Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Secreto Masonico
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 EL SECRETO DE LA INICIACIÓN 
 Procesos Secretos del Alma 
 Estructura Secreta del Ritual Masónico 
 Los extraños Ritos de Sangre 
 Cámara de Reflexiones 
 
 
  Herramientas
 
General: ¿Conocéis la historia de los caballeros templarios?
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: Kadyr  (Mensaje original) Enviado: 10/10/2024 22:42

¿Conocéis la  historia de cómo los caballeros templarios   se convirtieron en la organización más rica  y poderosa de Europa? ¿Es cierto que en 1307,   poco antes de que su Gran Maestre  fuera quemado en la hoguera,   una flota templaria logró huir a través  del Atlántico y se refugió en América? A finales del siglo XI, el emperador  bizantino Alejo I Comneno, en guerra   con la dinastía musulmana turca de los  selyúcidas, solicitó ayuda al papa Urbano   II. En respuesta a esa petición, durante el  Concilio de Clermont, celebrado en el año 1095,   el papa proclamó la guerra santa contra los  musulmanes y exhortó a todos los cristianos,   pobres o ricos, a tomar las armas y marchar al  este para arrebatarles a los infieles el control   de Tierra Santa con el argumento de que había que  defender a los peregrinos cristianos que viajaban   a Jerusalén, quienes con frecuencia sufrían  abusos e incluso asesinatos. ¿Era aquel motivo   suficiente para abandonar tu vida, viajar miles de  kilómetros y jugarte el cuello tratando de matar   a unas gentes a las que no conocías de nada? La  respuesta, resumida en dos palabras latinas, se   convirtió en el grito de guerra de los cruzados:  “Deus vult!”. Es decir, “¡Dios lo quiere!”. Aquella primera cruzada resultó exitosa: cuatro  años después de su inicio, en el 1099, las tropas   cristianas lideradas por Godofredo de Bouillon  tomaron Jerusalén. Algunos de los caballeros que   habían participado en la campaña decidieron  quedarse allí, en el recién creado reino de   Jerusalén, para defender el Santo Sepulcro. Con  ellos, Godofredo de Bouillon estableció la Orden   Canónica Regular del Santo Sepulcro, a semejanza  de los Caballeros de San Pedro, una institución   similar que había sido creada en occidente  para proteger las abadías y las iglesias. Se cree que fue en 1115 cuando se unió a  la Orden del Santo Sepulcro un caballero   de la región franca de Champaña llamado  Hugo de Payns. Serían él y el caballero   flamenco Godofredo de Saint-Omer quienes,  en 1120, durante el Concilio de Nablus,   fundarían la Orden de los Pobres Compañeros  de Cristo del Templo de Salomón, una pequeña   milicia que se encargaba de asegurar el  viaje de los peregrinos que llegaban a   Tierra Santa procedentes de Europa, cada vez  más numerosos desde la reconquista de Jerusalén. A Hugo de Payns no le costó convencer al  por entonces rey de Jerusalén, Balduino II,   de la utilidad de contar con un grupo  de monjes guerreros que eran capaces   de mantener a raya a los salteadores de  caminos y que habían hecho votos de pobreza,   castidad y obediencia. El monarca les  cedió una parte de su palacio en Jerusalén,   la actual mezquita de al-Aqsa, que por aquel  entonces se conocía como el Templo de Salomón,   porque estaba ubicado en el Monte del Templo,  el lugar en el que, según la tradición judía,   el rey Salomón erigió su templo. Como decimos,  Balduino II les permitió alojarse y almacenar   sus pertrechos allí. Tampoco penséis que eran un  gran ejército. Según el arzobispo e historiador   de la época Guillermo de Tiro, inicialmente la  Orden solo estaba formada por nueve caballeros,   incluyendo a Hugo de Payns y Godofredo de  Saint-Omer. Casi todos ellos procedían de Francia,   a excepción del portugués Pedro Arnaldo da Rocha. Como se alojaban en el Templo de Salomón, los  miembros de la Orden comenzaron a ser conocidos   como los caballeros del Templo o, simplemente,  templarios. Acerca del significado de su emblema,   dos caballeros montados a lomos de un solo  caballo, entre los estudiosos hay diversidad   de opiniones. Algunos creen que pretendía  enfatizar la pobreza de la Orden; pero,   por otro lado, cada uno de sus miembros recibía  tres caballos. Así que tal vez fuera un símbolo   de la dualidad de aquellos hombres, mitad monjes,  mitad guerreros. O tal vez representara la vida en   común y la unión entre compañeros. Incluso hay  historiadores que apuestan porque simplemente   se trata de un retrato de sus fundadores,  Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer. En el año 1127, a fin de buscar el reconocimiento  de aquella milicia por parte de la Iglesia y   dar legitimidad a sus acciones, Hugo de Payns,  Godofredo de Saint-Omer y otros cuatro caballeros   de la Orden embarcaron hacia Europa. Sabían que  aquel novedoso concepto al que habían dado vida,   el de monje-soldado, parecía entrar en  contradicción con las normas sociales   y eclesiásticas de la época, y querían darlo a  conocer de manera directa, al tiempo que trataban   de recaudar donaciones y reclutar a nuevos  miembros. Su gira, de casi dos años, los llevó por   Francia, Inglaterra y Flandes, y concluyó con un  gran éxito: en enero de 1129, el papa permitió a   Hugo de Payns participar en el Concilio de Troyes.  En él, se fundó oficialmente la Orden del Temple. Poco después, la nueva Orden recibió un  apoyo crucial: el de Bernardo de Claraval,   un monje cisterciense que se convirtió en  una de las personas más influyentes en la   vida política y religiosa de la Europa del siglo  XII. Tan destacado fue su papel doctrinal que,   tras su muerte, la Iglesia católica lo declaró  santo. Pues bien, en torno a 1130, Bernardo de   Claraval escribió, a petición de Hugo de Payns, un  texto titulado 'Liber ad milites templi de laude   novae militiae', que podríamos traducir del latín  como 'Libro para los caballeros templarios sobre   los elogios a la nueva milicia'. En él, el monje  incluyó un pasaje en el que explicaba por qué los   Templarios, siendo monjes, tenían derecho a matar  a un ser humano. Dice así: “El caballero de Cristo   da la muerte con total seguridad y la recibe con  mayor seguridad (...). Cuando mata a un criminal,   no es homicidio sino malicidio (...). La  muerte que da es beneficio de Jesucristo,   y la muerte que recibe es la suya”. Asimismo,  Bernardo de Claraval aprobaba la figura del   monje guerrero con las siguientes palabras: “No  es tan raro ver a hombres luchando contra un   enemigo físico sólo con la fuerza de su cuerpo  como para que me sorprenda; por otro lado,   hacer la guerra contra el vicio y el demonio  sólo con la fuerza del alma no es algo tan   extraordinario como digno de elogio, el mundo  está lleno de monjes que libran estas batallas.   Pero lo que, para mí, es tan admirable como  evidentemente raro es ver las dos cosas juntas”. Aquella alabanza de un teólogo tan destacado  enfervorizó a los templarios y les otorgó el   reconocimiento general de la sociedad. Esto, a  su vez, disparó el número de caballeros que se   unieron a sus filas, atraídos por la promesa  de recibir el perdón de todos sus pecados si   luchaban en una guerra santa o acceder al paraíso  si perecían en ella. Era una oferta tentadora   para quienes tenían fe y conocían el oficio  de las armas. Y para el campesino en general,   la perspectiva de contar con alojamiento y comida  garantizados también podían ser suficientes. Quienes ingresaban en la Orden del Temple lo  hacían de manera libre y voluntaria. ¿Os estáis   preguntando si vosotros habríais sido aceptados  como templarios? Vamos a ver cuáles eran los   requisitos que exigían. Solo aceptaban hombres  mayores de 18 años. Podías ser noble o campesino,   pero no siervo de nadie; aparte de eso,  no importaba el linaje ni el hecho de   ser pobre o rico. Eso sí, no podías tener  deudas. Además, era necesario poseer una   perfecta salud física y mental y no formar  parte de ninguna otra orden. Por supuesto,   te rechazaban si intentabas sobornar a  alguien para ingresar en los templarios y,   una vez dentro, si te pillaban diciendo  una mentira te expulsaban de inmediato. Como veis, los requisitos no eran demasiado  exigentes; les convenía que el reclutamiento   fuera lo más amplio posible para que la Orden  creciera. Eso sí, aunque podías ser templario   sin importar si eras noble o campesino, solo los  primeros podían ser caballeros templarios y lucir   la bata blanca, símbolo de pureza y castidad  corporal. Los campesinos que ingresaban eran   denominados hermanos sargentos y constituían el  grueso de las fuerzas de la Orden del Temple.   Se estima que en su periodo de mayor prominencia  no hubo más de 2.000 caballeros templarios, pero   encabezaban un ejército diez veces más numeroso,  compuesto por los sargentos, los reclutas de las   tierras vasallas del Temple y los mercenarios  que solían contratar –especialmente arqueros–;   por no hablar de un largo séquito de escuderos,  porteadores, artesanos, sirvientes y sacerdotes. En las décadas posteriores al Concilio  de Troyes, los sucesivos papas fueron   emitiendo bulas en las que los privilegios  de la Orden del Temple se expandían más y   más. Como solo respondían ante la autoridad  papal y contaban con sus propios sacerdotes,   además de poder construir sus propias iglesias  y recaudar donativos, los templarios tuvieron   frecuentes roces con los obispos y sacerdotes de  las localidades donde se asentaban. De igual modo,   no debían fidelidad a ningún rey y podían  construir fortalezas, lo que los convirtió,   en cierto modo, en un Estado independiente dentro  de cada Estado europeo, algo que nunca ha gustado   a los monarcas, quienes tradicionalmente  han optado por intentar deshacerse de   grupos demasiado independientes o difíciles  de controlar, como los judíos o los gitanos. Entonces, ¿por qué toleraban su existencia?  Principalmente, por dos razones: la primera   y fundamental era que la Orden del Temple contaba  con la protección papal. Y la segunda era porque   los templarios resultaban útiles, y no solo en  el plano militar, como fuerza de élite en las   Cruzadas o defensores de los reinos cristianos  del Levante mediterráneo. También sirvieron a los   reyes como banqueros en una época en la que aún no  existían los bancos. ¿Banqueros? ¿Pero no eran los   “Pobres Compañeros de Cristo”? Al principio tal  vez, pero de manera paralela al número de nuevos   reclutas y la fama de sus acciones militares  en Tierra Santa, no tardaron en crecer también   las donaciones y los legados testamentarios que  enriquecieron a la Orden del Temple con dinero y   todo tipo de bienes: desde comida y armas, hasta  caballos, tierras e incluso privilegios fiscales. Como es lógico, todas esas tierras y propiedades  donadas por simpatizantes y nuevos miembros   estaban muy dispersas, de modo que la Orden del  Temple, a fin de estructurar y racionalizar todo   aquel patrimonio, vendió muchos de los bienes  donados, intercambió algunas tierras por otras   de mayor valor estratégico para ellos y adquirió  propiedades que generaban ingresos, como viñedos,   molinos y granjas, además de iglesias e incluso  pueblos enteros. Como podéis apreciar en este   mapa, hacia el año 1300 las propiedades de los  Templarios eran muy numerosas. Además, como   muchos lugares gozaban de privilegios y exenciones  fiscales, su fortuna y poder no dejaban de crecer. El caso es que, como en aquella época aún no  existían las sucursales bancarias, si viajabas   de una ciudad a otra tenías que llevar contigo  desde el inicio todo el dinero para el viaje,   lo cual resultaba incómodo y, sobre todo,  peligroso. Quienes peregrinaban a Tierra Santa,   Roma o Santiago de Compostela lo sabían bien.  A falta de bancos y cajeros automáticos,   los templarios, que contaban con enclaves  repartidos por todas las rutas, hicieron   las veces de banqueros. El peregrino depositaba su  dinero o sus bienes en la sede que los templarios   tuvieran en su ciudad de origen, y el hermano  tesorero le entregaba una carta manuscrita y   marcada con el sello de los templarios en la  que se indicaba la suma depositada. Con ella   el peregrino podía retirar dinero en moneda  local de la casa templaria de la ciudad de   destino. Aquella ventaja que poseían para mover  el dinero pronto se extendió a otros clientes,   más allá de los peregrinos. Además, como la  fortuna de la Orden del Temple era considerable,   nobles, comerciantes e incluso reyes empezaron  a pedirles dinero prestado. Algunos monarcas   incluso entregaron a los templarios sus tesoros  reales para que los custodiaran. Uno de ellos fue   el rey francés Luis VII, quien lo hizo antes de  partir hacia la Segunda Cruzada. ¿Quiénes podían   ser más confiables para guardar tu riqueza que  unos monjes que habían hecho voto de pobreza, no   podían mentir y contaban con tanta fuerza militar  que nadie en su sano juicio osaría robarles? Hay que señalar que, al menos en teoría, el  objetivo de la Orden del Temple no era acumular   riquezas, sino financiar los costosos recursos  necesarios para combatir en Tierra Santa, lo que   incluía armas, caballos, provisiones, alojamientos  y barcos. Estos últimos resultaban muy prácticos   no solo para transportar hombres y armas  hacia Tierra Santa, sino también para mantener   conexiones comerciales por toda Europa. Pero los  templarios, además de contratar los servicios de   buques mercantes, también ordenaban construir sus  propios barcos. Y como por toda Europa y por todo   el Mediterráneo contaban con comandancias  en numerosos puertos o cerca de ellos, con   frecuencia se ahorraban los impuestos a los que  estuvieran sometidas las mercancías desembarcadas. Los templarios dedicaban al menos un tercio  de todos sus ingresos a la defensa de Tierra   Santa. Esto era crucial, por supuesto: recibían  cuantiosas donaciones precisamente por su labor   militar allí. Si descuidaban su misión principal,  perderían su razón de ser y los apoyos que les   habían permitido hacerse tan poderosos. 



Primer  Anterior  2 a 5 de 5  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: Kadyr Enviado: 10/10/2024 22:43

 De modo que protegían a los peregrinos,   defendían los pequeños reinos cristianos  de Levante y participaban en las Cruzadas,   defendiendo de manera estrecha a los soberanos  occidentales. Durante la Segunda Cruzada,   por ejemplo, se granjearon el agradecimiento del  rey de Francia, Luis VII, al acudir en su ayuda   con éxito cuando fue atacado en las montañas de  Asia Menor en 1147. Cuatro décadas más tarde,   ya durante la Tercera Cruzada, los templarios   ocuparon la vanguardia del ejército del  monarca inglés Ricardo Corazón de León. En 1177, durante la batalla de Montgisard,  en la que el joven rey de Jerusalén Balduino   IV –que sufría lepra y a quien ya dedicamos  otro vídeo– derrotó al ejército de Saladino,   participaron 80 caballeros templarios,  tras llegar desde Gaza a marchas forzadas. Pero no todo fueron éxitos. También sufrieron  sonoras derrotas, como el asalto contra Ascalón   del 16 de agosto de 1153, en el que más de  40 templarios, dirigidos por el Gran Maestre   Bernardo de Tramelay, perdieron la vida  tras lanzarse al ataque en solitario sin   avisar al rey de Jerusalén, Balduino III  –según las malas lenguas, para apropiarse   de los tesoros de la ciudad–. Sus cuerpos,  decapitados, fueron colgados de las murallas. En julio del año 1187, tras la aplastante  victoria de Saladino sobre los francos en   la batalla de los Cuernos de Hattin, el sultán  de Egipto y Siria, quien sentía una especial   aversión por los templarios, hizo decapitar a  todos los que habían tomado como prisioneros,   cerca de 230. Solo dejó vivo a uno,  el Gran Maestre Gérard de Ridefort,   ya que sabían que tan pronto como un gran maestre  moría, era inmediatamente reemplazado por otro,   y preferían mantener al líder  de los templarios en su poder. Cuando un sangriento siglo más tarde, en 1291,  los mamelucos capturaron San Juan de Acre y   pusieron fin a la presencia de los europeos  en Tierra Santa, los templarios establecieron   su comandancia principal en Chipre e intentaron,  desde allí, reconquistar alguna cabeza de puente   que les permitiera pelear de nuevo por el  control de los Santos Lugares. Fue en vano. Habían perdido Tierra Santa y, con ella, la razón  misma de su existencia como orden. Derrotados, los   templarios regresaron a sus monasterios de Europa  occidental. Allí, la percepción sobre ellos había   cambiado de manera radical: los veían como señores  orgullosos y codiciosos que llevaban una vida   desordenada. Y no les faltaban razones para opinar  así. Algunos caballeros templarios vivían en un   lujo ostentoso a pesar de su voto de pobreza.  La Orden seguía siendo tremendamente rica, y ya   no tenían un fin al que destinar los beneficios  que seguían fluyendo. Y además podían reunir un   temible ejército de 15.000 efectivos, encabezado  por 1.500 caballeros con amplia experiencia en   combate. Una fuerza militar que solo respondía  ante el papa y que incomodaba mucho al rey de   Francia Felipe IV el Hermoso –a quien no hay que  confundir con aquel otro Felipe el Hermoso, esposo   de Juana I de Castilla, popularmente conocida  como Juana la Loca–. La destacada presencia   del Temple en Francia limitaba en gran medida  el poder del rey sobre su propio territorio.   Algunos historiadores creen que, además, Felipe IV  estaba fuertemente endeudado con los templarios,   pero eso no está del todo claro, si bien es cierto  que Francia sufría una grave crisis económica y a   las arcas reales no les habría venido mal incautar  las extensas propiedades de la Orden del Temple. El caso es que Felipe IV quería acabar con los  templarios, pero ¿cómo hacerlo? La solución se la   ofreció un hombre llamado Esquieu de Floyran,  quien había pasado un tiempo encarcelado,   acusado de asesinato. En prisión, Floyran  compartió celda con un miembro de la Orden   del Temple condenado a muerte que, según él,  le confesó que los templarios llevaban a cabo   ritos secretos en los que se negaba a Cristo,  se pisaba la cruz y se practicaba la sodomía. Esquieu le había ido con aquella historia al rey  de Aragón, Jaime II, pero este, probablemente sin   creerle, le prometió que le daría una gran suma  de dinero si lograba demostrar que aquello era   cierto. De modo que Floyran se marchó a la corte  francesa para ver si allí eran más receptivos. Y   lo fueron. El jurista Guillermo de Nogaret,  uno de los principales consejeros del rey,   sabía que este deseaba encontrar alguna excusa  para deshacerse de los templarios, así que informó   al monarca de aquella historia y, posteriormente,  pagó a Floyran para que difundiera aquellos   rumores. Felipe IV escribió al papa, Clemente  V, que era francés, para ponerle al corriente   del asunto. Si quería atacar a los templarios,  necesitaba el beneplácito del sumo pontífice. El papel que jugó Clemente V en la suerte que  corrieron los templarios sigue siendo objeto de   debate. Por entonces, el Gran Maestre de la Orden  del Temple era Jacques de Molay, quien había sido   elegido en Chipre en 1293, tras la pérdida de San  Juan de Acre. Algunos historiadores sostienen que   el papa quería preparar una nueva cruzada para  reconquistar Tierra Santa y, a tal fin, pretendía   fusionar las dos órdenes militares más poderosas:  la del Temple y la de los Hermanos Hospitalarios.   Supuestamente, Jacques de Molay se opuso a  ello, lo que le granjeó la enemistad papal.   Tal vez por ello Clemente V no se opuso a las  actuaciones del rey francés contra los templarios. Jacques de Molay, conocedor de que Felipe IV  estaba reuniendo pruebas en contra de la Orden   del Temple, solicitó al papa que iniciara una  investigación pontificia para aclarar y atajar   tanto la investigación francesa como los rumores  negativos que circulaban cada vez con mayor   fuerza entre la población. Clemente V se  la concedió a finales de agosto de 1307,   pero el monarca francés no esperó a  los resultados de esa investigación y   ordenó la detención de los templarios,  que fueron arrestados de manera masiva   el viernes 13 de octubre de 1307.  Todos sus bienes fueron incautados. La operación se realizó de manera  coordinada por todo el país,   a fin de que los templarios no  tuvieran tiempo de agruparse,   alertados por la detención de algunos de sus  compañeros, y ofrecieran resistencia armada. Como la Orden del Temple no estaba sujeta  a la justicia secular, Felipe IV le pidió a   su confesor, el dominico Guillermo de París,  quien además era Gran Inquisidor de Francia,   que llevara a cabo el interrogatorio de  los 138 caballeros templarios detenidos   en París. Podemos hacernos una idea de  cómo fueron aquellos interrogatorios a   partir del dato de que 38 de los interrogados  fallecieron. El resto, a excepción de tres,   confesaron todo tipo de crímenes, sobre  todo relacionados con herejía e idolatría,   como que adoraban a un gato, a una calavera y  a un ídolo de origen incierto llamado Baphomet. La suerte de los templarios estaba sellada, y el  papa, tal vez para intentar salvar la Orden del   Temple en sí misma, decidió hacer una limpieza  de templarios a nivel internacional. El 22 de   noviembre de 1307, apenas un mes después de la  detención de los templarios en Francia, emitió   la bula 'Pastoralis praeeminentiae', dirigida a  todos los monarcas cristianos, a quienes ordenaba   el arresto de los caballeros templarios y la  incautación de sus bienes, que debían ser puestos   a nombre de la Iglesia. Aunque no todos los reyes  obedecieron de inmediato –en especial Eduardo II   de Inglaterra, donde los templarios eran muy  influyentes–, al final acabaron obedeciendo. A juzgar por el conocido como Pergamino de  Chinon, un documento publicado en el siglo XVII   que contiene una absolución impartida en secreto  por el papa Clemente V a Jacques de Molay y los   demás jefes de la orden, el pontífice no creía  que las acusaciones de herejía e idolatría fueran   ciertas, si bien había confirmado por diversas  fuentes que su conducta había ido degenerando,   de ahí que pretendiera fusionar la Orden  del Temple con la de los Hospitalarios. Pero la posición del papa era de temor frente  al agresivo rey francés. Para comprender esto,   hay que mencionar que pocos años antes, en 1303,  Felipe IV el Hermoso había mantenido una enconada   disputa con el papa Bonifacio VIII, quien se  disponía a excomulgar al monarca. Pero antes   de que tuviera ocasión de hacerlo, 


Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: Kadyr Enviado: 10/10/2024 22:44

Felipe IV  envió a su fiel Guillermo de Nogaret al mando   de un contingente armado para apresar al papa,  cosa que hizo en la localidad italiana de Anagni,   de donde era originaria la familia de Bonifacio.  En el ataque perecieron varios sirvientes del   pontífice, quien finalmente fue liberado gracias  a la reacción de los habitantes de Anagni,   que se alzaron contra los franceses y los hicieron  huir. El papa fallecería en Roma tan solo un mes   después, según algunas fuentes a causa de la  conmoción moral que le supuso aquel ultraje. En resumen, Clemente V sabía que Felipe IV,  más que el Hermoso, debía ser apodado como   el Peligroso. No le iba a temblar el pulso a la  hora de emplear la fuerza contra el papa si se le   oponía frontalmente. Cuando se celebró el Concilio  de Viena, en el que la Iglesia iba a decidir,   entre otros puntos, cuál sería el destino  de la Orden de los Templarios, el monarca   francés se presentó allí con hombres armados para  presionar al papa, y este, solo dos días después,   el 22 de marzo de 1312, emitió la bula 'Vox in  excelso', que ordenaba la disolución definitiva   de la Orden. Si alguien trataba de volver a  instaurarla, sería automáticamente excomulgado.   En otra bula posterior, el papa decretó que  los bienes de la Orden de los Templarios fueran   entregados a los Hospitalarios de la Orden  de San Juan de Jerusalén. Felipe el Hermoso,   por su parte, se quedó con los tesoros que  encontró en la torre del Temple de París,   si bien la gran mayoría pertenecían  de hecho al tesoro real francés. ¿Y qué fue de los templarios apresados? Los que  fueron declarados inocentes o habían confesado   fueron liberados, y el papa les asignó una  anualidad para su mantenimiento. En cambio,   aquellos declarados culpables y  que no habían confesado y quienes   sí lo habían hecho pero luego se habían  retractado fueron quemados en la hoguera. En cuanto al Gran Maestre Jacques de Molay, el  18 de marzo de 1314, por orden de Felipe IV,   él y Godofredo de Charnay, preceptor de Normandía  de la Orden del Temple, fueron conducidos a la   Isla de los Judíos –desde entonces conocida  como Isla de los Templarios–, en el río Sena,   cerca de la catedral de Notre-Dame. Allí, ambos  fueron quemados en la hoguera. Pidieron hacerlo   con la cara hacia la catedral, para rezar.  Un monje que estuvo presente en la ejecución,   Guillaume de Nangis, escribió: “Los vimos  tan decididos a sufrir la tortura del fuego,   con tal voluntad, que despertaron admiración  entre todos los que presenciaron su muerte…” . Otro testigo ocular, el clérigo Godofredo de  París, relató en su obra 'Crónica métrica'   las últimas palabras del Gran Maestre de la Orden:  “Dios sabe quién está equivocado, quién ha pecado.   ¡Ay, pronto vendrán los que nos condenaron  injustamente! ¡Dios vengará nuestra muerte!”. Aquellas palabras dieron pie, siglos más tarde,  a que se difundiera la leyenda de que Jacques de   Molay había gritado una maldición mucho más  rebuscada: “¡Todos seréis malditos hasta la   decimotercera generación!”. No hay registros de la  época que respalden la creencia de que dijera eso,   pero la leyenda de la maldición  de los templarios se apoya en que,   tan solo un mes después de la ejecución de  Jacques de Molay, falleció el papa Clemente V,   probablemente de cáncer intestinal. Guillermo  de Nogaret, el consejero real que inició el   proceso contra los templarios, había muerto ya  un año antes de la ejecución del Gran Maestre,   pero el monarca, Felipe IV el Hermoso, murió  el 29 de noviembre de 1314, es decir, ocho   meses después del ajusticiamiento, tras caerse  del caballo durante una cacería. A su muerte,   sus tres hijos varones llegaron a reinar en  Francia, pero es que todos murieron muy jóvenes. Existe la leyenda de que el 12 de octubre de 1307,  el día anterior a aquel viernes 13 en que todos   los templarios de Francia fueron detenidos, una  flota de 13 barcos templarios zarpó del puerto de   La Rochelle, en la costa atlántica francesa, con  rumbo desconocido y las bodegas repletas de oro,   plata y piedras preciosas. ¿Cuál fue su  destino? ¿Tal vez la península ibérica?   ¿Inglaterra? ¿Escocia? ¿O atravesaron el Atlántico  para refugiarse en un lugar secreto que solo ellos   conocían, es decir, América? Esta última  hipótesis se une a la que, para algunos,   explicaría el gran poder económico de la  Orden del Temple. Tal vez los templarios   llevasen décadas e incluso siglos explotando  las minas de plata y oro de América. ¿Por qué   no? Quizá fuesen ellos los blancos con  barba que los pueblos nativos parecían   haber visto ya con anterioridad a la llegada de  Colón. Además, eso explicaría la aparición de   algunas piedras y objetos marcados con cruces  templarias en diversas localidades del Nuevo   Mundo. Explicado así, todo parece encajar;  pero no hay evidencias que lo respalden. Por ejemplo, no se han hallado registros  históricos acerca de que realmente partiera   una flota templaria aquel día desde La Rochelle.  Lo único que sustenta esa leyenda son datos   sueltos que permitieron a algunos investigadores y  novelistas del siglo XX conjeturarla. Por un lado,   es cierto que no existe constancia de que se  capturaran o destruyeran los barcos templarios   –que, como ya hemos comentado, no eran pocos–. Por  otra parte, también es cierto que La Rochelle era   un puerto controlado por el Temple, y uno de los  más importantes. Y aunque tampoco hay evidencias   de que embarcaran ningún tesoro, si diésemos por  buena la hipótesis de la existencia de aquella   flota de escape –y teniendo en cuenta que el  poderío económico de los templarios sí era real–,   sería lógico que intentaran llevar consigo  todas las riquezas posibles para que no   fueran confiscadas por el monarca de un país  al que probablemente no podrían regresar jamás. Ahora bien, el origen de la riqueza templaria,  como ya hemos explicado, procedía de las   donaciones y de los beneficios que obtenían por  sus actividades bancarias, como reinvertir las   riquezas que nobles y comerciantes les entregaban  en depósito. No necesitaban traer oro de América,   algo que, por otro lado, no habría sido tan  sencillo. Hay que tener en cuenta que la Orden   del Temple inició sus actividades en torno  al año 1120 y fue disuelta en 1312. Es decir,   que incluso imaginando que hubiesen conocido  la existencia de América desde el principio,   habrían explorado el Nuevo Mundo, y hallado  y explotado las minas en menos de dos siglos,   una tarea colosal que habría requerido no solo de  muchos recursos –que supuestamente aún no tenían,   si es que su riqueza se debió precisamente  al oro y la plata americanos–, sino también   un gran número de personas implicadas, muchas  más de los pocos miles de miembros que alcanzaron   en su apogeo. Por no hablar de lo complicado que  habría resultado mantener en secreto una operación   de esa magnitud. Los templarios no siempre lo eran  de por vida: muchos renunciaban o eran expulsados   por sus pecados. ¿Cuánto habría tardado uno de  aquellos renegados en acudir a la corte del rey   más cercano para contarle que existía una tierra  llena de tesoros a cambio de una recompensa? Por cierto, ¿os acordáis de Esquieu de Floyran,  aquel que había intentado venderle al rey de   Aragón, Jaime II, el chismorreo acerca de los  ritos secretos de los templarios? El monarca   aragonés le había prometido que, si encontraba  pruebas de aquella acusación, le pagaría bien.   Pues resulta que después de que los templarios  franceses fueran detenidos y procesados,   Floyran escribió al rey para pedirle que  cumpliera su compromiso y le pagara lo   prometido. “Que quede manifiesto a Su Real  Majestad –le decía Floyran a Jaime II en   su carta– que soy el hombre que reveló  los hechos relativos a los Templarios   al Señor Rey de Francia”. ¿Le pagó? No  lo sabemos, pero apostaríamos a que no. Quienes defienden que los templarios llegaron  a América se basan de manera habitual en el   hallazgo de lápidas y objetos marcados con cruces  templarias. Pero la cruz templaria se confunde con   frecuencia con otras parecidas y, debido a eso, se  dice que hay símbolos templarios por todas partes.   La cruz de la Orden del Temple era la cruz patada  o cruz pátea, esta que os estamos mostrando. Es   una cruz sencilla con el rasgo distintivo de  que sus brazos se estrechan al llegar al centro   y se ensanchan en los extremos, lo que les da el  aspecto de patas, de ahí su nombre. Fue el papa   Eugenio III, en el año 1147, quien concedió a los  templarios el derecho a llevar permanentemente esa   cruz, que simbolizaba el martirio de Cristo,  y era de color rojo por la sangre de Cristo   vertida. Normalmente la llevaban en su manto  sobre el hombro izquierdo, encima del corazón. Posteriormente, esa misma  cruz, pero de color negro,   fue empleada por los caballeros de la Orden  Teutónica, de quienes la tomarían los prusianos   y ya a finales del siglo XIX se convirtió en  un símbolo del Imperio alemán y su ejército,   que siguió usándola hasta el final  de la Segunda Guerra Mundial. En las obras artísticas donde se representa la  llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo se suele   dibujar la cruz templaria en las velas de sus tres  carabelas, lo que ha alimentado diversas hipótesis   que vinculan a Colón con los templarios, como si  el marino hubiese decidido colocar aquel símbolo   en sus velas a modo de tarjeta de visita, para que  los nativos de América los acogieran con simpatía,   ya que llevarían siglos tratando  con los templarios... Por cierto,   algunos estaréis a punto de dejarnos un comentario  acerca de que no eran tres carabelas, sino dos,   porque la Santa María era una nao, pero no está  nada claro ese punto y existe mucho debate aún   entre los historiadores. En el 'Diario de a bordo'  de Colón, compilado por Bartolomé de las Casas,   se habla de tres carabelas y, aunque la  Santa María era la mayor de las tres y en   ocasiones Colón se refiere a ella como la nao  capitana, es posible que solo estuviera usando   la palabra 'nao' como sinónimo de navío, y no  para referirse a una embarcación parecida a la   carraca, de vela redonda y alto bordo que se  empleaba para transportar grandes mercancías. Tras la abolición de la Orden del Temple, los  templarios de la Península ibérica se unieron   a otras órdenes ya existentes, como la Orden de  Calatrava, fundada en Castilla en el siglo XII,   o se reconvirtieron en nuevas  agrupaciones, como la Orden de   Montesa –en Aragón– o la  Orden de Cristo, en Portugal. Esta última fue establecida en 1318, apenas seis  años después de que el papa Clemente V disolviera   la Orden del Temple. ¿Recordáis que el papa  había ordenado que los bienes de los templarios   pasaran a manos de los Hospitalarios? Pues en la  península ibérica no fue así. El rey de Portugal,   Dionisio I, asignó todas las propiedades  y los privilegios de los templarios a la   nueva Orden de Cristo, que a cambio mantuvo  siempre una fiel subordinación a la corona,   la cual escogía, por ejemplo, quiénes serían  sus grandes maestres. Además, los caballeros   de Cristo debían hacer voto de obediencia al  rey de Portugal, algo que nunca hicieron los   templarios, quienes siempre se mantuvieron  independientes de los poderes seculares. A principios del siglo XV, el infante don  Enrique, más conocido como Enrique el Navegante,   fue nombrado Gran Maestre de la Orden de Cristo,  y decidió destinar las ganancias de la Orden a   la exploración marítima. Por ese motivo, las  velas de los barcos portugueses que exploraban   los mares estaban adornadas con la cruz de  la Orden de Cristo. Los famosos navegantes   Vasco de Gama y Fernando de Magallanes, por  ejemplo, también eran caballeros de la Orden. En 1551, cuando el creciente poder de la  Orden comenzó a intranquilizar a la corona,   esta decidió que el título de Gran Maestre  recayera siempre en el rey de Portugal,   y la Orden de Cristo, que  sería secularizada en 1780,   acabó convirtiéndose en una orden honorífica,  la mayor distinción del reino de Portugal. Por todo esto es común encontrar la  cruz de la Orden de Cristo en Brasil,   como símbolo en las banderas y  escudos de numerosas localidades,   asociaciones y equipos deportivos, ya sea en su  versión original o con un diseño más estilizado. Volviendo a Cristóbal Colón, ¿era la cruz  templaria la que estaba pintada en las velas   de sus carabelas? En realidad no sabemos  ni siquiera si tenían cruz alguna. Y es   que se desconoce casi todo sobre el aspecto que  presentaban aquellos barcos. No hay ningún cuadro   contemporáneo de las carabelas de Colón. Entonces,  ¿por qué las carabelas aparecen con grandes cruces   rojas en las velas? Es probable que algunos de  los primeros artistas que abordaron el tema,   a la hora de afrontar el reto de pintar tres  carabelas, tomasen como modelo representaciones   antiguas de carabelas, pero quienes más  usaban ese tipo de embarcación eran los   portugueses. Y esos, como hemos explicado,  sí lucían grandes cruces en las velas,   pero se trataba de la cruz de la Orden de  Cristo, no la de los templarios. En resumen,   no existe una vinculación directa demostrada  entre Cristobal Colón y los templarios. Ahora bien, ¿qué hay de los barcos templarios? Si  poseían una gran flota y no hay constancia de que   sus barcos fuesen apresados ni destruidos  en Francia ni en ningún otro país europeo,   ¿adónde fueron a parar? Aparte de la hipótesis de  que pusieran rumbo a América, otras más factibles   apuntan a que escaparon de manera clandestina a  territorios más seguros para los templarios, como   Inglaterra o Escocia; o a Portugal, donde pudieron  ser reconvertidos en naves de la Orden de Cristo. Pero hay otra teoría más interesante  aunque carente de base histórica:   la de que la flota de la Orden del Temple  alzó la bandera pirata y se convirtió   en una fuerza naval que buscaba venganza  contra los barcos papales y de los países   que apoyaron el arresto de los templarios.  Según esta hipótesis, la bandera pirata que   todos conocemos no sería sino una variación de la  cruz templaria, en la que los palos de la cruz se   convirtieron en las famosas tibias cruzadas. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la historia de los caballeros templarios? ¿Creéis que llegaron a  América?

Alcoseri 

 


Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: Kadyr Enviado: 10/10/2024 23:01

Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: Kadyr Enviado: 10/10/2024 23:02


Primer  Anterior  2 a 5 de 5  Siguiente   Último  
Tema anterior  Tema siguiente
 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados