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LA PALABRA DE DIOS: LECTURAS Y SANTO EVANGELIO DEL SABADO 19 DE NOV./11
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De: ADMINISTRADORES  (Mensaje original) Enviado: 20/11/2011 01:00

 

SABADO 19 DE NOVIEMBRE/2011

PRIMERA LECTURA

DEL PRIMER LIBRO DE LOS MACABEOS: 6, 1-13

Cuando recorría las regiones altas de Persia, el rey Antíoco se enteró de que había una ciudad llamada Elimaida, famosa por sus riquezas de oro y plata.

En su riquísimo templo se guardaban los yelmos de oro, las corazas y las armas dejadas ahí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia, que fue el primero que reinó sobre los griegos.


Antíoco se dirigió a Elimaida, con intención de apoderarse de la ciudad y de saquearla. Pero no lo consiguió, porque al conocer sus propósitos, los habitantes le opusieron resistencia y tuvo que salir huyendo y marcharse de ahí con gran tristeza, para volverse a Babilonia.

Todavía se hallaba en Persia, cuando llegó un mensajero que le anunció la derrota de las tropas enviadas a la tierra de Judá.

Lisias, que había ido al frente de un poderoso ejército, había sido derrotado por los judíos. Estos se habían fortalecido con las armas, las tropas y el botín capturado al enemigo.

Además, habían destruido el altar pagano levantado por él sobre el altar de Jerusalén. Habían vuelto a construir una muralla alta en torno al santuario y a la ciudad de Bel-Sur.


Ante tales noticias, el rey se impresionó y se quedó consternado, a tal grado, que cayó en cama, enfermo de tristeza, por no haberle salido las cosas como él había querido. Permaneció ahí muchos días, cada vez más triste y pensando que se iba a morir. Entonces mandó llamar a todos sus amigos y les dijo:


"El sueño ha huido de mis ojos y me siento abrumado de preocupación. Y me pregunto:


`¿Por qué estoy tan afligido ahora y tan agobiado por la tristeza, si me sentía tan feliz y amado, cuando era poderoso?

Pero ahora me doy cuenta del daño que hice en Jerusalén, cuando me llevé los objetos de oro y plata que en ella había, y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judea. Reconozco que por esta causa me han sobrevenido estas desgracias y que muero en tierra extraña, lleno de tristeza'

PALABRA DE DIOS.

¡TE ALABAMOS, SEÑOR!

 

PROCLAMACIÒN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 20, 27-40

¡GLORIA A TI, SEÑOR!

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron:


"Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda.

Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete

 

estuvieron casados con ella?".


Jesús les dijo:
"En esta vida hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues Él los habrá resucitado.


Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para El todos viven".


Entonces, unos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien".

Y a partir de ese momento ya no se atrevieron a preguntarle nada.

PALABRA DEL SEÑOR.

¡GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS!.

MEDITACIÒN

Dos relatos diversos y contrastantes sobre la justicia divina.

El relato del libro de los Macabeos interpreta desde el dogma de la retribución divina la muerte del perseguidor Antioco Epífanes.

El narrador lo muestra arrepentido al final de su vida por los destrozos que hizo en Jerusalén, reconociendo por su propia boca que sus sufrimientos le fueron enviados merecidamente.

El evangelista san Lucas expone la discusión que los saduceos entablaron con Jesús a propósito de la resurrección.

Ellos querían evidenciar las contradicciones existentes entre la ley del levirato y la creencia en la resurrección. Ateniéndose estrictamente a los únicos textos que los saduceos reconocían como inspirados (el Pentateuco), Jesus les demuestra que el Dios vivo otorgará gustosamente la vida plena a cuantos se decidan a vivir como hijos suyos.

Ya no estamos sujetos a la muerte. Aun cuando nuestro cuerpo será destruido, viviremos en Cristo, como él mismo ha dicho:

“El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.”

Podemos estar ciertos –el mismo Señor es testigo- que Abrahán, Isaac, Jacob y todos los santos de Dios viven. A propósito de ellos el Señor ha dicho: “Todos viven, porque Dios es Dios de vivos y no de muertos.”

Y el apóstol dice de sí mismo: “Porque para mí la vida es Cristo y morir significa una ganancia...; deseo la muerte para estar con Cristo que es con mucho lo mejor”

Esto es lo que creemos, hermanos míos, y “si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres.” (1Cor 15,19).

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