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Poesia: A Ti!
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Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que lo dice todo en medio del silencio.
Esa mirada tuya, que eleva mi alma e inunda mi ser sin tocar aún mi piel.
Esa mirada tuya tan indescriptible que llena de amor a este libre corazón.
Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que me lleva a entender que aún estoy viva y siento.
Esa mirada tuya...
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Yo vi, joven señora, su bello cuerpo entre las piedras como una orquídea.
No había fuego entonces al servicio del hombre, ni dúctiles metales mostraban al asombro del primitivo ser sus formas.
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Andábamos descalzos como niños, desnudos como peces en el agua y corríamos libres como ágiles leopardos
Era el año dos mil o cuatro mil antes de Jesucristo. Las tribus combatían con pedernales, con piedras y cuchillos.
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Antes de ir al combate pinto estos signos en la pared antigua de una cálida cueva, junto a otros símbolos que mis antepasados en ocasiones similares escribieron.
Ignoro quién recogerá estas frases. Es posible que entonces no seamos, tú y yo, ni estática ceniza ni barro sumergido. Desde mi monarquía compartida, te recuerdo. Y si volvieras a nacer te prometo que siempre serías, como ahora lo eres, mi mujer y mi reina.
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En la mesa veo frutas, agua en los cántaros, peces con los ojos abiertos en las cuerdas del patio, el maíz calentándose en los cuartos.
El cazador soy yo, el cazador que sale en la noche a buscar el alimento diario, las hojas para el lecho, la fibra para el manto, la flor para tu pelo, la piel para el zapato.
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Hoy te traigo una flor selvática, una luna caída, un perfume barato, yo quiero que la pongas en tu pecho blanquísimo, en tu seno cubierto con cuero de venado.
Eso te traigo ahora, compañera mía, ojo para mi llanto. |
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Para ti las fúlgidas naranjas, la dura carne de las ciruelas, el azúcar mojado de la piña, la suavísima daga del plátano, la invicta blancura de la caña, el agua limpia del cocotero, el vello niño del durazno, la división de la guanábana, la aristocracia de la manzana y la tristeza de la guayaba.
Para ti todo eso con la mano que recoge en el monte la fruta, la deja en la mesa de cedro y la corta todas las mañanas.
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Niña invicta, te he visto ya en las onzas españolas
Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel, tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan, tu cabellera suave, tu corazón pequeño.
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Oye la campana del día apagando el luto de la noche mira la luz que silenciosamente nos cubre, mira el cielo: ese jardín sobre tu pecho; respira el aire quieto que el ruiseñor anuncia con su lanza, conduce tu desamor a un lago sepultado y háblame con tus labios excelsos.
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Llegué a sentir sobre las manos el agua efímera, el verano derribando sus torres, el abismo cerrando sus ventanas, el fruto abandonado, el mar abriéndose las venas, el fuego hundido, hasta que tú, niña mía, perfecta virgen repetida, me entregaste tu rostro.
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Veo de cerca la copa confusa de las aguas, busco tu claro nombre entre las rosas, tu dulzura en la esencia de los árboles, tu vigilia en el beso, tu olor en los duraznos, tu luz en el rocío y me doy cuenta sorprendido que todo me lo traes, niña mía, con tu mano sagrada. |
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Sobre mi pecho abatido por los golpes está tu estrella tibia, dolorosamente azul, diríase un cielo toda ella. No quiebra el agua su perfecta dulzura, su sencillez es transparente y tiene el uniforme brillo de la lluvia alta. Déjame este lucero, este cuerpo celeste sembrando sobre mi pecho lleno de golpes, estás ya tan humilde que tu nombre se puede decir con respeto y con pequeñas letras de amor, dios mío.
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Los amantes se tienden en el lecho y suavemente van ocultando las palabras y los besos. Están desnudos como niños desvalidos y en sus sentidos se concentra el mundo. No hay luz y sombra para sus ojos apagados y la vida no tiene para ellos forma alguna.
La hermosa cabellera de la mujer puede ser una rosa, el agua tibia o un surtidor enamorado. El fuego es solamente un golpe oscuro. Los amantes están tendidos en el lecho.
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Llegar a ti, entonces, es buscar la voz de un niño entre las multitud, recoger el miedo interminable que origina un viento nocturno, iluminar el amor con una lámpara de primitivo y de dulce aceite, tocar con los dedos un pájaro de azúcar que besa el cuello de las mujeres, limitar la invasión de la nieve que llega con sus armaduras de frío y verte tranquilo y reposado quemando el intacto silencio.
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Como en los cuentos de duendes zapateros ella lo hace por mí. Ella, la que desclava mis palabras, hace el trabajo sucio para luego comerse mis perdices.
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Como una balsa ardiendo en el centro del agua, una bañera terca rebosa lentamente en mitad de la noche. La tibieza del agua desatada, liba la flor de las mareas acarrea cigüeñas y tortura con zarzas y gacelas ríos de oscuridad.
Así el agua ha llagado la humedad de mi vientre y deposita almendros sobre mis pies descalzos. Ya sólo espero el relato del agua, la lenta supuración del llanto.
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