Son 50 hombres, no sabemos si también hay mujeres. Mientras el mundo cierra la boca y aprieta los dientes, mientras son evacuados miles de japoneses del área de la central nuclear de Fukushima, mientras los periódicos damos lecciones de fisión, fusión y situamos las ciudades de Japón en el mapa, mientras los políticos se sientan a arrepentirse de los pecados cometidos en nombre del progreso, en ese momento esas 50 personas se han quedado en la central para poner la venda en la herida atómica.
Qué se sentirá al tener el futuro de medio mundo en sus manos, si dormirán, qué comerán, qué sentido del deber les lleva a estar encerrados en esa planta enferma por la que sopla el aire venenoso. Si es por heroicidad, por obligación. Si fueron voluntarios a cerrar el grifo que puede matar a sus compatriotas y que puede enfermar a muchos más desconocidos. De qué hablarán en los descansos, si es que hay tiempo para el descanso entre esas chimeneas indolentes. Si sabrán que afuera, muy lejos, pensamos en ellos y nos ponemos de su lado, nosotros, que no compartimos ni las letras de su alfabeto pero que nos sentimos conmovidos por su heroicidad.
Alguien tenía que hacerlo, dirán los cobardes. Es por la patria, dirán los patrióticos. Es por la dignidad humana, dirán los que aún confían en el hombre. Saldrán con vida?, llevarán para siempre con ellos un aliento tóxico?, si lloran a escondidas en las esquinas de hormigón de esa prisión atómica?. Si ganará el tsunami, que ha dado un vuelco a la escala natural recordándonos que somos irrelevantes e ínfimos, o si lograrán vencer ellos con su inteligencia. Me pregunto si yo, o tú, o nosotros, seríamos capaces.
MELITA