
   
Sin miedo a los desafíos,
movidos por su esperanza,
por su fe, por su confianza,
intrépidos y bravíos,
recorren montes y ríos,
con espíritu valiente.

Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.

Traen cansancio del camino,
en la mirada el desierto;
su corazón late abierto
para albergar al divino
Soberano, peregrino
en este valle doliente.

Y la estrella se ha ocultado
entrando en Jerusalén,
la buscan y no la ven.
Temen haberse apartado
del sendero señalado
en un punto de Occidente.

Herodes exige, ansioso,
le presenten a los magos
y con mentiras y halagos
les dice está deseoso
de adorar al poderoso
y le informen prontamente.

La estrella se posa encima
del lugar donde está el Niño,
rodeado del cariño
de su madre, que le mima,
y el buen José no escatima
los cuidados dulcemente.


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