En primer lugar, la ciencia es empírica. Es decir, trata en lo posible de basarse en los hechos. O bien un fenómeno crea una duda a investigar, o dentro de la investigación se descubren fenómenos antes no conocidos, pero la clave es siempre ceñirse la conclusiones al fenómeno, y no lo contrario.
El proceso es así: se da un fenómeno misterioso o dudoso, y entonces se da una explicación alternativa (hipótesis), que luego es sometida a prueba e investigación, hasta llegar a una explicación definitiva (a menudo luego de fallar varias veces o descubrir que el fenómeno tenía aristas antes desconocidas), que pueda ser contrastada, probada y reproducida en circunstancias similares. Es el llamado método científico. El resultado, la explicación o conclusión final, usualmente es una Ley o una Teoría.
Las Leyes científicas son proposiciones, que describen cómo ocurre un fenómeno aislado, siendo claro, sea por repetida experimentación o por cómo explica de manera precisa dicho fenómeno que debe cumplirse en todo el universo. Por ejemplo, la Ley de Gravitación Universal, o la Ley de Entropía.
Las Teorías científicas son un poco más “grandes”, pues abarcan campos de conocimiento más amplios, y contienen dentro de su esquema leyes debidamente certificadas, propuestas de lógica impecable pero no probada necesariamente, e incluso especulaciones (como los experimentos mentales) que aunque se basan en lo observado, son aceptadas de manera más o menos transitoria, hasta que sean corroboradas o contradichas por la evidencia, en cuyo caso el cuerpo general de la Teoría debe ser reformado, o incluso se puede llegar a desechar la Teoría completamente o a enfrentarla con otra Teoría que, a pesar de no quitarle validez, resulta igualmente aceptable aunque la contradiga. Así ocurre con la Teoría de la Evolución, que ella misma evoluciona constantemente según surgen nuevas evidencias, y con la Teoría de la Relatividad, que se contrapone con la Teoría Cuántica para explicar la naturaleza del universo.
Continuamos mañana.