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General: ¿Conocéis la historia de los caballeros templarios?
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De: Kadyr (Mensaje original) |
Enviado: 10/10/2024 22:42 |
¿Conocéis la historia de cómo los caballeros templarios se convirtieron en la organización más rica y poderosa de Europa? ¿Es cierto que en 1307, poco antes de que su Gran Maestre fuera quemado en la hoguera, una flota templaria logró huir a través del Atlántico y se refugió en América? A finales del siglo XI, el emperador bizantino Alejo I Comneno, en guerra con la dinastía musulmana turca de los selyúcidas, solicitó ayuda al papa Urbano II. En respuesta a esa petición, durante el Concilio de Clermont, celebrado en el año 1095, el papa proclamó la guerra santa contra los musulmanes y exhortó a todos los cristianos, pobres o ricos, a tomar las armas y marchar al este para arrebatarles a los infieles el control de Tierra Santa con el argumento de que había que defender a los peregrinos cristianos que viajaban a Jerusalén, quienes con frecuencia sufrían abusos e incluso asesinatos. ¿Era aquel motivo suficiente para abandonar tu vida, viajar miles de kilómetros y jugarte el cuello tratando de matar a unas gentes a las que no conocías de nada? La respuesta, resumida en dos palabras latinas, se convirtió en el grito de guerra de los cruzados: “Deus vult!”. Es decir, “¡Dios lo quiere!”. Aquella primera cruzada resultó exitosa: cuatro años después de su inicio, en el 1099, las tropas cristianas lideradas por Godofredo de Bouillon tomaron Jerusalén. Algunos de los caballeros que habían participado en la campaña decidieron quedarse allí, en el recién creado reino de Jerusalén, para defender el Santo Sepulcro. Con ellos, Godofredo de Bouillon estableció la Orden Canónica Regular del Santo Sepulcro, a semejanza de los Caballeros de San Pedro, una institución similar que había sido creada en occidente para proteger las abadías y las iglesias. Se cree que fue en 1115 cuando se unió a la Orden del Santo Sepulcro un caballero de la región franca de Champaña llamado Hugo de Payns. Serían él y el caballero flamenco Godofredo de Saint-Omer quienes, en 1120, durante el Concilio de Nablus, fundarían la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo de Salomón, una pequeña milicia que se encargaba de asegurar el viaje de los peregrinos que llegaban a Tierra Santa procedentes de Europa, cada vez más numerosos desde la reconquista de Jerusalén. A Hugo de Payns no le costó convencer al por entonces rey de Jerusalén, Balduino II, de la utilidad de contar con un grupo de monjes guerreros que eran capaces de mantener a raya a los salteadores de caminos y que habían hecho votos de pobreza, castidad y obediencia. El monarca les cedió una parte de su palacio en Jerusalén, la actual mezquita de al-Aqsa, que por aquel entonces se conocía como el Templo de Salomón, porque estaba ubicado en el Monte del Templo, el lugar en el que, según la tradición judía, el rey Salomón erigió su templo. Como decimos, Balduino II les permitió alojarse y almacenar sus pertrechos allí. Tampoco penséis que eran un gran ejército. Según el arzobispo e historiador de la época Guillermo de Tiro, inicialmente la Orden solo estaba formada por nueve caballeros, incluyendo a Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer. Casi todos ellos procedían de Francia, a excepción del portugués Pedro Arnaldo da Rocha. Como se alojaban en el Templo de Salomón, los miembros de la Orden comenzaron a ser conocidos como los caballeros del Templo o, simplemente, templarios. Acerca del significado de su emblema, dos caballeros montados a lomos de un solo caballo, entre los estudiosos hay diversidad de opiniones. Algunos creen que pretendía enfatizar la pobreza de la Orden; pero, por otro lado, cada uno de sus miembros recibía tres caballos. Así que tal vez fuera un símbolo de la dualidad de aquellos hombres, mitad monjes, mitad guerreros. O tal vez representara la vida en común y la unión entre compañeros. Incluso hay historiadores que apuestan porque simplemente se trata de un retrato de sus fundadores, Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer. En el año 1127, a fin de buscar el reconocimiento de aquella milicia por parte de la Iglesia y dar legitimidad a sus acciones, Hugo de Payns, Godofredo de Saint-Omer y otros cuatro caballeros de la Orden embarcaron hacia Europa. Sabían que aquel novedoso concepto al que habían dado vida, el de monje-soldado, parecía entrar en contradicción con las normas sociales y eclesiásticas de la época, y querían darlo a conocer de manera directa, al tiempo que trataban de recaudar donaciones y reclutar a nuevos miembros. Su gira, de casi dos años, los llevó por Francia, Inglaterra y Flandes, y concluyó con un gran éxito: en enero de 1129, el papa permitió a Hugo de Payns participar en el Concilio de Troyes. En él, se fundó oficialmente la Orden del Temple. Poco después, la nueva Orden recibió un apoyo crucial: el de Bernardo de Claraval, un monje cisterciense que se convirtió en una de las personas más influyentes en la vida política y religiosa de la Europa del siglo XII. Tan destacado fue su papel doctrinal que, tras su muerte, la Iglesia católica lo declaró santo. Pues bien, en torno a 1130, Bernardo de Claraval escribió, a petición de Hugo de Payns, un texto titulado 'Liber ad milites templi de laude novae militiae', que podríamos traducir del latín como 'Libro para los caballeros templarios sobre los elogios a la nueva milicia'. En él, el monje incluyó un pasaje en el que explicaba por qué los Templarios, siendo monjes, tenían derecho a matar a un ser humano. Dice así: “El caballero de Cristo da la muerte con total seguridad y la recibe con mayor seguridad (...). Cuando mata a un criminal, no es homicidio sino malicidio (...). La muerte que da es beneficio de Jesucristo, y la muerte que recibe es la suya”. Asimismo, Bernardo de Claraval aprobaba la figura del monje guerrero con las siguientes palabras: “No es tan raro ver a hombres luchando contra un enemigo físico sólo con la fuerza de su cuerpo como para que me sorprenda; por otro lado, hacer la guerra contra el vicio y el demonio sólo con la fuerza del alma no es algo tan extraordinario como digno de elogio, el mundo está lleno de monjes que libran estas batallas. Pero lo que, para mí, es tan admirable como evidentemente raro es ver las dos cosas juntas”. Aquella alabanza de un teólogo tan destacado enfervorizó a los templarios y les otorgó el reconocimiento general de la sociedad. Esto, a su vez, disparó el número de caballeros que se unieron a sus filas, atraídos por la promesa de recibir el perdón de todos sus pecados si luchaban en una guerra santa o acceder al paraíso si perecían en ella. Era una oferta tentadora para quienes tenían fe y conocían el oficio de las armas. Y para el campesino en general, la perspectiva de contar con alojamiento y comida garantizados también podían ser suficientes. Quienes ingresaban en la Orden del Temple lo hacían de manera libre y voluntaria. ¿Os estáis preguntando si vosotros habríais sido aceptados como templarios? Vamos a ver cuáles eran los requisitos que exigían. Solo aceptaban hombres mayores de 18 años. Podías ser noble o campesino, pero no siervo de nadie; aparte de eso, no importaba el linaje ni el hecho de ser pobre o rico. Eso sí, no podías tener deudas. Además, era necesario poseer una perfecta salud física y mental y no formar parte de ninguna otra orden. Por supuesto, te rechazaban si intentabas sobornar a alguien para ingresar en los templarios y, una vez dentro, si te pillaban diciendo una mentira te expulsaban de inmediato. Como veis, los requisitos no eran demasiado exigentes; les convenía que el reclutamiento fuera lo más amplio posible para que la Orden creciera. Eso sí, aunque podías ser templario sin importar si eras noble o campesino, solo los primeros podían ser caballeros templarios y lucir la bata blanca, símbolo de pureza y castidad corporal. Los campesinos que ingresaban eran denominados hermanos sargentos y constituían el grueso de las fuerzas de la Orden del Temple. Se estima que en su periodo de mayor prominencia no hubo más de 2.000 caballeros templarios, pero encabezaban un ejército diez veces más numeroso, compuesto por los sargentos, los reclutas de las tierras vasallas del Temple y los mercenarios que solían contratar –especialmente arqueros–; por no hablar de un largo séquito de escuderos, porteadores, artesanos, sirvientes y sacerdotes. En las décadas posteriores al Concilio de Troyes, los sucesivos papas fueron emitiendo bulas en las que los privilegios de la Orden del Temple se expandían más y más. Como solo respondían ante la autoridad papal y contaban con sus propios sacerdotes, además de poder construir sus propias iglesias y recaudar donativos, los templarios tuvieron frecuentes roces con los obispos y sacerdotes de las localidades donde se asentaban. De igual modo, no debían fidelidad a ningún rey y podían construir fortalezas, lo que los convirtió, en cierto modo, en un Estado independiente dentro de cada Estado europeo, algo que nunca ha gustado a los monarcas, quienes tradicionalmente han optado por intentar deshacerse de grupos demasiado independientes o difíciles de controlar, como los judíos o los gitanos. Entonces, ¿por qué toleraban su existencia? Principalmente, por dos razones: la primera y fundamental era que la Orden del Temple contaba con la protección papal. Y la segunda era porque los templarios resultaban útiles, y no solo en el plano militar, como fuerza de élite en las Cruzadas o defensores de los reinos cristianos del Levante mediterráneo. También sirvieron a los reyes como banqueros en una época en la que aún no existían los bancos. ¿Banqueros? ¿Pero no eran los “Pobres Compañeros de Cristo”? Al principio tal vez, pero de manera paralela al número de nuevos reclutas y la fama de sus acciones militares en Tierra Santa, no tardaron en crecer también las donaciones y los legados testamentarios que enriquecieron a la Orden del Temple con dinero y todo tipo de bienes: desde comida y armas, hasta caballos, tierras e incluso privilegios fiscales. Como es lógico, todas esas tierras y propiedades donadas por simpatizantes y nuevos miembros estaban muy dispersas, de modo que la Orden del Temple, a fin de estructurar y racionalizar todo aquel patrimonio, vendió muchos de los bienes donados, intercambió algunas tierras por otras de mayor valor estratégico para ellos y adquirió propiedades que generaban ingresos, como viñedos, molinos y granjas, además de iglesias e incluso pueblos enteros. Como podéis apreciar en este mapa, hacia el año 1300 las propiedades de los Templarios eran muy numerosas. Además, como muchos lugares gozaban de privilegios y exenciones fiscales, su fortuna y poder no dejaban de crecer. El caso es que, como en aquella época aún no existían las sucursales bancarias, si viajabas de una ciudad a otra tenías que llevar contigo desde el inicio todo el dinero para el viaje, lo cual resultaba incómodo y, sobre todo, peligroso. Quienes peregrinaban a Tierra Santa, Roma o Santiago de Compostela lo sabían bien. A falta de bancos y cajeros automáticos, los templarios, que contaban con enclaves repartidos por todas las rutas, hicieron las veces de banqueros. El peregrino depositaba su dinero o sus bienes en la sede que los templarios tuvieran en su ciudad de origen, y el hermano tesorero le entregaba una carta manuscrita y marcada con el sello de los templarios en la que se indicaba la suma depositada. Con ella el peregrino podía retirar dinero en moneda local de la casa templaria de la ciudad de destino. Aquella ventaja que poseían para mover el dinero pronto se extendió a otros clientes, más allá de los peregrinos. Además, como la fortuna de la Orden del Temple era considerable, nobles, comerciantes e incluso reyes empezaron a pedirles dinero prestado. Algunos monarcas incluso entregaron a los templarios sus tesoros reales para que los custodiaran. Uno de ellos fue el rey francés Luis VII, quien lo hizo antes de partir hacia la Segunda Cruzada. ¿Quiénes podían ser más confiables para guardar tu riqueza que unos monjes que habían hecho voto de pobreza, no podían mentir y contaban con tanta fuerza militar que nadie en su sano juicio osaría robarles? Hay que señalar que, al menos en teoría, el objetivo de la Orden del Temple no era acumular riquezas, sino financiar los costosos recursos necesarios para combatir en Tierra Santa, lo que incluía armas, caballos, provisiones, alojamientos y barcos. Estos últimos resultaban muy prácticos no solo para transportar hombres y armas hacia Tierra Santa, sino también para mantener conexiones comerciales por toda Europa. Pero los templarios, además de contratar los servicios de buques mercantes, también ordenaban construir sus propios barcos. Y como por toda Europa y por todo el Mediterráneo contaban con comandancias en numerosos puertos o cerca de ellos, con frecuencia se ahorraban los impuestos a los que estuvieran sometidas las mercancías desembarcadas. Los templarios dedicaban al menos un tercio de todos sus ingresos a la defensa de Tierra Santa. Esto era crucial, por supuesto: recibían cuantiosas donaciones precisamente por su labor militar allí. Si descuidaban su misión principal, perderían su razón de ser y los apoyos que les habían permitido hacerse tan poderosos.
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De: Kadyr |
Enviado: 10/10/2024 22:43 |
De modo que protegían a los peregrinos, defendían los pequeños reinos cristianos de Levante y participaban en las Cruzadas, defendiendo de manera estrecha a los soberanos occidentales. Durante la Segunda Cruzada, por ejemplo, se granjearon el agradecimiento del rey de Francia, Luis VII, al acudir en su ayuda con éxito cuando fue atacado en las montañas de Asia Menor en 1147. Cuatro décadas más tarde, ya durante la Tercera Cruzada, los templarios ocuparon la vanguardia del ejército del monarca inglés Ricardo Corazón de León. En 1177, durante la batalla de Montgisard, en la que el joven rey de Jerusalén Balduino IV –que sufría lepra y a quien ya dedicamos otro vídeo– derrotó al ejército de Saladino, participaron 80 caballeros templarios, tras llegar desde Gaza a marchas forzadas. Pero no todo fueron éxitos. También sufrieron sonoras derrotas, como el asalto contra Ascalón del 16 de agosto de 1153, en el que más de 40 templarios, dirigidos por el Gran Maestre Bernardo de Tramelay, perdieron la vida tras lanzarse al ataque en solitario sin avisar al rey de Jerusalén, Balduino III –según las malas lenguas, para apropiarse de los tesoros de la ciudad–. Sus cuerpos, decapitados, fueron colgados de las murallas. En julio del año 1187, tras la aplastante victoria de Saladino sobre los francos en la batalla de los Cuernos de Hattin, el sultán de Egipto y Siria, quien sentía una especial aversión por los templarios, hizo decapitar a todos los que habían tomado como prisioneros, cerca de 230. Solo dejó vivo a uno, el Gran Maestre Gérard de Ridefort, ya que sabían que tan pronto como un gran maestre moría, era inmediatamente reemplazado por otro, y preferían mantener al líder de los templarios en su poder. Cuando un sangriento siglo más tarde, en 1291, los mamelucos capturaron San Juan de Acre y pusieron fin a la presencia de los europeos en Tierra Santa, los templarios establecieron su comandancia principal en Chipre e intentaron, desde allí, reconquistar alguna cabeza de puente que les permitiera pelear de nuevo por el control de los Santos Lugares. Fue en vano. Habían perdido Tierra Santa y, con ella, la razón misma de su existencia como orden. Derrotados, los templarios regresaron a sus monasterios de Europa occidental. Allí, la percepción sobre ellos había cambiado de manera radical: los veían como señores orgullosos y codiciosos que llevaban una vida desordenada. Y no les faltaban razones para opinar así. Algunos caballeros templarios vivían en un lujo ostentoso a pesar de su voto de pobreza. La Orden seguía siendo tremendamente rica, y ya no tenían un fin al que destinar los beneficios que seguían fluyendo. Y además podían reunir un temible ejército de 15.000 efectivos, encabezado por 1.500 caballeros con amplia experiencia en combate. Una fuerza militar que solo respondía ante el papa y que incomodaba mucho al rey de Francia Felipe IV el Hermoso –a quien no hay que confundir con aquel otro Felipe el Hermoso, esposo de Juana I de Castilla, popularmente conocida como Juana la Loca–. La destacada presencia del Temple en Francia limitaba en gran medida el poder del rey sobre su propio territorio. Algunos historiadores creen que, además, Felipe IV estaba fuertemente endeudado con los templarios, pero eso no está del todo claro, si bien es cierto que Francia sufría una grave crisis económica y a las arcas reales no les habría venido mal incautar las extensas propiedades de la Orden del Temple. El caso es que Felipe IV quería acabar con los templarios, pero ¿cómo hacerlo? La solución se la ofreció un hombre llamado Esquieu de Floyran, quien había pasado un tiempo encarcelado, acusado de asesinato. En prisión, Floyran compartió celda con un miembro de la Orden del Temple condenado a muerte que, según él, le confesó que los templarios llevaban a cabo ritos secretos en los que se negaba a Cristo, se pisaba la cruz y se practicaba la sodomía. Esquieu le había ido con aquella historia al rey de Aragón, Jaime II, pero este, probablemente sin creerle, le prometió que le daría una gran suma de dinero si lograba demostrar que aquello era cierto. De modo que Floyran se marchó a la corte francesa para ver si allí eran más receptivos. Y lo fueron. El jurista Guillermo de Nogaret, uno de los principales consejeros del rey, sabía que este deseaba encontrar alguna excusa para deshacerse de los templarios, así que informó al monarca de aquella historia y, posteriormente, pagó a Floyran para que difundiera aquellos rumores. Felipe IV escribió al papa, Clemente V, que era francés, para ponerle al corriente del asunto. Si quería atacar a los templarios, necesitaba el beneplácito del sumo pontífice. El papel que jugó Clemente V en la suerte que corrieron los templarios sigue siendo objeto de debate. Por entonces, el Gran Maestre de la Orden del Temple era Jacques de Molay, quien había sido elegido en Chipre en 1293, tras la pérdida de San Juan de Acre. Algunos historiadores sostienen que el papa quería preparar una nueva cruzada para reconquistar Tierra Santa y, a tal fin, pretendía fusionar las dos órdenes militares más poderosas: la del Temple y la de los Hermanos Hospitalarios. Supuestamente, Jacques de Molay se opuso a ello, lo que le granjeó la enemistad papal. Tal vez por ello Clemente V no se opuso a las actuaciones del rey francés contra los templarios. Jacques de Molay, conocedor de que Felipe IV estaba reuniendo pruebas en contra de la Orden del Temple, solicitó al papa que iniciara una investigación pontificia para aclarar y atajar tanto la investigación francesa como los rumores negativos que circulaban cada vez con mayor fuerza entre la población. Clemente V se la concedió a finales de agosto de 1307, pero el monarca francés no esperó a los resultados de esa investigación y ordenó la detención de los templarios, que fueron arrestados de manera masiva el viernes 13 de octubre de 1307. Todos sus bienes fueron incautados. La operación se realizó de manera coordinada por todo el país, a fin de que los templarios no tuvieran tiempo de agruparse, alertados por la detención de algunos de sus compañeros, y ofrecieran resistencia armada. Como la Orden del Temple no estaba sujeta a la justicia secular, Felipe IV le pidió a su confesor, el dominico Guillermo de París, quien además era Gran Inquisidor de Francia, que llevara a cabo el interrogatorio de los 138 caballeros templarios detenidos en París. Podemos hacernos una idea de cómo fueron aquellos interrogatorios a partir del dato de que 38 de los interrogados fallecieron. El resto, a excepción de tres, confesaron todo tipo de crímenes, sobre todo relacionados con herejía e idolatría, como que adoraban a un gato, a una calavera y a un ídolo de origen incierto llamado Baphomet. La suerte de los templarios estaba sellada, y el papa, tal vez para intentar salvar la Orden del Temple en sí misma, decidió hacer una limpieza de templarios a nivel internacional. El 22 de noviembre de 1307, apenas un mes después de la detención de los templarios en Francia, emitió la bula 'Pastoralis praeeminentiae', dirigida a todos los monarcas cristianos, a quienes ordenaba el arresto de los caballeros templarios y la incautación de sus bienes, que debían ser puestos a nombre de la Iglesia. Aunque no todos los reyes obedecieron de inmediato –en especial Eduardo II de Inglaterra, donde los templarios eran muy influyentes–, al final acabaron obedeciendo. A juzgar por el conocido como Pergamino de Chinon, un documento publicado en el siglo XVII que contiene una absolución impartida en secreto por el papa Clemente V a Jacques de Molay y los demás jefes de la orden, el pontífice no creía que las acusaciones de herejía e idolatría fueran ciertas, si bien había confirmado por diversas fuentes que su conducta había ido degenerando, de ahí que pretendiera fusionar la Orden del Temple con la de los Hospitalarios. Pero la posición del papa era de temor frente al agresivo rey francés. Para comprender esto, hay que mencionar que pocos años antes, en 1303, Felipe IV el Hermoso había mantenido una enconada disputa con el papa Bonifacio VIII, quien se disponía a excomulgar al monarca. Pero antes de que tuviera ocasión de hacerlo,
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De: Kadyr |
Enviado: 10/10/2024 22:44 |
Felipe IV envió a su fiel Guillermo de Nogaret al mando de un contingente armado para apresar al papa, cosa que hizo en la localidad italiana de Anagni, de donde era originaria la familia de Bonifacio. En el ataque perecieron varios sirvientes del pontífice, quien finalmente fue liberado gracias a la reacción de los habitantes de Anagni, que se alzaron contra los franceses y los hicieron huir. El papa fallecería en Roma tan solo un mes después, según algunas fuentes a causa de la conmoción moral que le supuso aquel ultraje. En resumen, Clemente V sabía que Felipe IV, más que el Hermoso, debía ser apodado como el Peligroso. No le iba a temblar el pulso a la hora de emplear la fuerza contra el papa si se le oponía frontalmente. Cuando se celebró el Concilio de Viena, en el que la Iglesia iba a decidir, entre otros puntos, cuál sería el destino de la Orden de los Templarios, el monarca francés se presentó allí con hombres armados para presionar al papa, y este, solo dos días después, el 22 de marzo de 1312, emitió la bula 'Vox in excelso', que ordenaba la disolución definitiva de la Orden. Si alguien trataba de volver a instaurarla, sería automáticamente excomulgado. En otra bula posterior, el papa decretó que los bienes de la Orden de los Templarios fueran entregados a los Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén. Felipe el Hermoso, por su parte, se quedó con los tesoros que encontró en la torre del Temple de París, si bien la gran mayoría pertenecían de hecho al tesoro real francés. ¿Y qué fue de los templarios apresados? Los que fueron declarados inocentes o habían confesado fueron liberados, y el papa les asignó una anualidad para su mantenimiento. En cambio, aquellos declarados culpables y que no habían confesado y quienes sí lo habían hecho pero luego se habían retractado fueron quemados en la hoguera. En cuanto al Gran Maestre Jacques de Molay, el 18 de marzo de 1314, por orden de Felipe IV, él y Godofredo de Charnay, preceptor de Normandía de la Orden del Temple, fueron conducidos a la Isla de los Judíos –desde entonces conocida como Isla de los Templarios–, en el río Sena, cerca de la catedral de Notre-Dame. Allí, ambos fueron quemados en la hoguera. Pidieron hacerlo con la cara hacia la catedral, para rezar. Un monje que estuvo presente en la ejecución, Guillaume de Nangis, escribió: “Los vimos tan decididos a sufrir la tortura del fuego, con tal voluntad, que despertaron admiración entre todos los que presenciaron su muerte…” . Otro testigo ocular, el clérigo Godofredo de París, relató en su obra 'Crónica métrica' las últimas palabras del Gran Maestre de la Orden: “Dios sabe quién está equivocado, quién ha pecado. ¡Ay, pronto vendrán los que nos condenaron injustamente! ¡Dios vengará nuestra muerte!”. Aquellas palabras dieron pie, siglos más tarde, a que se difundiera la leyenda de que Jacques de Molay había gritado una maldición mucho más rebuscada: “¡Todos seréis malditos hasta la decimotercera generación!”. No hay registros de la época que respalden la creencia de que dijera eso, pero la leyenda de la maldición de los templarios se apoya en que, tan solo un mes después de la ejecución de Jacques de Molay, falleció el papa Clemente V, probablemente de cáncer intestinal. Guillermo de Nogaret, el consejero real que inició el proceso contra los templarios, había muerto ya un año antes de la ejecución del Gran Maestre, pero el monarca, Felipe IV el Hermoso, murió el 29 de noviembre de 1314, es decir, ocho meses después del ajusticiamiento, tras caerse del caballo durante una cacería. A su muerte, sus tres hijos varones llegaron a reinar en Francia, pero es que todos murieron muy jóvenes. Existe la leyenda de que el 12 de octubre de 1307, el día anterior a aquel viernes 13 en que todos los templarios de Francia fueron detenidos, una flota de 13 barcos templarios zarpó del puerto de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, con rumbo desconocido y las bodegas repletas de oro, plata y piedras preciosas. ¿Cuál fue su destino? ¿Tal vez la península ibérica? ¿Inglaterra? ¿Escocia? ¿O atravesaron el Atlántico para refugiarse en un lugar secreto que solo ellos conocían, es decir, América? Esta última hipótesis se une a la que, para algunos, explicaría el gran poder económico de la Orden del Temple. Tal vez los templarios llevasen décadas e incluso siglos explotando las minas de plata y oro de América. ¿Por qué no? Quizá fuesen ellos los blancos con barba que los pueblos nativos parecían haber visto ya con anterioridad a la llegada de Colón. Además, eso explicaría la aparición de algunas piedras y objetos marcados con cruces templarias en diversas localidades del Nuevo Mundo. Explicado así, todo parece encajar; pero no hay evidencias que lo respalden. Por ejemplo, no se han hallado registros históricos acerca de que realmente partiera una flota templaria aquel día desde La Rochelle. Lo único que sustenta esa leyenda son datos sueltos que permitieron a algunos investigadores y novelistas del siglo XX conjeturarla. Por un lado, es cierto que no existe constancia de que se capturaran o destruyeran los barcos templarios –que, como ya hemos comentado, no eran pocos–. Por otra parte, también es cierto que La Rochelle era un puerto controlado por el Temple, y uno de los más importantes. Y aunque tampoco hay evidencias de que embarcaran ningún tesoro, si diésemos por buena la hipótesis de la existencia de aquella flota de escape –y teniendo en cuenta que el poderío económico de los templarios sí era real–, sería lógico que intentaran llevar consigo todas las riquezas posibles para que no fueran confiscadas por el monarca de un país al que probablemente no podrían regresar jamás. Ahora bien, el origen de la riqueza templaria, como ya hemos explicado, procedía de las donaciones y de los beneficios que obtenían por sus actividades bancarias, como reinvertir las riquezas que nobles y comerciantes les entregaban en depósito. No necesitaban traer oro de América, algo que, por otro lado, no habría sido tan sencillo. Hay que tener en cuenta que la Orden del Temple inició sus actividades en torno al año 1120 y fue disuelta en 1312. Es decir, que incluso imaginando que hubiesen conocido la existencia de América desde el principio, habrían explorado el Nuevo Mundo, y hallado y explotado las minas en menos de dos siglos, una tarea colosal que habría requerido no solo de muchos recursos –que supuestamente aún no tenían, si es que su riqueza se debió precisamente al oro y la plata americanos–, sino también un gran número de personas implicadas, muchas más de los pocos miles de miembros que alcanzaron en su apogeo. Por no hablar de lo complicado que habría resultado mantener en secreto una operación de esa magnitud. Los templarios no siempre lo eran de por vida: muchos renunciaban o eran expulsados por sus pecados. ¿Cuánto habría tardado uno de aquellos renegados en acudir a la corte del rey más cercano para contarle que existía una tierra llena de tesoros a cambio de una recompensa? Por cierto, ¿os acordáis de Esquieu de Floyran, aquel que había intentado venderle al rey de Aragón, Jaime II, el chismorreo acerca de los ritos secretos de los templarios? El monarca aragonés le había prometido que, si encontraba pruebas de aquella acusación, le pagaría bien. Pues resulta que después de que los templarios franceses fueran detenidos y procesados, Floyran escribió al rey para pedirle que cumpliera su compromiso y le pagara lo prometido. “Que quede manifiesto a Su Real Majestad –le decía Floyran a Jaime II en su carta– que soy el hombre que reveló los hechos relativos a los Templarios al Señor Rey de Francia”. ¿Le pagó? No lo sabemos, pero apostaríamos a que no. Quienes defienden que los templarios llegaron a América se basan de manera habitual en el hallazgo de lápidas y objetos marcados con cruces templarias. Pero la cruz templaria se confunde con frecuencia con otras parecidas y, debido a eso, se dice que hay símbolos templarios por todas partes. La cruz de la Orden del Temple era la cruz patada o cruz pátea, esta que os estamos mostrando. Es una cruz sencilla con el rasgo distintivo de que sus brazos se estrechan al llegar al centro y se ensanchan en los extremos, lo que les da el aspecto de patas, de ahí su nombre. Fue el papa Eugenio III, en el año 1147, quien concedió a los templarios el derecho a llevar permanentemente esa cruz, que simbolizaba el martirio de Cristo, y era de color rojo por la sangre de Cristo vertida. Normalmente la llevaban en su manto sobre el hombro izquierdo, encima del corazón. Posteriormente, esa misma cruz, pero de color negro, fue empleada por los caballeros de la Orden Teutónica, de quienes la tomarían los prusianos y ya a finales del siglo XIX se convirtió en un símbolo del Imperio alemán y su ejército, que siguió usándola hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En las obras artísticas donde se representa la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo se suele dibujar la cruz templaria en las velas de sus tres carabelas, lo que ha alimentado diversas hipótesis que vinculan a Colón con los templarios, como si el marino hubiese decidido colocar aquel símbolo en sus velas a modo de tarjeta de visita, para que los nativos de América los acogieran con simpatía, ya que llevarían siglos tratando con los templarios... Por cierto, algunos estaréis a punto de dejarnos un comentario acerca de que no eran tres carabelas, sino dos, porque la Santa María era una nao, pero no está nada claro ese punto y existe mucho debate aún entre los historiadores. En el 'Diario de a bordo' de Colón, compilado por Bartolomé de las Casas, se habla de tres carabelas y, aunque la Santa María era la mayor de las tres y en ocasiones Colón se refiere a ella como la nao capitana, es posible que solo estuviera usando la palabra 'nao' como sinónimo de navío, y no para referirse a una embarcación parecida a la carraca, de vela redonda y alto bordo que se empleaba para transportar grandes mercancías. Tras la abolición de la Orden del Temple, los templarios de la Península ibérica se unieron a otras órdenes ya existentes, como la Orden de Calatrava, fundada en Castilla en el siglo XII, o se reconvirtieron en nuevas agrupaciones, como la Orden de Montesa –en Aragón– o la Orden de Cristo, en Portugal. Esta última fue establecida en 1318, apenas seis años después de que el papa Clemente V disolviera la Orden del Temple. ¿Recordáis que el papa había ordenado que los bienes de los templarios pasaran a manos de los Hospitalarios? Pues en la península ibérica no fue así. El rey de Portugal, Dionisio I, asignó todas las propiedades y los privilegios de los templarios a la nueva Orden de Cristo, que a cambio mantuvo siempre una fiel subordinación a la corona, la cual escogía, por ejemplo, quiénes serían sus grandes maestres. Además, los caballeros de Cristo debían hacer voto de obediencia al rey de Portugal, algo que nunca hicieron los templarios, quienes siempre se mantuvieron independientes de los poderes seculares. A principios del siglo XV, el infante don Enrique, más conocido como Enrique el Navegante, fue nombrado Gran Maestre de la Orden de Cristo, y decidió destinar las ganancias de la Orden a la exploración marítima. Por ese motivo, las velas de los barcos portugueses que exploraban los mares estaban adornadas con la cruz de la Orden de Cristo. Los famosos navegantes Vasco de Gama y Fernando de Magallanes, por ejemplo, también eran caballeros de la Orden. En 1551, cuando el creciente poder de la Orden comenzó a intranquilizar a la corona, esta decidió que el título de Gran Maestre recayera siempre en el rey de Portugal, y la Orden de Cristo, que sería secularizada en 1780, acabó convirtiéndose en una orden honorífica, la mayor distinción del reino de Portugal. Por todo esto es común encontrar la cruz de la Orden de Cristo en Brasil, como símbolo en las banderas y escudos de numerosas localidades, asociaciones y equipos deportivos, ya sea en su versión original o con un diseño más estilizado. Volviendo a Cristóbal Colón, ¿era la cruz templaria la que estaba pintada en las velas de sus carabelas? En realidad no sabemos ni siquiera si tenían cruz alguna. Y es que se desconoce casi todo sobre el aspecto que presentaban aquellos barcos. No hay ningún cuadro contemporáneo de las carabelas de Colón. Entonces, ¿por qué las carabelas aparecen con grandes cruces rojas en las velas? Es probable que algunos de los primeros artistas que abordaron el tema, a la hora de afrontar el reto de pintar tres carabelas, tomasen como modelo representaciones antiguas de carabelas, pero quienes más usaban ese tipo de embarcación eran los portugueses. Y esos, como hemos explicado, sí lucían grandes cruces en las velas, pero se trataba de la cruz de la Orden de Cristo, no la de los templarios. En resumen, no existe una vinculación directa demostrada entre Cristobal Colón y los templarios. Ahora bien, ¿qué hay de los barcos templarios? Si poseían una gran flota y no hay constancia de que sus barcos fuesen apresados ni destruidos en Francia ni en ningún otro país europeo, ¿adónde fueron a parar? Aparte de la hipótesis de que pusieran rumbo a América, otras más factibles apuntan a que escaparon de manera clandestina a territorios más seguros para los templarios, como Inglaterra o Escocia; o a Portugal, donde pudieron ser reconvertidos en naves de la Orden de Cristo. Pero hay otra teoría más interesante aunque carente de base histórica: la de que la flota de la Orden del Temple alzó la bandera pirata y se convirtió en una fuerza naval que buscaba venganza contra los barcos papales y de los países que apoyaron el arresto de los templarios. Según esta hipótesis, la bandera pirata que todos conocemos no sería sino una variación de la cruz templaria, en la que los palos de la cruz se convirtieron en las famosas tibias cruzadas. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la historia de los caballeros templarios? ¿Creéis que llegaron a América?
Alcoseri
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De: Kadyr |
Enviado: 10/10/2024 23:01 |
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De: Kadyr |
Enviado: 10/10/2024 23:02 |
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