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Generalmente, la campaña electoral, los debates y el cruce de
improperios entre los líderes políticos suelen empañar informaciones que serían
noticia de portada en muchos diarios. Esta maquinaria de publicidad y propaganda
diseñada para manipular el comportamiento del ciudadano, para conseguir rédito
político, nos impide comprender el dolor y la desesperación que se siente al
ver, por ejemplo, que «a los delincuentes les está permitido mentir, engañar y
ocultar pruebas en los procesos judiciales. Que no es ilegal. Que con la ley en
la mano y las garantías procesales pueden convertir un juicio en toda una
confusión».
Esto es,
precisamente, lo que siente la familia de la psicóloga Anna Permanyer, desde el
pasado lunes 18 de febrero.
Seguro que todos,
especialmente los barceloneses, recuerdan esos días en los que la ciudad se
llenó de carteles de Anna, desaparecida el 27 de septiembre de 2004 y que
desgraciadamente, su cadáver fue encontrado diez días después en un paraje cerca
de Sitges con signos de violencia y asfixia, ya que tenía la boca tapada y
varias bolsas en la cabeza.
Los que les
conocen, no es este mi caso, cuentan que su familia está inmersa en una cruzada
para que se haga justicia porque sienten que se lo deben a su madre, a su
esposa. Para ellos es importante que la opinión pública conozca determinados
aspectos del juicio puesto que se hace por jurado popular. «Todo dependerá de lo
que dictaminen nueve miembros de un jurado popular en principio escogidos al
azar. Las consignas son que ante cualquier duda deben votar inocente y que es
preferible un culpable suelto que un inocente en prisión. El jurado, no
preparado y que naturalmente no ha vivido los hechos, es normal que tenga miedo
a acusar porque siempre caben resquicios de dudas aún en las evidencias más
claras. Nuestra sensación de desamparo es total», dice José Manuel García Canta,
marido de Anna, en una carta que escribió hace unos meses.
Una carta, de la
que les transcribo algunos párrafos, que no solo refleja cómo se siente José
Manuel y su visión de la justicia actual, sino que es un testimonio enternecedor
de que «el verdadero amor no se reduce a lo físico o a lo romántico; el
verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de
lo que será y de lo que ya nunca podrá ser».
A MI QUERIDA
ANNA
Hasta hoy no he
sido capaz de escribirte nada, ni de ir a ver el lugar donde dejaron tu cuerpo,
ni al cementerio a llevarte una rosa; sé que ahí no hay en realidad nada pero
temía no poder resistirlo. Hoy lo he hecho... Estoy roto pero más fuerte que
nunca. En casa hay un equilibrio casi perfecto, todos nos ocupamos de todos y
estamos pendientes de los signos de los demás. Nadie se permite demostrar
flaquezas porque todos saben que si alguien flaquea el resto nos venimos abajo.
De modo que estamos animados.
El peque duerme
conmigo desde tu desaparición, bueno, desde el segundo día porque el primero
nadie durmió. Por las noches noto que está al lado, su calor como si fuera el
tuyo, a veces me abraza o se acurruca como hacías tú, o me clava una rodilla, es
un encanto, tiene tus mismos preciosos ojos azules y muchos rasgos tuyos, y
cuando habla se palpan las miles de conversaciones vuestras y vuestra
complicidad, se transparenta su bondad. ¿Hemos hecho bien Anna de educarlos así
o hubiera sido mejor enseñarles a ser más duros con los demás? ¿No hemos
enseñado a nuestros hijos a ser demasiado buenos y ahora van a recibir bofetadas
por todas partes? Quiero creer que no. Lo hicimos bien, podemos estar orgullosos
de tener cuatro hijos sanos, fuertes, inteligentes, felices y equilibrados, que
entre los dos conseguimos mostrarles los principios de grandes valores
inequívocos para nosotros y que ellos desarrollarán, modificarán o rechazarán en
libertad.
Nuestra vida ha
sido rica, no hemos parado, podemos estar satisfechos porque pocas personas han
tenido una vida tan llena, tan intensa. Disfrutamos de todo, te gustaba la gente
auténtica, las personas sin recursos, los indigentes te encantaban, admirabas a
los que vivían felices con pocos medios, los gitanos eran todos guapos para ti,
los indios pobres de la India, los árabes de a pie, no te gustaban los pijos,
los chulos, los prepotentes ni los adinerados que considerabas que no vivían la
vida; siempre pensamos que la autenticidad era mucho más fácil de descubrir
desde la escasez que desde la abundancia. Estabas orgullosa de que tus hijos
llevaran el apellido más numeroso del entorno y huiste siempre de cualquier
posición de culto al ego individual o de nación, de significación o de
prestigio.
Mirando a uno de
nuestros hijos recién nacido recuerdo que dijiste un día: «tienes razón, dar
vida es una de las pocas cosas que tiene de verdad sentido propio». Lo que se da
revierte. Tú has dado tanto cariño que has dejado completamente llenos a los que
han compartido de cerca tu vida.
Nuestra vida en
común ha sido prácticamente casi toda nuestra vida desde los veinte años tuyos,
veintiuno míos. Nos educamos el uno al otro y aplicamos genialmente la fórmula
de que en pareja uno más uno es igual a uno más uno y no dos, ni dos en uno;
nunca nos agobiamos uno al otro y por eso nunca nos cansamos el uno del otro.
Sabíamos tan bien cómo pensábamos uno y otro y nos construimos tanto la
personalidad individual en común que prácticamente hay cosas que no sé si son de
origen tuyas o mías. Me complace ahora pensar que a través de mis ojos, mis
oídos y mi cerebro sigues viviendo en mi porque yo soy tú en cuanto que estás
presente en mi. Yo soy en gran parte obra tuya como tú fuiste en gran parte obra
mía.
Cariño, siempre te
llevaré dentro y siempre te querré.
Tu
marido.
José Manuel García
Canta
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