-¿Cómo se ha atrevido á esperar semejante favor?
-Porque nació libre y es de buenas costumbres.
-¿Quién responde por él? Pregunto el primer celador
- Yo que son su conductor , respondió el Terrible
-Siendo así, que pase; dijo al fin el primer celador, to- mando la mano derecha de Mauricio, y sumergiéndola por tres veces en un vaso lleno de agua.
-Profano, repitió el venerable; ¿estais dispuesto á empren- der un tercer viaje?
-Si, sefñor.
Las tres vueltas que el hermano terrible obligó á dar de nue- vo á Mauricio, se verificaron en medio del mas profundo silencio. 20
Despues de la tercera vuelta, el hermano terrible condujo al candidato al estrado, á la derecha del venerable. Allí Mauri- cio dió en el hombro de esto tres palmadas, exactamente como lo habia hecho con los dos celadores.
-¿Quién es?-preguntó el venerable.
-Es, respondió el hermano terrible, un profano que solici- ta el favor de ser recibido mason.
-¿Cómo se ha atrevido á esperar semejante favor?
-Porque nació libre, y es de buenas costumbres.
-Pues que es así, que pase por las llamas purificadoras, á fin de que nada le quede de profano.
El hermano terrible tenia ya en la mano un instrumento de rara forma, que consistia en un tubo rematado por una lámpa- ra encendida con aguardiente; la azulosa llama flameaba en el centro de innumerables agujeros pequellos que se comunicaban con el tubo, y al descender Mauricio las gradas del estrado, so- pló el hermano terrible por tres veces en el tubo, y saliendo otras tantas por los, agujeros de que hablamos, nubes de polvo de licopodio que se inflamaban en la luz de la lámpara, Mauri- cio sintió el calor de las llamas en su rostro, y la fuerte luz que producian hirió sus ojos al traves de la venda.
-Profano, dijo el venerable, vuestros viajes han terminado felizmente; habeis sido purificado por la tierra, por el aire, por el agua y por el fuego. No hay palabras bastantes para elogiar vuestro valor; que no os abandone, sin embargo, porque teneis que sufrir aun algunas pruebas. La sociedad en la cual deseais ser admitido, podrá acaso exigiros que derrameis por ella has- ta la última gota de vuestra sangre. ¿Consentiriais en ello!
-Si, señor.
-Hermano cirujano, cumplid vuestro deber.
-Tenemos necesidad de convencernos de que esta no es uns vana protesta del momento. ¿Estais dispuesto á que se os abra la vena en este mismo instante?
Si , Señor contesto mauricio
Entonces, del grupo que formaban los hermanos que asistian á esta escena, se desprendieron dos hombres, uno de los cuales llevaba una jarra pequeña llena de agua tibia, y con un piton extraordinariamente estrecho; el que le acompañaba vendó el brazo de Mauricio y le picó en la sangradera con un palillo de dientes, al mismo tiempo que el del agua derramaba en el mis- mo sitio un poco de ella con mucho tiento para que nuestro héroe croyese que brotaba su sangre. Otro hermano tenia de- bajo del brazo de Mauricio una vasija adonde caia el agua que se derramaba de su brazo. Concluida la fingida sangría, el her- mano cirujano vendó de nuevo el brazo de Mauricio, y se le hi- zo colocar en un pañuelo que le ataron al cuello.
Luego, dirigiéndose & Mauricio, dijo el venerable:
-Todos los masones llevan en el pecho una marca misteriosa que sirve para reconocerlos; os considerariais dichoso si pudierais vos tambien mostrar esa marca ? No debo ocultarlos que se aplica con un hierro candente. ¿Quereis que se os imprima?
-Si, señor.
-Imprimidle el sello masónico, hermano terrible.
Este apagó entónces una vela de cera de que se habia pro- visto y aplicó, la parte superior de ella, caliente aun, al pecho de Mauricio.
-Profano, manifestad al hermano hospitalario cual es la ofrenda que teneis intencion de hacer para el alivio de los her- manos indigentes.
Mauricio dijo en voz baja algunas palabras al oido de un nuevo hermano que se habia colocado á su lado.
-Vais muy pronto, continuó el venerable, á recoger el fruto de vuestra firmeza en las pruebas, y de los sentimientos de com- pasion y generosidad, tan gratos al Grande Arquitecto del Uni- verso, que acabais de manifestar. Hermano maestro de ceremo- nias, llevad al candidato junto al primer celador, á fin de que este le enseñe a dar el primer paso en el ángulo de un cuadrilongo. Vos le enseñareis a dar los otros dos pasos, y le conduciréis al altar de los juramentos
Conforme a la órden dada por el venerable, el primer cela- dor y el maestro de ceremonias enseñaron sin gran trabajo á Mauricio una especie de paso de punta y talon, y el último le condujo ante la mesa del venerable, á la que éste daba el pom- poso título de altar de los juramentos. Allí le hizo arrodillar, y le apoyé en la tetilla izquierda las puntas del compás que tomó de encima de la mesa.
El venerable dió entónces un golpe con el mazo y dijo:
-En pié y al órden, hermanos mios! El neófito vá á pres tar el juramento terrible.
Todos los hermanos se levantaron, y tomaron cada uno su espada, que empuñaron como cuando los oficiales presentan las armas.
Mauricio repitió con voz firme las siguientes palabras que le fueron dictadas por el venerable:
-En presencia de Dios Todopoderoso, sobre la Biblia y de esta respetable asamblea, juro que jamas revelaré los secretos de la sociedad masónica, así como nada de lo que esta me comunique; no ha- blando de cualquier asunto de la misma sino con un legítimo y verdadero hermano reconocido y examinado como tal, y en una lógia constituida y aprobada como regular.
Juro igualmente no divulgar ja- mas estos secretos, ni ocasionar directa ni indirectamente su re- velacion por cualquier medio; y si en todo ó en parte contravi- niere de algun modo á este juramento, consiento en que mi ca- beza sea cortada, mi corazon y mis entrañas arrancados, en que mi cuerpo sea reducido completamente á cenizas, y estas espar- cidas por el viento.
Apénas habia acabado Mauricio de pronunciar estas palabras, el maestro de ceremonias le hizo levantar, y le condujo al centro de la lógia; todos los hermanos le rodearon y dirigieron hácia él sus espadas desnudas, de tal manera que parecia ser un centro de donde partian rayos resplandecientes. El maestro de ceremonias se colocó á su espalda y desató la venda que le cu- bria los ojos, aun que sin dejarla caer, y otro hermano fué á ocu- par un lugar al lado derecho de Mauricio, y á unas cuantas pul- gadas de distancia, llevando la lámpara que habia servido para la purificacion.
-Hermano primer celador, dijo el venerable, una vez que el valor y la perseverancia de este aspirante, le han hecho sa- lir victorioso de sus largas pruebas, ¿le juzgais digno de sor ad- mitido entre nosotros?
-Si, venerable.
-¿Qué pedís para Él?
-La luz.
-Seále concedida, dijo el venerable dando tres golpes con el mazo.
Al tercer golpe, el maestro de ceremonias quitó la venda á Mauricio, y en el mismo instante el hermano que tenia la lám- para sopló fuertemente, de manera que inflamándose el licopo- dio produjo una viva claridad, deslumbrando completamente á Mauricio, quien merced á la venda habia permanecido á oscu- ras largo rato.
-No temais, hermano mio, continuó el venerable; las es- padas que os amenazan no son fatales mas que á los perjuros. Si sois fiel á la masonería, como lo esperamos, estas espadas estarán siempre dispuestas á defenderos; pero si, por el contra- rio, llegaseis algun dia á serle traidor, ningun lugar de la tier- ra os ofreceria un refugio contra estas armas vengadoras.
Todos los hermanos bajaron la punta de sus espadas, y el venerable ordenó al maestro de ceremonias que condujera al nuevo hermano al altar. Llegado allí Mauricio, el maestro de ceremonias le hizo arrodillar, y poniéndole el venerable la pun- ta de la espada flamígera en la cabeza, le dijo: 24
-En nombre del Grande Arquitecto del Universo, y en vir- tud de los poderes que me han sido confiados, os creo y cons- tituyo aprendiz mason, y miembro de esta respetable lógia.
Dando despues tres golpes con el mazo en la hoja de la es- pada, levantó á Mauricio; le ciñó un mandil de piel blanca, em- blema del trabajo; le dió un par de guantes blancos, símbolo de la pureza de costumbres prescrita á los masones, y otros guan- tes para mujer, tambien blancos, para que los regalara á la que fuese de su mayor estimacion; le dijo algunas frases vacias de sentido á las que llamó misterios particulares del grado de aprendiz mason, y le mprimió tres besos fraternales.
El maestro de ceremonias condujo nuevamente á Mauricio al centro de la lógia, le proclamó en su nueva cualidad, y obe- deciendo á una órden del venerable, todos los hermanos aplau- dieron levantando las manos por tres veces y dejándolas caer otras tantas sobre sus mandiles.
Mauricio, despues de haberse puesto la ropa de que le des- pojó el hermano terrible en el cuarto negro, fué conducido por el maestro de ceremonias al extremo de una de las bancas que se hallaban á la derecha del venerable, y allí, un nuevo herma no, á quien el venerable dió el título de hermano orador, le di- rigió un larguísimo discurso de que hacemos gracia á nuestros lectores, suponiéndolos ansiosos de salir cuanto antes de la ló- gia, y de conocer la historia de un hombre que con constancia se habia prestado á ser instrumento pasivo en cere- monias tan originales como las que acabamos de presenciar.
Concluido el discurso del hermano orador, el venerable, diri- giéndose al primer celador, pronunció estas palabras:
-¿Qué edad teneis, hermano primer celador?
-Tres años, venerable.
-¿A qué hora acostumbran los masones cerrar sus traba jos?
-A las doce de la noche. 25
-¿Qué hora es?
-Son las doce, venerable.
-Pues que son las doce, y á esta hora debemos cerrar nues- tros trabajos, atended hermanos mios y prestadme vuestra ayuda.
Entonces dió tres golpes con el mazo, que fueron repetidos por los celadores, y volviéndose hacia el hermano que tenia mas cerca, le dijo una palabra al oído; este fué á decirla al primer celador, quien por medio de otro hermano la comunicó al segundo celador.
-Venerable, dijo este, todo es justo y perfecto.
-Pues que es así, en nombre del Grande Arquitecto del Universo declaro cerrada esta lógia. A mí, hermanos inios.
Todos los asistentes, & ejemplo del venerable, llevaron la ma- no á la empuñadura de la espada y en seguida al cuello, gri- tando en coro como al abrir los trabajos:
-¡Houzzé!
-Están cerrados los trabajos, dijo el venerable.-Podeis re- tiraros, hermanos mios.