orden general y trascendente. Al descender en sí mismo se halla en presencia no de un pobre yo raquítico, sino de un vacío sagrado en el cual ve reflejarse la divinidad.
Entonces es cuando llega a comprender que todos somos dioses, como lo dice el Evangelio (Juan X, 34) Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? 35 Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de y como lo expresa el salmo LXXX, 6: He dicho, Dioses sois e hijos todos del Soberano.
Pero si el animal, al tomar conciencia de su animalidad, contrata deberes mucho más extensos, mucho más, con tal motivo, vamos a tener que exigir del hombre que ha penetrado el secreto de su divina naturaleza. Una formidable responsabilidad nos incumbe en virtud de nuestra calidad de dioses, ya que el Universo pasa a ser nuestro absolutamente, del mismo modo que la cosa pública (Res publica) pasa a ser propiedad del ciudadano consciente de la soberanía nacional.
El hombre dios no puede ya contentarse con vivir en hombre animal honrado. Se siente responsable de los mundiales destinos y comprende que debe completar la creación. Aquí le tenemos llamado a ordenar el caos moral en medio del cual se agita la humanidad. Su tarea es coordinar y construir. ¿Cómo y de qué manera? No lo sabe todavía, pero quiere ingresar en la escuela de los constructores y ser iniciado en su arte. De aquí en adelante podrán ellos instruirlos porque la chispa del fuego sagrado ha brotado en su interior.
¿Habéis penetrado acaso hasta el foco central en donde, bajo la ceniza de las impresiones externas, sigue ardiendo el fuego divino, vosotros todos que pretendéis haber alcanzado la categoría de iniciados? En vuestro afán de subir rápidamente ¿no pudiera darse el caso de haberos olvidado de bajar primero? Tanto peor para vosotros si os ha fallado la primera operación de la Magna Obra, la que simboliza el color negro, pues sin esta previa base toda va a ser inútil.
Saber morir: aquí está el gran secreto que no se puede enseñar. Debéis dar con él o, de lo contrario, vuestra iniciación no pasará de ficticia, como desgraciadamente sucede la mayor parte de las veces.
Sin haber muerto realmente para las pro fanas atracciones, el falso iniciado no puede renacer a la vida superior, privilegio reservado a los pocos que han sabido regenerarse por la comprensión de la humana divinidad. Para conseguir la iniciación es preciso sufrir la muerte iniciática, operación ardua y eliminatoria; entre el gran número de candi datos sólo un corto núcleo de elegidos logra el éxito.
Prepárense , a esta muerte si queréis ser iniciados; de otro modo el solo rito tradicional, de por sí, nada puede dar, puesto que no es más que la forma hueca y engañadora de la superstición; sabed morir o, de lo contrario, mejor será renunciar modestamente de antemano a la Iniciación.
Alcoseri
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De: Kadyr |
Enviado: 20/07/2024 00:27 |
Conocéis la historia del enigmático conde de SaintGermain, aventurero, alquimista, músico y espía del siglo XVIII que, según la leyenda, descubrió el elixir de la inmortalidad? Seguro que muchos habéis oído hablar de Matusalén, el personaje más longevo de los que aparecen en la Biblia, ya que, según el Antiguo Testamento, llegó a vivir 969 años. Se supone que fue a partir del Diluvio Universal al que tuvo que hacer frente Noé, precisamente nieto de Matusalén, cuando, debido a la cólera de Dios, el ser humano empezó a vivir menos años. Más allá de que la cifra que hemos mencionado sea una hipérbole, hay un individuo que, según la leyenda que lo rodea, quedó exento de ese recorte de años. Muchos creen que en realidad es la misma persona que el mítico Judío Errante. El protagonista de nuestro vídeo de hoy es conocido como... el conde de SaintGermain, un personaje del que no conservamos demasiadas fuentes históricas fiables, ya que muchas, ya os adelanto, están llenas de exageraciones. Ni siquiera se sabe cuándo ni dónde nació. Él mismo se ocupó de envolverse con un halo de misterio, ya que siempre reconoció que SaintGermain no era su nombre real, pero ocultó el verdadero y su país de origen. Llegó a este mundo entre 1690 y 1710. Como veis, se usa una horquilla ¡de 20 años! Según la leyenda, nació en 1691, en un castillo de los montes Cárpatos. Su último protector y buen amigo suyo, el príncipe Carlos de HesseKassel, aseguraba que SaintGermain le contó que había nacido en 1696 y era hijo del príncipe Francisco Rákóczi II, de Transilvania. Pero que nunca reconoció de forma abierta quién era su padre como medida de protección, dada la persecución que la dinastía de Rákóczi II sufrió por parte de los Habsburgo, a los que se había enfrentado en el marco de la guerra de independencia húngara. Pero, atención, porque hay fuentes que han apuntado a un origen español para SaintGermain: según estas, era hijo natural de la reina viuda de Carlos II, Mariana de Neoburgo. Que habría tenido el bebé con un banquero madrileño cuando se instaló en la ciudad francesa de Bayona tras ser desterrada de Madrid por Felipe V en 1701. Hay otras muchas teorías: desde que era un Médici hasta que era hijo natural del rey de Portugal, Juan V. El hecho de que SaintGermain hablara español y portugués sin ningún acento refuerza para algunos la teoría de su origen peninsular, pero es que el conde también hablaba muy bien alemán, inglés, italiano, francés, árabe, ruso, latín, griego, chino, sánscrito... De hecho, quienes lo conocieron coinciden en señalar que era un hombre carismático, muy cultivado e interesado en las artes, la medicina, la ciencia, la política... Algunos os preguntaréis, ¿y ese nombre francés? SaintGermain. Hay quien señala que es un sobrenombre que tomó del latín 'Sanctus Germanus' (“Santo hermano”). Sabemos de este personaje por primera vez en torno a 1743, en Londres, donde se instaló y obtuvo cierto reconocimiento como músico, ya que era un gran violinista. Incluso participó en la composición de la ópera 'L'incostanza delusa', estrenada en el Haymarket Theatre en 1745, con algunas canciones de su autoría, y llegó a publicar varias piezas para violín, entre otras obras. Pero a finales de 1745 fue arrestado en Londres, sospechoso de apoyar a los jacobitas, es decir, la causa de Carlos Eduardo Estuardo, conocido como 'Bonnie Prince Charlie', quien pretendía arrebatar el trono británico a Jorge II. De la noticia de la detención de SaintGermain tenemos noticia a través de una carta del escritor y político inglés Horace Walpole, en la que explicaba: “El otro día capturaron a un hombre extraño, que se hace llamar conde de SaintGermain. Ha estado aquí dos años, y no dice quién es ni de dónde, pero reconoce que no lleva su verdadero nombre (…). Canta, toca maravillosamente el violín, compone, está loco y no es muy sensible. Se le llama italiano, español, polaco; alguien que se casó con una mujer de gran fortuna en México y huyó con sus joyas a Constantinopla”. En dicha carta, Walpole explica que incluso el príncipe de Gales, Federico Luis de Gales, había mostrado curiosidad por el misterioso personaje, y que había intentado realizar averiguaciones sobre sus orígenes, pero sin éxito. SaintGermain enseguida fue liberado sin cargos debido a la falta de pruebas sobre su apoyo a los jacobitas, pero no tardó en abandonar la capital británica. Lo hizo al año siguiente, en 1746. Muchas fuentes señalan que no se supo nada más de él durante más de una década, porque, según apuntan unos, se marchó a Alemania para trabajar en sus experimentos químicos y alquímicos; y según otros, viajó a la India y al Tíbet. Pero en el sitio web francés Savoirs d'Histoire, en un artículo muy interesante sobre este personaje, se menciona una carta que el conde envió solo tres años después de marcharse de Londres, en 1749. Estaba dirigida a lord Charles Cadogan, que vivía en Inglaterra, y en ella SaintGermain le contaba a su amigo que se sentía muy solo en el Alto Palatinado, en Baviera. También reconocía haber visitado en cinco ocasiones París, donde se había enamorado de una mujer llamada madame d'Ogny, que había terminado casada, un año antes, en 1748, con un barón, lo que le había roto el corazón a SaintGermain. Volvemos a tener noticias del conde precisamente en París. Tardó una década en regresar: fue en 1758 y se cree que lo hizo acompañando a Charles Louis Auguste Fouquet, duque de BelleIsle, oficial y diplomático francés que había sido nombrado mariscal en 1740 y que se convirtió en su protector después de que el conde supuestamente lo curara en Viena de una grave enfermedad. Fue en la Ciudad de la Luz donde se forjó realmente la leyenda de SaintGermain. Según otras versiones, ya veis que hay versiones para aburrir, el conde se trasladó a Francia tras visitar otros países en diferentes misiones políticas, ya que, en numerosas ocasiones, ministros de las cortes europeas lo contrataron como espía. El caso es que llegó a París a principios de 1758 y tenía muy buena relación con el duque de BelleIsle. Seguramente fue este poderoso hombre, que ese mismo año fue nombrado secretario de Estado para la Guerra, quien le hizo posible establecer contacto con la corte del monarca francés, Luis XV. SaintGermain escribió al director de los Edificios del Rey, puesto ocupado por el noble AbelFrançois Poisson de Vandières, marqués de Marigny, para ofrecer sus servicios al monarca. Le dijo que había inventado, entre otras cosas, una nueva técnica para teñir la ropa y que deseaba proseguir con sus investigaciones. Lo único que pedía a cambio de servir a la corona era un alojamiento para él y su equipo. Le asignaron unas habitaciones en el castillo de Chambord, por aquel entonces deshabitado, y allí estableció su laboratorio. Sin embargo, viajaba mucho a París. Porque, menuda coincidencia, el marqués de Marigny, en quien había despertado un vivo interés, le habló a su hermana de este misterioso personaje. ¿Y quién era su hermana? JeanneAntoinette Poisson, más conocida como Madame de Pompadour, una gran mecenas del arte y la cultura y también cortesana, la favorita del rey, Luis XV. Así, Madame de Pompadour terminó llevando a Versalles a este interesante conde, que siempre vestía de forma muy refinada y elegante, como lo eran sus modales, para que pudiera conocerlo en persona el monarca galo. El rey quedó entusiasmado con el personaje, que hacía tal ostentación de riqueza que todos creían firmemente que era de ascendencia noble. SaintGermain pasaba veladas enteras con el monarca y madame de Pompadour en Versalles. A todo esto, él seguía sin querer dar pistas sobre su verdadera identidad. Y supongo que eso hizo surgir las sospechas de un hombre muy poderoso de la corte de Luis XV, el recién nombrado ministro principal del Estado, el duque de Choiseul. Una de las fuentes que parecen más creíbles acerca de la figura de SaintGermain son las 'Memorias' que nos dejó el diplomático alemán Carl Heinrich, barón de Gleichen, que conoció en persona a nuestro protagonista en 1759. El barón nos explica en dicha obra que Choiseul decía conocer el origen del conde: según sus informaciones, era hijo de un judío portugués y, en palabras del duque, engañaba “la credulidad de la ciudad y de la corte”. En presencia de Gleichen, Choiseul también dijo, al parecer en tono enfadado: “Es extraño que a menudo se permita al rey estar casi solo con un hombre así, cuando él nunca sale excepto rodeado de guardias, como si por todas partes hubiera 'asesinos”. Más adelante veremos cómo Choiseul intentó desacreditar a SaintGermain. En sus 'Memorias', el barón de Gleichen, describió a nuestro protagonista como “un hombre de mediana estatura, muy robusto, vestido con una soberbia y refinada sencillez”. La primera vez que ambos hablaron lo hicieron de pintura y, curiosamente, SaintGermain le descubrió a su interlocutor una obra de Murillo, 'La Sagrada Familia', que, según el barón, igualaba en belleza a la que había de Rafael en Versalles. Asimismo, Gleichen quedó impresionado por la cantidad de joyas que SaintGermain lucía. “Creí estar viendo los tesoros de la lámpara maravillosa”, escribió el barón, que después expresó sus dudas sobe si quizás, dados los conocimientos químicos que poseía el conde, no era él mismo quien fabricaba las piedras preciosas que mostraba a todo el mundo. Se cuenta que SaintGermain lucía diamantes hasta en las hebillas de los zapatos, y que también los llevaba en sus bolsillos como forma de pago. Llegó a correr el rumor de que, como alquimista, había conseguido la fusión de muchos diamantes pequeños para fabricar uno grande, o que era capaz de transmutar metales, se supone que trabajó en la transmutación de metales vulgares en oro. Durante seis meses, el barón Gleichen acompañó a menudo a SaintGermain, así que llegó a conocerlo un poco, y eso es mucho tratándose de un personaje tan misterioso. Y descubrió, por ejemplo, la inigualable capacidad del conde narrando historias. “Jamás un hombre de su clase”, explica en sus 'Memorias' Gleichen, “tuvo semejante talento para excitar la curiosidad y manejar la credulidad de quienes lo escuchaban”. “Sabía dosificar”, continúa el barón, “lo maravilloso en sus relatos según el nivel de receptividad de su oyente. Cuando le contaba a un tonto un hecho de la época de Carlos V, le confiaba con toda franqueza que él mismo había presenciado el hecho en persona; mientras que, cuando hablaba con alguien menos crédulo, se contentaba con retratar las más mínimas circunstancias del relato (...) con un detalle y una vivacidad que daban la impresión de estar escuchando a un hombre que realmente había estado presente”. “A veces”, continúa Gleichen en sus 'Memorias', “al pronunciar un discurso de Francisco I o de Enrique VIII, fingía cometer un lapsus y soltaba: 'El rey se volvió hacia mí'... Pero rápidamente se tragaba el 'hacia mí' y proseguía con la prisa de un hombre que se ha olvidado de sí mismo para decir '(El rey se volvió) hacia tal duque”. Qué disimulado, ¿verdad? Al propio Gleichen le dijo un día: “Estos tontos parisinos se creen que tengo 500 años, y yo les confirmo en esta idea, ya que veo que eso les causa mucho placer”. Para luego añadir: “Aunque eso no quita que realmente yo sea infinitamente más viejo de lo que parezco”. Gleichen creía que el conde deseaba engañarlo también a él hasta cierto punto. Está claro que el propio SaintGermain fomentaba la leyenda de su inmortalidad. Según una anécdota, estando en París, acudió a una fiesta organizada por una condesa anciana. Cuando esta dijo reconocer su nombre, SaintGermain, de cuando medio siglo antes ella había vivido junto a su marido en Venecia, él le aseguró que se trataba del mismo hombre. Dando a entender a la condesa y a sus invitados que él tenía unos cien años cuando en realidad aparentaba unos 40 o 50 años. Asimismo, también se cuenta que el compositor francés JeanPhilippe Rameau, muy influyente en la época barroca, conoció al conde en Venecia en 1710. El barón Gleichen destacó en sus 'Memorias' que “la estupidez de París no se limitó a darle unos pocos siglos” de vida a SaintGermain, “llegaron a hacer de él un contemporáneo de Jesucristo”. Ahora explicaremos por qué. ¿Recordáis al ministro más poderoso de Luis XV? Eso es, el duque de Choiseul. Pues se cree que fue él quien, en un intento de desacreditar la figura de SaintGermain a ojos del monarca, contrató los servicios de un actor llamado Gauve también conocido como Gower, que había servido en la guerra de los Siete Años como espía, para que, haciéndose pasar por el conde misterioso, recorriera los barrios de París actuando de tal manera que lo retratara como si estuviera loco. De forma que Gower, suplantando a SaintGermain, empezó a contar historias increíbles, como que había brindado con Alejandro Magno y había presenciado su entrada en Babilonia; que había conocido y sido amigo de Jesucristo, y le había pronosticado que acabaría mal; que había cazado en compañía de Carlomagno... Según explica en sus 'Memorias' Gleichen, fue “esta broma, tan absurda y repetida en París” lo que además hizo que SaintGermain adquiriera la fama de poseer una medicina que rejuvenecía, un elixir llamado de 'Larga vida' y que guardaba el secreto de la inmortalidad. De tal forma que se propagó la leyenda de que una anciana dama que poseía un frasco de este licor tragó tanto para rejuvenecer que terminó convertida en una niña pequeña. Curiosamente Gleichen, que subrayó en su obra que todas estas fábulas no merecían “la atención de las personas sensatas”, llegó a admitir que un individuo, de cuyo criterio se fiaba, se había mostrado sorprendido porque tras coincidir con el conde en 1759, 24 años después de la primera vez que lo había visto, lo encontró exactamente igual. Asimismo, Gleichen explica que todas las personas que conocieron a SaintGermain desde 1759 hasta su muerte, y a quien él mismo preguntó sobre su aspecto, siempre decían que “parecía un sexagenario bien conservado”. Por tanto, era un hombre que solo había envejecido diez años en el transcurso de setenta. ¿Hasta qué punto eran fiables esos testimonios? Juzgadlo vosotros mismos. Eso sí, Gleichen asegura que no le oyó hablar jamás de una medicina universal ni alardear de conocimientos sobrenaturales para vivir más años, “como sí hacían otros charlatanes”. Lo único que el conde recomendaba para aumentar la esperanza de vida era una dieta que él mismo llevaba y consistía en no beber mientras comía y purgarse con unas hierbas medicinales que se preparaba. También tenemos noticias de SaintGermain a través de las palabras de una de las mentes más ilustradas del siglo XVIII, el escritor y filósofo francés Voltaire. Este, en una carta dirigida al rey de Prusia, Federico II, con fecha de abril de 1758, describió a SaintGermain como “un hombre que no muere nunca y que lo sabe todo”. Algunos han interpretado estas palabras como un halago, pero en realidad se trataba de una burla. En 'Las obras completas' de Voltaire, que reúnen su correspondencia al completo, podemos leer el contexto de la frase. El filósofo francés habla de un secreto que conocerían el duque de Choiseul, el canciller austriaco Wenzel Anton von KaunitzRietberg y el primer ministro británico, William Pitt. Voltaire explicaba en su carta: “Se dice que (ese secreto) solo lo conoce un tal SaintGermain, que anteriormente cenó en la ciudad de Trento con los padres del concilio” ya sabéis, celebrado dos siglos antes“y que probablemente tenga el honor de ver a vuestra majestad dentro de cincuenta años. Es un hombre que nunca muere y que lo sabe todo. En cuanto a mí, que estoy al final de mi carrera y que no sé nada, me limito a desear que usted conozca al duque de Choiseul”. En 1760, Luis XV envió a SaintGermain a los Países Bajos para supuestamente negociar en su nombre un préstamo de 30 millones de florines que ayudara a la corona a financiar la guerra de los Siete Años contra Inglaterra y sus aliados. Pero su misión real no era esa, sino otra. Completamente secreta: debía intentar iniciar en La Haya unas conversaciones de paz con Prusia, hasta ese momento aliada de Inglaterra. El mariscal de BelleIsle estaba detrás de todo el plan. Y SaintGermain creyó tener carta blanca para negociar, pero una indiscreción suya provocó que dicha misión llegara a oídos del duque de Choiseul. Para el poderoso ministro del rey ese posible tratado resultaba inadmisible. Por un lado, porque se pretendía romper la alianza que él defendía con Austria. Por otro, no toleraba que nadie se atreviera a negociar la paz sin estar él al corriente, ya que en la corte jamás un ministro debía inmiscuirse en el terreno de otro, y él era el ministro de Asuntos Exteriores, así que la única explicación válida, y que a Choiseul le venía muy bien, era que SaintGermain era un doble agente al servicio de Prusia, de Federico II. Ni Luis XV ni BelleIsle pudieron o quisieron llevarle la contraria. El ministro envió a un grupo de hombres a Países Bajos para que ataran de pies y manos al supuesto traidor y lo llevaran de vuelta a Francia, directamente a la Bastilla. Pero alguien se le había adelantado: informaron al conde y, cuando estaba a punto de ser detenido, huyó a Inglaterra. Se quedó en Londres durante unos meses. Pero tampoco allí lo querían, así que volvió a Países Bajos, y en Nijmegen, cerca de la frontera alemana, adquirió una gran propiedad y se dedicó a la investigación de tintes y colores usando el sobrenombre de conde de Surmount. Al parecer era muy común que cambiara de nombre: italianos, rusos, alemanes, franceses... Según otras versiones, más ligadas a la leyenda sobrenatural, en Países Bajos acumuló una gran riqueza vendiendo pócimas y ungüentos destinados a combatir cualquier mal, incluida la muerte. Un tiempo después, en la primavera de 1762, recibió la invitación del conde Pietro Antonio Rotari, pintor veneciano, para visitar Rusia, y allí SaintGermain trabó amistad con uno de los hermanos Orlov, que fueron los que dirigieron el golpe de Estado que en julio derrocó a Pedro III de Rusia para instalar en el poder a Catalina II. Algunas fuentes apuntan que el conde incluso participó en la rebelión que convirtió en emperatriz de Rusia a Catalina la Grande. SaintGermain estuvo viajando, entre otros lugares, por Prusia, Rusia, Italia, Inglaterra y Austria. Y vendía a los distintos gobiernos los secretos de sus tintes. Se cree que en torno a 1766 llegó a estar bajo la protección del rey Federico II de Prusia, pero se marchó de allí muy pronto. Y, en 1770, reapareció en la ciudad italiana de Livorno con nombre ruso y ataviado con un uniforme de general ruso. El conde Alekséi Grigórievich Orlov, conocido por su talante orgulloso, lo trataba con una consideración que nunca mostraba por nadie, según cuenta en sus 'Memorias' el barón Gleichen. En sus periplos por tierras europeas, SaintGermain a menudo se alojó en palacios de príncipes. Pero igual que tuvo aliados, también se forjó enemigos que lo persiguieron acusándolo de timador y conspirador. De ahí el cambio constante de nombre. La muerte le llegó a SaintGermain cerca de Schleswig, en Eckernförde, el 27 de febrero de 1784, después de que un año antes empezara a empeorar de su reumatismo. Falleció con unos 93 años, si tomamos como cierto que nació en 1691... Durante sus cinco últimos años de vida fue huésped del príncipe Carlos de HesseKassel, que lo admiraba mucho y era masón, alquimista y practicante de ciencias ocultas. Tres años antes de fallecer SaintGermain, el príncipe había puesto un laboratorio a su disposición para que prosiguiera con sus investigaciones sobre tintes y realizara otros experimentos científicos, según explica la web Savoirs d' Histoire, que apunta, por aquel entonces, el conde vivía ya de forma modesta, “sin diamantes, sin instrumentos musicales, sin libros, y con una sola comida al día”. Asimismo, SaintGermain se dedicó en estos últimos años a fabricar medicinas que vendía a los ricos y regalaba a los pobres. HesseKassel describió al conde como “quizás uno de los más importantes sabios que haya existido jamás”. En pleno siglo de las luces, el siglo XVIII, a SaintGermain se le ha considerado un maestro de lo oculto. Se le atribuye una obra esotérica titulada 'La Santísima Trinosofía', escrita supuestamente por un prisionero de la Inquisición. El manuscrito original se encuentra en la Mediateca Jacques Chirac de Troyes, en Francia, y está compuesto por 95 hojas. En esta misteriosa obra, ilustrada, encontramos símbolos cabalísticos que parecen jeroglíficos y citas en diferentes idiomas, como el hebreo, griego o árabe. En realidad, no está claro quién la escribió, pese a que la firma un personaje que se hace llamar conde de SaintGermain. Hay historiadores que creen que pudo escribirla un supuesto discípulo suyo: Cagliostro, cuyo verdadero nombre fue Giuseppe Balsamo, un alquimista y ocultista italiano que recorrió el territorio europeo vendiendo curas milagrosas y enunciando profecías. Se cuenta que la copia manuscrita que hoy está en Troyes fue incautada por la Inquisición, en 1789, a Cagliostro mientras era prisionero en el castillo de Sant'Angelo, y que después se la llevó uno de los generales de Napoleón, André Masséna, cuando tomaron la ciudad. Finalmente, tras el fallecimiento del hijo del general Masséna, la Mediateca de Troyes compró el manuscrito en 1855. ¿La muerte puso fin a la leyenda del conde de SaintGermain? Pues no, porque se cuenta que siguió viviendo durante siglos, recorriendo el mundo. De hecho, solo un año después de su fallecimiento oficial aseguraron que asistió a una reunión de masones en Wilhelmsbad, Alemania. Se supone que en vida frecuentaba los círculos masónicos: así, el príncipe Carlos de HesseKassel fue una figura muy influyente de la época en el mundo de la masonería, los rosacruces y los estudios herméticos. Dentro del folclore también tenemos una historia con solo un siglo de antigüedad y que apunta a que en realidad el conde era un... vampiro. A principios del siglo XX, llegó a la ciudad de Nueva Orleans un hombre llamado Jacques SaintGermain. Con una personalidad arrolladora y mucho dinero. Se ganó el favor de un gran número de mujeres, pero muchas de ellas terminaban desapareciendo. Cuando la población del lugar se percató de ello... Hay varias versiones de la historia: según unos, cuando fueron a pedirle cuentas al tal SaintGermain, lo hallaron en la casa pero logró escapar; según otros, ya no estaba en su mansión. Sí estaba, en cambio, el cadáver de su última víctima. Con un mordisco en el cuello... Y la leyenda sigue viva: algunos creen que SaintGermain continúa entre nosotros, más de 200 años después de su muerte oficial. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la leyenda del conde de SaintGermain?
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De: Kadyr |
Enviado: 20/07/2024 00:46 |
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