Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

VIDAS EN JESUCRISTO
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 GENERAL 
 EN QUIEN CREEMOS 
 DEJANOS TU DIRECCION AQUI 
 Faro de Luz 
 Estudios Biblicos 
 Oracion Los Unos Por Los Otros 
 BIBLIA 
 Concordancia Biblica 
 Biblia Libro por Libro » 
 Libros en Digitales 
 Buscadores de DIOS 
 Presentaciones Power Point 
 Mujer y Familia 
 Charles Spurgeon 
 Musica 
  
 
 
  Herramientas
 
General: El Anillo de la FE (Un Amor que puedes Compartir)
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: ** Genesis **  (Mensaje original) Enviado: 05/09/2010 16:35

 
 
 
 
 
 
 

    novios romántico 

 

 Fragmento del Libro Un Amor que Puedes Compartir

 
Max Lucado

CAPÍTULO  TRECE

 

El anillo de la fe

El amor todo lo cree.

1 Corintios 13.7

 

Jesús describió esto cuando contó la historia del hijo pródigo.

El relato involucra a un padre rico y un hijo voluntarioso. El chico reclama su herencia

prematuramente, se muda a Las Vegas y allí despilfarra el dinero en máquinas

tragamonedas y mujeres. Con la misma rapidez que dices «blackjack», el hijo estaba en la

ruina. Como es demasiado orgulloso para regresar a casa, consigue un trabajo limpiando

establos en el hipódromo. Cuando se sorprende probando el alimento de los caballos y

pensando con un poquito de sal no estaría nada mal, se da cuenta de ya es suficiente. Ya es

hora de regresar a casa. Al jardinero de su padre le va mejor que a él. Así que emprende el

viaje de regreso. Va ensayando su discurso de arrepentimiento en cada paso del camino.

Pero el padre veía las cosas desde otro punto de vista. «Cuando todavía estaba lejos, su

padre lo vio». El padre estaba buscando al chico, siempre alzando el cuello, esperando ver

aparecer al muchacho, y cuando eso sucedió, cuando el padre vio por el camino una figura

que le resultaba familiar, «tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y le besó».

Nosotros no esperamos una respuesta así. Esperamos a alguien con los brazos cruzados y aspecto furioso. Como mucho, un apretón de manos por compromiso. Seguro que una reprimenda. Pero el padre no hace nada de esto. En su lugar, le da regalos. «Sacad de

inmediato el mejor vestido y vestidle, y poned un anillo en su mano y calzado en sus pies.

Traed el ternero engordado y matadlo. Comamos y regocijémonos» (Lc 15.11–23). Vestido,

sandalias, ternero y… ¿viste? un anillo.

Antes de que el chico tenga tiempo de lavarse las manos, tiene un anillo en el dedo. En

la época de Cristo los anillos eran algo más que regalos, eran símbolos de soberanía

delegada. El portador del anillo podía hablar en nombre del dador. Se usaba para imprimir

un sello en cera blanda para validar las transacciones. El que llevaba el anillo hacía

negocios en nombre del que se lo había dado.

¿Habrías hecho lo mismo? ¿Le habrías dado al hijo pródigo el poder y los privilegios de

representarte en tus asuntos? ¿Le habrías confiado una tarjeta de crédito? ¿Le habrías dado

tu anillo?

Antes de que empieces a cuestionar la sabiduría del padre, recuerda que en esta historia

tú eres el hijo. Cuando llegaste a la casa de Dios se te dio autoridad para hacer negocios en

el nombre de tu Padre celestial.

Cuando dices la verdad, eres embajador de Dios.

Cuando manejas el dinero que Él te da, eres su administrador de empresas.

Cuando perdonas, eres su sacerdote.

Cuando promueves la sanidad del cuerpo o del alma, eres su médico.

Y cuando oras, te escucha como un padre escucha a su hijo. Tienes voz en la casa de

Dios. Él te ha puesto su anillo.

¡Lo único más asombroso que haberte dado el anillo es el hecho de no habértelo pedido

de vuelta! ¿Acaso no ha habido momentos en que ha tenido motivos para eso?

Cuando promoviste tu causa y olvidaste la de Él. Cuando mentiste. Cuando tomaste los

dones que te dio y los usaste para tu provecho. Cuando regresaste a Las Vegas y te

sedujeron las luces de neón, la suerte y las noches de fiesta. ¿No podría haberte quitado el

anillo? Por supuesto. ¿Lo hizo o no lo hizo? ¿Todavía tienes una Biblia? ¿Todavía se te

permite orar? ¿Todavía tienes algo de dinero para sobrevivir, o alguna habilidad que puedas

usar? Entonces me da la impresión de que Dios quiere que sigas llevando el anillo. Parece

que sigue creyendo en ti.

No se ha rendido contigo. No te ha dado la espalda. No se ha marchado. Podría haberlo

hecho. Otros lo habrían hecho, pero Él no. Dios cree en ti. Y te pregunto si tú no podrías

compartir con otros algo de esa fe que Él tiene en ti. ¿Puedes creer en alguien?

La fe es muy poderosa.

Jesús describió esto cuando contó la historia del hijo pródigo.

El relato involucra a un padre rico y un hijo voluntarioso. El chico reclama su herencia

prematuramente, se muda a Las Vegas y allí despilfarra el dinero en máquinas

tragamonedas y mujeres. Con la misma rapidez que dices «blackjack», el hijo estaba en la

ruina. Como es demasiado orgulloso para regresar a casa, consigue un trabajo limpiando

establos en el hipódromo. Cuando se sorprende probando el alimento de los caballos y

pensando con un poquito de sal no estaría nada mal, se da cuenta de ya es suficiente. Ya es

hora de regresar a casa. Al jardinero de su padre le va mejor que a él. Así que emprende el

viaje de regreso. Va ensayando su discurso de arrepentimiento en cada paso del camino.

Pero el padre veía las cosas desde otro punto de vista. «Cuando todavía estaba lejos, su

padre lo vio». El padre estaba buscando al chico, siempre alzando el cuello, esperando ver

aparecer al muchacho, y cuando eso sucedió, cuando el padre vio por el camino una figura

que le resultaba familiar, «tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y le besó».

Nosotros no esperamos una respuesta así. Esperamos a alguien con los brazos cruzados

y aspecto furioso. Como mucho, un apretón de manos por compromiso. Seguro que una

reprimenda. Pero el padre no hace nada de esto. En su lugar, le da regalos. «Sacad de

inmediato el mejor vestido y vestidle, y poned un anillo en su mano y calzado en sus pies.

Traed el ternero engordado y matadlo. Comamos y regocijémonos» (Lc 15.11–23). Vestido,

sandalias, ternero y… ¿viste? un anillo.

Antes de que el chico tenga tiempo de lavarse las manos, tiene un anillo en el dedo. En

la época de Cristo los anillos eran algo más que regalos, eran símbolos de soberanía

delegada. El portador del anillo podía hablar en nombre del dador. Se usaba para imprimir

un sello en cera blanda para validar las transacciones. El que llevaba el anillo hacía

negocios en nombre del que se lo había dado.

¿Habrías hecho lo mismo? ¿Le habrías dado al hijo pródigo el poder y los privilegios de

representarte en tus asuntos? ¿Le habrías confiado una tarjeta de crédito? ¿Le habrías dado

tu anillo?

Antes de que empieces a cuestionar la sabiduría del padre, recuerda que en esta historia

tú eres el hijo. Cuando llegaste a la casa de Dios se te dio autoridad para hacer negocios en

el nombre de tu Padre celestial.

Cuando dices la verdad, eres embajador de Dios.

Cuando manejas el dinero que Él te da, eres su administrador de empresas.

Cuando perdonas, eres su sacerdote.

Cuando promueves la sanidad del cuerpo o del alma, eres su médico.

Y cuando oras, te escucha como un padre escucha a su hijo. Tienes voz en la casa de

Dios. Él te ha puesto su anillo.

¡Lo único más asombroso que haberte dado el anillo es el hecho de no habértelo pedido

de vuelta! ¿Acaso no ha habido momentos en que ha tenido motivos para eso?

Cuando promoviste tu causa y olvidaste la de Él. Cuando mentiste. Cuando tomaste los

dones que te dio y los usaste para tu provecho. Cuando regresaste a Las Vegas y te

sedujeron las luces de neón, la suerte y las noches de fiesta. ¿No podría haberte quitado el

anillo? Por supuesto. ¿Lo hizo o no lo hizo? ¿Todavía tienes una Biblia? ¿Todavía se te

permite orar? ¿Todavía tienes algo de dinero para sobrevivir, o alguna habilidad que puedas

usar? Entonces me da la impresión de que Dios quiere que sigas llevando el anillo. Parece

que sigue creyendo en ti.

No se ha rendido contigo. No te ha dado la espalda. No se ha marchado. Podría haberlo

hecho. Otros lo habrían hecho, pero Él no. Dios cree en ti. Y te pregunto si tú no podrías

compartir con otros algo de esa fe que Él tiene en ti. ¿Puedes creer en alguien?

La fe es muy poderosa.

 

 http://www.gabitogrupos.com/VIDAS_EN_CRISTO/

 
 
 
 
 
 
 


Primer  Anterior  2 a 2 de 2  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cieloazul2 Enviado: 06/09/2010 20:36
 

    novios romántico

 

Nosotros no esperamos una respuesta así. Esperamos a alguien con los brazos cruzados y aspecto furioso. Como mucho, un apretón de manos por compromiso. Seguro que una reprimenda. Pero el padre no hace nada de esto. En su lugar, le da regalos.

 
Hermoso..... gracias hermanita.


 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados