No es suficiente dar, ni dar con alegría;
ni tampoco es bastante dar con
renunciamiento;
menos, dar con dolor, un poco cada día,
esperando de otros
el reconocimiento.
Y no basta —siquiera— el dar por ser
virtuoso,
aunque el alma egoísta, aleccionada, calle;
hay que dar,
simplemente, como el mirto oloroso
que esparce, sin saberlo, su fragancia en
el valle.
Más aún: es forzoso merecer ser donante,
que a través de
esas manos diga Dios lo que piensa
y sonría dichoso detrás de la
mirada.
El poeta oriental nos pone por delante
la sola realidad de la
íntima conciencia,
testigos, como somos, sin ser dueños de nada.