“NO TEMÁIS LO QUE ELLOS TEMEN”
Fuzier P. - (Messager Évangélique, 1957)
Isaías 8:12; 1.ª Pedro 3:14 N.T.I. Gr./Esp)
Quizás el año que pasó se caracterizó, más que otros, por grandes ejercicios espirituales y dolorosas pruebas. Pero, ¡que nuestras lágrimas no sean nuestro pan! Nunca es conveniente alimentarnos de nuestras tristezas. ¡Pensemos en todos los cuidados que hemos recibido del Señor! ¿No ha sido fiel a sus promesas? Su gracia, ¿no ha preparado anticipadamente el camino a cada uno de los suyos y los ha acompañado? ¡Qué preciosa solicitud de Su parte hemos experimentado en momentos difíciles! ¿Podríamos recordar todo esto sin sentir un profundo agradecimiento? Contemos los beneficios que Dios nos ha dado y que hemos recibido cotidianamente durante el año pasado y quedaremos maravillados al considerar todo lo que el Señor ha hecho y lo que ha sido para nosotros. Entonces, de nuestro corazón, subirá la alabanza a su nombre.
Pero también preguntémonos lo que nosotros hemos sido para Él. ¡Sin duda, no podremos hacerlo sino con real humillación! El camino que hemos recorrido ¿no está marcado por muchos tropiezos? ¡Cuántas inconsecuencias —y quizá hasta faltas graves— debemos confesar! Preguntémonos aún si hemos sabido gozar de todos los privilegios que recibimos, aprovechando cada ocasión para servir al Señor; si hemos aprendido algo más de Él, ya sea a través de la prueba o en la prosperidad, y si hemos adelantado algunos pasos en el campo espiritual que nos permite discernir mejor el carácter del mundo en el cual tenemos que caminar, según Juan 17:14-16, y el carácter tan serio de los tiempos que nos toca vivir. ¡Y cuántas preguntas más puede formularse cada uno de nosotros! ¡Bendito sea Dios que, a pesar de todo, “no ha hecho con nosotros conforme a nuestros pecados” (Salmo 103:10), y que día tras día nos ha socorrido, manifestando su poder en nuestra debilidad!
Ahora es necesario mirar hacia delante. ¿Qué nos depara ? Ninguno lo sabe, salvo Dios. Pero, ¿qué esperamos en este mundo? ¿Días de bienestar, una vida exenta de toda prueba y un cielo siempre sereno? Ciertamente que éste es el deseo de nuestro corazón, pero si esperamos eso experimentaremos penosas decepciones. Recordemos lo que el Señor dijo a sus discípulos, antes de dejarlos: “En el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33). Por otra parte, el carácter que reviste el tiempo actual es particularmente peligroso.
Quiera Dios que entre su pueblo se encuentren muchos creyentes semejantes a los doscientos principales de los hijos de Isacar, que eran “entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer” (1.º Crónicas 12:32). Tal discernimiento de los tiempos no servía, pues, para satisfacer cierta curiosidad, sino que tenía un objetivo práctico.
Estamos a punto de llegar. El Señor cumplirá su promesa: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Viene para arrebatarnos y encontrarnos con Él en el aire; luego ejercerá sus juicios sobre este mundo, antes de establecer su reino. Parece evidente que ya se están delineando, a grandes rasgos, ciertos eventos proféticos. Pero cuidémonos de considerar los eventos que se desarrollan actualmente o de estudiar su evolución, procurando hallar en ellos la confirmación de la palabra profética; seamos extremadamente prudentes en esto. No olvidemos que estamos en un período de los caminos de Dios, que ha sido llamado «el paréntesis de la Iglesia», período durante el cual los tiempos proféticos no son computados. Los eventos de la profecía volverán a tomar su curso después del arrebatamiento de los santos, el cual constituye el primer acto de la venida del Señor.
Por otra parte —y esto es un peligro que a menudo se subestima—, no ignoremos que el enemigo procura que fijemos nuestra atención en los acontecimientos y que nos detengamos a considerarlos más de la cuenta, a fin de impedir que miremos a lo alto. Al considerar el desarrollo de las circunstancias que seguirán al arrebatamiento de la Iglesia y que desembocarán en lo que se describe en 2.ª Pedro 3:10, no nos conviene responder meramente a lo que los hombres ignoran y quieren conocer ansiosamente, sino que más bien deberíamos retener y poner en práctica las exhortaciones del apóstol: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz (2.ª Pedro 3:11-14). Tal es el objetivo práctico en vista del cual se nos ha dado la profecía y el discernimiento de los tiempos.
No nos sorprende que los eventos actuales aterroricen a los hombres de este mundo. Aunque ellos traten de tranquilizarse afirmando, con mayor o menor convicción, que se encaminan a una era de progreso y de paz, no obstante, presienten que se avecinan días sombríos. A pesar de ello, sus más tenebrosos presentimientos están lejos de darles una idea de lo que será “la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra”, “hora” de la cual los creyentes seremos “guardados” porque, antes de que ella llegue, el Señor, fiel a su promesa, nos habrá arrebatado y llevado a las moradas celestiales (Apocalipsis 3:10-11). Teniendo tal esperanza, ¿podríamos asociarnos al mundo y a los temores que éste experimenta? “El temor de ellos no temáis, ni os turbéis, sino como a Señor a Cristo santificad en los corazones de vosotros” (1.ª Pedro 3:14 N.T.I. Gr/Esp). ¡Quiera Dios que estas palabras permanezcan fijas en nuestra mente a lo largo de los meses que siguen, si el Señor nos deja en este mundo hasta que finalice este año!
Las circunstancias que llenan de inquietud y de angustia a este mundo no deben quitar la paz del creyente; por el contrario, ellas le indican que la liberación está muy cerca. Cuando Israel abandonó Egipto e iba a cruzar el mar Rojo, la columna de nube era tinieblas para los egipcios mientras que “alumbraba a Israel de noche” (Éxodo 14:19-20). Cuando venga el Señor, sucederá algo similar: en el tiempo que transcurrirá después del arrebatamiento de los santos y que precederá a Su aparición en gloria, el terror de los hombres será una señal para el remanente piadoso que habrá de ser suscitado en esa época, una señal que les indicará que la liberación está cerca: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas.” Pero “cuando estas cosas comiencen a suceder” —se le dice al remanente fiel del fin— “erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”. “Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria” (Lucas 21:25-28). Él aparecerá para establecer su glorioso reino de justicia y de paz.
¡Que Dios no nos permita caer en el desaliento, y que nos guarde de todo temor y terror! ¡Que sostenga y fortalezca nuestra fe en medio de la prueba, y nos conceda la gracia de salir de ella enriquecidos! Y que nosotros, sin temer lo que los hombres temen, podamos santificar a Cristo como Señor en nuestro corazón!
DIOS LOS BENDIGA
SALUDOS FRATERNOS