le otorgaste el honor de contemplarte,
de admirar tu belleza, de escucharte,
y el camino a la gloria en ti descubre.
Tú eres la Inmaculada Concepción,
así te definiste claramente,
limpia desde el principio hasta la muerte,
la excelsa criatura del Señor.
Rodeada de luz apareciste,
símbolo de la fe que alumbra el alma.
Es tu virginidad la que nos salva,
nos brinda la Verdad y nos redime.
Tu manto de blancura, de pureza,
delicado tejido inimitable,
llena de resplandores celestiales
tu inmaculada imagen, luz perfecta.
Una brillante rosa en cada pie,
cubre la desnudez de tus pisadas,
sello de la pobreza consagrada
y del aroma místico del Bien.
En tus divinas manos, el Rosario,
oración con la que respira el alma
y, por tu intercesión, logra las gracias
para ser más felices y más santos.
Has hecho que brotara un manantial
en la gruta, que es hoy tu santuario,
es agua portadora de milagros,
de eterna bendición, salud y paz.
Nos diste los mensajes de tu amor,
de Madre generosa y compasiva,
del dolor, que redime nuestra vida,
y nos eleva al Reino del Señor.
Bernadette ha sufrido su martirio,
corona de elegidos y de santos,
y su cuerpo incorrupto, acrisolado,
de la divina gracia es fiel testigo.