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General: EL DESCENSO Dentro De Sí Mismos
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Kadyr  (Mensaje original) Enviado: 20/07/2024 00:26

EL DESCENSO Dentro De Sí Mismos

 

Al despojarse el candidato de sus metales, separa su atención del aspecto externo de las cosas y se esfuerza en olvidar las revelaciones de los sentidos para concentrarse en sí mismo. Una venda se pone sobre sus ojos y le envuelve la total oscuridad, todo para hacerle entender que en el mundo de afuera del Templo ha vivido así, en total oscuridad. Empieza a bajar unas escaleras  rodeado de tinieblas y por innumerables peldaños llega por fin al mismo corazón de la gran Pirámide, o al centro de la  Tierra, al Infierno, pero la verdad es que desciende en sí mismo, no es ira dentro de sí para conocer su lado luminoso, sino a su psique oscura . Entonces cae la venda y el neófito se ve aprisionado en un sepulcro, la cámara de las reflexiones. Comprende que ha llegado la hora de la muerte y se conforma; pero antes de renunciar a la vida redacta el testamento que concreta sus últimas voluntades.

Paradójicamente, la Masonería comienza desde el final , desde el supuesto final de nuestra existencia, que es la Muerte Física. Y es que los mejores cuentos se comienzan contando desde el final, luego con los años, en Masonería , nos damos por entender está razón.

Y así, el Candidato a la Iniciación , el solicitante a  ser miembro de la orden masónica, se encuentra dentro de una catacumba oscura, un sepulcro lúgubre, dentro de un ataúd hay un esqueleto y este esqueleto representa a el iniciado dentro, de esta sarcófago.     

 

No se trata el Testamento Masónico de disponer de unos bienes que ya no posee, puesto que ha sido preciso renunciar a todo cuanto tenía para poder sufrir las pruebas. Despojado de todo lo que no constituye su verdadero ser, puede disponer únicamente de lo que le queda, haciendo donación de su energía radical. Concentrado en sí mismo y después de hacer abstracción de todo lo ajeno a su naturaleza primordial, el individuo se encuentra frente a frente con su propio espíritu, con el foco inmaterial de sus pensamientos, de sus sentimientos y de su voluntad. Tiene conciencia de ser, en último término, una fuerza, una energía cuya libre disposición le pertenece.

 

¿Cómo entiende aplicar esta energía? He aquí el problema que debe resolver al redactar su testamento. Si procura entonces indagar cuál es el mejor camino, podrá ver claramente que la voluntad individual no sabría aplicarse a más alto ideal que a la realización del supremo bien. Esta constatación le incita a consagrarse a la Magna Obra y toma la resolución de trabajar, de acuerdo con los principios de los Iniciados, al mejoramiento de la suerte de la humanidad.

 

Puede ya morir a la existencia profana una vez tomada esta resolución. En efecto. el hombre ordinario no se inspira más que en el egoísmo. Se imagina ser él mismo su propia finalidad y con gusto se considera como centro del mundo. En esto difiere el Iniciado: al volverse hacia sí mismo ha reconocido su propia insignificancia. Su conciencia le dice que no es nada por sí mismo, pero que forma parte de un inmenso todo. Es tan sólo humilde átomo de este conjunto, pero esta célula individual, fragmento de un organismo mucho mayor, tiene su razón de ser en la misma función que le toca desempeñar. Así es cómo la ciencia iniciática toda, tiene por base el reconocimiento de nuestra relación ontológica con el Gran Cristo o Mesías de los Kabalistas, o sea la Humanidad considerada como el ser viviente en el seno del cual vivimos y del que emana nuestra misma vida.

 

Siendo así, ¿qué va a significar para nos otros la palabra vivir? ¿Deberemos acaso apetecer las satisfacciones individuales? Sí, pero dentro de ciertos límites. Todo germen en vía de desarrollo debe al principio acaparar y atraer hacia él la substancia circundante, dando muestra de fiera avidez. El instinto vital procede de un egoísmo inherente a la misma naturaleza de las cosas y que tiene  un carácter sagrado mientras tiene por finalidad la construcción indispensable del individuo. La caridad bien ordenada empieza por nosotros mismos y es preciso adquirir, antes que poder dar. Pero los hábitos de adquisición  tienden a perdurar más allá del término normal. Llegado a su pleno desarrollo el individuo queda expuesto a seguir ignorando su destino superior, a no pensar más que en él mismo, dejando a sus solos apetitos la dirección de su vida.

 

Con tal que, obedeciendo a sus naturales impulsos, el individuo sepa acordarse de sus

 

semejantes, portándose con ellos equitativa mente, podrá conducirse en leal unidad del humano rebaño. Será acreedor a la estima de los Iniciados si ha sabido llevar a cabo fielmente la tarea que le habrá correspondido; el inmenso organismo humanitario requiere múltiples funciones de infinita variedad: Loor a quien sabe responder lealmente a las le janas llamadas de su vocación.

Todo lo dicho se refiere al mundo profano que los Iniciados tienen buen cuidado en no menospreciar. La honradez consiste en no perjudicar al prójimo ni hacer daño a nadie, conservando nuestra libertad para buscar satisfacciones lícitas. Es poner en práctica el "cada uno para sí" mantenido en sus justos límites para que sea posible la vida en común entre individuos civilizados.

 

Desde luego el estado de civilización que resulta de la aplicación de estos principios constituye un inmenso progreso sobre las costumbres salvajes de las primeras edades, cuando no se reconocía otra ley que la de los apetitos desencadenados. Pero la Humanidad tiene aspiraciones mucho más elevadas. Cuando comprenda el hombre que no es nada de por sí, buscará más estrecho contacto con la fuente de su vida y de su existencia. Tendrá la convicción de que su vida verdadera no es esta mísera vida de la personalidad, sino la gran Vida que anima a todos los seres. Entonces sabrá morir para las mezquindades de su esfera individual, para nacer al instante a una vida superior mucho más amplia, que es la de la especie humana vista en conjunto. En otras palabras, es cuestión de dejar el personalismo para llegar a humanizarse en el más amplio sentido de la palabra.

 

Lo que caracteriza al profano, es precisa mente este personalismo. Tiene fe en sí mismo, en este yo que cree imperecedero y quiere asegurar su salvación eterna. Un cándido egoísmo constituye el móvil de todas sus acciones, incluso de las más generosas.

 

Al contrario, el Iniciado no conserva la menor ilusión tocante a su personalidad. No ve en ella más que un efímero conglomerado con destino a disolverse más tarde y por cuyo medio se manifiestan transitoriamente ciertas energías permanentes de orden general y trascendente. Al descender en sí mismo se halla en presencia no de un pobre yo raquítico, sino de un vacío sagrado en el cual ve reflejarse la divinidad.

 

Entonces es cuando llega a comprender que todos somos dioses, como lo dice el Evangelio (Juan X, 34) Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? 35 Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de y como lo expresa el salmo LXXX, 6: He dicho, Dioses sois e hijos todos del Soberano.

 

Pero si el animal, al tomar conciencia de su animalidad, contrata deberes mucho más extensos, mucho más, con tal motivo, vamos a tener que exigir del hombre que ha penetrado el secreto de su divina naturaleza. Una formidable responsabilidad nos incumbe en virtud de nuestra calidad de dioses, ya que el Universo pasa a ser nuestro absolutamente, del mismo modo que la cosa pública (Res publica) pasa a ser propiedad del ciudadano consciente de la soberanía nacional.

 

El hombre dios no puede ya contentarse con vivir en hombre animal honrado. Se siente responsable de los mundiales destinos y comprende que debe completar la creación. Aquí le tenemos llamado a ordenar el caos moral en medio del cual se agita la humanidad. Su tarea es coordinar y construir. ¿Cómo y de qué manera? No lo sabe todavía, pero quiere ingresar en la escuela de los constructores y ser iniciado en su arte. De aquí en adelante podrán ellos instruirlos porque la chispa del fuego sagrado ha brotado en su interior.

 

¿Habéis penetrado acaso hasta el foco central en donde, bajo la ceniza de las impresiones externas, sigue ardiendo el fuego divino, vosotros todos que pretendéis haber alcanzado  la categoría de iniciados? En vuestro afán de subir rápidamente ¿no pudiera darse el caso de haberos olvidado de bajar primero? Tanto peor para vosotros si os ha fallado la primera operación de la Magna Obra, la que simboliza el color negro, pues sin esta previa base toda va a ser inútil.

 

Saber morir: aquí está el gran secreto que no se puede enseñar. Debéis dar con él o, de lo contrario, vuestra iniciación no pasará de ficticia, como desgraciadamente sucede la mayor parte de las veces.

 

Sin haber muerto realmente para las pro fanas atracciones, el falso iniciado no puede renacer a la vida superior, privilegio reservado a los pocos que han sabido regenerarse por la comprensión de la humana divinidad. Para conseguir la iniciación es preciso sufrir la muerte iniciática, operación ardua y eliminatoria; entre el gran número de candi datos sólo un corto núcleo de elegidos logra el éxito.

 

Prepárense , a esta muerte si queréis ser iniciados; de otro modo el solo rito tradicional, de por sí, nada puede dar, puesto que no es más que la forma hueca y engañadora de la superstición; sabed morir o, de lo contrario, mejor será renunciar modestamente de antemano a la Iniciación.

Alcoseri



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Kadyr Enviado: 20/07/2024 00:27
Conocéis la  historia del enigmático conde de SaintGermain,   aventurero, alquimista, músico  y espía del siglo XVIII que,   según la leyenda, descubrió  el elixir de la inmortalidad? Seguro que muchos habéis oído hablar de Matusalén,  el personaje más longevo de los que aparecen en   la Biblia, ya que, según el Antiguo Testamento,  llegó a vivir 969 años. Se supone que fue a partir   del Diluvio Universal al que tuvo que hacer  frente Noé, precisamente nieto de Matusalén,   cuando, debido a la cólera de Dios, el  ser humano empezó a vivir menos años. Más allá de que la cifra que hemos mencionado  sea una hipérbole, hay un individuo que,   según la leyenda que lo rodea, quedó exento  de ese recorte de años. Muchos creen que en   realidad es la misma persona que el mítico Judío  Errante. El protagonista de nuestro vídeo de hoy   es conocido como... el conde de SaintGermain,  un personaje del que no conservamos demasiadas   fuentes históricas fiables, ya que muchas, ya  os adelanto, están llenas de exageraciones. Ni siquiera se sabe cuándo ni dónde nació.  Él mismo se ocupó de envolverse con un halo   de misterio, ya que siempre reconoció que  SaintGermain no era su nombre real, pero   ocultó el verdadero y su país de origen. Llegó a  este mundo entre 1690 y 1710. Como veis, se usa   una horquilla ¡de 20 años! Según la leyenda, nació  en 1691, en un castillo de los montes Cárpatos. Su último protector y buen amigo suyo, el  príncipe Carlos de HesseKassel, aseguraba   que SaintGermain le contó que había nacido en  1696 y era hijo del príncipe Francisco Rákóczi II,   de Transilvania. Pero que nunca reconoció de  forma abierta quién era su padre como medida   de protección, dada la persecución que la dinastía  de Rákóczi II sufrió por parte de los Habsburgo,   a los que se había enfrentado en el marco  de la guerra de independencia húngara. Pero, atención, porque hay fuentes que han  apuntado a un origen español para SaintGermain:   según estas, era hijo natural de la reina viuda  de Carlos II, Mariana de Neoburgo. Que habría   tenido el bebé con un banquero madrileño  cuando se instaló en la ciudad francesa   de Bayona tras ser desterrada de Madrid por  Felipe V en 1701. Hay otras muchas teorías:   desde que era un Médici hasta que era  hijo natural del rey de Portugal, Juan V.   El hecho de que SaintGermain hablara español  y portugués sin ningún acento refuerza para   algunos la teoría de su origen peninsular, pero  es que el conde también hablaba muy bien alemán,   inglés, italiano, francés, árabe, ruso,  latín, griego, chino, sánscrito... De hecho,   quienes lo conocieron coinciden en  señalar que era un hombre carismático,   muy cultivado e interesado en las artes,  la medicina, la ciencia, la política... Algunos os preguntaréis, ¿y ese nombre  francés? SaintGermain. Hay quien señala   que es un sobrenombre que tomó del latín  'Sanctus Germanus' (“Santo hermano”). Sabemos de este personaje por primera  vez en torno a 1743, en Londres,   donde se instaló y obtuvo cierto  reconocimiento como músico, ya que   era un gran violinista. Incluso participó en la  composición de la ópera 'L'incostanza delusa',   estrenada en el Haymarket Theatre en  1745, con algunas canciones de su autoría,   y llegó a publicar varias piezas  para violín, entre otras obras. Pero a finales de 1745 fue arrestado en Londres,  sospechoso de apoyar a los jacobitas, es decir,   la causa de Carlos Eduardo Estuardo, conocido  como 'Bonnie Prince Charlie', quien pretendía   arrebatar el trono británico a Jorge II. De  la noticia de la detención de SaintGermain   tenemos noticia a través de una carta del  escritor y político inglés Horace Walpole,   en la que explicaba: “El otro día capturaron  a un hombre extraño, que se hace llamar conde   de SaintGermain. Ha estado aquí dos  años, y no dice quién es ni de dónde,   pero reconoce que no lleva su verdadero nombre  (…). Canta, toca maravillosamente el violín,   compone, está loco y no es muy sensible.  Se le llama italiano, español, polaco;   alguien que se casó con una mujer de gran fortuna  en México y huyó con sus joyas a Constantinopla”. En dicha carta, Walpole explica  que incluso el príncipe de Gales,   Federico Luis de Gales, había mostrado  curiosidad por el misterioso personaje,   y que había intentado realizar averiguaciones  sobre sus orígenes, pero sin éxito. SaintGermain enseguida fue liberado sin cargos  debido a la falta de pruebas sobre su apoyo a   los jacobitas, pero no tardó en abandonar la  capital británica. Lo hizo al año siguiente,   en 1746. Muchas fuentes señalan que no se  supo nada más de él durante más de una década,   porque, según apuntan unos, se  marchó a Alemania para trabajar   en sus experimentos químicos y alquímicos;  y según otros, viajó a la India y al Tíbet. Pero en el sitio web francés Savoirs d'Histoire,  en un artículo muy interesante sobre este   personaje, se menciona una carta que el conde  envió solo tres años después de marcharse de   Londres, en 1749. Estaba dirigida a lord  Charles Cadogan, que vivía en Inglaterra,   y en ella SaintGermain le contaba a su amigo  que se sentía muy solo en el Alto Palatinado,   en Baviera. También reconocía haber  visitado en cinco ocasiones París,   donde se había enamorado de una mujer llamada  madame d'Ogny, que había terminado casada,   un año antes, en 1748, con un barón, lo que  le había roto el corazón a SaintGermain. Volvemos a tener noticias del conde precisamente  en París. Tardó una década en regresar: fue en   1758 y se cree que lo hizo acompañando a Charles  Louis Auguste Fouquet, duque de BelleIsle,   oficial y diplomático francés que había sido  nombrado mariscal en 1740 y que se convirtió   en su protector después de que el conde  supuestamente lo curara en Viena de una   grave enfermedad. Fue en la Ciudad de la Luz donde  se forjó realmente la leyenda de SaintGermain. Según otras versiones, ya veis  que hay versiones para aburrir,   el conde se trasladó a Francia tras visitar otros  países en diferentes misiones políticas, ya que,   en numerosas ocasiones, ministros de las cortes  europeas lo contrataron como espía. El caso es   que llegó a París a principios de 1758 y tenía  muy buena relación con el duque de BelleIsle. Seguramente fue este poderoso hombre, que ese  mismo año fue nombrado secretario de Estado para   la Guerra, quien le hizo posible establecer  contacto con la corte del monarca francés,   Luis XV. SaintGermain escribió al  director de los Edificios del Rey,   puesto ocupado por el noble AbelFrançois Poisson  de Vandières, marqués de Marigny, para ofrecer   sus servicios al monarca. Le dijo que había  inventado, entre otras cosas, una nueva técnica   para teñir la ropa y que deseaba proseguir con  sus investigaciones. Lo único que pedía a cambio   de servir a la corona era un alojamiento para  él y su equipo. Le asignaron unas habitaciones   en el castillo de Chambord, por aquel entonces  deshabitado, y allí estableció su laboratorio. Sin embargo, viajaba mucho a París. Porque, menuda  coincidencia, el marqués de Marigny, en quien   había despertado un vivo interés, le habló  a su hermana de este misterioso personaje.   ¿Y quién era su hermana? JeanneAntoinette  Poisson, más conocida como Madame de Pompadour,   una gran mecenas del arte y la cultura y  también cortesana, la favorita del rey, Luis XV. Así, Madame de Pompadour terminó llevando  a Versalles a este interesante conde,   que siempre vestía de forma muy refinada  y elegante, como lo eran sus modales,   para que pudiera conocerlo en persona el monarca  galo. El rey quedó entusiasmado con el personaje,   que hacía tal ostentación de riqueza que todos  creían firmemente que era de ascendencia noble.   SaintGermain pasaba veladas enteras con el  monarca y madame de Pompadour en Versalles.   A todo esto, él seguía sin querer dar  pistas sobre su verdadera identidad. Y supongo que eso hizo surgir las sospechas de  un hombre muy poderoso de la corte de Luis XV, el   recién nombrado ministro principal del Estado, el  duque de Choiseul. Una de las fuentes que parecen   más creíbles acerca de la figura de SaintGermain  son las 'Memorias' que nos dejó el diplomático   alemán Carl Heinrich, barón de Gleichen, que  conoció en persona a nuestro protagonista en 1759. El barón nos explica en dicha obra que Choiseul  decía conocer el origen del conde: según sus   informaciones, era hijo de un judío portugués y,  en palabras del duque, engañaba “la credulidad   de la ciudad y de la corte”. En presencia de  Gleichen, Choiseul también dijo, al parecer   en tono enfadado: “Es extraño que a menudo se  permita al rey estar casi solo con un hombre así,   cuando él nunca sale excepto rodeado de guardias,  como si por todas partes hubiera 'asesinos”.   Más adelante veremos cómo Choiseul  intentó desacreditar a SaintGermain. En sus 'Memorias', el barón de Gleichen,  describió a nuestro protagonista como   “un hombre de mediana estatura, muy robusto,  vestido con una soberbia y refinada sencillez”.   La primera vez que ambos hablaron lo  hicieron de pintura y, curiosamente,   SaintGermain le descubrió a su interlocutor  una obra de Murillo, 'La Sagrada Familia',   que, según el barón, igualaba en belleza  a la que había de Rafael en Versalles. Asimismo, Gleichen quedó impresionado por la  cantidad de joyas que SaintGermain lucía.   “Creí estar viendo los tesoros de la lámpara  maravillosa”, escribió el barón, que después   expresó sus dudas sobe si quizás, dados los  conocimientos químicos que poseía el conde,   no era él mismo quien fabricaba las piedras  preciosas que mostraba a todo el mundo. Se   cuenta que SaintGermain lucía diamantes hasta  en las hebillas de los zapatos, y que también   los llevaba en sus bolsillos como forma de pago.  Llegó a correr el rumor de que, como alquimista,   había conseguido la fusión de muchos diamantes  pequeños para fabricar uno grande, o que era   capaz de transmutar metales, se supone que trabajó  en la transmutación de metales vulgares en oro. Durante seis meses, el barón Gleichen acompañó a  menudo a SaintGermain, así que llegó a conocerlo   un poco, y eso es mucho tratándose de un personaje  tan misterioso. Y descubrió, por ejemplo,   la inigualable capacidad del conde narrando  historias. “Jamás un hombre de su clase”, explica   en sus 'Memorias' Gleichen, “tuvo semejante  talento para excitar la curiosidad y manejar   la credulidad de quienes lo escuchaban”. “Sabía  dosificar”, continúa el barón, “lo maravilloso   en sus relatos según el nivel de receptividad  de su oyente. Cuando le contaba a un tonto un   hecho de la época de Carlos V, le confiaba con  toda franqueza que él mismo había presenciado el   hecho en persona; mientras que, cuando hablaba  con alguien menos crédulo, se contentaba con   retratar las más mínimas circunstancias del  relato (...) con un detalle y una vivacidad   que daban la impresión de estar escuchando a  un hombre que realmente había estado presente”. “A veces”, continúa Gleichen en sus 'Memorias',  “al pronunciar un discurso de Francisco I o de   Enrique VIII, fingía cometer un lapsus y soltaba:  'El rey se volvió hacia mí'... Pero rápidamente   se tragaba el 'hacia mí' y proseguía con  la prisa de un hombre que se ha olvidado   de sí mismo para decir '(El rey se volvió)  hacia tal duque”. Qué disimulado, ¿verdad? Al propio Gleichen le dijo un día: “Estos  tontos parisinos se creen que tengo 500 años,   y yo les confirmo en esta idea, ya que veo que  eso les causa mucho placer”. Para luego añadir:   “Aunque eso no quita que realmente yo  sea infinitamente más viejo de lo que   parezco”. Gleichen creía que el conde deseaba  engañarlo también a él hasta cierto punto. Está claro que el propio SaintGermain fomentaba  la leyenda de su inmortalidad. Según una anécdota,   estando en París, acudió a una fiesta organizada  por una condesa anciana. Cuando esta dijo   reconocer su nombre, SaintGermain, de cuando  medio siglo antes ella había vivido junto a su   marido en Venecia, él le aseguró que se trataba  del mismo hombre. Dando a entender a la condesa   y a sus invitados que él tenía unos cien años  cuando en realidad aparentaba unos 40 o 50 años.   Asimismo, también se cuenta que el  compositor francés JeanPhilippe Rameau,   muy influyente en la época barroca,  conoció al conde en Venecia en 1710. El barón Gleichen destacó en sus 'Memorias' que  “la estupidez de París no se limitó a darle unos   pocos siglos” de vida a SaintGermain, “llegaron  a hacer de él un contemporáneo de Jesucristo”.   Ahora explicaremos por qué. ¿Recordáis al ministro más poderoso de Luis  XV? Eso es, el duque de Choiseul. Pues se cree   que fue él quien, en un intento de desacreditar  la figura de SaintGermain a ojos del monarca,   contrató los servicios de un actor llamado Gauve  también conocido como Gower, que había servido   en la guerra de los Siete Años como espía, para  que, haciéndose pasar por el conde misterioso,   recorriera los barrios de París actuando de tal  manera que lo retratara como si estuviera loco. De forma que Gower, suplantando a SaintGermain,  empezó a contar historias increíbles,   como que había brindado con Alejandro Magno  y había presenciado su entrada en Babilonia;   que había conocido y sido amigo de Jesucristo,  y le había pronosticado que acabaría mal;   que había cazado en compañía de Carlomagno... Según explica en sus 'Memorias' Gleichen, fue  “esta broma, tan absurda y repetida en París” lo   que además hizo que SaintGermain adquiriera la  fama de poseer una medicina que rejuvenecía, un   elixir llamado de 'Larga vida' y que  guardaba el secreto de la inmortalidad.   De tal forma que se propagó la leyenda de  que una anciana dama que poseía un frasco   de este licor tragó tanto para rejuvenecer  que terminó convertida en una niña pequeña. Curiosamente Gleichen, que subrayó en su obra  que todas estas fábulas no merecían “la atención   de las personas sensatas”, llegó a admitir  que un individuo, de cuyo criterio se fiaba,   se había mostrado sorprendido porque tras  coincidir con el conde en 1759, 24 años después   de la primera vez que lo había visto, lo encontró  exactamente igual. Asimismo, Gleichen explica que   todas las personas que conocieron a SaintGermain  desde 1759 hasta su muerte, y a quien él mismo   preguntó sobre su aspecto, siempre decían  que “parecía un sexagenario bien conservado”.   Por tanto, era un hombre que solo había  envejecido diez años en el transcurso de setenta.   ¿Hasta qué punto eran fiables esos  testimonios? Juzgadlo vosotros mismos. Eso sí, Gleichen asegura que no le oyó hablar  jamás de una medicina universal ni alardear de   conocimientos sobrenaturales para vivir más años,  “como sí hacían otros charlatanes”. Lo único que   el conde recomendaba para aumentar la esperanza  de vida era una dieta que él mismo llevaba y   consistía en no beber mientras comía y purgarse  con unas hierbas medicinales que se preparaba. También tenemos noticias de SaintGermain a  través de las palabras de una de las mentes más   ilustradas del siglo XVIII, el escritor y filósofo  francés Voltaire. Este, en una carta dirigida al   rey de Prusia, Federico II, con fecha de abril de  1758, describió a SaintGermain como “un hombre   que no muere nunca y que lo sabe todo”. Algunos  han interpretado estas palabras como un halago,   pero en realidad se trataba de una burla.  En 'Las obras completas' de Voltaire,   que reúnen su correspondencia al completo,  podemos leer el contexto de la frase.   El filósofo francés habla de un secreto  que conocerían el duque de Choiseul,   el canciller austriaco Wenzel Anton von  KaunitzRietberg y el primer ministro británico,   William Pitt. Voltaire explicaba en su carta:  “Se dice que (ese secreto) solo lo conoce un tal   SaintGermain, que anteriormente cenó en la ciudad  de Trento con los padres del concilio” ya sabéis,   celebrado dos siglos antes“y que probablemente  tenga el honor de ver a vuestra majestad dentro   de cincuenta años. Es un hombre que nunca muere  y que lo sabe todo. En cuanto a mí, que estoy al   final de mi carrera y que no sé nada, me limito  a desear que usted conozca al duque de Choiseul”. En 1760, Luis XV envió a SaintGermain  a los Países Bajos para supuestamente   negociar en su nombre un préstamo de  30 millones de florines que ayudara   a la corona a financiar la guerra de los  Siete Años contra Inglaterra y sus aliados.   Pero su misión real no era esa,  sino otra. Completamente secreta:   debía intentar iniciar en La Haya unas  conversaciones de paz con Prusia, hasta   ese momento aliada de Inglaterra. El mariscal  de BelleIsle estaba detrás de todo el plan. Y SaintGermain creyó tener carta blanca para  negociar, pero una indiscreción suya provocó   que dicha misión llegara a oídos del duque de  Choiseul. Para el poderoso ministro del rey ese   posible tratado resultaba inadmisible. Por un  lado, porque se pretendía romper la alianza que   él defendía con Austria. Por otro, no toleraba que  nadie se atreviera a negociar la paz sin estar él   al corriente, ya que en la corte jamás un ministro  debía inmiscuirse en el terreno de otro, y él era   el ministro de Asuntos Exteriores, así que la  única explicación válida, y que a Choiseul le   venía muy bien, era que SaintGermain era un doble  agente al servicio de Prusia, de Federico II.   Ni Luis XV ni BelleIsle pudieron  o quisieron llevarle la contraria. El ministro envió a un grupo de hombres a Países  Bajos para que ataran de pies y manos al supuesto   traidor y lo llevaran de vuelta a Francia,  directamente a la Bastilla. Pero alguien se   le había adelantado: informaron al conde y, cuando  estaba a punto de ser detenido, huyó a Inglaterra. Se quedó en Londres durante unos  meses. Pero tampoco allí lo querían,   así que volvió a Países Bajos, y en Nijmegen,  cerca de la frontera alemana, adquirió una   gran propiedad y se dedicó a la investigación de  tintes y colores usando el sobrenombre de conde de   Surmount. Al parecer era muy común que cambiara de  nombre: italianos, rusos, alemanes, franceses...   Según otras versiones, más ligadas a la leyenda  sobrenatural, en Países Bajos acumuló una gran   riqueza vendiendo pócimas y ungüentos destinados  a combatir cualquier mal, incluida la muerte. Un tiempo después, en la primavera de 1762,  recibió la invitación del conde Pietro Antonio   Rotari, pintor veneciano, para visitar Rusia, y  allí SaintGermain trabó amistad con uno de los   hermanos Orlov, que fueron los que dirigieron  el golpe de Estado que en julio derrocó a Pedro   III de Rusia para instalar en el poder a Catalina  II. Algunas fuentes apuntan que el conde incluso   participó en la rebelión que convirtió en  emperatriz de Rusia a Catalina la Grande. SaintGermain estuvo viajando, entre  otros lugares, por Prusia, Rusia,   Italia, Inglaterra y Austria. Y vendía a los  distintos gobiernos los secretos de sus tintes. Se cree que en torno a 1766 llegó a estar bajo  la protección del rey Federico II de Prusia,   pero se marchó de allí muy pronto. Y, en 1770,  reapareció en la ciudad italiana de Livorno   con nombre ruso y ataviado con un uniforme de  general ruso. El conde Alekséi Grigórievich Orlov,   conocido por su talante orgulloso, lo trataba con  una consideración que nunca mostraba por nadie,   según cuenta en sus 'Memorias' el barón Gleichen. En sus periplos por tierras europeas,  SaintGermain a menudo se alojó en palacios   de príncipes. Pero igual que tuvo aliados,  también se forjó enemigos que lo persiguieron   acusándolo de timador y conspirador.  De ahí el cambio constante de nombre.  La muerte le llegó a SaintGermain cerca de  Schleswig, en Eckernförde, el 27 de febrero   de 1784, después de que un año antes empezara  a empeorar de su reumatismo. Falleció con unos   93 años, si tomamos como cierto que nació en  1691... Durante sus cinco últimos años de vida   fue huésped del príncipe Carlos de HesseKassel,  que lo admiraba mucho y era masón, alquimista y   practicante de ciencias ocultas. Tres años antes  de fallecer SaintGermain, el príncipe había   puesto un laboratorio a su disposición para que  prosiguiera con sus investigaciones sobre tintes   y realizara otros experimentos científicos, según  explica la web Savoirs d' Histoire, que apunta,   por aquel entonces, el conde vivía ya de forma  modesta, “sin diamantes, sin instrumentos   musicales, sin libros, y con una sola comida al  día”. Asimismo, SaintGermain se dedicó en estos   últimos años a fabricar medicinas que vendía a  los ricos y regalaba a los pobres. HesseKassel   describió al conde como “quizás uno de los más  importantes sabios que haya existido jamás”. En pleno siglo de las luces, el siglo XVIII,  a SaintGermain se le ha considerado un   maestro de lo oculto. Se le atribuye una obra  esotérica titulada 'La Santísima Trinosofía',   escrita supuestamente por un prisionero de  la Inquisición. El manuscrito original se   encuentra en la Mediateca Jacques Chirac de  Troyes, en Francia, y está compuesto por 95   hojas. En esta misteriosa obra, ilustrada,  encontramos símbolos cabalísticos que   parecen jeroglíficos y citas en diferentes  idiomas, como el hebreo, griego o árabe.   En realidad, no está claro quién la escribió, pese  a que la firma un personaje que se hace llamar   conde de SaintGermain. Hay historiadores que  creen que pudo escribirla un supuesto discípulo   suyo: Cagliostro, cuyo verdadero nombre fue  Giuseppe Balsamo, un alquimista y ocultista   italiano que recorrió el territorio europeo  vendiendo curas milagrosas y enunciando profecías. Se cuenta que la copia manuscrita que hoy está en  Troyes fue incautada por la Inquisición, en 1789,   a Cagliostro mientras era prisionero en el  castillo de Sant'Angelo, y que después se la llevó   uno de los generales de Napoleón, André Masséna,  cuando tomaron la ciudad. Finalmente, tras el   fallecimiento del hijo del general Masséna, la  Mediateca de Troyes compró el manuscrito en 1855. ¿La muerte puso fin a la leyenda del conde de  SaintGermain? Pues no, porque se cuenta que   siguió viviendo durante siglos, recorriendo  el mundo. De hecho, solo un año después de   su fallecimiento oficial aseguraron que asistió a  una reunión de masones en Wilhelmsbad, Alemania. Se supone que en vida frecuentaba  los círculos masónicos: así,   el príncipe Carlos de HesseKassel  fue una figura muy influyente de la   época en el mundo de la masonería, los  rosacruces y los estudios herméticos. Dentro del folclore también tenemos una  historia con solo un siglo de antigüedad   y que apunta a que en realidad el conde era  un... vampiro. A principios del siglo XX,   llegó a la ciudad de Nueva Orleans un hombre  llamado Jacques SaintGermain. Con una   personalidad arrolladora y mucho dinero. Se ganó  el favor de un gran número de mujeres, pero muchas   de ellas terminaban desapareciendo. Cuando  la población del lugar se percató de ello...   Hay varias versiones de la historia: según  unos, cuando fueron a pedirle cuentas al   tal SaintGermain, lo hallaron en la casa pero  logró escapar; según otros, ya no estaba en su   mansión. Sí estaba, en cambio, el cadáver de su  última víctima. Con un mordisco en el cuello... Y la leyenda sigue viva: algunos creen  que SaintGermain continúa entre nosotros,   más de 200 años después de su muerte oficial. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la leyenda del conde  de SaintGermain?   

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Kadyr Enviado: 20/07/2024 00:46
Influencia de Baphomet  en Masonería , piso ajedrezado , simbolismo masónico , un hombre cabra con mandil masónico color rojo  y collarín de masonería color rojo


 
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