COMO OPERACIONES DE
CIRUGIA
Hemos dicho que consolidar
una relación de confianza –con un amigo, con un compañero, con tu cónyuge, con
uno de tus hijos– requiere una buena dosis de paciencia, y que de ordinario no
conviene empujar ni presionar nada.
Sin embargo, hay
situaciones más extraordinarias en las que las cosas pueden ser algo distintas.
Por ejemplo,
imagínate que has sabido a través de terceros que una persona te oculta algo de
importantes consecuencias y que, por su bien y por el tuyo, es preciso
aclararlo. Esto puede suceder en el ámbito familiar con uno de tus hijos, porque
descubres quizá unas mentiras en cuestiones escolares, o pequeños robos, o que
bebe más de la cuenta cuando sale con sus amigos, o incluso que ha hecho sus
primeras incursiones en el mundo de la droga, blanda o dura (y sabemos bien que
no se trata de posibilidades tan lejanas hoy para el ciudadano medio). O puede
sucederte en el ámbito laboral, porque descubres una deslealtad de un compañero,
o un atropello de tu jefe, o una camarilla de críticas entre unos subordinados,
o lo que sea. O puede tratarse de una dificultad de entendimiento con tu
cónyuge, tu hijo o tu suegra. O a lo mejor eres un adolescente que por una serie
de detalles has visto ir deteriorándose la relación con tu padre o tu madre,
hasta hacerse muy desagradable. O estás pasando un momento difícil en el
noviazgo, o ves cómo una serie de agravios y malentendidos han llegado a enfriar
una relación de amistad antes muy gratificante.
Son todas ocasiones
que pueden presentarse y se presentan con cierta frecuencia. Es difícil dar
reglas generales, pero en muchas de ellas sería un error –a veces un daño grave–
dejar pasar las cosas y perder torpemente la oportunidad de tener una amplia
conversación clarificadora con la persona en cuestión. Las situaciones pueden
ser muy diversas, y es fácil que puedan en su comienzo resultarnos costosas, e
incluso algo violentas, y exijan por nuestra parte un cierto ejercicio de
fortaleza personal.
Lo que nunca
conviene es ignorar neciamente la realidad: los problemas no desaparecen por
ignorarlos.
Las cosas que no se
aclaran a su debido tiempo van formando como un muro de escoria entre las
personas, una barrera que se va endureciendo poco a poco a base de inercias y
cobardías, produciendo incomprensiones y agravios cada vez más lacerantes, y es
una lástima dejar que ese muro crezca hasta hacerse inderribable.
Si vemos, por
ejemplo, que alguien quizá no está siendo sincero con nosotros, y hay motivos
que reclaman una solución a esa situación anómala, conviene afrontar el problema
con decisión y lealtad. Será preciso comprobar las cosas que parece que no
cuadran, atar cabos, contrastar, aclararse, hablar. Y no con una necia o dolida
desconfianza, sino con un diligente y respetuoso deseo de arrojar luz y aire
fresco sobre una relación que vemos –porque se nota– que se está enrareciendo.
Son conversaciones
muchas veces difíciles, pero es preciso afrontarlas. A veces será necesario
pasar por momentos de cierta tensión, porque serán verdaderas operaciones
quirúrgicas, en las que quizá haya que causar dolor, porque es preciso abrir
hasta dejar a la vista el tumor, y así poder curar.
Hay que pensar bien
la conversación, y acometerla con valentía, ofreciendo nuestra sinceridad y
nuestra franqueza al tiempo que solicitamos la suya.
Y procurar dejarle
una salida fácil, sin poner su amor propio en contra de la sinceridad, sino a
favor. Y plantear las cosas dejando fácil que se desahogue por completo,
ayudándole con preguntas sencillas, quizá incluso aventurando delicada y
prudentemente lo que suponemos que está en su mente y no termina de salir a la
luz; y lo hacemos incluso pasándonos un poco, para que simplemente tenga que
asentir, o matizar a la baja lo que nosotros hemos dicho y quizá a él le
costaría decir por sí mismo.
Quizá, además del
dolor propio, causemos también en el otro un dolor inicial, pero es preciso
hacerlo, con la delicadeza necesaria, porque muchas veces será la única forma
eficaz de ayudar, y otra cosa sería engañarnos, algo así como querer curar un
cáncer a base de esparadrapo y mercromina. La cirugía de la sinceridad, si se
hace bien, desatasca el cauce de la confianza y hace brotar ese agradecimiento
grande que nace del desahogo.
—Supongo que en los
casos en que, después de una cirugía profunda, haya salido a la luz un problema
serio, de los que humillan, el postoperatorio puede ser largo...
Sí, y entonces hay
que saber profundizar en la psicología de esas personas en esos momentos, saber
hacerse cargo del temporal que puede haberse desatado en su interior, de su
posible desesperanza, de su tentación de dar un desplante y tirarlo todo por la
borda si no encuentra en nosotros la acogida que él esperaba a su sinceridad. La
clave está en saber valorar la dificultad que el otro puede tener para asimilar
la humillación que subjetivamente le haya podido suponer.
—De todas formas,
supongo que lo ideal sería que raramente hiciera falta esa cirugía porque haya
suficiente confianza.
Por supuesto. Si
uno procura ser asequible, y se ocupa de ser receptivo a los problemas que
surgen, pocas veces se presentarán problemas serios, porque se detectarán cuando
son aún pequeños y pueden resolverse de forma sencilla.
Hay que saber
aprovechar los momentos favorables, esas ocasiones en que se percibe una mayor
confianza, cuando se distingue en la mirada un matiz que invita a la
confidencia, una especie de receptividad especial por parte de la otra persona.
Es una pena dejar escapar esos momentos en que resulta mucho más fácil hablar de
una forma lúcida y relativamente serena acerca de esos temas delicados que
necesitábamos tratar, sobre todo en aquellas relaciones personales en las que
esos momentos no son frecuentes.
También hay que
procurar llegar a tiempo. En esto sucede como en la medicina: se adelanta mucho
si se detecta el mal en sus comienzos, cuando los síntomas son menos notorios.
Es verdad que entonces es más difícil hacer el diagnóstico, y deducir cuál es el
mal, pero también se cura mucho más fácilmente. En cambio, después, aunque el
diagnóstico fuera perfecto, ya no es tan fácil curar. Y siguiendo esa
comparación, podría decirse que hay que apostar decididamente por la medicina
preventiva: favorecer estilos de vida sanos, diagnosticar a tiempo y dar
tratamientos que curen pronto y sin secuelas: ahí se demostrará la calidad de
nuestras relaciones humanas.
Se trata, por
ejemplo, de crear a nuestro alrededor un clima que inspire confianza, que
fomente la sinceridad y lealtad mutuas; de ser personas de talante positivo,
animante, abierto, alentador: que la gente, después de hablar con nosotros,
después de escucharnos, se sienta optimista, alegre, ilusionada (y eso aunque
alguna vez hayamos tenido que decirles –por su bien– cosas fuertes); de ser
personas que no se atrincheran en sus propias afirmaciones, como un retórico
grandilocuente que se encastilla en sus excesivas seguridades; de ser personas
que escuchan, que desean sinceramente enriquecer su mente con la aportación de
los demás.
Cuanto más
profundamente comprendemos los problemas de los demás, más apreciamos a esas
personas, y más respeto sentimos por ellas.