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General: ¡FELICIDADES Y HERMOSOS DESEOS EN AÑO NUEVO!
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De: joseconde4  (Mensaje original) Enviado: 19/12/2007 22:17
¡FELICIDADES Y HERMOSOS DESEOS EN AÑO NUEVO!
Su abuelo le había regalado una caja de madera vistosamente trabajada. "Esta caja es mágica —le dijo, ya casi sin aliento—, no la abras hasta que sea Nochebuena, pero no cualquier Nochebuena, sino una que va a ser muy especial".

El anciano murió días después, y Martín, de tan sólo siete años, fue llevado a un hogar sustituto. Un día, cansado de oscuras iniquidades, agarró la caja del abuelo y se escapó. Ahora tenía nueve años y era un chico más de la calle. Vagabundeaba por la ciudad, recogía sobras de comida en los restaurantes y juntaba cartones y latitas para vender.

A la escuela llegó a ir muy poco, pero los consejos de su abuelo suplieron la educación que no tuvo: "Nunca robes, nunca te drogues, nunca ofendas al buen Dios con actos malos". Y era tal el respeto, la veneración, que sentía por el abuelo, que se había jurado no hacer jamás cosa alguna que aquél desaprobara. Pero la calle no paga nobleza: los otros chicos lo marginaron y debió vivir solitariamente.

Dormía bajo el puente de una autopista, en el reparo de un ángulo formado por dos anchas columnas de hormigón. Su única compañía era un perro de edad indefinida que se le unió el mismo día que saltó el paredón, como si lo hubiera estado esperando en esa vereda. Era un animalito cariñoso al que llamó Noche por su pelaje renegrido y por el rasgo siberiano de sus increíbles ojos celestes, dos luminarias de inteligencia que jugueteaban sobre esa tierna nocturnancia. No se apartaba de Martín, y más de una vez lo defendió de grandulones pendencieros a quienes enfrentó con gruñidos intimidantes.

En ese refugio secreto, Martín tenía una colchoneta mugrienta y un par de frazadas que debía acomodar para que sus agujeros no coincidieran. En las noches frías el perro se acurrucaba junto a él para proporcionarle calor. Varias cajas de embalaje cortaban el viento y hacían las veces de armario donde Martín acomodaba sus modestas pertenencias y las pocas ropitas que le daban algunas buenas personas. Debajo de todas esas cosas, cuidadosamente envuelta, conservaba la caja del abuelo, ilusionado siempre en que llegara el momento de abrirla.



La Navidad estaba próxima, y Martín lo sabía porque había visto los adornos en las vidrieras y escuchado los villancicos que difundían las disquerías del centro, pero no tenía la menor idea de cuándo era la Nochebuena.

La fiebre fuerte lo sorprendió durmiendo. Se despertó tiritando, agitado, con fuertes mareos y sequedad pegajosa en la boca. Hacía días que venía decaído, pero ahora se sentía tan enfermo que se convenció de que iba a morir.

"Si voy a morir, tengo que abrir la caja —pensó lúcidamente en medio del aturdimiento de la fiebre—. ¿Será hoy la Nochebuena? Sí, seguro, porque se oyen más petardos que las noches anteriores, y los autos que pasan por arriba van como más apurados".

Con esfuerzo se arrodilló, encendió un farol de querosén, desenvolvió la caja mágica y buscó bajo su remera la llave enhebrada en la correíta del crucifijo, mientras el piso le daba vueltas y la autopista ondulaba como una cinta de papel.

La caja gimió al abrirse y un suave olor achocolatado del tabaco del abuelo lo acarició dulcemente. Martín esperaba algo extraordinario, tal vez luces de colores y estrellas saltarinas, un mundo fantástico encerrado en una verdadera caja mágica. ¿Y qué encontró? Para su desencanto, tan sólo un pequeño muñeco tallado en madera, un hombrecito de rostro bonachón que tenía sus manos extendidas hacia él. Sus zapatones descansaban sobre un pedestal que ostentaba, escrito en relieve, un nombre raro que a Martín le costó deletrear: "Tallderín".

Desilusionado, levantó el muñeco y lo observó con desdeñosa curiosidad. Algún detalle impreciso en esa carita le recordaba algo, pero sintiéndose incapaz ya de pensar y de mantenerse erguido, apoyó a Tallderín en el suelo y se dejó caer sobre la colchoneta.

Los delirios de la fiebre lo vapulearon.

Ve a su abuelo, hábil tallista, esculpiendo santos y ángeles en madera; las velas siempre encendidas, el humo dulzón de la pipa que se mezcla con el aroma de los sahumerios; se contempla a sí mismo yendo despreocupado a la escuela, pero al regresar termina bajo el puente de la autopista. Se angustia porque no quiere volver a estar solo, pero enseguida aparecen el abuelo y su perro Noche. ¡Qué suerte, todo fue un mal sueño! Está otra vez acostado en su cuartito sin ventana, escuchando al abuelo que repuja sus imaginerías. Pero de pronto todo se pone lúgubre: ve una y otra vez al anciano agonizante que intenta hablarle, que se esfuerza por respirar una vez más para decirle algo, pero no puede, queda inmóvil y lo sigue mirando. Allí están los señores que fueron a llevárselo; los vecinos, que murmuran en la puerta de la casa. Ahora está en el Hogar adonde lo manda el juez… ¡Horrible lugar! Huye de esos juegos que no comprende pero que le causan temor y repugnancia. Las visiones se precipitan, se hacen aterradoras, insoportables.

Hasta que lo acuna la levedad, el piadoso aletargamiento.

* * *

Despertó en una habitación muy iluminada, en una cama alta con sábanas limpias y una almohada blandita y perfumada. Una señora de blanco lo miró sonriente y exclamó:

—¡Pero qué bien! Nos hemos despertado.

—¿Dónde estoy?

—Estás en un sanatorio. Estuviste muy enfermito, yo soy la doctora que te atendió. Un señor te encontró y te trajo aquí. Ya lo vas a conocer, él se hizo cargo de todo. ¿Cómo te llamás?

—Martín, señora, Martín Anzábal.

—Yo soy Clara —se presentó la médica, y le explicó que lo habían encontrado deshidratado y muy débil—. Ah, Martín, ahí está tu cajita. Estabas abrazado a ella cuando te trajeron.

Martín preguntó por el muñequito.

La doctora le contestó que no había visto ningún muñequito, y que la caja estaba cerrada con llave.
Martín se tocó el pecho y lo alivió sentir el contorno de la llave bajo el pijama. Quiso saber dónde estaba su perro Noche, pero nadie en el sanatorio había oído hablar del animalito, aunque, para tranquilizarlo, Clara le prometió que lo buscarían. Comió con avidez lo que le sirvieron y volvió a dormirse.

A la mañana siguiente, no bien hubo desayunado, llegó un hombre joven de aspecto muy agradable.

—Hola Martín.

—Hola… ¿quién es usted?

—Me llamo Diego. Soy la persona que te trajo aquí.

Martín lo miró con timidez.

—Gracias, señor, pero ¿cómo me encontró?

Diego acercó una silla.

—Mirá, es difícil de explicar, alguien me paró en la autopista, poco antes de llegar al puentecito, y me dijo que debajo había un chiquito muy enfermo. No me preguntes por qué me detuve en medio de la noche ni por qué accedí a lo que me pedía ese desconocido. No lo sé, pero ese hombre tenía una mirada tan… apacible, qué sé yo, sentí que podía confiar en él. Me llevó hasta donde vos estabas, me ayudó a cargarte en el auto, y después… simplemente desapareció.

Martín quedó pensativo. Luego preguntó:

—¿Era Nochebuena cuando me encontró?

—No, Martín, faltan cuatro días para Nochebuena. Si para entonces te ponés bien, estás invitado a mi casa.



Convaleciente, con ropa y zapatillas nuevas y el pelito corto, Martín fue llevado por Diego a su casa. Ya había conocido a Belén, la esposa de Diego, quien lo había visitado a diario y colmado de atenciones y afecto. No tenían hijos. La noche que rescató a Martín, Diego venía del Centro de fertilidad, afligido por traerle a Belén nuevamente malas noticias.

No es para asombrarse, entonces, que ese chiquito de la calle se ganara en pocos días el amor de aquellos dos corazones anhelosos de hijos soñados que no llegaban. Tampoco nos ha de llamar la atención que el matrimonio decidiera, para alegría indecible de Martín, llevarlo a casa como hijo adoptivo. Una sola cosa opacó el júbilo de Martín: Su mascota no pudo ser hallada.

Esa Nochebuena, ya instalado en una maravillosa habitación con televisión y computadora, Martín decidió abrir la caja del abuelo antes de bajar a celebrar con su nueva familia, porque esa sí era una Nochebuena especial, y lo que recordaba de lo sucedido bajo la autopista era tan confuso que tal vez solo había sido un sueño.

Cuando abrió la caja, la revelación fue sorprendente: ¡los ojos del enigmático hombrecito!, ese fue el detalle impreciso que no pudo descifrar bajo el puente. Y tras esa sorpresa, una intensa emoción. No recordaba cuándo había llorado por última vez, pero ahora las lágrimas se desquitaban. Y en medio de estremecidos sollozos apenas podía articular unas palabras salidas de su corazón: "Gracias, abuelo, gracias, abuelo".

Era nomás una figura tallada en madera con olor achocolatado lo que había en la caja. Y un nombre escrito en relieve que Martín recordaba muy bien y jamás olvidaría: "Tallderín".

Pero no se trataba de un hombrecito sino de un perro, un hermoso perro negro de ojos celestes y mirada apacible.

gloryz68
El niño Simón Bolívar

tocaba alegre tambor
en un patio de granados
que siempre estaban en flor.
Montó después a caballo.
Dicen que en potro veloz
por campos de San Mateo
era el jinete mejor.

Pero un día se hizo grande
el que fue niño Simón,
y a caballo siguió andando
sin fatiga el soñador.
De Angostura hasta Bolivia
fue guerrero y vencedor,
por el llano y por la sierra,
con la lluvia y con el sol.
A caballo anda en la historia
este niño don Simón,
como anduvo por América
cuando era el Libertador.


NAVIDAD

Si en tu corazón hay un poco más de amor,
es Navidad.
Si sabes perdonar al que te ofende,
es Navidad.
Si buscas a Dios de verdad,
es Navidad.
Si trabajas por la justicia entre los hombres,
es Navidad.
Si sabes sufrir con amor,
es Navidad.
campanitas.gif picture by anigobar

Si le das una mano al caído,
es Navidad.
Navidad es, en fin, cuando practicamoscualquierobrmisericordiosa,
secar una lágrima,
obsequiar una sonrisa,
calmar un dolor,
suavizar una pena,
ir por la vida sembrando flores sin espinas,
en una palabra:
campanitas.gif picture by anigobar
Navidad es amor, siempre amor.
Navidad es Dios, y Dios es amor
¡¡¡Que el Niño Jesús,
con su infinito amor y su bondad,
ilumine vuestro hogar, y lo colme
de dicha y bendiciones! !! ...
campanitas.gif picture by anigobar
Amor, Paz y mucha Felicidad,
son nuestros deseos para todos en estas
Fiestas de Navidad y Año Nuevo.


Faltan cinco pa las doce
ntoya
/06

NETOR ZAVARCE
Cancion de Navidad tipica www.viejasfotosactuales.org


La de Año Nuevo es la noche más noche del año, en ella todo termina y todo recomienza. Noche inmensa, interminable, total,
en que todo es al mismo tiempo alegría y seriedad. Es cuando se reúnen las personas que más significan unas para otras.
En esa noche no estar en el lugar indicado a la hora señalada es no existir. ¿A qué se debe?
El eterno retorno

Mito del eterno retorno dirán algunos, especialmente Karl Jung, que confiaba en la universalidad de lo que no es más que su particular y simplificada interpretación de los símbolos.
Me perdonan esta acotación técnica, pero es imprescindible y prometo volver al bonche al terminar este párrafo cargoso.
No hay símbolos unánimes,
no teniendo los signos propiedades intrínsecas, significan algo diverso cada vez y en cada paraje del mundo porque articulan humanidades distintas.
Así se habla. Hay sí estructuras fundamentales que disponen a la mente en parámetros básicos de posibilidad. Me parece
tesis más seria que ese Nintendo jungiano
con el que naceríamos, previamente cableado en el cerebro, como el Pecado Original, donde estaría ya vivida toda la vida simbólica del hombre.
La tesis jungiana explica todo facilito y, finalmente, por eso mismo, no explica nada. Una 'estructura fundamental' es distinta,
no se refiere a representaciones nacidas junto con el cerebro, sino a las condiciones de posibilidad de la mente
como fenómeno nouménico en el seno del universo,
casillero vacío donde colocamos la experiencia y el sentido de que ella va invistiendo los símbolos. Una de esas estructuras
es la idea de que todo se renueva
en ciertos puntos periódicos de la flecha del tiempo. No es pensable el universo como desorden azaroso.
La idea de que todo vuelve nos mitiga la ansiedad.
No es fácil soportar la idea del desorden sin sentido, sin principio ni fin. Es sedante creer que hay un punto
en el tiempo en que todo se reordena cíclicamente.
La eternidad es sedante y es inevitable, no podríamos habitarnos a nosotros mismos sin esa idea.
Y dejemos ya este cerebro para ocasiones solemnes y volvamos a la fiesta,
a la hybris, al exceso de la vida.

Así, en la comunión unánime de copas y cohetones, la gente renueva sus horizontes, «recarga las baterías del cariño».
O se desgarra cuando las reuniones se hacen o se juzgan imposibles. Es tiempo de reconciliaciones y rupturas,
de consolidar afectos, arraigar odios y llorar nostalgias. Cuando falten cinco pa las doce este 31 de diciembre
mi prima Delfina va a hacer más falta que nunca,
porque se fue del mundo hace unos días, en plena juventud.
Todos somos cursis

Difícil desuncir el afecto de lo cursi, ese estilo íntimo, cordial, sentimental, autocomplaciente del sentido.
Cursis somos todos cuando nos enamoramos,
cuando acunamos a un niño, cuando queremos a la mamá. No hay otro modo, que yo sepa.
Cuando no somos cursis es porque nos hacemos los locos,
cuando nos las damos de intelectuales, por ejemplo, esa afición sobresaltada que los tontos confunden con no querer a nadie.
Nadie se ha muerto de cursilería. Se ha vivido de ella, eso sí. Algunos la vuelven profesión, como los que recitan por radio
Las uvas del tiempo en esa hora fundamental. Son servicios públicos que han de estar allí, como las quincallas,
para cuando los necesitemos.
En la Noche Buena de Año Nuevo la cursilería se vuelve primera necesidad.
La felicidad es comunista

Es curioso, nosotros tan racistas, que llamamos indio al ignorante y que nombramos tan feo el apellido del negro,
especialmente mientras más nos sentimos indios y africanos, en ese momento cero e infinito de la vida,
nos congregamos a comer hallacas
y a bailar ritmos de cimiento africano. Entonces somos como debiéramos: indiferentes a las razas,
sin creer que nadie es mancha por simplemente ser.
Esa noche cardinal somos ecuménicos, porque la humanidad es más bonita y renueva sus promisiones.
Como no hay espacio para el odio,
se excluyen los privilegios y la gente sueña con abrazar mendigos, recoger muchachitos pobres y no importarle ser mestizo.
Esa noche Panchito Mandefuá cena con el Niño Jesús. Dentro de cada uno de nosotros las tres raíces funden sus cuerpos
como en el abrazo sexual.
Como el danzón, tan bonito que parece cooperación pacífica de dos culturas, como si en su raíz americana no hubiera habido tragedia y repugnancia.
La fealdad destila belleza, como Pegaso, el ser más bello de la imaginación, hijo de Medusa, tan fea que petrificaba del susto incluso a los héroes.
Esa noche América vive su utopía, pacíficamente, gozosamente. Con la alegría del regreso del hijo pródigo.

Todo vuelve a su lugar más bonito, aunque al día siguiente retornemos a las mezquindades rutinarias y violemos
la promesa de dejar el cigarrillo y las malas compañas.
El Año Nuevo es una fantasía, utopía instantánea en la que, como niños, jugamos a que nos queríamos.
«Yo y que era bueno y tú también
y todo el mundo y que era bueno y todos y que nos abrazábamos como cuando y que venga el comunismo».
«¡Sale y vale!», diría El Chavo del 8.
« Tout le monde il est bien, tout le monde il est gentil », dicen los franceses, violando deliciosamente su inclemente gramática:
'Todo el mundo es bueno,
todo el mundo es gentil'. Y entonces jugamos y al menos una vez al año mis semejantes se topan con esa
realidad inquietante que es la felicidad
y que hay quienes nos atrevemos a recorrer el resto del año, desafiándolo todo, porque es posible, porque es justo y necesario
y porque es el castigo más atroz para los que nos odian solo por no poder querer a nadie,
salvo en Año Nuevo y tal vez ni entonces.
ROBERTO HERNANDEZ MONTOYA.

La Hallaca:


¡ Que sean sabrosas y abundantes las hallacas de estas Navidades para todos !
Navidades sin hallacas son inconcebibles en Venezuela, y el venezolano que se halla en tierras lejanas sueña con sus
hallacas navideñas.
Al que está en peligro de muerte se le puede decir:
" Usted como que no va a comer hallacas este año".
Aunque puede ser plato de cualquier época, se considera ritual desde Noche Buena hasta Reyes,
como digno acompañante del Nacimiento.
Las hallacas son la obra maestra de la cocina criolla y el blasón de una cocinera o dueña de casa.
Se llevan a la mesa en forma de paquetes cuadrilongos
que rebasan el plato, envueltas en hojas de cambur ahumadas o soasadas y atadas con pabilo, cabulla o fibras vegetales,
y humeantes, porque se acaban de calentar
en agua hirviendo. Se cortan los hilos y se apartan las hojas, operación que las dueñas de casa prefieren hecer en la cocina,
para presentarlas en la mesa, desnudas
en todo su esplendor.















Aparecen así como unas empanadas rectangulares, de una masa amarillenta.
La cocinera prepara la masa de maíz pilado y finamente molido,
manteca levemente coloreada con onoto y ligero aliño de pimentón en polvo y papelón rayado.
Esa masa se cuece en agua ( se sancocha ), y nunca se hornea, lo cual la diferencia de la empanada . Se impregna con el sabor típico de las hojas en que ha estado envuelta, y con las que se ha hervido.

A traves de la forma entramos rapidamente en el contenido. consta de un guiso y un adorno.
El guiso es de carne picada de res, de cochino y de pollo y pavo; una serie de condimentos:
cebolla, ajo, ají, encurtido, pimentón y especias.
Hay quienes acostumbran rociarlo con vino, o hacerlo mas picante.
En los Andes se agregan garbanzos.

Ahora continuamos con el adorno: rodajas de cebolla, telitas de tocino,
tres o cuatro alcaparras, unas aceitunas, unas tiras de pimiento morrón,
en algunas regiones le agregan huevos en rodajas, papas,...

A todo esto agregaria un vaso de buen vino, que no va nada mal con la suculenta hallaca navideña.





Y ESTE EMISARIO DE LA COCA COLA,
SE TOSTO EN MARACAIBO Y ESTALLO.


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