Ayer nos referíamos al hecho de que, tal y como están las cosas actualmente, es difícil siquiera considerar la idea de un gobierno mundial. La humanidad está demasiado atomizada, dividida en términos culturales, idiomáticos, religiosos, económicos y políticos, y mientras esa situación persista no se avizora en un futuro cercano que se llegue a algo parecido a una especie de nación mundial.
Eso sí, a nivel cultural, el llamado “soft power”, es decir, todo eso que conforma la cultura popular transmitida por los medios de comunicación, va construyendo poco a poco una identidad planetaria. Es por allí donde hay posibilidades de que, eventualmente, surja una conciencia global que impulse a la humanidad a ver como recomendable unirse bajo un mismo gobierno. Ese sería el proceso más lento, y posiblemente duraría siglos, si tenemos en cuenta que hay regiones del planeta que están en procesos históricos disímiles (por decirlo así, mientras hay zonas donde se está en pleno siglo XXI, hay otras donde, a todos los fines prácticos todavía se encuentran en el siglo XIX o incluso más atrasadas). Habría primero que llegar a un nivel tal que las regiones menos avanzadas aún así hayan llegado al nivel de aceptar la idea de renunciar a ciertas cosas (lo cual es requisito) que sientan muy propias, para así dar ese paso como humanidad.
Otra opción sería la violenta: que una superpotencia se impusiera de manera absoluta sobre todas las naciones. Esta posibilidad, sin embargo, es actualmente imposible, pues el actual equilibrio de fuerzas impide que una nación pueda imponerse sobre las otras, como sí ocurría en el pasado. De hecho, se tiene claro que cualquier intento por parte de una potencia por imponerse en el mundo detonaría una nueva guerra mundial, que en el mejor de los casos polarizaría todavía más al mundo, y en el peor (y de hecho el más posible) lo haría pedazos en un holocausto nuclear.
La tercera opción, que aunque podría sonar fantasiosa no debe ser desechada, sería la de que una civilización alienígena nos contactara. Esto podría tener dos vertientes: la benévola y la malévola. En la benévola, la civilización visitante tendría intenciones pacíficas, y su sola presencia nos impulsaría a unificarnos como un planeta, para ponernos, por decirlo así, a la par. En la malévola, dicha civilización sería más bien invasora, y nos esclavizaría (no parece lógico que nos destruyera, siendo al fin y al cabo nosotros recursos utilizables), haciendo surgir en la humanidad un espíritu de supervivencia y lucha que terminaría por unirnos.