Cuenta un viejo cuento tradicional que había una vez un hombre que buscaba la verdad. Le habían dicho que la verdad era una luz radiante, que iluminaba hasta el más oscuro de los rincones de la ignorancia.
El hombre buscó y buscó la tal luz y al no hallarla, se apresuró a empezar a decir que la verdad no existía.
Una noche muy clara, cuando bajó a su aljibe por agua, vio en lo profundo el brillo de un círculo enorme reflejado en el fondo del pozo.
-Es la verdad -pensó-, existe y la tengo yo en el jardín de mi casa.
Henchido de orgullo y vanidad, salió a gritar por el pueblo, que tenía la verdad brillando en el fondo de su pozo de agua.
Muchos se burlaron de él y el hombre los trató con desprecio.
Estos son como yo era -pensó-, no creen en la verdad porque nunca la han encontrado.
Otros simplemente no le creyeron.
Escépticos -les gritó-.
Y unos pocos le escucharon con atención y le dijeron que ellos también tenían la verdad en su aljibe.
Estos últimos lo irritaron un poco. Pensó al principio que eran pobres ingenuos que creían tener la verdad pero que no la tenían ciertamente; sin embargo después de ir a la casa de algunos, los más amigos, comprobó que la luz de sus pozos, era por lo menos, tan radiante como la del suyo.
Hay muchas verdades -concluyó-. Cada uno tiene la propia y todas irradian su propio resplandor.
Un día al visitar el pozo para dejar que la verdad iluminara su rostro, miró en el fondo y no encontró el brillante círculo luminoso.
El no lo entendió en un primer momento, pero el viento soplaba muy fuerte esa noche y el agua agitada dentro del pozo no llegaba a reflejar la luz de la luna, que a pesar de todo brillaba radiante en el cielo.
Pensó que la verdad lo había abandonado y se sientió triste y desesperanzado.
En un retorno a lo divino alzó los ojos llorosos al cielo… y la vio. Entonces comprendió. La luz de su aljibe no venía desde dentro. La suya y la de otros, eran el reflejo de la luna en el firmamento, espejada dentro de cada pozo.
d/a
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